McFly RP: Nana [1/2]

Dec 27, 2010 18:44

Titulo: Nana
Categoría: RP, McFly
Personajes: Tom Fletcher, Danny Jones, Dougie Poynter, Harry Judd. Nana, Lei.
Género: amistad & romance.
Advetencias: Por el final hay un capítulo para mayores de edad.
Publicado: agosto de 2010, para el Big Bang de McFly Spain
Beta: Marya
Derechos de autor:
- Los banners de cada capítulo son obra de maria_x y ruvirasall, dos usuarias de McFly Spain
- El fic, por supuesto, es mío, es decir, de Aura Black ©

Este fic lo escribí en 2008. Es para matarme, porque es mi primer (y de momento único) fic "largo" (que en realidad es bien corto xD) y es malo a matar (¡y heterosexual!). Y lo acabé publicando por revivir el bigbang... aunque no acabó de funcionar la cosa xD En fin, da igual, aquí está.

Los títulos de los mini-capítulos van en el banner :)





Nana se despertó pronto como todos los días, preparó el desayuno para su padre y para ella, se duchó y se puso el uniforme (unos tejanos y una camisa blanca con la palabra Galatea bordada en el bolsillo), se ató el pelo en una coleta de cualquier manera porque, como siempre, se le estaba haciendo tarde, tragó como pudo la leche con colacao (esa preciada delicia que su prima le enviaba de España) y salió corriendo de casa. Vio su autobús de las 8:38 en la parada, que, para su desesperación, ya arrancaba. Cruzó la calle poniendo en peligro su vida para quedar del lado de la puerta, colocó sus manos en forma de plegaria y le hizo pucheros al conductor. Éste le señaló el semáforo en rojo de un par de metros más adelante y Nana sonrió. Cuando el autobús frenó, se abrió la puerta y ella subió.

―Siempre igual, Nana. Sabes que esto no lo puedo hacer ―dijo el conductor.
―Gracias Jamie ―contestó ella, guiñándole un ojo.

Se sentó en el primer asiento que vio libre, se enchufó el mp4 (no, no era un I-pod) y le dio a la lista de reproducción de nombre “McFly”, como cada mañana. Los quince minutos de trayecto se le hicieron cortos mientras tatareaba “Five colours in her hair” (nunca se cansaría de ese temazo) y demás canciones.

Bajó del autobús y caminó unos metros hasta la librería. Rob aún no había llegado, porque la persiana estaba bajada, así que esperó unos minutos a que apareciera mientras disfrutaba de la voz en “Walk in the sun”. Su jefe no tardó en aparecer y abrieron.

Ese lunes había que seguir catalogando los libros que habían llegado la semana anterior, así que Nana le dijo a Rob que atendiera él, y se fue a la trastienda. “Bueno, sólo quedan cinco cajas”, pensó. Y empezó a abrirlas mientras se encendía el ordenador. Pasar números ISBN a la base de datos era un trabajo monótono y aburrido y la mente de Nana empezó a divagar.

Hacía ya un año y medio que trabajaba en Galatea. Al principio no había sido fácil: la dueña de la tienda, una cascarrabias que sólo pensaba en jubilarse, la tenía amargada. Lo peor era que cuando volvía a casa tenía que decir que el día había ido genial y que estaba muy contenta con su trabajo. Eso era así porque cuando Nana había dejado la universidad, su padre había puesto el grito en el cielo. Él no podía entender que Nana no necesitara ser algo importante, como él quería, sino que se conformaba con un trabajo sencillo que la hiciera feliz. En realidad, trabajar entre libros era lo que había querido desde pequeña así que valía la pena aguantar a la cascarrabias si así cumplía su sueño. Cuando por fin el hijo de dicha cascarrabias aceptó hacerse cargo de la tienda, Nana vio el cielo abierto.

Con Rob se entendía muy bien. Se llevaban casi veinte años, pero él había sido un cabra loca toda la vida, viajando de aquí para allá con poco más que una mochila en la espalda. A veces se alargaba demasiado relatando aventuras que Nana ya había escuchado más de una vez, pero en general no la molestaba demasiado. Él solía sentarse tras el mostrador y pasaba las horas de trabajo conectado a Internet, mientras que Nana se ocupaba de aconsejar a los clientes, ordenar estantes, etcétera.

Nana era feliz así. Trabajando en la librería de nueve a seis, perdiendo el tiempo en casa por la tarde, saliendo con las amigas los viernes y sábados, y haciendo salidas los domingos si no tenía resaca.

De repente, Rob la sacó de sus pensamientos:

―Nana, ¿puedes salir? Hay un cliente.
―¿No puedes atenderle tú? Una caja y acabo con esto ―dijo, señalando la caja que aún tenía todos los libros dentro.
―Busca libros de fantasía, tú le aconsejarás mejor. Anda, hazme caso.

Nana salió de la trastienda sin pedir más explicaciones para atender al cliente.

Y ese día su vida empezó a cambiar.



Cuando salí de la trastienda no vi a nadie esperando detrás del mostrador, así que supuse que Rob ya le habría mandado al pasillo adecuado. Me dirigí allí y le vi. Estaba agachado al final de todo, dándome la espalda. Tenía el pelo corto y rubio y llevaba una camiseta negra y unos tejanos. Un inglés más, vaya. Entonces, vi que el chico, porque parecía un chico joven de más o menos mi edad, cogía, si no me equivocaba, el primer libro de la saga “Kadingir”: “El cetro de Zink”.

―Me parece que no necesitas que te aconseje, ésta es una buena elección ―dije.

El chico se volvió y me dio un vuelco el corazón.

―¡Me cago en la leche! ―solté, y al instante me llevé las dos manos a la boca odiándome por lo que acababa de decir.

El chico… ¡qué digo el chico! Ése no era un chico. ¡Era Tom! ¡Mi Tom! De repente pensé en Rob y le odié por no haber sido más concreto acerca del cliente que quería que atendiese.

En fin, que mientras me pasaban mil cosas por la cabeza y me iba poniendo roja, roja y más roja, Tom se incorporó, riéndose de la situación y mirándome con curiosidad.

―Perdona ―dije enseguida, e intenté que mi cerebro produjera unas cuantas palabras más―, es que no me esperaba… bueno…
―¿Que fuera yo? ―acabó Tom por mí―. Tranquila, estoy acostumbrado a reacciones como la tuya.

Si quiso hacerme sentir mejor, consiguió lo contrario. Me vi a mi misma como una ridícula teenie y me odié por ello. Nunca me había avergonzado de gritar por la emoción en un concierto, o de babear un poco cuando veía una foto nueva de Danny de esas que te matan bastante, o de sonreír como una tonta cuando aparecían por televisión. Pero tener a Tom delante y hacer semejante papelón de estúpida era bastante distinto.

―Ah… ―conseguí responder, si es que eso llegaba a respuesta, mientras intentaba respirar con tranquilidad para que se me bajasen los colores.

Tom se debió de dar cuenta de que lo estaba pasando mal y se empezó a dirigir hacia la caja.

―Bueno, pues si dices que es una buena elección, me lo quedo ―dijo con una sonrisa amable cuando pasó por mi lado.

Le seguí hasta el mostrador y le cobré el libro, se lo puse en una bolsa, y le despedí como a cualquier cliente.

―Gracias por su compra ―y otra vez me sentí estúpida al ver su cara divertida.

Mientras recorría la escasa distancia hasta la puerta pensé en pedirle un autógrafo, una foto, en preguntarle si me podía dar pistas acerca de las fechas de la gira… Pero nada, parecía que mi cerebro y mi capacidad de habla habían quedado desconectados. Tom empujó la puerta.

―¡Tom!

Se volvió con otra sonrisa amable.

―¿Sí? ―preguntó.
―Gracias.
―Ya lo habías dicho.
―Por las canciones.

Y me pareció que su sonrisa pasaba de ser amable a franca.

―Vuelve cuando quieras ―añadí.
―Lo haré ―respondió, y acto seguido desapareció calle arriba.

“Espera… ¿acaba de decir que volverá?”, pensé, mientras me quedaba embobada mirando la puerta. Rob apareció enseguida y se acercó a mí con cara de pillo.

―¿Qué? ¿Se ha llevado algo el cliente? ―dijo la palabra cliente con un tono travieso, pero yo estaba aún con el cerebro en Plutón y simplemente contesté:
―”Kadingir”.

Y me pellizqué en la mejilla para darme cuenta de que sí, de que estaba despierta. Mientras, Rob se descojonaba por mi comportamiento sumamente agilipollado.



Desde ese día, Tom había vuelto muchas veces. Al principio venía una vez a la semana a por un libro y hablábamos un poco. Aunque no me dijo exactamente donde vivía, me contó que se había mudado otra vez porque ya había demasiadas fans que le molestaban en su casa anterior. Decía que el Happy books le pillaba más cerca, pero que prefería acercarse hasta Galatea porque yo sabía de lo que hablaba cuando le recomendaba libros. No tardé en pedirle una foto firmada de Danny. Bueno, de todos, pero la de Danny era la que más ilusión me hacía.

Luego empezó a venir más a menudo. Se dejaba caer siempre que pasaba por allí y normalmente se estaba unos veinte minutos hablando conmigo, aunque a veces sólo le daba tiempo a saludar y poco más, de camino a alguna entrevista o compromisos por el estilo. Si hacía buen tiempo para volar, no aparecía, y al día siguiente venía con una sonrisa en la cara.

Hablábamos básicamente de libros, pero las charlas acababan derivando hacia temas de actualidad, música, cine… lo típico, vaya. Y me contaba por encima cosas de McFly del mismo modo que yo le contaba las anécdotas del fin de semana con los amigos. Muchas veces me mordía la lengua para no preguntar demasiado acerca del grupo en general y de Danny en particular. No quería parecer una fan cotilla y, aunque tuviese mil preguntas que hacer, prefería que fuera él el que me contara lo que quisiese y hasta el punto que quisiese. Pero a veces se me notaba demasiado la curiosidad y hasta me acababa describiendo con todo detalle lo que se había hecho Danny en el pelo. Tom sabía que Jones era mi preferido y me hablaba más de él que de Dougie y Harry.

A los cuatro meses, McFly empezó una gira y Tom estuvo desaparecido tres semanas largas. Le eché de menos. Eché de menos esas charlas que me distraían del típico aburrimiento matutino en una librería. Y me di cuenta de una cosa importante. De que para mí ya no era Tom de McFly sino Tom el chico simpático que venía a charlar conmigo. Si al principio me sentía especial porque había conocido al cantante de mi grupo preferido y venía a comprar a mi librería, ahora eso pasaba a un segundo plano. Me caía bien, estaba a gusto son él y me reía mucho con sus salidas frikis.

El día que volvió a aparecer por la puerta reprimí las ganas de darle un abrazo. No había tanta confianza como para eso, la verdad. Me limité a sonreírle y le saqué dos libros nuevos que habían llegado esas semanas y que había guardado para él. Me regaló un montón de cosas del merchandising de ese tour: un par de camisetas (la propia del tour estaba firmada por los cuatro), el póster, las chapas, la gorra, la sudadera… Me hizo mucha ilusión, ya que esa era la primera gira suya que me perdía porque estaba ahorrando todo lo que podía y más con tal de independizarme. Le quise regalar los dos libros a cambio, pero me dijo que ni hablar y se los acabó llevando, pagándolos.

Después de la gira nuestra relación cambió. Ahora ya no hablábamos tanto de libros, sino de nosotros. Y no venía un rato a la librería, se presentaba para mi media hora libre del desayuno e íbamos al Starbucks de al lado. Rob nunca me había dicho nada respecto a las visitas de Tom, pero a mí no me parecía del todo bien estar charlando con un amigo en horas de trabajo, y de esta forma tampoco tenía que dejar colgado a Tom cuando entraba un cliente.

Unos meses más tarde llegó otra gira, esta vez a América del Sur, y sustituimos nuestro café por mails cortos. A veces me preguntaba cómo era posible que nunca se nos acabasen los temas de conversación, sobre todo porque yo no era la persona más sociable del mundo, ni la más habladora.

Rob siempre me picaba diciéndome que a ver cuando le ataba definitivamente, me casaba con él y pasaba a vivir como una ricachona. Pero esa idea ni se me cruzaba por la cabeza. Tom era mi amigo, un amigo como nunca había tenido en un chico. Además, nunca me había llamado la atención físicamente. No era feo, para nada, pero mis ojos siempre se habían dirigido a Danny Jones: él sí me gustaba, y mucho. Dougie también estaba muy bueno. Y Harry. Pero a Tom nunca me lo había mirado con esos ojos, no sé por qué.

Cuando hacía aproximadamente un año que se había mudado, apareció a la librería con Dougie. Esta vez no hice un papelón estúpido. Evidentemente, una no es de piedra, y me costó horrores aguantar la mirada de esos ojos azules más de cinco segundos, pero hablamos con normalidad.

―Doug también se mudará aquí ―anunció Tom.
―¿De veras? ―dije―. ¿Y eso?
―Por lo mismo que él ―contestó el surfero―. Me persiguen demasiado donde estoy ahora, y Tom dice que aquí está muy tranquilo.
―Pues bienvenido al barrio.

La verdad es que al principio, Dougie y yo no conectamos demasiado. No es que nos cayéramos mal ni nada por el estilo, pero él es un poco bicho raro y habla poco, y yo tampoco es que sea una chica demasiado extrovertida. Nuestra relación era de conocidos y nos veíamos de vez en cuando pasaban juntos, de camino a algún sitio.

Un día que estaban los dos en Galatea a Dougie le sonó el móvil. Lo cogió, dijo que era Danny, y salió a hablar a fuera. Ya hacía más de un año que Tom y yo éramos amigos y ahora sí teníamos mucha confianza. Así que se lo pedí.

―Oye Tom, me gustaría conocer a Danny en persona.

Se quedó pensativo un momento, me miró, puso los ojos en blanco y asintió.

―Como quieras, te lo traigo un día. ¿Con Harry o sólo él?
―Bueno, ya que te ofreces… dos mejor que uno, ¿no?
―No sé, igual quieres raptar a Danny y el resto sobramos…
―Anda no digas tonterías, ya no soy una fan histérica.
―Yo no estaría tan seguro de eso. Recuerda que sus pecas te vuelven loca.
―Entonces qué, ¿me traerás a Danny o no?
―¡Ves como sólo preguntas por él! Harry te da lo mismo.

Tom se estaba burlando de mí y se me estaban subiendo los colores. Le lancé una mirada asesina.

―Que sí, Nana, que sí, que te traeré a Danny pronto, te lo prometo.

Esa noche, soñé que Danny Jones me conocía y se quedaba prendado conmigo, se enamoraba de mí perdidamente, me pedía la mano y éramos felices el resto de nuestras vidas el uno con el otro haciendo guarrerías por todas las islas caribeñas que conocía. Me desperté de golpe a media noche bastante acalorada y me levanté a por un vaso de agua. En el fondo, quizás Tom tenía razón y seguía siendo una fan histérica. Los había desmitificado a él y a Dougie, y Harry siempre me había dado bastante igual, pero Danny… Danny era otra cosa.



En un año no sólo me había hecho amiga de Tom. Mi vida, en general, había avanzado. Finalmente había conseguido ahorrar lo suficiente para pagar la fianza de un piso y tener un mini colchón de dinero, por si acaso. Leighton -mi mejor amiga- y yo habíamos alquilado la parte de arriba de una casa, a dos calles de la librería. La propietaria era una mujer mayor que necesitaba cuidados, así que su hija, que vivía en Manchester, había decidido alquilar las otras dos plantas de la casa para poder pagar una asistenta que cuidara a su madre. Lo habían reformado un poco y las dos partes estaban completamente separadas: nosotras entrábamos en casa por una escalera exterior y no pisábamos el piso de abajo para nada. En la primera planta teníamos la cocina, una sala-comedor muy amplia, un servicio y un cuarto de invitados renacuajo donde sólo entraba una cama y un armario repleto de ropa de Lei. Arriba teníamos dos habitaciones, un baño y un cuarto no muy grande pero lo suficiente para tener una mesa con el ordenador, libros, y demás. Lo único que no me gustaba de la casa era que veía el jardín trasero desde la ventana de mi habitación, pero no podía disfrutarlo.

Lei no era mi amiga de la infancia, que siempre había estado conmigo, y blablabla. No, a Lei la conocí el penúltimo curso de mi instituto y me había demostrado en dos años mucho más que gente que conocía de toda la vida. La convivencia el primer mes me hizo pensar que igual nuestra amistad no era tan fuerte como pensaba, pero una vez nos hicimos con la casa y dejamos las normas claras, la cosa mejoró. Ahora que ya llevábamos tres meses juntas, no me podía imaginar una compañía mejor. Al contrario que yo, era despreocupada -sobre todo gastando dinero-, alegre, fiestera, no le gustaba leer, prefería ver un reality que ir al cine, conocía la vida de los famosos de pe a pa y no le gustaba McFly. Por lo demás, teníamos muchas cosas en común.

―¡Nanaaaaa! ―gritó desde el salón― ¡Ven!
―Dame dos minutos, que tendré la cena hecha.

Como respuesta, subió el volumen de la tele. Al oír su voz, aparté la sartén del fuego y corrí hasta el sofá, mientras Lei se reía de mí.

―Lo tuyo no es normal ―dijo.
―¡¡Shhht!!
―Voy a acabar de freír las hamburguesas…

En las noticias hablaban del lanzamiento del último CD de McFly y le estaban haciendo una mini-entrevista a Danny, de la cual sólo conseguí oír la última respuesta.

―Ya está ―anuncié, volviendo a entrar en la cocina― gracias por avisar. Qué guapo.
―Si tú lo dices…
―Venga, no empieces a picar, que lo admitiste un día.
―Vaaale. Es que lo tuyo es exagerado, Nana, y un día te vas a matar con la alfombra, tanto correr hasta el sofá para verle un mísero rizo.
―La que exagera eres tú, guapa.
―¡Por cierto! ¿Tom no te prometió que te lo presentaría?
―Pues… sí. No habrá tenido tiempo.
―Anda ya, si lo ves cada día.
―Danny digo, tendrá cosas más importantes que hacer que venir a conocerme.
―No hables como si fuera mejor que tú, así normal que sea un creído.
―¡No es un creído! ¡No le conoces!
―Ni tú tampoco, por muchas entrevistas suyas que te tragues.
―Oye…
―¡Stop!

Levantó los brazos con las manos abiertas, rindiéndose, y yo la imité. Era una de las normas. Como las dos éramos muy temperamentales, cuando una discusión tonta se alargaba, decíamos “stop” y ambas nos rendíamos. Así no nos enfadábamos ni había ganadora ni perdedora.

―Esto ya está ―anunció volviéndose hacia las hamburguesas y apagando el fuego―. ¡A comer!

Antes de sentarme en la mesa, empezaron a sonar las primeras notas de “Lies” en mi móvil. Eso significaba una sola cosa: que Tom me estaba llamando.

―Dime ―contesté, alegre.
―Danny también se va a mudar aquí ―dijo directamente.
―Ah, bien… ¿Y? Quiero decir: ¿me llamas por esto? ―estaba un poco sorprendida. Tom rió.
―No, claro que no ―contestó divertido, pero siguió con su narración―. Ayer le dio un venazo y se compró una casa, y hoy ya está con los de las mudanzas. Ha llamado a una empresa de limpieza y mañana mismo ya estará instalado.
―Caray, qué rapidez ―seguía sin entender muy bien por qué Tom me llamaba para contarme todo eso.
―El caso es que, por supuesto, hará una gran fiesta de… inauguración, digamos.
―Uh, ¡qué peligro! ―me imaginé mucho alcohol, mucha gente y música muy alta.
―Cierto ―admitió Tom―. Y podrás verlo con tus propios ojos, porque estás invitada.
―…
―¿Nana?

De repente, el corazón me latía muy rápido. ¿Yo? ¿En una fiesta en casa de Danny Jones?

―Pero, Tom, ¿qué pinto yo ahí? ―mi lado racional y miedoso siempre tenía que joder.
―Eres mi amiga, vives en el barrio… ¿no querías conocerle?
―Sí, sí, quiero. Es que… no conoceré a nadie.
―Venga, Nana, me conoces a mí, y también a Dougie. Es una fiesta en casa de Danny, habrá mucha gente que no se conoce ―dijo, como si fuera lo más normal del mundo.

Por una parte, me moría de ganas de ir a esa fiesta. No sólo conocería a Danny, ¡sino que estaría en su casa! Por otra, era demasiado tímida para plantarme ahí sola. Entonces vi a Lei que me miraba interrogante desde la mesa, curiosa por la conversación.

―Oye, Tom, ¿puede venir Leighton conmigo?

Lei me miró sorprendida y empezó a hacer que no con la cabeza. No sabía de qué iba la cosa, pero aunque le caía bien Tom, por lo que yo le había contado de él, ella nunca había querido tener ninguna relación con McFly.

―¡Oh, claro! ―respondió mi amigo, enseguida―. No lo había pensado, perdona. Que venga, por supuesto.
―¿No le molestará?
―¿A Danny? ―dijo Tom, riendo―. Cuando le dije que te invitaría me soltó: “claro, Tom, ya sabes que cuantas más tías, mejor”.
―Ah… ―no me sentó muy bien el comentario, aunque sabía perfectamente que Danny era así―. Entonces vendremos las dos.

Lei seguía mirándome en silencio, ahora con cara un poco asesina.

―Genial ―dio Tom, contento―. Pues entonces nos vemos mañana a las ocho. Es en la calle de arriba de la Galatea, esa que hacen los kebabs tan buenos. Ya te enviaré un SMS con el número de la casa, que ahora no me acuerdo… aunque sólo con el ruido ya sabrías cuál es.
―De acuerdo ―dije yo, contenta también―. Hasta mañana pues.
―No me falles.

Colgué el teléfono y di un par de saltitos de felicidad. Una fiesta en casa de Danny Jones… oh dios, ni en los mejores sueños. Una voz enfadada me cortó el rollo:

―¿Se puede saber dónde se supone que iremos mañana? ―dijo Lei.

Sonreí. McFly o no, se trataba de una fiesta, de una fiesta de las grandes: estaba segura que Lei vendría.

―Tom nos ha invitado a una fiesta en casa de Danny.
―¿Y le has dicho que iría? Ya te puedes imaginar que no me gusta nada la idea de meterme en casa de ese creído.
―Mira que eres tozuda, te repito que no le conoces.
―Da igual, creído o no, no me apetece nada ir a una fiesta suya.
―Venga Lei, que no quiero ir sola ―supliqué.
―No ―dijo, firme.
―Habrá mucha gente, seguro que encuentras a algún tío…
―Lo puedo encontrar en cualquier local…
―Mucho alcohol… ―insistí.
―¡Como en todas partes! ―replicó.
―Gratis ―puntualicé, con el énfasis necesario.

Lei no encontró nada que objetar a ese punto.

―Me harías un favor ―dije, sincera―. Y te haré patatas a la duphinoise para comer ―añadí, puesto que Lei aún parecía reticente.
―¡Trato hecho! ―cedió, sonriente, empezando a comer.

Me senté y la miré, sospechando.

―¿Te has hecho de rogar para conseguir que te cocine? ―le pregunté.
―Bueeeno, digamos que he intentado conseguir el máximo a cambio de mi favor. Como siempre usas las patatas para convencerme…
―Ya te vale.
―Oh, venga, ¡si te encanta cocinar!

Sonreí. Me conocía demasiado bien.

―Por cierto, esta tarde cuando salgas de la librería, me acompañas a ver qué me compro ―anunció.
―Oh, no, de compras contigo no ―me quejé.
―¿Quieres o no ir a esa fiesta? ―dijo Lei, divertida, sabiendo que tenía esa guerra ganada―. Porque si quieres que te acompañe, necesitaré algo adecuado para la ocasión…
―Ok, ok… Pasa a las seis y vamos directamente.
―¡Genial!

Finalmente, empecé a comer.



Tom tenía razón: no habría hecho falta que me enviara el SMS con el número de la casa. Nada más llegar a la calle, vimos un grupo de chicas de bandera bajar de un taxi delante del número 19. Había también dos coches mal aparcados de donde desembarcaban unos chicos alegres vestidos a lo surfer. Había luz en absolutamente todas las ventanas y cuanto más nos acercábamos, más se oía la música.

Lei y yo nos plantamos delante de la reja y miramos al jardín delantero: algunos conocidos se saludaban; la mayoría, desconocidos, se presentaban. Las chicas de bandera se acercaron decididas hasta el anfitrión y empezaron a adularle. Danny prestaba especial atención a una rubia de su altura, esbelta, guapa, sexy, provocativa… La agarró por la cintura y se la llevó dentro, olvidándose del resto de invitados.

Me sentí mal. Al lado de esas chicas, todas espectaculares y con modelitos de lo más atrevidos, mis piratas con sandalias de tacón -que me estaban matando, por cierto- y mi top plateado, junto a mis formas normales y mi escaso maquillaje, dejaban mucho que desear. Lei, con su vestido verde botella un poco escotado y corto, se acercaba más al “nivel” de las chicas de la fiesta, pero aún así… parecíamos dos peces fuera del agua. O así lo sentía yo.

―¿Entramos o te vas a quedar ahí plantada todo el rato? ―dijo Lei.
―Si quieres nos vamos ―propuse yo.
―Ah, no. No, no, no, no. Yo no quería venir y tú insististe, me he comprado un vestido fantástico, he ido a la peluquería y hasta me he hecho la pedicura. Así que ahora entramos, como que me digo Lei.

Me agarró del brazo y me fue estirando hasta adentro.

―¡Uau! ―exclamó Lei.

Lei estaba en lo cierto. “Uau” definía bien lo que teníamos alrededor. Que eran unas 50 personas aproximadamente, bebiendo, comiendo o bailando. Estábamos en lo que suponía el comedor-sala de estar, puesto que había una enorme tele de plasma colgando en una pared, pero a parte de ese detalle, la sala parecía una sala de fiestas. En la pared de la derecha había una mesa larga de bebidas, con un camarero que hacía cócteles. En la de en frente, debajo de la tele, una mesa llena de comida. En el centro, la gente bailando. A la izquierda, entre la puerta de lo que supuse era la cocina y las escaleras, había un DJ con sus platos. No había muebles, sólo sillas en los rincones. Imaginé que Danny decidió esperar a traer el sofá y las demás cosas después de la fiesta.

De repente me di cuenta de que Lei no estaba a mi lado. La busqué con la mirada y la vi ya en la mesa de las bebidas con un vaso en la mano, hablando con un par de chicos bastante guapos. No perdía el tiempo.

Entonces vi a Dougie que se dirigía hacia mí.

―¡Nana! ¡Qué bien que estés aquí! ―gritó.

Pensé que tanta efusividad se debía a dos cosas. La primera, que sí se alegraba de verme. La segunda, que ya había bebido lo bastante como para desinhibirse.

―Ven, que Tom debe de estar ahí.

Le seguí hasta la puerta de al lado del DJ que era, efectivamente, la cocina.

―…está muy buena, pero la morena tiene unas tetas… ―decía un chico de espaldas que identifiqué como Harry.
―¡Nana! ―me saludó Tom, apartándose de su amigo―. ¿Hace mucho que has llegado? ¿Y Leighton?
―Hola ―dije, más contenta ahora que veía a Tom―. Acabamos de llegar, pero Lei ya ha encontrado compañía.
―Ah, bueno. Mira, te presento a Harry.

El susodicho me había estado observando desde que Tom abandonó su conversación para saludarme.

―Encantado ―me dijo―. Ya tenía ganas de conocerte.
―Igualmente ―contesté, sonrojada.
―Oye, Harry, vayamos al jardín trasero ―intervino Dougie―, que Matt quiere hacer un concurso de… ―calló, mirándome―. Bueno, ya lo verás.

Harry asintió, como entendiendo de qué iba la cosa, y los dos desaparecieron.

―¿Quieres tomar algo? ―me preguntó Tom.
―Sí, gracias.

Volvimos a la sala y nos acercamos a la mesa de las bebidas. Lei aún estaba ahí con los dos chicos. Se saludó con Tom y luego me los presentó: eran Peter y Dave. Luego me susurró al oído: “Haz lo que quieras con Dave, pero Peter es para mí.” Reí. Ella siempre igual.

―¡Vamos a bailar! ―dijo Lei, avanzando hacia el centro seguida de Peter.

Los otros tres les seguimos sin saber muy bien por qué. Al cabo de un rato, alguien le saltó a la espalda a Tom.

―¡Tooooooom!

Era Danny. Bueno, Danny y la rubia detrás, pero yo sólo tenía ojos para Danny. Pelo corto no muy rizado, flequillo, camisa de cuadros bastante abierta, vaqueros ni demasiado ni poco apretados. Ojos azules, sonrisa, pecas. Oh, dios, aún me gustaba más en persona.

―Ey, Danny ―respondió Tom, intentando sacarse el brazo de su amigo de alrededor del cuello.
―¿Te gusta la fiestaaaaa? ―gritó.
―Tus fiestas siempre me gustan, ya lo sabes.

Yo seguía embobada mirando a Danny. Estaba un poco bebido, pero era tan guapo…

―Te presento a Nana ―dijo Tom―. Danny, Nana; Nana, Danny.
―Hola ―dije.
―Hola guapa ―dijo él.
―Y ésta es Leighton, su compañera de piso.
―Encantado.
―Igualmente ―contestó Lei, educada.

Reí por la situación. Sólo por ver a Lei diciéndole esto a Danny había valido la pena venir. La rubia dio un paso para adelante, reclamando su protagonismo, pero Danny no le hizo el menor caso.

―Ella es Dorothy ―la presentó Tom, forzado.
―La novia de Danny ―añadió ella.

Ni hola ni nada, Dorothy simplemente marcaba terreno. Danny, que no entendía de esas cosas de mujeres, miraba alrededor, feliz de ver a la gente pasándoselo bien en su fiesta. Pero Dorothy tenía que dejar claro su estatus, así que le agarró de la nuca y le comió la boca. Al cabo de unos cuantos achuchones, subieron escaleras arriba.

Estaba un poco decepcionada. Hacía tiempo que esperaba conocer a Danny y sólo habíamos cruzado un hola. Probablemente una fiesta no era un buen sitio para conocerle… pero ya que estaba ahí, mejor disfrutar. Como respondiendo a mis necesidades, sonó “Don’t stop me now”; entonces empecé a bailar como una loca y ya no paré en toda la noche. Tom desapareció en algún momento, y Lei y yo nos quedamos bailando con los otros dos.

Tarde de madrugada nos fuimos. Yo, Lei y Peter. Me puse tapones en los oídos y me acosté. No tardé nada en dormirme, estaba reventada: al final había sido una gran noche, aunque no hubiese acabado con un chico en la cama como mi amiga, claro.



Cuando el despertador sonó a las 8:30 de la mañana siguiente, odié a Danny Jones y su idea de hacer una fiesta entre semana. Aunque sólo lo odié un momento. Una ducha fría y para la librería sin siquiera desayunar. Rob ser rió de mi cara de muerta en cuanto entré.

―Espero que estas ojeras sean porque la fiesta fue bien ―dijo, a modo de saludo.
―Demasiado.
―¿Y qué tal Jones? ―preguntó, cotilla.
―Muy guapo ―contesté, alargándole la intriga.
―Eso es discutible, yo tengo mucha más buena planta que él.
―¡Já!
―Bueno, venga, cuenta, ¿hablasteis mucho? ¿Es simpático?

Sonreí. Verdaderamente, tener un jefe así era una suerte.

―La verdad es que apenas nos saludamos. Había muchos invitados y su novia le tenía acaparado.
―Vaya…

Siguió interrogándome acerca de la fiesta, hasta que apareció la furgoneta con el encargo de libros nuevos. Por una vez, Rob se encargó de catalogarlos, ya que, según él, con el sueño que tenía aún pondría mal el ISBN. Por suerte, esa mañana no pasaron muchos clientes a por libros, así que no tuve demasiado trabajo. Tampoco Tom apareció a la hora del café, suertudo él que podía dormir toda la mañana y la tarde también, si le apetecía.

Cuando llegué a casa a la hora de comer, Lei ya se estaba duchando. Empecé a hacer la comida y cuando apareció tenía un aspecto genial.

―No sé como demonios lo haces para tener buena cara después de una noche así ―le dije.
―Cosas de la naturaleza ―contestó, feliz―, pero que conste que me muero de sueño. Suerte que hoy sólo me tocaba ir por la tarde.

Lei trabajaba en una cadena de tiendas de ropa y cada semana hacía horarios distintos.

―¿Qué has hecho para comer? ―preguntó.
―He comprado dos ensaladas en el Tesco y he hecho lomo con queso al microondas. Ya sabes, cocina rápida que estoy cansada.
―No está mal, me encanta el lomo con queso.

Nos sentamos a comer.

―¿Qué tal Peter? ―pregunté.
―Bah, un cinco pelado. No me dejó ponerme arriba… ―se quejó.
―No me refería a eso… ―la corté.
―¿Pues entonces a qué?
―Si era simpático, agradable, inteligente…
―Es un rollo de una noche, Nana ―dijo, rodando los ojos con desesperación―, me dan igual sus gustos literarios o sus hobbies.
―Vale, vale. Quizás tienes razón. Es que ya sabes que a mí estas historias no me van.
―Sí, y no sabes lo que te pierdes. ¿Sabes? Peter me dijo que Dave se habría venido contigo si le hubieses seguido más el rollo.
―¿Ah sí? ―dije, sorprendida―. ¿Le gusté?
―Dios, ¿es que no tienes ojos en la cara? ―se exclamó― ¡No te perdió de vista en toda la noche!
―No me di cuenta…
―Pues se calentó bastante bailando contigo, pero luego tú nada, como siempre.
―Si es que no sirvo para estas cosas, Lei.
―Entonces, mejor será que aprendas, porque si no te veo en un convento, ordenando libros santos en la biblioteca.
―¡Anda ya!

Las dos nos reímos. Aún así, Lei tenía razón. O me espabilaba un poco, o acabaría monja, al menos en lo que a chicos se refiere. Hacía ya año y medio de Seb, mi último novio, y desde entonces sólo había tenido dos rollos relativamente cortos. ¿Cuánto hacía que no me enrollaba con nadie? ¿Siete meses? Qué desastre. Lei interrumpió mis pensamientos deprimentes.

―El caso es que no fue el único que no te quitó el ojo de encima.
―¿Eh? ―ahora sí que me pillaba fuera de juego―. Qué dices…
―Tom estaba muy atento a todo lo que hacías.

Ah, no. Una cosa era que Rob me picara con este tema, ¿pero Lei?

―Si Tom desapareció poco después que Danny… ―repliqué.
―No se fue muy lejos. Te estaba controlando desde la mesa de la comida.
―Miraría de vez en cuando para ver si me lo pasaba bien.

Me pareció una explicación lógica y razonable. Tom me había invitado y, conociéndole, seguro que se preocupaba por si estaba disfrutando o no.

―Si tú lo dices…

Genial, me estaba dando la razón como a los locos.

―Oye, Lei, no insinúes cosas raras. Sabes que somos amigos, muy buenos amigos y desde hace tiempo. No me gusta y no le gusto, nos caemos bien y punto ―dije, convencida.
―Yo no estaría tan segura sobre sus sentimientos, te aviso. Pero bueno, tú eres quién la amiga y supongo que tienes en qué basarte.
―Exacto ―concluí.
―Cambiando de tema, muy simpática Dorothy ―ironizó.

Y empezamos a despotricar sobre la rubia.



Ahora que Danny vivía en el barrio, las fiestas se sucedían una semana tras otra. Afortunadamente, solían ser los viernes o los sábados, y no faltábamos a una: cuando Lei oía sonar “Lies” en mi móvil ya empezaba a pensar en su próximo modelito. Yo nunca antes había salido tanto, y la verdad es que después de cuatro meses non stop, me apetecía pasar un fin de semana un poco más tranquilo. Por eso, cuando viernes, en el Starbucks, Tom me invitó a la fiesta de la semana, le dije que no iría.

―Me ha dicho Danny que la fiesta es hoy, a las ocho como siempre.
―Verás, es que me voy a quedar en casa esta noche ―me disculpé―. Descansaré bien y mañana iré a visitar a mi padre, que aunque viva a veinte minutos en bus ya hace mes y medio que no le veo…
―Ah, vaya… ―dudó un poco―. Oye, ¿no pasa nada no?
―¿Qué tendría que pasar? ―dije, sin entender por donde iba―. Es sólo que me apetece no hacer nada este finde.
―Entonces… ―me observó en silencio, pero al final lo preguntó― ¿no es por Danny?
―¿Por Danny? ―reí, aunque algo me dolió un poco adentro―, no Tom, de verdad.
―De acuerdo. Pero te echaremos de menos.

Tom siempre me hacía sentir bien.

Después, en la librería, lo de “¿no es por Danny?” me daba vueltas por la cabeza. La verdad era que no habíamos conectado, que él no me hacía demasiado caso y que incluso hablaba más con Lei que conmigo. No es que pasara de mí ni que fuera desagradable, no. Danny era muy simpático, con todo el mundo. Siempre hablaba con todos y regalaba sonrisas. Danny era todo buen rollo, energía, el alma de la fiesta. Y me encantaba. Si por Danny fuera, iría esa fiesta: fuera como fuera, me gustaba verle.

Cuando llegué a casa por la tarde, Lei no estaba. Genial, así podía disfrutar de “La comunidad del anillo” versión coleccionista que Tom me había prestado sin sus comentarios cada dos minutos. Desgraciadamente, justo en el momento que Gandalf iba a morir, mi compañera apareció encendiendo todas las luces, y con una sonrisa radiante me plantó una bolsa del H&M delante de las narices. Resignada, pulsé el botón de pausa.

―¿Qué es eso? ―le pregunté, señalando la bolsa.
―Míralo tú misma ―dijo, sonriente.

De la bolsa saqué una tela morada.

―¿Un vestido? ―dije, insegura.
―¡Claro! Es precioso, ¿verdad?
―¿No es muy…? ―me parecía que había muy poca tela para cubrir todo lo necesario.
―¡No empieces! Si es que no te lo tendría ni que enseñar, monja, más que monja.
―Eh, ¡un respeto! ―bromeé, lanzándole un cojín.
―Me lo pondré hoy ―dijo, volviendo al tema del vestido―. ¿O es mañana la fiesta?

Ups, no había contado con que Lei querría ir.

―Es hoy ―contesté―. Pero yo no voy.
―¿Y eso? ―Lei se sentó a mi lado―. ¿Por qué?
―No me apetece.
―¿Cómo que no te apetece? ¡Si nos lo pasamos bomba siempre!
―Estoy cansada, llevamos cuatro meses saliendo…
―¿Y? ¡Somos jóvenes! Tenemos que aprovechar. Venga, Nana, no seas rancia…
―Que no, que no. Ve tú.
―¿Sola? Ni de coña ―cruzó los brazos, molesta.
―Seguro que enseguida encuentras compañía ―dije, y ambas reímos.
―Da igual, me quedo contigo a ver… ―prestó atención a la pantalla pausada por primera vez― mierda, ¿”El señor de los anillos”?
―Exacto, eso mismo.
―Qué aburrido ―se quejó.
―Pues ve a la fiesta, ya sabes donde es.
―Sin ti…
―Estará Lily, y probablemente Sam y Jenny ―la animé.

Lily era la novia de Dougie, una chica muy simpática que nos cayó bien desde el primer momento. Las otras dos eran sus mejores amigas, que venían de vez en cuando. Sam era un poco alocada, muy divertida. Jenny era tímida, pero muy agradable.

―No sé…
―Venga, que te mueres de ganas de estrenar el vestido.

Lei lo pensó un poco. Al final se decidió.

―¿A las ocho?
―Sí.
―¡Voy a prepararme!

Una hora más tarde, volvió a interrumpirme cuando faltaban menos de cinco minutos para el final de la peli.

―¿Qué tal? ―preguntó.
―Espectacular.

Lei era una chica normalita, pero muy resultona. No estaba flaca, tenía curvas… las justas. Buen pecho, culo bonito, agraciada de cara… siempre gustaba a los chicos. No era una chica de bandera como las que frecuentaban las fiestas de Danny, pero esta noche lo parecía. El vestido morado era muy corto y escotado en forma de V. Por detrás, el mismo escote. Lo mejor era que el tipo de tela no lo hacía ordinario, sino elegante. Además, Lei lo había combinado con unos zapatos de tacón muy chic y un montón de accesorios, todos negros, que la vestían un poco más.

―Tendría que haber ido a la peluquería…
―Ni de coña, estás bien así.

Tenía la manía de irse a hacer un recogido siempre que se arreglaba, pero hoy se había dejado el pelo suelto. A mí me gustaba mucho más así: lo tenía liso y brillante, muy bonito.

―¿Sabes? ―dijo de repente―. He cambiado de opinión, me quedo.
―¡Qué dices! Estás genial, de verdad. Y Lily estará ahí, ya te lo he dicho.
―Es que no sé…
―Mira, si quieres la llamo a Tom y le preguntó quién hay ―dije, agarrando el móvil.
―No, no, no hace falta.
―Venga, ve, que son las ocho pasadas ―insistí.
―Bueno, de acuerdo. Que sea lo que dios quiera.
―No hay para tanto…
―Ya, claro, pero tú no irías sin mí ―me acusó.
―Cierto ―admití.

Finalmente, avanzó hasta la puerta y la abrió.

―¡Deséame suerte!
―No la necesitas, hoy ligas seguro ―contesté, convencida.

Y mi predicción se cumplió.

McFLY ❣, FANFIC ❣, dougie poynter, rp, danny jones, harry judd, tom fletcher

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