Autor:
yuvia Fandom: Expediente X
Tabla:
yuvia.livejournal.com/100139.htmlPersonaje/Pareja/Trío: Mulder/Scully
Tema: #21-Sangre; #22-Triángulo; #23-Cartas; #24-Humillación
"Tienes sangre" le suena a frase de niños, dicha con gesto grave, cuando el juego ha llegado lejos y habrá que arrepentirse. Es una frase de padres, antes de la reprimenda, constatar lo obvio para provocar culpa y reflexión.
Pero Scully dice "Tienes sangre" y Mulder piensa que los besos curan. Nada más. No sabe ni quiere analizar su tono, el sentido subyacente, nada.
"Quítate los pantalones, anda" le suena a frase de adolescentes, con un leve temblor en la voz disimulado por una sonrisa neutra, para quitarle importancia a lo que aún la tiene. Da calor y un ligero escalofrío que se extiende indeciso.
Y, si Scully dice "Quítate los pantalones, anda", Mulder piensa que es pronto y es tarde, que se han perdido muchos momentos y ahora todo sabe a casa. Eso es triste y bonito y unos cuantos adjetivos desgastados más.
Por eso hace unos minutos que llamó a su puerta, por eso y los besos que curan, apoyó las manos en el umbral y esperó a escuchar el sonido de la mirilla para susurrar: "Soy yo Scully. Ábreme, ¿quieres?".
Cuando Scully oye llamar a la puerta con los nudillos, a las tres de la mañana, sólo piensa que Mulder la echa de menos. Nada más que eso. Nada sustituye ese pensamiento. Ni la leve cojera con que él se mueve hasta el sofá para dejarse caer, ni la mancha oscura en los vaqueros, ni la herida irregular en la rodilla derecha.
Así que ahí están: Él recostado en el sofá, sin pantalones, arrebujado en la chaqueta de cuero, se cubre hasta las rodillas con la manta. Ella pega la última cinta de esparadrapo y se acomoda bajo sus rodillas, mirándole mientras se queda dormido. Sin darse cuenta, le golpea la herida con un dedo siguiendo el ritmo de una sirena lejana.
-¿Duele?
-Escuece un poco aún. Más las manos. Me arden.
Atrás, los quejidos leves y las tontas explicaciones "Tropecé con una piedra, ¿te lo puedes creer? En un camino de grava. Y el tipo llegó al coche antes que yo y...Nada, es una tontería de caso."
Ni una palabra sobre qué hace en su casa a las tres de la mañana.
Atrás, Scully cuenta que estaba despierta viendo una película de los Hermanos Marx; Mulder responde que le habría gustado verla mientras mulle el cojín para apoyar la cabeza; Scully pregunta si el tipo era peligroso y Mulder repite que es una tontería de caso. Valoración común a cualquier caso desde que les separaron.
-¿Me puedes firmar una baja médica por esto?
-También podrías pintarte manchas en la cara y decir que tienes viruela.
Y él la mira fingiendo ilusión antes de sonreír y volver a entornar los párpados.
-¿Puedo quedarme a dormir aquí?
Scully piensa que esa es una frase difícil, de las que no caben en ninguna parte, de las que estallan como los vasos que se caen y te dejan todo lleno de cristalitos. Es casi una pena que la respuesta sea tan fácil.
-Claro.
Aunque en algún momento se ha preguntado qué hace allí Mulder, entiende entonces que es la única pregunta sin sentido, la única frase absurda por obvia: Ha ido a su casa a dormir y a que le cure una herida y a bromear sobre fingir estar enfermo y a taparse con su manta. Porque los besos curan hasta cuando no se dan y los dos se echan de menos más de lo que cabe en las conversaciones telefónicas.
Así que Scully olvida las preguntas tontas. Coge el mando para seguir viendo la película. Le da un beso a Mulder en la rodilla.
-Un beso para que cure.
-Gracias -responde él sin abrir los ojos-: Lo necesitaba.
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En el triángulo de las Bermudas.
Vértice 1: Estoy tumbado en el sofá leyendo una historia ridícula sobre la existencia de los hombres polilla. Es absolutamente absurda. La leo sólo por hacer tiempo, para que me entre sueño, por reírme un rato. El teléfono suena y compruebo que es Scully. Son las 3:34 de la madrugada. Me sorprende.
Hablamos durante casi media hora, de nada en particular. Ella ha preguntado qué hacía y yo le he hablado de una historia sobre hombres polilla que fueron los primeros habitantes del planeta y cómo, según el tal mothman51 que la colgó en internet, la especie humana evolucionó a partir de los experimentos que éstos hicieron con primates. Le leo fragmentos, sólo para hacerle reír, con la fuerte sensación de que es lo que necesita. De que vale lo que sea para que se mantenga al teléfono. En algún silencio incómodo soy consciente de que me ha preguntado qué hago, cosa que no acostumbra a hacer cuando me llama de madrugada. Luego caigo en que siempre soy yo quien llama de madrugada, quien empieza la conversación con un capcioso "¿Qué estás haciendo?"
Media hora después Scully ha pronunciado un "¿Por qué no vienes?" Luego guarda silencio. La oigo respirar. Intento descifrar el desarrollo de la conversación, cómo ha llegado a ese punto, pero es inútil. Hombres polilla, aburridos anuncios de escobas en la madrugada, no poder dormir, "No pensaba que podías llegar a ser tan incrédulo", "Todos tenemos nuestros límites". Sí, hubo algo referente a nosotros y noches en vela, recuerdos de insomnio en moteles y llamadas de madrugada. Pero no llega hasta ahí, no explica la petición o la pregunta. No cuadra.
-Déjalo, Mulder, olvida lo que he dicho.
-Voy para allá.
Y cuelgo el teléfono, sintiendo ahora que lo único importante es no seguir su risa, forzada para quitar importancia a lo dicho, no dejarle hablar, no mantener la línea abierta. No permitir la huída.
Hace un año me perdí en el Triángulo de las Bermudas. Algo así como una de las diez cosas que hacer antes de morir, para alguien como yo. En fin. El caso es que naufragué allí, hice un viaje en el tiempo, acabé en un barco de la Segunda Guerra Mundial, salvé el destino del mundo (bien es cierto que después de estar a punto de modificarlo) y besé a una mujer que era igual a Scully.
Su respuesta fue una bofetada.
Desperté en el hospital, con la verdadera Scully a mi lado, diciéndome había tenido un sueño mientras estaba inconsciente.
Traté de convencerle de que todo era real, pero fue inútil. Entonces le dije que la quería. Me lo pensé, tomé aire, la miré a los ojos, y dije "Te quiero". Porque era cierto, porque pensé que ya era hora, porque podía haber muerto sin decírselo y de pronto comprendí que eso sí que estaba en mi listado de cosas que hacer antes de morir. Quizá fue porque estaba drogado. Quizá sólo porque era lo que sentía, o porque sabía lo que se sentía al besarla o porque estaba harto de callármelo.
Su respuesta fue "Lo que faltaba". Se dio la vuelta y salió de la habitación.
Vértice 2: No voy a buscar razonamientos, el caso es que decido que debo afeitarme antes de ir a su casa. Y ahí estoy, frente al espejo, embadurnado en espuma de afeitar, con la cuchilla en la mano. Inmóvil. Mirando fijamente mi reflejo hasta que se desdibuja y resulta absurdo, como una frase repetida demasiadas veces. Recordando, el aire en mis pulmones antes de aquel "Te quiero", la sensación al besarla en el barco sin saber si era ella o no. El beso que nunca fue, arropar su cuerpo desnudo en el hielo, las horas muertas hablando a lo largo de todo el país, su cara de sueño cuando entra en la oficina por las mañanas. Todo lo inmenso y lo minúsculo que nos ha ocurrido.
Empiezo a afeitarme pensando en los momentos, no uno por uno sino como mezcla, en que estuve a punto de decir algo más, algo distinto a "Buenas noches", dar un paso adelante en lugar de retroceder, cuando una conversación, un abrazo, se escapaba de las manos.
"¿Por qué no vienes?" ¿Era eso lo que faltaba? ¿Eran esas las palabras y ahora están dichas? ¿Va a ocurrir?
¿De verdad va a ocurrir?
"Te quiero"-"Lo que faltaba". Eso nos dijimos. Ella salió de la habitación y yo me recosté sobre la almoada sintiendo el dolor en la mejilla por la bofetada. Sonreí. Realidad o sueño había algo cierto: Lo había hecho, lo había dicho. Nunca antes ni después le dije a Scully que la quería. Parecía inútil, o redundante, o una pregunta velada, o peligroso, o tantas otras cosas. Obvio, en cualquier caso, inevitable dejando a un lado las matizaciones del cómo. He querido a Scully de muchas maneras y la manera nunca me ha parecido prioritaria, sino algo secundario. Nunca volvimos a hablar de aquello, por supuesto, como nunca hemos vuelto a hablar de tantas otras cosas que han estado a punto de ocurrir, que se han quedado a un par de palabras y un par de pasos de distancia. Miedo y prudencia se confunden tanto que uno se olvida de intentar diferenciarlos.
Y yo tomo la decisión ahora de olvidarme de ambos.
Vértice 3: De pie ante la puerta de Scully, aún sin llamar, pienso que debe haber muchas razones por las que una persona le pide a otra que vaya a su casa de madrugada. Pienso que es un gran error por mi parte identificar sólo una. Intento prepararme para una bofetada, un "lo que faltaba", un "estabas soñando". Otras opciones. Casi ridícula la profunda decepción que arrastran. Al coger el teléfono sólo un par de horas atrás esta opción no existía. Ni siquiera había imaginado que, si llegaba a ocurrir, pudiese ser así. Vértigo al sentir cómo algo que viajaba a cámara lenta desde hace tanto se ha acelerado de pronto. Llamo a la puerta sólo para no pensar. ¿De verdad va a ocurrir? ¿Eran esas las palabras? ¿Fueron esas? Y la puerta se abre mientras pienso que no tengo elección en el hecho de que ocurra. Es como un accidente a la espera. ¿Lo ha sido siempre? Lo es ahora. Como el "Te quiero" ya estaba ahí antes de nombrarlo, sólo cuestión de darle forma.
-Eh, hola.
Baja la mirada y se retira para dejarme pasar. Y en ese preciso instante sé que va a ocurrir.
Olvido el miedo, la prudencia, la conversación preparada en el camino. Pierdo el paso caminando hacia el sofá y me doy la vuelta para abrazarla, por la espalda, mientras cierra la puerta. Cierro los ojos, sencillamente a la espera, de lo que sea.
-Mulder no tenías por qué...
-No, Scully. Eso no. Cualquier cosa menos eso.
Ni siquiera tiene sentido en mi mente al decirlo pero ella lo entiende. Se vuelve y me besa.
Y aquí estamos. Justo aquí. En este lugar de límites inciertos al que nunca se sabe exactamente cómo se ha llegado ni del que se tiene la menor idea de cómo salir. Me esfuerzo en olvidar miedo y prudencia y pienso tan sólo en que es un buen lugar.
Un lugar en el que merece la pena perderse.
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23 letras
El café siempre acaba quedándose frío. A veces bebe un sorbo al principio, para entrar en calor o porque la conexión va lenta. A veces se fuerza a hacerlo, mirando sólo la dirección de correo electrónico. Le imagina un instante, mientras el calor baja por su cuerpo: Siempre aislado, sobre un fondo nebuloso, mirando al frente con una sonrisa. Intenta eliminar la tristeza de la mirada, pero nunca lo consigue.
Ha logrado transformar en rutina todo lo que rodea al hecho: Buscar en la guía un ciber-café distinto cada vez, comprobar que no le siguen, echar una ojeada al establecimiento por si hay demasiada gente, pedir el café con una sonrisa tranquila, hacer tiempo mirando otro correo hasta que se lo sirven, controlar el miedo a que sea una de esas ocasiones en que no hay e-mail. Respirar hondo y recordarse que llorar es algo que se hace en casa. Una mirada a William en el carricoche. Suele leer con la mano apoyada sobre él. Quizá un pequeño sorbo al café, pincha sobre el correo y la rutina salta en pedazos, cada vez.
Cada vez se dice que lo leerá despacio y con calma, pero no puede. Hace un recorrido rápido sobre el texto buscando las palabras clave: "Peligro", "Estoy mal", "Tengo que decirte algo malo"., "No debí irme", "No puedo soportar estar lejos de William. Voy a volver. Da igual lo que pase". Nunca han aparecido, pero siempre las teme. En ese recorrido se esfuerza en saltarse las otras, las que hay que leer despacio: "Te echo de menos", "Pensando en ti", "No dejo de pensar en William", "Estar contigo"...
La segunda lectura es lenta. Se detiene en cada frase, la relee, la analiza, le dedica una sonrisa o se muerde el dolor en los labios.
Mulder habla de todo tipo de cosas, muchas veces se pregunta qué le lleva a contar esas y no otras. Nunca encuentra respuesta y pronto deja de importarle.
Las expresiones a veces se repiten pero cada correo es distinto, las sensaciones que le producen son distintas pero todos le arrasan, palabra por palabra.
A veces le cuenta lo que ha soñado, siempre sueños buenos:
" ...que estábamos en aquel motel, ¿te acuerdas?, en Kroner (Kansas), haciendo el amor. Sonreías sin parar. Yo repetía tu nombre una y otra vez. Luego te besaba hasta que te quedabas dormida. He pasado media noche soñando que te veía dormir y quería despertarte, pero me desperté antes de decidirme. ¿No es raro?"
Y Scully intenta recomponer su gesto, quitarse la sonrisa, antes de murmurar un-¿Qué parte?¿Qué parte es rara?
A veces habla de las cosas que han vivido juntos. Recuerdos desordenados:
"Ayer estuve pensando en cómo éramos al principio, cuando nos conocimos. La máscara de profesionalidad que ponías cuando te contaba mi visión de los casos, los ojos como platos en los que veía un "Este esta loco, pero loco de verdad". Lo que me gustaba escandalizarte hablándote de lo paranormal. No, en serio, sé que no está bien decirlo, pero me lo pasaba muy bien con eso."
"Hoy fuimos a por provisiones y en la pastelería tenían buñuelos de arándanos. ¿Te acuerdas? Buñuelos de arándanos. Aquella vez. Me he quedado delante del cristal del escaparate. Pensando en robarlos."
"Recordé esta mañana aquella noche en Philadelphia en que estuve a punto de besarte. No sé si tú te acuerdas. Joder, no sé siquiera si te diste cuenta. Me da rabia no poder decirte esto a la cara y ver si realmente lo supiste. No sé por qué no te he hablado de ello antes"
Y ella piensa "¿Qué noche, Mulder, qué noche? No sé de qué noche hablas, joder".
"El caso es que te habías quedado dormida en mi habitación mientras trabajábamos, te despertaste y te levantaste tambaleándote y diciendo que te ibas a la cama. Me levanté para acompañarte hasta la puerta o algo así y te volviste de pronto, casi chocamos, y sólo estaban tus labios y pensé que iba a besarte. Entonces me dijiste: -He subrayado los lugares importantes en los cuatro primeros expedientes antes de dormirme-, y pensé que iba a besarte sobre los lugares importantes, o que iba a besarte sobre la cama cubierta de expedientes con lugares importantes perfectamente subrayados con tu lapiz rojo de subrayar cosas importantes, o que iba a besarte en los lugares importantes y luego en todos los demás. Pero entonces me diste las buenas noches y te diste la vuelta y te fuiste así que no te besé".
-Me di la vuelta porque después de aquella eternidad que pasaste mirándome acabé decidiendo que me había equivocado y que no querías besarme, imbécil,-susurra ella tapándose la boca para disimular la risa. Resistiéndo porque lo de llorar se hace en casa.
A veces le habla de cosas mundanas, de lo que ha comido, de que ha dado un paseo por la tarde, de que hace mucho calor:
"El chico ha hecho los peores huevos rancheros que se puedan imaginar. Lo gracioso es que hemos decidido que a partir de ahora siempre cocinaré yo, pero sólo porque yo no puedo leerle la mente y saber hasta qué punto lo que cocino le parece asqueroso. Así que cenamos fatal pero nos reímos mucho, lo cual es bastante raro y bienvenido por estos lares (lo de reírnos mucho, claro, lo de comer fatal lo tenemos todos los días)."
"Este lugar en el que estamos, al atardecer, es un museo de cielos distintos. Caminamos durante casi una hora sin rumbo bajo nubes rosas y violetas que se movían a toda velocidad. Me acordaba de viajar contigo. Una vez bajamos del coche y te apoyaste sobre la puerta mirando el cielo con una sonrisa preciosa. Dijiste "Me gusta", sólo eso, y negaste con la cabeza como si hubieses pensado algo importante que no te atrevías a decir. Recuerdo cuánto deseé preguntártelo. La sensación de tener las palabras en la boca y la urgencia de pronunciarlas "¿Qué piensas Scully?Cuéntamelo todo." Pero estabas sonriendo y no quería romper eso. Así que no me repitas en el próximo e-mail que tienes muchas cosas que contar pero no sabes por dónde empezar: Cuéntamelo todo, Scully. Cuéntamelo todo."
El café siempre se queda frío. Scully no recuerda la taza hasta que ha acabado de escribir su mensaje de respuesta. Siempre tarda demasiado, y siempre le parece pequeño, tonto y frío y vacío e incapaz de decir tantas cosas que necesita decir y que no sabe cómo poner para que le hagan a Mulder lo que sus mensajes le hacen a ella. No lo de descolocarla, y hacer que el mundo dé vueltas, ni hacerla llorar al volver a casa. Lo otro, lo de hacerle temblar un poco y meterle en el cerebro la idea de que, por muy injusto y terrible que sea el mundo, no es posible que todas esas cosas que él le cuenta no vuelvan a ocurrir. No, no puede ser, no hay posibilidad ninguna de que no llegue el día en que vuelvan a estar juntos si siente lo que siente, si algo tan frío como una pantalla de ordenador con letras de imprenta, sólo 26 variantes, le hace sentirle tan cerca. Tiene que haber algo más, tiene que haber un destino y tienen que volver a estar juntos y cualquier otra posibilidad es absurda.
Cuando pincha "Enviar", siempre lo hace tomándose el café de un trago, frío y amargo, para volver a la realidad. Elimina todos los rastros de información que pueden quedar en el ordenador y cierra los ojos un instante para volver a imaginarle, haciendo un gesto de saludo antes de dar la vuelta y de que su imagen se desvanezca.
Pero las palabras permanecen, la sensación permanece, él permanece, dentro.
Sonríe a William, tanto si está despierto como si no. Le acaricia la cabeza y susurra un "Todo está bien, cielo. Está bien" Siente que no es la verdad, como sabe que lo que le cuenta Mulder no es lo que hay, no es su realidad completa sino una parte, una pequeña parte, ínfima aunque real.
Pero es lo que hay que decir para mantenerse en pie. Y, por mucho que llore al volver a casa, funciona.
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La cabeza alta
Al principio le resultaba humillante. Los gestos, los comentarios, las risas. Las racionales exposiciones en contra.
Verle ahí, de pie, explicando sus hipótesis, hablando de fantasmas, de extraterrestres, de telequinesia, la larga lista de explicaciones a un hecho que jamás serían aceptadas en una reunión del FBI. Mulder hablaba con voz firme y la cabeza bien alta. Hablaba bien, era bueno en ello. Tenía esa capacidad de algunas personas para meterse en el bolsillo a un auditorio. Sólo haría falta que sus palabras fuesen otras.
Ella, sin embargo, permanecía con la cabeza gacha fingiendo leer algo, escuchando los murmullos, preguntándose cómo era él capaz de mantenerse altivo.
Recuerda aún la primera vez en que, al salir de una reunión, Mulder la llevó a un lado para quejarse de su actitud.
-Actúas ahí dentro como si no creyeses nada de lo que estoy diciendo. No es precisamente una ayuda, ¿sabes? Creo que no es mucho pedir que me apoyes en estas situaciones.
-Actúo ahí dentro como actúo fuera. Te he apoyado en todo lo referente a la investigación y pruebas encontradas. No creo que haya una explicación sencilla pero tampoco creo en la conclusión a la que has llegado. No creo que haya una conclusión aún.
-Pero tú estabas ahí, lo viste como yo. Eras lo único a lo que aferrarme que tenía ahí dentro, eras mi testigo. Y cada vez que te miro es como si no estuvieses, como si te avergonzase lo que hacemos.
-No es eso, es el modo en que lo expones. Hablas no como si expusieses una idea, sino como si se la estuvieses intentando hacer tragar. Hay formas y formas de decir las cosas.
-Que no me miren como si no fuesen a creerme diga lo que diga. Aunque ayudaría que no lo hicieses tú.
Se fue, sin esperar respuesta.
Con el tiempo, resultaba una costumbre. Aprendió a abstraerse de comentarios y risas, a mirar y atender a las palabras de él, valorar su exposición, racional dentro de lo irracional de lo que partía. O quizá, simplemente, había estado ahí demasiadas veces, había sido testigo de demasiadas cosas. Seguía resultando humillante pero sabía ignorarlo.
Nunca fue así con Skinner, sin embargo. Había algo en él que mantenía la sensación de respeto en todo momento. Skinner podía llamarles locos, acusarles de falta de seriedad, culparla de no haber mantenido la cordura que daba por perdida en él y aún así dar la sensación de respetarles. Con el tiempo, Scully entendió que no era una sensación, era tan sencillo como que Skinner les respetaba. Y la mayoría de las personas con las que tenían que tratar los casos en ocasiones no lo hacían.
Más tarde, cambió. Poco a poco pero de forma irreversible. Las pruebas eran pruebas sonasen extrañas o no, los hechos eran hechos. No cerraba las conclusiones, pero tampoco negaba las de Mulder, tampoco se avergonzaba de decir lo que había descubierto, le mirasen como le mirasen.
Los cuchicheos le resbalaban sin importar lo crueles que fuesen, desde el "Dos que se acuestan juntos son de la misma opinión" hasta el "No es la misma desde que se la llevaron los extraterrestres", siempre seguidos de risitas, en ocasiones dichos a propósito para que los pudiese oír.
"La verdad es la verdad, con o sin explicación, los hechos son los hechos", solía decir. La cabeza alta, la voz firme. El desprecio de los demás ayudaba. A fin de cuentas, ¿a quién le importa la opinión de quien no respeta otra opinión?¿Qué valor puede tener una crítica que no se basa en un análisis, una crítica fabricada de serie, cargada de prejuicios?
Fue entonces, cuando empezó a hablar con la cabeza bien alta en esas reuniones, cuando fue consciente de que no sólo Mulder y Skinner la miraban con respeto. Había otros, eran minoría pero estaban, que callaban, escuchaban y nunca hacían comentarios humillantes.
Quizá habían estado ahí siempre, pero su propia vergüenza no le había permitido reparar en ellos.
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