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Be my God
Arthur estaba asustado. Asustado y muy nervioso. Hoy, después de todo, era un día muy importante en su vida.
Hundió su cabeza bajo el agua espumosa y perfumada de la tina de baño; exhaló debajo creando más burbujas y volvió a emerger con el cabello rubio paja pegado completamente a su cráneo. Algo más calmado recargó su espalda en un extremo de la bañera, tomó el jabón que estaba en una de las orillas y con fuerza comenzó a tallar cada parte de su cuerpo.
Hoy debía estar impecable. Hoy era el día en que sería ofrecido a su dios Gaul. Un ser que, según los escritos antiguos, es poseedor de una belleza extraordinaria y el creador de todo lo hermoso y placentero en el mundo, como lo es la música, el arte, la comida, el sexo y el amor.
Arthur Kirkland no creía ser una ofrenda adecuada para un dios como aquel. No era más que un pobre huérfano que había tenido la suerte de ser acogido por la sacerdotisa a cargo de la veneración del dios Gaul y el cuidado de su templo.
Ella había sido quien le había inculcado el respeto y el amor hacia ese dios, y se encargó de enseñarle como realizar todas las ofrendas y oraciones en su honor. Ahora, a unos meses de su muerte, Arthur se preparaba para ser el siguiente sacerdote responsable del templo.
Una vez que consideró estar lo suficientemente limpio, salió de su baño y se colocó cuidadosamente el ropaje ornamental necesario para aquella ocasión. Una túnica blanca de lino que llegaba a cubrir casi en su totalidad sus pies descalzos, iba bordada con hilos dorados y azules en intrincadas figuras y símbolos antiguos. También se colocó un delicado collar de oro del que colgaba un medallón grabado con la figura representativa de su dios, el lirio. Y una cadena, también de oro, ceñida a la cabeza con un colgante de zafiro quedando justo sobre su frente. Algunas pulseras más en ambas muñecas y tobillos, y al final una larga capucha de lana color cobalto con la que cubrió su cabeza.
Observó su reflejó en el espejo de su habitación, haciendo respiraciones profundas e intentando calmarse a sí mismo. Al dar un vistazo a su ventana, el color entre morado y naranja del cielo le indicó que la hora de comenzar el ritual se acercaba.
Con paso lento y cargando una botella de vino y un pequeño cuchillo salió de la modesta casa detrás del templo, donde la sacerdotisa lo había criado. Ella había sido como una madre para él, y el continuar con su labor como encargado del templo era lo mínimo que le debía por su generosidad y cariño. Todavía la extrañaba, y algunas noches lloraba pensando en ella; pero se calmaba al pensar que debía estar en un lugar mejor, en presencia del dios que tanto amó.
Cerró las puertas del templo y con cuidado se dedicó a prender todas las velas dentro del recinto. También encendió un poco de incienso y lo colocó junto al altar.
El templo era amplio, con majestuosos vitrales mostrando representaciones físicas de Gaul, adornados con símbolos antiguos y figuras semejantes a lirios y rosas. Había también estatuas talladas en mármol y figurillas de oro. Los bancos eran de madera de roble y los pisos de granito.
El altar, tallado en mármol, estaba cubierto de lirios frescos y rosas blancas y rojas que la gente colocaba como ofrendas a su dios. También siempre había vino servido en una larga copa de oro incrustada con pequeños zafiros, pues se decía que era la bebida favorita de su dios. Y a los pies del altar, estaba colocada una gran urna de cobre donde la gente depositaba por escrito sus peticiones hacia Gaul. Arthur se encargaba día a día de vaciar la urna y quemar los papeles, esparciendo las cenizas al viento.
Por uno de los ventanales, Arthur observó la luna llena resplandecer en el cielo negro y supo que el momento había llegado. Frente al altar, empezó a recitar oraciones que desde pequeño sabía de memoria, con las manos juntas sobre su pecho y sus ojos cerrados.
Al terminar, tomó la copa de vino y la vació de un trago, después tomando la botella que había traído, la destapó y vertió un poco en la copa. A continuación tomó el pequeño cuchillo en sus manos y con resolución hizo un corte limpio en su palma izquierda. La sangre caliente comenzó a brotar de la herida y agarrando con su otra mano la copa la puso debajo para que las gotas de sangre cayeran dentro de ella y se mezclaran con el vino.
Llenó la copa hasta el borde y volvió a colocarla en su sitio. Se arrodilló frente al altar, la mano derecha sobre su pecho y su mirada fija en el vitral que se extendía frente a él, y con voz que esperaba no fuera temblorosa dijo:
-Amado dios Gaul, creador de todo lo que es bueno y hermoso en este mundo, me presento hoy ante ti con nada más que ofrecerte que mi cuerpo, el cual está dispuesto a servirte solamente a ti. Pido tu bendición para poder llevar a cabo de manera apropiada mis deberes como sacerdote responsable de este templo. Por favor sigue cuidando de nosotros, tus fieles seguidores.
Cerró los ojos un momento, soltando una exhalación, y volvió a ponerse pie. Apagó el incienso e iba a continuar con las velas, cuando una ráfaga de aire apagó todo en un instante.
Arthur se quedó inmóvil en su lugar. No se explicaba de donde podía haber provenido ese aire, pues todas las ventanas y puertas se encontraban cerradas. Él mismo se había cerciorado antes de comenzar. Sintiendo su corazón latir velozmente en su pecho, Arthur se volvió en dirección al vitral, el cual dejaba pasar una luz tenue proveniente de la luna.
De repente la intensidad de la luz comenzó a aumentar hasta cegarlo. Cuando pudo volver a abrir sus ojos, las dos velas principales a ambos lados del altar estaban encendidas y la figura de un hombre se erguía a unos metros delante de él.
Poco a poco sus ojos fueron enfocando el rostro de aquel hombre. Y si había planeado decirle algo, las palabras murieron en su boca. Era una visión tan extraordinaria que le robó el aliento.
Ondulado cabello rubio caía sobre sus hombros como seda dorada y sus ojos azules eran como dos zafiros que miraban a través de su alma. Iba vestido en fina seda azul cielo, con bordados dorados en forma de lirios e inscripciones que reconoció de su propia vestimenta. De sus ojeras colgaban pequeños zafiros y su cuello era cubierto por una gargantilla dorada.
Al avanzar hacia donde Arthur se encontraba, sus pies desnudos se asomaron por debajo de su ropaje. Arthur, a pesar del deseo de retroceder, se quedó en su sitio sin poder despegar la mirada de aquel maravilloso ser.
Cuando estuvieron frente a frente, el ser divino levantó una mano en dirección hacia Arthur. Cerró sus ojos esperando lo peor, mas sin embargo la gentil mano solo echó para atrás la capucha que cubría su cabeza.
-¿Sabes quien soy?
Al observar su sonrisa y la gentileza en sus ojos, Arthur encontró de nuevo su voz.
-El d-dios G-Gaul…
Hizo una pequeña reverencia y se sintió ridículo por haber tartamudeado. Gaul soltó una pequeña risilla, y tomó su mano izquierda. La sangre de su herida ya había coagulado, empezando a cicatrizar. Gaul observó su palma y pasó un dedo sobre ella. Segundos después Arthur observó maravillado como la herida había desaparecido.
-Muchas gracias
Gaul volvió a sonreír y se llevó a los labios su mano, donde depositó un beso en sus nudillos. Arthur se sonrojó y sin pensarlo retiró su mano avergonzado. Gaul permaneció un rato más observándolo hasta que Arthur no pudo soportar mas el escrutinio sobre su figura.
-¿Puedo preguntar a que debo el honor de su aparición, mi señor?
-Vengo a reclamar lo que me ha sido ofrecido.
Arthur lo observó con confusión en sus ojos verdes por un momento.
-¿Mi cuerpo?
-Así es.
La sonrisa de Gaul se tornó seductora y un tinte de lujuria manchó sus ojos. Arthur no puedo evitar retroceder un par de pasos.
-P-pero yo solo soy un huérfano, soy indigno de sus atenciones.
-Eres una criatura hermosa, Arthur Kirkland, y quiero poseerte.
Arthur se sonrojó y su corazón latiendo velozmente en su pecho no ayudó a su situación. Se sentía honrado pero a la vez indignado. El enojo comenzó a correr por sus venas.
-Podrás ser mi dios, pero eso no te da derecho de tomarme como se te plazca.
Gaul dejó de sonreír y caminó los pasos que Arthur había retrocedido.
-¿Cómo osas rechazarme? Tú mismo me ofreciste tu cuerpo hace un momento.
-Ofrecí mi cuerpo para llevar a cabo mi trabajo como sacerdote. No para darte placer con él, como si fuese una prostituta.
Sus mejillas se encontraban encendidas, ya no por la vergüenza, sino por la rabia y el enojo. Los ojos de Gaul se mostraron serios.
-Y ahora que sabes que deseo tu cuerpo para satisfacer mi lujuria, ¿te entregarás a mí?
-No
Sus ojos verdes permanecieron desafiantes, aunque sentía sus rodillas temblar ligeramente. Gaul extendió de nuevo su mano y la depositó sobre una de las mejillas de Arthur. La acarició con suavidad por unos segundos y después lo abofeteó con brusquedad.
Arthur cayó al suelo a causa del movimiento inesperado. Por sus mejillas corrieron un par de inesperadas lágrimas, las cuales limpió con rudeza. Levantó su mirada y se encontró con los ojos duros de Gaul. Queriendo conservar algo de dignidad volvió a ponerse de pie.
Gaul volvió a acercarse a él, y por un instante los ojos de Arthur reflejaron miedo de ser golpeado de nuevo. Pero ahora Gaul inclinó su rostro y besó la enrojecida mejilla. Después sujetó su barbilla con suavidad y ahora besó sus labios.
Arthur se quedó paralizado. Los labios de Gaul eran suaves y su movimiento podría ser descrito como tierno, sin embargo Arthur no le correspondió. Gaul lo besó unos segundos más, antes de separarse.
Los ojos zafiro lo miraban con enojo y algo que parecía ser tristeza. Y antes de que Arthur pudiera decir o hacer algo, Gaul lo tomó en brazos y lo llevó hasta el altar, sentándolo en un extremo.
-¿Por qué no me amas Arthur? ¿Acaso no amas a tu dios?
-Le amo con todo mi corazón mi señor, pero esto esta mal.
-¿Por qué esta mal Arthur? ¿Acaso no es correcto que dos seres que se aman demuestren su cariño de forma física?
-Pero señor, usted no me ama del modo en que yo lo amo. Una vez que tenga mi cuerpo se olvidará de mí para siempre. No puedo soportar eso.
-Jamás podría olvidarme de ti Arthur. Cautivaste mi corazón desde hace 15 años.
Los ojos de Arthur se abrieron con sorpresa.
-¿A qué se refiere?
-Supongo que ya no lo recuerdas, dado que eras muy pequeño en ese entonces. Había tomado la forma de un conejo blanco y…
-¡¿F-Francis?!- interrumpió Arthur
Gaul sonrió.
-Veo que sí me recuerdas.
Arthur lo miró boquiabierto unos segundos. Francis había sido su único amigo antes de que la sacerdotisa lo tomara bajo su cuidado. Recordaba haber huido del orfanato ya que no soportaba los maltratos de los encargados y de los demás niños. Había salido tan solo vistiendo un camisón sucio y raído, pies descalzos y una pequeña manta donde colocó algo de queso y pan previamente robado.
»Corrió lo más rápido que pudieron sus pequeñas piernas, y a punto de caer exhausto dio con un claro escondido en el bosque. En un extremo corría un pequeño arroyo y había varios manzanos y arbustos con moras silvestres. Arthur se sintió en el paraíso. Comió y bebió hasta saciarse y se tumbó bajo la sombra de un árbol donde quedó dormido casi al instante.
»Cuando despertó, estaba a punto de oscurecer y el viento frío soplaba con fuerza. Abrazando sus piernas, Arthur intentó darse algo de calor, pero al ver que era inútil el frágil niño de 4 años comenzó a llorar.
»Pensando si sobreviviría a la fría noche, no se percató de la presencia de un conejo blanco que lo observaba con interés. El pequeño animalito se restregó en sus pies para llamar su atención y luego, mordiendo un pedazo de su camisón intentó jalarlo.
»Arthur dejó de llorar al ver al pequeño animal a sus pies, y sonriendo lo tomó entre sus manos. Acarició su suave pelaje y soltó una risilla cuando el animal lamió una de sus mejillas.
»-Eres muy lindo, debes tener hambre.
»Sacó el único trozo de pan que le quedaba y se lo tendió al animal. El conejo lo comió con gratitud y saltó de sus manos.
»-¡No! Por favor no te vayas…n-no me dejes solo
»Lágrimas quería volver a formarse en sus brillantes ojos verdes, pero el conejo dio un par de saltos. Alarmado, Arthur se puso de pie y lo siguió. Cuando estaba a punto de rendirse pensando que el animalito solo quería estar lejos de él, vio que este lo había guiado a una especie de madriguera, la cual era lo suficientemente amplia para que pudiera entrar.
»Sintiendo el frío en todo su cuerpo, no perdió tiempo en entrar y acurrucarse en el estrecho espacio. El conejo blanco entró después que él y se acomodó junto a él, brindándole calor extra.
»A la mañana siguiente, al salir el sol, el mismo conejo blanco lo guió hasta el templo donde conoció a la sacerdotisa, quien sin pensarlo lo tomó bajo su cuidado.
»Arthur le debía su vida a aquel conejo, a quien había bautizado como Francis. Siempre jugaba con él por las tardes después de hacer sus deberes, hasta que un día, Francis ya no apareció. Arthur lloró mucho su pérdida, pensando que talvez había sido presa de algún depredador o que simplemente murió de forma natural. Recuerda como la sacerdotisa lo había llevado al templo para rezar por Francis y pedirle a Gaul que lo cuidara por él.
-N-no puedo creer que fueras tú
Los ojos verdes se llenaron de lágrimas y estas corrieron libres por sus mejillas. Gaul las limpió suavemente con su pulgar.
- Yo amo a todos los seres vivos, pero tú tienes un lugar especial en mi corazón. Yo me enamoré de ti Arthur.
-Yo…
-He estado esperando el momento de volver a verte, de que te ofrecieras voluntariamente a mí.
Los ojos de Gaul relucían con emoción contenida, una de sus manos tomó la de Arthur y la apretó con fuerza.
-Lo que por ti siento, no lo he sentido por nadie más. Te amo, y debí habértelo dicho antes de pedir tu cuerpo tan descaradamente como lo hice. Perdóname.
Arthur no sabía que responder. Un dios estaba enamorado de él. Un dios. Enamorado de un ser tan indigno y ordinario como Arthur. Y sobre todo, le perdía perdón. Un dios, un ser que se suponía jamás se equivocaba, ahora le pedía perdón. Era demasiado. Cerró los ojos, respiró profundo e intentó calmarse.
-Soy tuyo
Gaul lo miró con confusión, esperanza relampagueando en sus ojos. Arthur sonrió.
-Yo también te amo Gaul, aunque nunca esperé que mi amor fuera a ser correspondido de estar forma. Y por supuesto que te perdono, nunca podría guardarte rencor alguno.
Los ojos zafiro rebosaban de felicidad. Gaul acercó de nuevo su rostro y besó a Arthur de nuevo. Esta vez Arthur sí le correspondió y abriendo ligeramente la boca le concedió el deseo de explorarla con su lengua.
-Arthur…quiero hacerte el amor aquí mismo sobre este altar.
Las mejillas de Arthur se colorearon de inmediato. Una de las manos de Gaul comenzó a acariciar su pie, subiendo lentamente por su tobillo y después, levantando parte de su túnica, comenzó a recorrer el resto de su pierna. Sus ojos verdes no pudieron evitar mostrar el deseo que sentía.
Pero tenía miedo. Nunca había estado con alguien, no sabía como complacer a un amante. ¿Qué pasaría si no podía satisfacer a Gaul? Además, Arthur nunca se había considerado como una persona atractiva. Su cabello color paja siempre estaba desaliñado sin importar cuanto lo peinara, no poseía una musculatura desarrollada, mas bien era del tipo desgarbado y sus cejas eran monstruosamente pobladas.
Pareciendo sentir su inseguridad, Gaul besó su nariz.
-No tengas miedo Arthur. Tú eres hermoso para mí y tu virginidad es el mejor regalo que podrías darme.
Arthur no respondió, simplemente acercó su rostro y tímidamente besó a Gaul. Sonriendo contra sus labios, Gaul llevó una de sus manos a la cabeza de Arthur, enredando su dedos entre el cabello rubio paja acercando más sus rostros.
Con timidez Arthur abrió un poco sus labios, permitiendo a Gaul la entrada a su boca. El contacto de sus bocas envió escalofríos por todo el cuerpo de Arthur. Dejándose llevar movió en sincronía su lengua junto con la del dios.
La mano de Gaul había bajado de su cabello, y ahora paseaba sobre sus ropas a lo largo de su cuerpo, mientras la otra seguía recorriendo su pierna acariciando su muslo con lentitud.
Pronto su capucha fue tirada al suelo, junto con su túnica blanca. Al verse desnudo, Arthur comenzó a ponerse nervioso sintiendo la mirada hambrienta de Gaul recorriendo su cuerpo.
- Eres tan bello Arthur…
Susurró Gaul, ojos zafiro brillando con deseo y amor mezclados. Las cadenas y colgantes en el cuerpo de Arthur brillaban bajo la luz de las velas, dándole un aire etéreo e intoxicante.
- Yo…Yo también quiero verte…
Fue casi un suspiro, pero Gaul sonrió y con lentitud comenzó a despojarse de sus ropajes. Conforme su piel blanca fue siendo revelada, Arthur sentía como su sonrojo aumentaba. Gaul era tan perfecto. Venciendo su vergüenza, alzó sus manos y lentamente recorrió el pecho de Gaul. Sintió la piel blanca y tersa estremecerse debajo de su toque.
Fácilmente Gaul se colocó sobre al altar por encima de Arthur. Recostado sobre la piedra fría rodeado de lirios, sintió como todo su cuerpo ardía ante los toques de Gaul.
- Lamento no tener nada mejor para prepararte que mi saliva.
Gaul se llevó un par de dedos a su boca y los lamió de un modo provocativo. Arthur miraba embelesado sus movimientos; pensando en lo sensual que era Gaul, en sus labios rosados y sus dedos largos y finos como porcelana.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Gaul insertó el primer dedo en su entrada. Su cuerpo se tensó y una oleada de dolor e incomodidad lo asaltó.
- Relajate querido, no quiero lastimarte
Haciendo un par de respiraciones, Arthur se obligó a relajarse, concentrándose en los besos que Gaul dejaba en su cuello y su otra mano que ahora acariciaba su hombría.
Pronto se convirtieron en dos dedos, y cuando fueron tres Arthur ya estaba soltando callados gemidos de placer.
- ¿Listo para ser mío, Arthur?
- S-si…
Colocado entre las piernas de Arthur, Gaul tomó su propio miembro y lo colocó en la entrada de Arthur. Suavemente empujó dentro. La calidez que lo envolvió fue abrumadora y lo apremiaba a enterrarse más en ella, pero quería que Arthur se acostumbrara a la sensación.
Arthur sentía dolor mezclado con una sensación de llenura que nunca antes había experimentado. Era como estar completo por primera vez en su vida. Sus caderas se movieron por si solas, indicándole a Gaul que estaba listo para continuar.
Tomaron un ritmo lento al inicio, pero conforme los gemidos de Arthur aumentaron, así lo hicieron también las embestidas de Gaul. Arthur pasó sus brazos por el cuello de Gaul para atraer sus labios a los suyos, mientras el dios volvió a tomar su miembro y a acariciarlo en sincronía con sus embestidas.
Era un ritmo agonizante, volviéndolos locos a ambos. Manos y labios recorrían sin control ambos cuerpos, sintiendo el momento culminante acercarse.
Arthur fue el primero en derramarse en la mano de Gaul. Viendo el rostro sonrojado y satisfecho de Arthur, el colgante zafiro brillando sobre su frente sudorosa y una sonrisa tímida en sus labios, Gaul no tardó mucho en llenar el interior de Arthur con su propia semilla.
Con cuidado se retiró de él, y se recostó a su lado. Abrazó el cuerpo cálido a su costado y beso con afecto su frente.
- Te amo Arthur.
- Y yo a ti.
Permanecieron recostados en brazos de otro por unos momentos, intentando recobrar el aliento. Gaul acariciaba levemente los cabellos de Arthur.
- Arthur ¿me dejarías marcarte como mi propiedad?
- ¿Acaso no lo acabas de hacer?
Soltando una risita, Gaul fijó sus orbes zafiro sobre las esmeralda.
- Quisiera marcar un lirio sobre tu piel. Así, cualquiera que lo vea, ya sean dioses o humanos, sabrán que eres mío y por lo tanto no deben tocarte.
Arthur desvió la mirada sonrojado, pero asintió levemente.
-Mientras no sea sobre mi trasero, como si fuera ganado, acepto.
Gaul volvió a reír.
-Prometo que no dolerá.
Llevó su mano a su cadera del lado izquierdo, cerró los ojos un momento y su mano emitió una suave luz. Cuando la retiró un delicado lirio quedó marcado sobre su piel. Arthur pasó sus dedos sobre la figura, maravillado.
- Es hermoso…
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Después de aquella noche que se antojaba irreal, la vida de Arthur volvió a su antigua rutina. Como encargado oficial del templo de Gaul tenía deberes continuos que atender.
Sin embargo, era común que Arthur viera pasear a un conejo blanco por los alrededores. Cuando el tiempo se lo permitía, se sentaba bajo la sombra de un árbol cercano con pan y leche que compartía con el animal. Sonreía observando los ojos azules inconfundibles, para después tomar en brazos al animal y depositar un beso sobre su cabeza.
También se había vuelto una costumbre de Gaul visitarlo cada noche en que había luna nueva y luna llena. Una vez que Arthur cerraba el templo y llegaba a sus aposentos, Gaul lo esperaba de pie, sonriente, con los brazos abiertos.
Era una vida tranquila y feliz, una que Arthur jamás pensó que tendría.
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-Supongo que vienes por mí, ¿no es así?
Gaul le sonrió, mirándolo al pie de su cama. Arthur tosió un par de veces e intentó sentarse, más un gesto del dios le indicó que permaneciera recostado.
Se acercó hasta estar a su lado, y se sentó en el borde de la cama. Arthur extendió su mano hasta tomar la de Gaul y entrelazar sus dedos.
-Llévame contigo, ya no aguanto este dolor
El tiempo lo había vencido. Setenta años era una vida bastante larga y, en opinión de Arthur, bien vivida. Su cabello completamente blanco seguía igual de alborotado. Las arrugas surcaban todo su cuerpo, pero sus ojos permanecían tan verdes y brillantes como siempre.
Gaul se inclinó y depositó un beso sobre sus labios. Volvió a levantarse y tiró de la mano de Arthur invitándolo a hacer lo mismo.
Cuando Arthur se levantó, supo que ya no pertenecía al mundo de los vivos. Se sentía ligero y con más energía que nunca. El dolor se había ido. Su cuerpo volvía a ser el mismo de aquel tiempo en que Gaul lo hizo suyo, las mismas ropas y joyas.
- Ahora podremos estar juntos toda la eternidad mi querido Arthur
Tomados de la mano se alejaron juntos hacía el lugar sagrado donde las almas bondadosas descansaban, dejando atrás el cuerpo mortal de Arthur con una sonrisa en los labios.
Fin.
Gracias por leer! :D Espero que les haya gustado. Este es mi primer FrUK y es posible que los personajes esten un poco OOC, pero dado que Francia es un dios e Inglaterra un sacerdote, tuve que modificar algunas cosas hehehe. La idea esta basada en un promt de la kinkmeme en inglés.
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