Cuando mi madre era pequeña, subirse a una mesa a bailar era su mayor afición. Yo seguí sus pasos. De pequeñita siempre me fascinó el baile. Aunque la vena exhibicionista no traspasó a mis genes, me encantaba encerrarme en mi cuarto a bailar cuando era una cria. Hasta tal punto que mis padres me compraron el atuendo para bailar la Lambada.
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