Hoy un amigo me cuenta que está triste. Dice que nunca se había sentido de esa forma. Que sentía como que le faltaba algo.
Y yo pensé que eso lo sentía todo el mundo.
Todo el tiempo siento que me falta algo. A veces le pongo nombre. Se llama enamorado cuando estoy soltera. Se llama vocación cuando no. Pero está siempre allí. Se aferra a mí como si dependiera de mí, aunque tal vez yo dependo de ella. "Vaya por dios, que tonta estoy se me ha vuelto a llenar el corazón de lluvia". Ana Torroja tal vez no sabía que estaba describiéndome cuando cantó esa canción. Según esta persona que se siente triste, las personas no son así normalmente. Y yo no era así. ¿O lo era? Es difícil acordarse. Parece que hubiera estado triste toda la vida.
No es depresión. Tengo ganas de hacer cosas, buen apetito, y soy la persona más alegre con la que puedes conversar. Mi pasatiempo favorito es conquistar personas. No como parejas. Como amigos. Mi objetivo es hacerlos sonreir. Pero más allá de eso, pienso que tal vez mi objetivo es hacerlos sonreír por algo mío. Y ese es el embrollo del asunto. Lo que quiero, lo que me hace falta, es una persona que pueda hacer lo que hago yo todos los días. Que pueda quererme por la persona que soy, por lo que es mío. Y no porque es mío. Sino porque es amable (de amar) por sí mismo.
Mi problema tal vez es que puedo enamorarme de cualquier persona. Tan sólo espero que sean buenos, y que se enamoren igual de mí. Tal vez sí es mucho pedir. La forma cómo me enamoro parece a veces de tragedia Shakespeareana. Por supuesto que eso sólo en cuanto a enamorarse. Una vez que eso existe, es practicamente imposible alcanzar mis estándares de un compañero de por vida. Sería más práctico sólo poder enamorarme de los que en algún momento podrían satisfacer la mayoría de mis expectativas.
Pero ahora ni siquiera hablo de un amor. Hablo de una amistad. De esas que parecen estar en todos lados. De personas que se ven todos los días, que confían ciegamente la una en la otra, que nunca dudan de lo que la otra siente o piensa. Quiero un testigo de mi vida. Extrañamente, tal vez eso es lo que me hace falta. Alguien que atestigue mi existencia, que de testimonio de mí. Las cosas que hago trascienden a mi persona si alguien más sabe que las hago. ¿Qué será esa ilusión de que nos definimos a través de los demás, que cobramos importancia tan sólo en la gente a la que influímos?
La pregunta debiera ser: ¿Qué es esa ilusión de que somos autosuficientes?