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May 04, 2008 16:01

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Cuando algo empieza, uno sabe cosas que irá olvidando lentamente con el paso del tiempo.

Tú y yo sabíamos que esto nunca ocurriría. Aquella mañana en que entraste en el despacho, mientras nos retábamos y medíamos. Durante los días y meses siguientes, los años, marcando límites y definiendo posiciones, diciendo hasta aquí voy a llegar y de aquí no pasaré, una y otra vez.

Tú lo decías más que yo. Lo sabes.

Tú eras mejor trazando líneas. Yo era quien jugaba a saltar la verja y pasear por el otro lado pero aún así. Esto: nunca.

Hasta que se nos olvidó por primera vez y dejamos de saberlo. El día en que viniste a mi casa a pedírmelo. Fuiste tú quien cruzó el límite más amplio con sólo unas palabras, como si tuviese que ser así. El “nunca” se desvaneció del mismo modo en que una sombra se deshace con un solo movimiento.

Apareció sin embargo otro nunca distinto, el de la imposibilidad, que en absoluto se parecía al anterior. Doloroso e intenso como una herida eternamente abierta.

Ahora estás ante mí, embarazada, sonriendo con ironía. Claro que lo sé. Sé quién es el padre.

Perfectamente.

Sólo necesito un instante para terminar de olvidar lo que supe.

Olvidarlo, esta vez sí, para siempre.

LLUVIA

Llovía también aquella noche.

Yo estaba en la puerta de tu habitación, el puño levantado para llamar, las palabras ordenándose y desordenándose. Era un motel, en algún lugar de Illinois, no recuerdo el nombre. Tenía un pequeño porche de madera que resguardaba la entrada a las habitaciones.

No sé cuánto tiempo pasó, antes de que supiese que no iba a hacerlo. Me dolía el brazo de mantenerlo inmóvil. Me di la vuelta y me fui.

Estoy segura de que no recuerdas. No aquella noche.

Porque no ocurrió nada especial aquella noche. Cenamos en una cafetería, hablando del caso a ratos. Ni siquiera recuerdo el caso ni qué fue lo que derivó en una discusión de las divertidas sobre lo posible y lo imposible.

Habíamos ido andando y, al volver, comenzó la lluvia. Caminábamos rápido y, de pronto, te paraste y me llamaste.

-Lo que ocurre, Scully, es que a los dos nos gusta demasiado la verdad, nos apasiona,-dijiste encogiéndote de hombros-y es suficiente. Quizá sea todo lo que tenemos en común, pero es suficiente.

Sé que no fueron esas palabras ni el modo en que la lluvia resbalaba por tus labios al pronunciarlas. Fue una gota de tantas, sin nada especial, sin nada que la hiciese diferente, colmando el vaso.

Una hora después estaba en la puerta de tu habitación, con la lluvia salpicando en mis tobillos, y no llamé.

Pero lo supe.

Todo sería cuestión de tiempo.

REGLAS

Cuando Scully se para a pensar en las reglas que tiene respecto a Mulder, lo que le preocupa es que empiecen todas por un No.

No hablar demasiado de mi misma, somos compañeros.

No actuar como una cría, somos adultos.

No bromear demasiado, somos serios.

No jugar a jugar, somos profesionales.

No reír a carcajadas, estamos trabajando.

No esperar demasiado, somos realistas.

No soñar despierta, ya sueño dormida.

No bajar la guardia, estamos en peligro.

No contestar a las insinuaciones, soy quien mantiene las reglas.

No creer que sólo yo quiero esas reglas, o en si siquiera yo las quiero, somos así.

Las necesitamos.

Cuando Scully se para a pensar en las reglas que tiene respecto a Mulder, lo que le preocupa es que todas se podrían resumir en una: No caer en la tentación.

CAFÉ

Tiene la exacta cadencia de un ritual y, como tal, Mulder lo espera.

Tiempo atrás, ella solía intentar resistir, en otro de sus tontos juegos de orgullo.

Ahora ya no lo hace, cambió esa parte del rito por una mirada infantil de ruego, de juego también, sabiendo que él siempre puede aguantar más. No es que Mulder no se muera por un café, es sólo que merece la pena esperar.

Sentados en la mesa de la cocina de Scully, invadida por expedientes y pruebas, la observa de reojo. Ella suelta el papel en sus manos y suspira, le echa una mirada rápida, estira las piernas bajo la mesa y se recuesta sobre el respaldo diciendo sólo “Eh”. Ahí viene la mirada de ojos entornados y puchero.

Entonces Mulder sonríe y levanta la mirada.

-¿Qué?

-¿No crees que es hora de tomar un café?-pregunta apoyando la barbilla en la mano.

Y él suelta los papeles, se quita las gafas y se frota la nariz.

-Por supuesto, me encantaría.

OBSTÁCULO

“La vida es una carrera de obstáculos” decía su padre a veces, sentado en el porche, con un whiskey en la mano. “Nunca lo olvides, hijo”. Mulder sentía que le estaba diciendo que el cielo era azul y casi le daban ganas de reír, pero acababa asintiendo. Esperando, el siguiente obstáculo, en general la reticencia de su padre a dejar el vaso y entrar.

Oye su voz ahora, mientras mira a Scully al otro lado del inmenso escritorio del despacho. La última discusión batiendo en el aire aún. Ella evita su mirada, enfrascada en la lectura de algo que podría estar al revés. La conoce, sabe cuando huye y sabe cómo huye: siempre sin que lo parezca.

El tema no ha sido nada nuevo: Tú, yo, nosotros, trabajo, tiempo, vida, hasta dónde, para qué, obsesivo. Palabras habituales como un cielo azul. Acabó también de forma habitual, cuando ella dijo demasiado

-No entiendo por qué siempre tenemos que estar corriendo, Mulder. No entiendo por qué te haces...esto. Por qué no puedes a veces...

-¿Qué? ¿Qué me hago y qué no puedo?¿A qué se supone que estoy renunciando?

Ella negó con una sonrisa triste.

-A nada, olvídalo.

Scully sigue callada demasiado tiempo después y él siente el miedo crecer desde su estómago, avanzar lentamente hasta apoderarse de todo su cuerpo y casi hacerle temblar.

Un miedo definido, porque Mulder sabe ya a estas alturas cuál es el obstáculo entre ambos. A veces está dormido, empequeñecido por las cosas que hacer, el trabajo, las prisas, las conversaciones rápidas y las miradas de comprensión. A veces despierta y se eleva como un muro invisible, perfectamente perceptible, sin embargo.

-El obstáculo es todo lo que nos callamos,-susurra sin querer, como si el temblor se hubiese hecho palabras.

-¿Qué?

La mira fijamente, sintiendo que el temblor se mantiene, pero no es el mismo.

-Sé a lo que renuncio y sé por qué.

Busca en ella esa mirada, esa tan habitual, la que muestra que le entiende, diga lo que diga, incluso aunque no diga.

Pero Scully vuelve a huir.

-¿A qué te refieres?

La mirada de ella perdida en el suelo y otro obstáculo que nunca se atreve a saltar.

-A nada, Scully, olvídalo.

autor: yuvia, x-files: mulder/scully, #tabla básica

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