Nombre: Quizás mañana sea mejor
Palabras: 501
Advertencia: bajo propia responsabilidad xd?
Nota: subiendo un poco el tono de la cosa esta...
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Quizás, pasó demasiado tiempo de su vida pensando en cómo poder hacer algunas cosas, en cómo idear las alternativas para solucionar los problemas que el mundo le cargaba encima. Ya había perdido la cuenta de cuantas noches había dejado de dormir, intentando hallar solución a esos insignificantes problemas que la atormentaban. Pero más aún, no se había dado cuenta de que en el camino que buscaba su propia perfección, se perdió a sí misma.
Siempre imaginó que el final llegaría demasiado pronto, pero no tanto. Tenía apenas veintitrés años cuando el agobio se apoderó de su alma; cegó sus ojos, destrozó su mente y despedazó cada pequeña partícula de vida que había en ella, para así luego esparcirlos al viento a ver si alguien con más suerte los acogía y le permitieran fundirse con ellos.
Siempre pensó que el final llegaría pronto; y que antes del momento decisivo alguien le detendría, gritaría su nombre y ella le prometería a Dios y a todos los santos, que esta era la última vez, que cambiaría, que intentaría todo por segunda vez…
Siempre supo que el final llegaría, pero no que éste se encontraba aguardándola al cruzar la calle. “¡Esto no está pasando!” Fue su propia conciencia pidiendo a gritos que se detuviera. “¡¿Dónde se suponen que están todos?! ¡¿Dónde se supone que está el apoyo, la confianza, el amor?! ¡¿Dónde quedan los buenos momentos en que me prometieron que esperarían por mí?!… que no me dejarían atrás… que deseaban mi bienestar…”
La nada era tan grande, y al mismo tiempo tan pequeña. A pasos pesados, se encaminó hacia una de las recámaras de la vieja casa…
Tenía apenas veintitrés años, se sentó junto a una pequeña mesa, dándole la espalda a un ventanal. Su frente reposaba sobre sus rodillas; su espalda encorvada y sus manos sobre su nuca…
Sabía que el final llegaría; llevaba esperándola y llamándola desde hace mucho. Sus manos temblorosas abrieron una caja que reposaba sobre la mesa, sacando un pequeño objeto envuelto en una tela roja. Despacio, removió la cobertura y se encontró frente a frente con el negro cañón de una pistola.
Porque tan grande era la angustia, el dolor, la tristeza, que superaban todos sus inútiles esfuerzos de ser mejor. Dudó… con extrema cautela levantó el arma y la acercó a su rostro. Ya no sentía nada, ni el viejo olor a pólvora, ni los golpes desesperados de alguien llamando a su puerta, ni las copiosas lágrimas que se derramaban por sus mejillas hasta precipitarse contra el suelo. Ya no sentía nada, ni culpa, ni resentimiento, ni deseos de que todo acabara en ese preciso instante.
Tenía apenas veintitrés años, cuando puso el cañón de la pistola en su boca, y los frenéticos golpes en la puerta cerrada con llave se hacían cada vez más fuertes…
-¡¡¡Detente!!!
Entonces, no se escuchó nada… nada más aparte de un pesado objeto caer contra el suelo, y a lo lejos, las campanas de una iglesia repicando incansables.
El final, llegó…
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