Traigo un fic recién sacadito del horno, oiga.
Título: Fidelidad
Fandom: Fullmetal Alchemist
Claim: Martel/Dolcetto
Rating: PG-13
Beta:
teniente_ross Fidelidad
El baño de aquel sucio y mugriento bar estaba en completo silencio. Si se asomaba a la estrecha ventanilla que había sobre su cabeza, Martel podía tener el suelo exterior a la altura de su nariz. No quería salir. Necesitaba estar un rato sola, dejar de pensar, que su espacio vital sólo estuviera débilmente invadido por el sonido de las gotas de agua al caer desde un grifo mal cerrado.
Casi se estaba quedando dormida cuando escuchó la puerta. Pensó que probablemente sería el dueño, que iría a buscarla tres cuartos de hora después desde que le preguntara dónde estaba el lavabo. Sin embargo, sólo escuchó unos pasos cercanos al cubículo en el que ella se encontraba, y un ruido de “agua” le indicó que sólo era otro cliente que había ido a orinar. Era un único baño mixto, así que era de esperar que tarde o temprano entrara alguien y la sacara de su pequeño envoltorio de silencio.
Escuchó un gemido, inequívoco de una garganta masculina.
-Joder, ya no podía más… -dijo la voz, suspirando de alivio.
La curiosidad de Martel la instó a abrir la puerta del cubículo, procurando hacer el mínimo ruido posible. El hombre estaba en uno de los urinarios justo enfrente de ella; llevaba una reluciente katana atada al cinturón. Martel le examinó con una sonrisa, pero cuando llegó a los pies se percató de algo.
El sujeto parecía apoyar todo su peso en la pierna izquierda, y levantaba poco a poco la derecha. Se torcía. Y se torcía. Pero sorprendentemente, no perdía el equilibrio. Cuando finalmente acabó, se sujetó el pantalón y se lo ajustó con el cinturón; al darse la vuelta y toparse con una jovencita rubia sonriéndole ampliamente, éste soltó un grito ahogado, y perdiendo el equilibrio se chocó con los urinarios.
-¡¿Q-qué?! ¡¿No te han dicho nunca que espiar a la gente cuando mea es de mala educación?! -exclamó, medio espatarrado y con una mano en el pecho.
Martel soltó una carcajada.
-¿Qué eres, un perro?
-¿Cómo? -preguntó él, extrañado.
Martel salió del cubículo y se colocó frente a él con gesto burlón.
-Has hecho algo así -levantó una pierna, imitándole- mientras orinabas.
-No es cierto -negó el hombre, ligeramente avergonzado.
-Pues yo creo que sí -la mujer dio media vuelta, dispuesta a salir del baño-. Te invitaría a una copa, Dolcetto, pero estoy sin blanca.
Qué bonita casualidad, pensaba Martel, que un compañero de guerra se topara con ella en el mismo antro. Aquello significaba entonces que no había sido la única cobaya que había salido con vida de los experimentos del ejército, y eso la hizo sentirse menos sola.
Estaba dispuesta a subir las escalerillas con intención de tomar algo en la barra, pero notó un tirón de la cinturilla de sus pantalones que la hizo detenerse.
-¿A dónde te crees que vas? -dijo Dolcetto, tomándola del brazo y conduciéndola hacia otras escaleras- ¿Me perviertes y luego pretendes irte de rositas? Quiero que conozcas a alguien.
Martel le detuvo tirándole del brazo.
-Espera.
-¿Qué? -saltó impaciente, pero al volverse y encontrar una mirada dulce en los ojos de Martel, cambió de expresión.
La mujer dio dos pasos y lentamente pasó las manos por debajo de los brazos de Dolcetto, para rodearle por el tórax y estrecharle hacia sí, acariciándole la espalda.
-Creí que habías muerto.
Dolcetto rió entre dientes y correspondió el abrazo.
-Un perro fiel no abandonaría a su dueño -contestó, dándose cierto aire heroico.