(no subject)

Dec 15, 2007 19:55

Autor:
cleuchi 
Fandom: Freedom (RPG).
Pareja: Axel/Frieda.
Tema: 13. Tatuaje.
Palabras: 726.

Ha pasado mucho tiempo. Catorce años, exactamente. Y catorce años son mucho tiempo.

Frieda es mayor. No sólo física, sino también psicológicamente. Ahora lleva el pelo de su tono natural, castaño, más corto que nunca -el mechón más largo le roza la mandíbula- y utiliza gafas de pasta negra para leer. Viste con una cierta elegancia decadente, trajes masculinos y zapatos de tacón, y ya tiene una incipiente barriga que anuncia a los cuatro vientos su embarazo.

Axel también es mayor. Tampoco solamente física, sino también psicológicamente. Ya no tiene su curioso peinado compuesto de trencitas pegadas al cráneo, sino que lleva el pelo corto, formándosele rizos en las puntas cuando llueve. Viste de camisa y vaqueros, trabaja en un puntero estudio de arquitectos y cobra lo suficiente para vivir holgadamente.

Ambos han olvidado su vida anterior. Nunca pasaron parte de su adolescencia entre los barrotes del Sankt Fremont. Nunca estuvieron en un reformatorio. Frieda ha aprendido a controlar su bipolaridad, ha abandonado las drogas. Axel ha aprendido a refrenar su naturaleza peleona, ha dejado de ser el saco de boxeo para los más fuertes.

Ambos son mayores. No sólo física, sino también psicológicamente. Ambos han cambiado, para mejor. Ella es secretaria y él arquitecto, buenos y respetables empleos. Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre ellos.

En el anular de Frieda destella un anillo de compromiso. En el de Axel, no.

Ambos se han olvidado el uno del otro.

Sin embargo, por esas cosas maravillosas y estrambóticas e insanas de la vida, sus destinos vuelven a confluir.

El estudio para el que Axel trabaja necesita un presupuesto para su próximo proyecto. La empresa de Frieda se va a encargar de él. La secretaria asignada para reunirse con el estudio ha caído enferma y Frieda debe acudir en su lugar.

Aparece en el despacho del jefe de Axel, bolso en mano y aire profesional. Toma asiento y el hombre, un tipo calvo y sudoroso, le dice que tiene una reunión y que no puede atenderla, pero que uno de sus subordinados lo hará por él. Frieda asiente, sacando del bolso con cuidado una libreta y una estilográfica que le ha regalado su marido, el padre de su hijo.

Está de espaldas a la puerta, así que no puede ver quién entra a través de ella. Él tampoco la reconoce, pero sí piensa que esa espalda, con esos delicados hombros, le resulta vagamente familiar.

Es entonces cuando ella se vuelve lentamente, una cálida sonrisa preparada para dar la bienvenida a quien sea, y lo ve. En una fracción de segundo, el pasado, el presente y el futuro se le vienen encima a velocidad vertiginosa, como una montaña que se derrumba cegando la carretera.

La sonrisa muere en sus labios.

Tampoco él sale muy bien parado de la impresión inicial. Boqueante como pez fuera del agua, se queda mirándola, instando tanto a su cerebro como a su cuerpo a reaccionar. Pero es incapaz, incapaz de pensar algo coherente o de efectuar un movimiento, por nimio que sea.

- Axel. -la voz le tiembla al pronunciar su nombre, un nombre que llevaba mucho tiempo sin oír. Sin decir. Sin pensar. Sin recordar.-
- Frieda. -la voz masculina suena más segura, más potente, porque siempre, aunque no lo pareciera, él fue él más fuerte de los dos. También ahora.-

Se quedan en silencio durante unos minutos, evaluándose mutuamente. Ella sentada y él de pie, sus mentes trabajando frenéticamente y al compás, recordando viejos sueños que juraron alcanzar y que se les escaparon de las manos al caer el sol.

- Ha pasado mucho tiempo. -dice ella.-
- Sí. -coincide él, y parece no haber nada más que decir. No se ha dado cuenta de que ella ha empezado a desabrocharse la camisa, botón por botón, con lentitud. Como en los viejos tiempos.-
- Y, a pesar de todo, sigo llevando tu tatuaje.

Se quita la camisa, que cae al suelo revoloteando inútilmente, con un gesto, y se gira rápidamente, pero no lo suficiente como para que Axel no vea su abdomen ligeramente hinchado.

Allí, entre los omóplatos, está el tatuaje. Escrito en tinta negra, reproduce la firma de Axel cuando tenía dieciséis años. Una caligrafía enmarañada y casi ininteligible.

Axel se queda sin aliento, porque en esa espalda no hay ni una sola marca, ni una sola quemadura, que indique que Frieda haya intentado quitárselo.

Autor:
cleuchi
Fandom: Freedom (RPG).
Pareja: Axel/Frieda.
Tema: 22. Cobre.
Palabras: 785.

Hay cuatro besos que Frieda no olvidará nunca. Uno, su primer beso, fue con un niño de su guardería al que -recuerda ahora con una sonrisa- odiaba. Odiaba pero a la vez adoraba, con su pelito rubio, su risa estridente y su manía de quitarle la pala y el cubo para el cajón de arena. Y entonces, un día, mientras se peleaban por quién se montaría primero en el único columpio que tenía la guardería, recuerda que el chiquillo se le acercó, la hizo callar con una mirada de sus ojos claros y, tan suave como el aleteo de una mariposa rozándole la boca con sus labios, le dijo claramente ‘Me gustas’.

Frieda nunca volvió a esa guardería.

Otro, su primer beso propiamente dicho, a los doce años, tres meses y trece días, con un chaval de su clase que le sacaba dos primaveras y dos cabezas. De él, Frieda recuerda que sabía a tabaco, que ocurrió en el baño del instituto y que no sabe exactamente cómo pero acabaron liándose cuando ella entró por error en los servicios de los tíos. También recuerda que el chico le metió mano por todas partes y ella se dejó hacer, porque ya tenía bastante con adaptarse al ritmo de lenguas entrando y saliendo de su boca como para vigilar que el chaval en cuestión no tocara cosas que se suponía que no debía tocar. Al menos, no en el primer beso.

Frieda nunca volvió a cambiar una sola palabra con ese tío.

El tercero nunca será olvidado y ella lo sabe, pero no lo admitirá jamás. Se trata de su primer beso con Axel. Habían discutido más alto, más fuerte que de costumbre y, como siempre, por una pijada cualquiera. Se encontraban cada uno en un extremo de la habitación, cruzados de brazos, sin mirarse, sin dirigirse la palabra, ignorando la presencia del otro como insectos enfadados en la misma jaula de cristal. Chispas eléctricas de cabreo cruzaban el dormitorio en un sentido y en otro, y Frieda sabía que debía arreglarlo, porque eran compañeros de celda y, lo quisiera o no, estar enfadada con tu compañero de celda no era lo más agradable del mundo. De modo que, sin pensarlo, haciendo simplemente lo que le pedía el cuerpo, salvó de dos zancadas largas la distancia que los separaba y se detuvo frente a él. Respiró hondo, contuvo el aliento y, con las manos monótonamente situadas a los costados de su cuerpo, se acercó lo suficiente como para tocarle, tímidamente, los labios con los suyos. Unos labios que lanzaban vagas promesas de paraíso si eras capaz de tragarte el miedo, el orgullo y todo lo demás y tirarte de cabeza hacia ellos.

Fue un beso largo y apocalíptico y, a día de hoy, Frieda sería capaz de reconstruirlo segundo a segundo, fotograma a fotograma, como si de una película se tratase. Primero, vio -pues no había cerrado los ojos- la cara de sorpresa de Axel, su triste intento de apartarse y luego, la tentación. La perdición. No se había apartado.

Las manos dejaron de colgar inútiles a ambos lados y se aposentaron en la nuca del muchacho, apretándolo contra sí, acercándolo más de lo acercable. Entrecruzó los dedos sobre la piel oscura, como diciendo ‘Ya eres mío’, y continuó besándolo. Al principio sólo movía la boca, con lentitud, para que no se le escapara la liebre de entre las manos, pero luego fue introduciendo, poco a poco, trocitos cada vez mayores de lengua.

Estaba descolocándole los esquemas, lo sabía, y disfrutaba haciéndolo.

Trató de analizar el sabor de ese beso, pero no lo logró. Era una bizarra mezcla de menta y cobre y tabaco y miedo, porque aunque parezca que no el miedo también tiene sabor. Y ganas. Y una pizca, ínfima, pero ahí estaba, de algo más, la prueba palpable de que existía un ser superior que lo controlaba todo.

Una pizca de amor.

A diferencia de todos sus demás besos inolvidables, Frieda no dejó de hablar con Axel. Ni lo evitó, al menos no durante mucho tiempo. Pasó por un período de aclimatación a su nueva situación y, después, terminada la cuarentena, volvió a besarle.

El cuarto beso que Frieda siempre recordará será el último, que todavía no ha llegado. Quiere que sea el más largo de todos sus besos, lo que lo hará realmente largo, y quiere que en ese beso se le vaya la vida. Literalmente. Cuando esté en su lecho de muerte, ya sea más pronto o más tarde, quiere que alguien se le acerque, se incline sobre ella y la bese, la bese hasta que se muera, llevándose su último aliento.

Y quiere que sea Axel quien le dé ese beso.

#tabla simbólica, rpg: freedom: axel/frieda, autor: cleuchi

Previous post Next post
Up