22
La Frase
( tabla te...: te recuerdo)
Wine Red | Gloria Lamb, Thom Polly.
- Spoilers y angst.
Le duele. Si no fuera así, sería inhumana, insensible, y lo sabe, pero no puede evitar sentirse mal. No puede evitar el dolor, los recuerdos, los ecos de las risas y las sombras que se pierden en las noches frías lentamente. No puede evitar llorar y tocarse el pecho, como si éste último gesto fuera de ayuda para algo.
Y no le gusta. Está cansada de sentirse mal, y está cansada de sentirse bien de a ratos porque sabe que luego vendrá el bajón. Como las bebidas energéticas. Como chocolate. Como azúcar. Como todo lo dulce.
Lo acepta; lo extraña. Lo necesita. Y le duele, y mucho, pero quiere acabar con todo de una vez. Aunque le quede poco tiempo de vida y recuerde el vago sentimiento de hace mucho tiempo atrás, ése egoísta de querer vivir por más tiempo, de no querer morir; quiere poner punto final.
Porque ha cambiado. Ahora éste es el futuro que ambos temieron alguna vez; ahora es presente, y él ya no está. Sólo queda ella, con el corazón a medias; él se llevó la otra mitad.
Mira al cielo, con lágrimas en los ojos. El viento de octubre saliente acaricia sus mejillas, juega con su cabello y le levanta los bordes de su vestido. El cielo está nublado, y el aire se siente demasiado dulce, suave, mojado. Está por llover.
Glo está sostenida en una banca del parque que está cerca de la gran casona blanca de la esquina. La han dejado salir por un momento, sólo una media hora. U hora y media. Sinceramente no puede acordarse de ello.
Y tampoco quiere volver.
Cierra los ojos, y por primera vez en su vida lo recuerda. Recuerda su risa, su sonrisilla que sólo indicaba una idea buenísima e infantil para una travesura. Recuerda su olor a jabón y champú de manzanas verdes. Recuerda sus manos, delicadas como las de una señorita. Recuerda la poca barba que sólo una vez se dejó ver. Recuerda su esencia, su presencia. Recuerda su música, su voz…
Ahora llora. Se aferra a la banca, con dolor, y abre los ojos, mirando al cielo, pensando que qué idiotez, ¿por qué llevarse a gente que no quiere irse todavía? ¿Por qué no dejar simplemente vivir para siempre, todos felices y contentos? ¿Por qué…?
-Señorita Gloria.
Glo voltea, sin secarse las lágrimas, y aprieta los labios.
Pero se trata de eso, ¿no? Él ya no está. Tiene que acostumbrarse. Ni con un milagro ni con ciencia ficción traerán de vuelta a Thom. Punto pelota. La cruda realidad.
La enfermera le hace una seña de volver, y ella asiente. La ayuda a levantarse y ambas caminan en dirección a la casona blanca de la esquina. Ella, la enfermera, haciendo su trabajo. Glo, llorando en silencio, convenciéndose de que estaría en mejor lugar si estuviera… con él.
Si estuviera muerta.
Glo sonríe tristemente. Tal vez ésa es la única salida que…
Empieza a llover.
La enfermera apura el paso, pero su paciente se detiene, bajo la lluvia, con los hombros caídos, los ojos fijos en el pavimento, las manos sin poderlas mover como ella quiere.
“No te rindas; sigue luchando.”
También recuerda eso. Lo recuerda a la perfección. Recuerda cómo se lo dijo, cuándo se lo dijo, por qué se lo dijo, dónde se lo dijo. Y lo recuerda todo muy bien, para su desgracia. Lo recuerda tan bien que puede sentirlo, puede oírlo, puede olerlo.
(Puede hacerle caso, también, porque sabe, en el fondo, que él no se ha ido. No por completo.)
( tabla te...: te recuerdo)
Wine Red | Gloria Lamb, Thom Polly.
- Spoilers y angst.
Le duele. Si no fuera así, sería inhumana, insensible, y lo sabe, pero no puede evitar sentirse mal. No puede evitar el dolor, los recuerdos, los ecos de las risas y las sombras que se pierden en las noches frías lentamente. No puede evitar llorar y tocarse el pecho, como si éste último gesto fuera de ayuda para algo.
Y no le gusta. Está cansada de sentirse mal, y está cansada de sentirse bien de a ratos porque sabe que luego vendrá el bajón. Como las bebidas energéticas. Como chocolate. Como azúcar. Como todo lo dulce.
Lo acepta; lo extraña. Lo necesita. Y le duele, y mucho, pero quiere acabar con todo de una vez. Aunque le quede poco tiempo de vida y recuerde el vago sentimiento de hace mucho tiempo atrás, ése egoísta de querer vivir por más tiempo, de no querer morir; quiere poner punto final.
Porque ha cambiado. Ahora éste es el futuro que ambos temieron alguna vez; ahora es presente, y él ya no está. Sólo queda ella, con el corazón a medias; él se llevó la otra mitad.
Mira al cielo, con lágrimas en los ojos. El viento de octubre saliente acaricia sus mejillas, juega con su cabello y le levanta los bordes de su vestido. El cielo está nublado, y el aire se siente demasiado dulce, suave, mojado. Está por llover.
Glo está sostenida en una banca del parque que está cerca de la gran casona blanca de la esquina. La han dejado salir por un momento, sólo una media hora. U hora y media. Sinceramente no puede acordarse de ello.
Y tampoco quiere volver.
Cierra los ojos, y por primera vez en su vida lo recuerda. Recuerda su risa, su sonrisilla que sólo indicaba una idea buenísima e infantil para una travesura. Recuerda su olor a jabón y champú de manzanas verdes. Recuerda sus manos, delicadas como las de una señorita. Recuerda la poca barba que sólo una vez se dejó ver. Recuerda su esencia, su presencia. Recuerda su música, su voz…
Ahora llora. Se aferra a la banca, con dolor, y abre los ojos, mirando al cielo, pensando que qué idiotez, ¿por qué llevarse a gente que no quiere irse todavía? ¿Por qué no dejar simplemente vivir para siempre, todos felices y contentos? ¿Por qué…?
-Señorita Gloria.
Glo voltea, sin secarse las lágrimas, y aprieta los labios.
Pero se trata de eso, ¿no? Él ya no está. Tiene que acostumbrarse. Ni con un milagro ni con ciencia ficción traerán de vuelta a Thom. Punto pelota. La cruda realidad.
La enfermera le hace una seña de volver, y ella asiente. La ayuda a levantarse y ambas caminan en dirección a la casona blanca de la esquina. Ella, la enfermera, haciendo su trabajo. Glo, llorando en silencio, convenciéndose de que estaría en mejor lugar si estuviera… con él.
Si estuviera muerta.
Glo sonríe tristemente. Tal vez ésa es la única salida que…
Empieza a llover.
La enfermera apura el paso, pero su paciente se detiene, bajo la lluvia, con los hombros caídos, los ojos fijos en el pavimento, las manos sin poderlas mover como ella quiere.
“No te rindas; sigue luchando.”
También recuerda eso. Lo recuerda a la perfección. Recuerda cómo se lo dijo, cuándo se lo dijo, por qué se lo dijo, dónde se lo dijo. Y lo recuerda todo muy bien, para su desgracia. Lo recuerda tan bien que puede sentirlo, puede oírlo, puede olerlo.
(Puede hacerle caso, también, porque sabe, en el fondo, que él no se ha ido. No por completo.)