PARA:
heka_grangerDE PARTE DE: Amigus anonimus
Fandom: Star Trek
Pareja: Spock/Kirk
Disclaimer: "Star Trek" es una creación de Gene Roddenberry y no me pertenece. Las canciones pertenecen a sus respectivas compañías discográficas.
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sendspace i. beside you
marianas trench
when your tears are spent on your last pretense
and your tired eyes refuse to close and sleep in your defense
when it's in your spine like you've walked for miles
and the only thing you want is just to be still for a while
ii. beautiful things
gungor
you make beautiful things
you make beautiful things out of the dust
you make beautiful things
you make beautiful things out of us
iii. i will be silent
over the ocean
i will be silent and wait for you
my heart will be quiet as I wait for you
only one thing is required
to be sitting at your feet
iv. i'm not human at all
sleep party people
i'm not human at all
i have no heart
v. if i’m saying nothing
landon pigg
never would I dare to
break this sacred silence
for luminous is our love
in the peace and quiet
Título: Expectativa
Fandom: Star Trek
Personaje/pareja: Spock. Indicios de Spock/Kirk.
Rating: PG
Resumen:
Disclaimer: "Star Trek" es una creación de Gene Roddenberry y no me pertenece.
Advertencias: Spoilers de Star Trek: Into Darkness.
Notas: Todo se entiende por el contexto, pero al pasar el cursor por arriba de las palabras en Vulcano aparece una leyenda con la traducción.
-Hasta los duendes como tú necesitan descansar.
-Hace tres días que reitera su opinión al respecto de mi predisposición, Dr. McCoy. Persistir en sus intentos, a pesar de saber con anticipación que mi respuesta será negativa, no es sino ilógico de su parte.
Tras lo que suena como un gruñido seguido de un suspiro exasperado, Leonard McCoy se retira de la habitación, murmurando que es un doctor, no una niñera.
Si Spock fuera humano se sentiría aliviado... Si fuera humano, lo cual se recuerda internamente que está completamente alejado de la realidad. El Kahr-y-tan es claro incluso ante estas situaciones. Dejarse llevar por un remolino de emociones no solucionará nada y, sin dudas, no hará que el Capitán se recupere con más facilidad.
Así que Spock simplemente hace lo único que puede hacer: esperar.
Espera a pesar de que el Dr. McCoy le dice que lo declarará no apto para estar en servicio. Espera a pesar de que la enfermera Chapel le dice con cierta reticencia que no le hará bien estar tanto tiempo de pie. Espera a pesar de que Uhura le asegura que su presencia en nada ayudará.
Claramente espera a pesar de que la acción en sí es irracional. El tiempo transcurrirá estando él o no en la enfermería, por lo cual sería más sensato que se dedicara a terminar los logs, escribir los informes y a cumplir con sus tareas.
Sin embargo, no logra obtener la determinación para irse.
Cuando llega la noche se sienta en una de las cómodas sillas que le trajo el joven Chekov cuando vino a visitar al Capitán ("Cuendo esperramos en Rusia, esperramos cómodos.") y reflexiona en silencio.
El tratamiento no está funcionando de la manera esperada, si bien sí ha logrado mantener al Capitán con vida, por lo cual es preciso contemplar las posibles alternativas.
Si el Capitán no logra recuperarse y muere, hay un 98,7% de posibilidades de que sea ascendido en su puesto. Es un panorama desfavorable, según su opinión. No obstante posee él las cualidades necesarias para desenvolverse como Capitán de la Enterprise con un mínimo de dificultades, sin dudas preferiría mantener su posición como oficial científico.
En un mismo sentido, si el Capitán despierta, pero el daño neurológico le impide retomar su puesto, la delegación de rango también recaería en Spock.
Y, claro, existe la chance de que la recuperación sea total y eficiente, lo cual le permitiría desarrollar sus tareas.
En cualquiera de los casos, el futuro de la Enterprise se vería asegurado y sus consecuentes misiones podrían llevarse a cabo.
¿Entonces a qué se debe esa presión que le apretuja el pecho y le provoca la sensación de que no puede respirar?
Tras capturar a Khan, el Dr. McCoy insistió en someterlo a los estudios médicos correspondientes y debido a que el reglamento de Starfleet así lo estipula en el cuarto capítulo del libro segundo, Spock dedicó un octavo de su día a los dispositivos e insumos de la enfermería.
Los resultados claramente indican que no sufre de ningún inconveniente respiratorio que pueda justificar la incómoda sensación que le impide dormir desde hace tres días.
Tiene decidido no comentar su condición al Dr. McCoy por dos razones:
En primer lugar, el tratamiento de James Kirk debe continuar siendo la prioridad.
Y en segundo lugar porque sospecha el origen de su estado.
En sus veintiocho años de vida sólo dos veces antes se vio envuelto en una situación similar.
La primera vez fue cuando aún vivía al cuidado de sus padres en ShiKahr, su ciudad natal, una de las más antiguas de Vulcan. Las familias que habitaban allí eran la cúspide de la herencia vulcana, eran la sangre tradicional del planeta y los descendientes más directos de quienes sí habían sido iluminados por las palabras de Surak y no habían huido con destino a la fundación de Romulus.
Durante cientos de años sólo vulcanos vivieron en ShiKahr. Y una día llegó una humana.
Los vulcanos la recibieron sin frialdad ni afecto. Amanda pronto comprendió que no era imposible para ellos sentir emociones, simplemente las mantenían bajo control, bloqueándolas desde la raíz. Así que tal vez en el fondo sí deseaban ser afectuosos o distantes con ella, pero lo cierto era que ninguno lo demostraba. Una larga conversación al respecto es uno de los recuerdos más vívidos que Spock tiene de ella.
«No eres completamente vulcano, no tienes que suprimir todo.»
Durante los primeros años de su vida no hubo día o noche en que no se sintiera abrumado y fuera de lugar. En la Academia los otros niños se burlaban de él, se reían y lo insultaban, ignorantes frente al hecho de que tal comportamiento los volvía aún menos vulcanos que él.
Sofek, uno de sus compañeros más crueles, parecía personalmente ofendido por su mestizaje. En una ocasión se hizo con un ahn'sirpe bien afilado y lo amenazó: «Cuando termine contigo lucirás como el asqueroso terrestre que eres.»
Spock, más pequeño que los demás niños y a veces hasta convencido de que realmente era inferior a ellos, comenzó a llorar al sentir el filo metálico sobre una de sus orejas. Los llantos eran prácticamente inexistentes entre los niños de su edad, ya que desde los cuatro años podían dominar el impulso de llorar. Fue ese sonido inaudito lo que capturó la atención de los tutores, que alejaron a Sofek y lo confinaron a la sala de Vrekasht Kya'shin para que meditara durante tres días con el fin de dominar su ira. A Spock, por el contrario, lo devolvieron al cuidado de sus padres. Amanda lo abrazó, Sarek murmuró que aún era demasiado humano.
«No tienes que estar asustado. Ya no te lastimarán» le aseguró Amanda al cuarto día desde el incidente, cuando Spock aún no quería salir de su habitación. Como deseaba que se sintiera más seguro, Amanda le regaló un
sehlat para que fuera su mascota y su feroz protector.
«No estoy asustado. Estoy triste», reconoció él. «¿Cómo hago para no estar triste?»
Recuerda a la perfección cómo el rostro de la mujer se compadeció de él en ese momento. «La tristeza no siempre es mala, Spock.»
«No es acerca de maldad o bondad, madre. La tristeza no tiene utilidad, no es lógica. No la necesito. ¿Cómo la elimino?»
Le llevó dos años más hallar una respuesta medianamente satisfactoria. En el 20° día de Tasmeen de 8877 decidió realizar su Kahs'wan con anticipación y tras ser atacado por un
le-matya, su primo Selek lo rescató. Su mascota I-Chaya, no obstante, sufrió una herida mortal de la cual no tenía posibilidad alguna de recuperarse por completo.
En ese momento, con siete años de edad, Spock tomó la decisión de seguir las enseñanzas de Surak y dejar a un lado las palabras de su madre. Todos creerían que fue valiente, que hizo lo correcto, que no quería pertenecer a la raza "inferior", pero lo cierto es que Spock entendió que los humanos no son débiles. Por el contrario, que los humanos puedan vivir sus vidas a pesar de sentir tanto y todo el tiempo es un verdadero testimonio de lo fuertes que son. Él no se creía tan fuerte y no podía tolerar la idea de llorar por su mascota, su único amigo, y luego seguir adelante. Era más fácil no sentir nada.
Ese día, al ver a I-Chaya morir se convenció de que jamás volvería a sentir tristeza, ni siquiera ante la muerte. I-Chaya podría haber continuado con vida por un tiempo, pero el precio habría sido alto y doloroso. Comprendió que cuando el momento llega hay que aceptarlo. La mortalidad es ineludible. Eso es algo que siempre tiene presente, especialmente ante el peligro al que se enfrenta a menudo en Starfleet. Y todo se remonta a ese instante de iluminación en el que se consideró Vulcano por primera vez.
Con el transcurso de los años cada vez se volvió más sencillo seguir el Kahr-y-tan. Una vez, cuando tenía recién cumplidos los diecisiete años se lastimó el rostro cuando una cuerda de su
arpa se soltó y le hizo un corte en la mejilla. Recuerda que el dolor había sido pulsante y una parte de él se preguntó si un humano habría llorado en esa situación. De una forma u otra, ya ni siquiera recordaba cómo hacerlo.
Al igual que él, Sofek, Sepek, Stark y los demás niños que alguna vez lo habían molestado, crecieron y adoptaron la filosofía de Surak. Sofek y Spock mantienen una relación cordial y se saludan sin rencor alguno cuando se cruzan en congresos de la Federación o en eventos en el nuevo asentamiento principal vulcano.
Incluso tras negarse a formar parte del Consejo de Ciencia Vulcano, Spock creyó que jamás tendría que lidiar con sus emociones de nuevo.
Se equivocó.
Lo que más le duele no es haber perdido a Amanda, sino saber que ya nunca tendrá la posibilidad de decirle que sí la quería.
Lo tendría que haber dicho. ¿Por qué no lo dijo? Tuvo miles de oportunidades.
Aquella ocasión en que le contó que había obtenido el promedio más alto de su clase en la Academia de Starfleet había sido ideal. Amanda había sonreído y sus ojos se habían llenado de lágrimas. «Estoy tan orgullosa de ti» le había dicho. Y lo había abrazado, agregando que lo quería.
Y él no había dicho nada más que un simple «Gracias, madre.»
Gracias.
Tendría que haberle dicho que jamás podría haber llegado tan lejos sin su respaldo, que a pesar de que todo indicaba que el afecto era ilógico, aún más ilógico le resultaba intentar entumecer el que sentía por ella.
Le tendría que haber dicho que estaba orgulloso de ser hijo de una humana.
Pero no lo hizo y ahora, aún sentado en la misma posición que antes y en la oscuridad, Spock está atrapado en lo que parece un déjà vu.
El destino del Capitán tiene tres desenlaces posibles y dos de ellos conllevan una sensación de culpa perpetua por todas las cosas que no dijo.
-¿Aún sigues aquí?
Las luces que se encienden súbitamente y la voz del Dr. McCoy lo toman por sorpresa. Esa es la razón por la cual las emociones son complicadas: le hacen bajar la guardia, estar menos atento, lo vuelven vulnerable.
-No veo la razón de ser de su pregunta, Doctor. Evidentemente aún estoy aquí.
El Dr. McCoy pone los ojos en blanco y esboza una mueca irritada, a la vez que se acerca a la cama de su amigo y revisa sus signos vitales en la pantalla.
-Sí, evidentemente… Pero ahora tienes que irte porque estamos a punto de llegar a la Tierra, lo cual sabrías si estuvieras haciendo tu trabajo, en vez de estar sentado aquí. ¿No va en contra de algún código verde tuyo que no hagas tus tareas?
-El decreto reglamentario 19681/3 del Código de Conducta de Starfleet establece claramente en el art. 81 que “a quien se le haya conferido en carácter transitorio el rango de Capitán está dotado de las mismas facultades que el propio portador del título en el legítimo ejercicio de sus funciones.”-Spock ni siquiera tiene que hacer un esfuerzo para recordar el artículo, puesto que los tiene todos incorporados a su vocabulario habitual. A veces sospecha que es por estas razones que el Dr. McCoy suele decirle que es un “muñeco de lata”-. El inciso h determina que una de las competencias es la de avocarse y/o delegar tareas en sus subordinados, en virtud de cuestiones de oportunidad, mérito y conveniencia.
El otro hombre luce repentinamente adormilado y larga un gran bostezo cuando ve que Spock se pone de pie y se le acerca.
-Por lo tanto, Doctor, recae en el ámbito de mi discrecionalidad delegar la autoridad en la sala de comando al Teniente Sulu. Si una situación riesgosa o de peligro inminente ha de desarrollarse a bordo, volveré a mi puesto de inmediato. Por el momento, no obstante, mi prioridad como Capitán Provisional es asegurarme de la pronta recuperación de mi superior.
-¿Era necesario todo eso? Podrías haber dicho simplemente que te quieres quedar con él hasta saber que estará bien.
Spock sabe que hay oportunidades -muy alejadas entre sí- en que el rostro del Dr. McCoy se vuelve más afable y su tono ya no denota aquello que los humanos tanto se esfuerzan por caracterizar como sarcasmo. A veces hasta pueden tener una conversación libre de indirectas e insultos. Quizás podrían hacer eso con más frecuencia si el otro hombre finalmente se diera cuenta de que él es inmune a sus ofensas, en principal medida porque entiende que en realidad no esconden malicia alguna y también en parte porque descifra mucho más de lo que hace parecer. Le resulta interesante ver al otro hombre enfurecerse porque “sólo un gnomo como tú no entendería algo así”.
Sin embargo, lo que en verdad más le agrada de sus discusiones es la manera en que el Capitán los observa, siempre con una pequeña sonrisa intentando escapar de sus labios, y un brillo especial en los ojos. Spock aún no ha concluido cuál es la explicación científica tras ese cambio de aspecto que se apodera de su amigo de vez en cuando. Sucede muy a menudo cuando están juntos. El Capitán jamás mira a otras personas de la misma manera en que lo mira a él.
Indudablemente habría que realizar estudios fehacientes en la materia para comprobar la causa exacta, pero Spock sospecha que tal vez es simplemente el sentimiento de felicidad. Y es que en realidad nada de simple hay en ello. A Spock no le agrada sospechar ni pensar “tal vez”. No se ve confiado concluyendo que la causa de una reacción física es tan solo una emoción porque es aterrador concebir que simples sensaciones tengan tanto efecto y control sobre uno. Pero tampoco le gusta aterrarse, así que no lo hace… lo impide, como hace con casi todo. Cada vez que una idea amenaza con asustarlo, le busca una explicación racional o la desecha. No necesita esa clase de ideas en su mente.
Pero estar cerca del Capitán es precisamente una recopilación de todos esos momentos de incertidumbre. Cuando está con él, Spock duda, sospecha, especula, se asusta y por más que lo intenta no puede inhibir sus emociones por completo. El Capitán no es como los demás. Él es… Jim. Y no suena tan irracional aceptar un poco de vacilación a cambio de estar en su presencia. Ahora mismo, Spock estaría dispuesto a sentir cualquier emoción si aquélla fuera la solución para el estado de su compañero. No sabe con puntualidad qué es lo que vuelve a James Kirk tan diferente del resto, tan especial como para relegar a la lógica a un segundo plano, y eso le parece fascinante. Jim mismo le parece fascinante en todo sentido. Le encantaría pasar el resto de su vida intentando descifrarlo, a la vez disfrutando esa sensación de no saber exactamente qué está pasando. Esa es la clase de persona que es Jim, la clase que confunde y en simultáneo deleita con ese desconcierto. Spock considera que es una posición muy humana en la que se encuentra y que lo más indicado sería ultimarla.
Pero no es completamente vulcano, no tiene que suprimir todo.
-Cuando lo trasladen a la clínica podrás verlo de nuevo.
Por segunda vez en el día, la voz del Dr. McCoy le hace recordar que no está solo junto al Capitán en su habitación de la enfermería y eso lo lleva a pensar que aprecia estos momentos en los que no hay insultos, a pesar de que es estimulante discutir con el otro hombre.
-De acuerdo -murmura de inmediato, asintiendo levemente. Aunque tendría que dirigirse hacia la puerta, primero se acerca aún más a la cama de Jim y observa su rostro con detenimiento. Luce tranquilo y relajado. Es tan poco natural. El Jim que él recuerda y al cual extraña jamás está tranquilo y relajado. Jim debería estar corriendo, peleando, riendo.
Un escalofrío le recorre la espalda al imaginar la vida en la Enterprise sin James Kirk armando alborotos, sin sus carcajadas, sin los juegos de ajedrez que a veces le deja ganar porque le agrada ver esa sonrisa altanera y amistosa que siempre le dirige cuando dice “esperaba más de ti, Spock. Me desilusionas.”
-Se recuperará pronto -susurra el Dr. McCoy y nada en su voz revela confianza.
Lo concreto es que no saben qué pasará con él. La sangre de Khan recién ahora está siendo estudiada y si bien ha logrado conservar a Jim con vida, nada les asegura que todo volverá a ser como antes ni cuánto tiempo continuará inconsciente.
-¿Quieres decirle algo? Probablemente puede escucharte.
En cualquier otra situación, probablemente no le serviría a Spock. De hecho, demandaría pruebas, porcentajes, gráficos… Pero probablemente es suficiente para él ahora porque probablemente es lo más cercano a hablar con Jim.
Hay tantas cosas que sabe que debería decirle, tantas cosas que ni siquiera sabe cómo decir… Cosas que ni siquiera sabe qué son ni cómo se llaman.
Pero lo que sabe con toda seguridad es que Jim no puede resistir una apuesta.
El Dr. McCoy se aclara la garganta y le comunica que necesita buscar otro tricoder, por lo cual se retira de la habitación por unos instantes. Spock lo agradece internamente.
Tras dudar durante nueve segundos, finalmente se inclina al lado de Jim y le susurra al oído:
-Espero más de ti, Jim. No me desilusiones.
Es algo que él no diría en otras circunstancias. No es la primera vez que le pasa algo así. Desesperación, gritos, ira, lágrimas, alegría… Todo lo que le provoca Jim es algo que jamás se daría en otras circunstancias.
Cierra los ojos por un momento y suspira. ¿Aceptar probabilidades, tener esperanzas sin fundamentos? Es todo muy nuevo para él, pero si funciona definitivamente podría acostumbrarse a ello.
Como aprendió de pequeño, hay ciertas etapas de la vida que son inevitables y no tiene sentido confrontarlas… pero su Capitán aún tiene mucho por delante. Es insensato rendirse ahora, considerando que aún hay mucho por hacer.
Con esa idea en mente se retira de la enfermería y aguarda a que lleguen a la Tierra. No hay variable ni valor alguno que fundamente su seguridad, pero sabe que pronto Jim despertará. Es ilógico y ridículo pensar así, pero eso es lo que Jim pensaría si la situación fuera inversa.
Durante toda su vida siempre intentó prescindir de las dudas y cada vez que surgía una se las ingeniaba para recordar algún pasaje que había leído y que podía ser de utilidad. “¿Cuál fue la solución del cuarto párrafo de la novena página?”
Ahora, en cambio, acude a los recuerdos de todos los momentos que pasó junto a Jim porque sabe que si él estuviese a cargo del problema, todo se solucionaría, todo estaría bien.
Ya quiere que todo vuelva a la normalidad.
Tener expectativas que no estén despojadas de emoción es algo que su padre no ampararía, pero si su madre aún estuviera viva, seguramente sonreiría ante tan descabellado escenario.
Y si conociera a Jim, entendería el porqué de su expectativa… Quizás hasta lo entendería mejor que él mismo.
Pero ella ya no está aquí, por lo que tiene que recorrer el camino de descubrimiento solo. No se propone abandonar el Kahr-y-tan en lo absoluto, sino que simplemente está dispuesto a aceptar de una vez por todas que no es del todo vulcano y que las emociones no tienen que ser de por sí malas. Cuando creyó que Jim estaba realmente muerto y que jamás volvería a verlo experimentó algo que nunca antes había sentido, ni siquiera cuando perdió a Amanda y a la mayor parte de su civilización.
Fue algo nuevo e inesperado.
Si bien eso es algo que no querría volver a sentir, sí le interesa ser consciente de que jamás podrá apreciar bien nada si no está dispuesto a sufrir ante su pérdida.
De haber controlado y bloqueado sus emociones cuando Jim lo dejó, jamás podría haber sentido el alivio incomparable que lo colmó al verlo vivo. Y eso sí es algo que le gustaría volver a sentir. Ha leído descripciones y pasajes enteros al respecto. Está convencido de que lo que sintió probablemente fue felicidad.
-Hemos llegado, Capitán -le notifica el Señor Sulu, una vez que Spock ya está de regreso en su puesto, ocupando el cómodo sillón de mando.
-No, Teniente Sulu. Recién empezamos -responde él, abstraídamente y mirando hacia adelante. Estar en órbita de la Tierra es sólo un paso más hacia la recuperación de Jim, pero de ninguna manera es una meta final.
Spock no puede esperar el momento en que se retiren de nuevo, con James Kirk en el lugar que le corresponde, a cargo de la Enterprise, y él en el que verdaderamente desea, a su lado.
Tal como debería ser.