Me despierto alterada por la voz que se cuela a través de la pared, claramente insuficiente, que separa mi cuarto de la cocina. Es mi madre hablando por teléfono. Habla muy alto, como siempre, pero ella no se da cuenta. Habla como si estuviera enfadada, pero es sólo ese exceso de vehemencia que, junto con la tendencia a hablar a voces, comparto con
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