Título: Matinée Criolla.
Fandom: Latin Hetalia/Zombies en La Moneda.
Personajes/Parejas: Chile, Argentina, Perú, menciones de Mapuche. Perú/Chile, insinuado.
Advertencias: Motherfucking zombies.
Comentarios: Crossover con Zombies en La Moneda o algo así. Manu tiene una plaga de zombies, así de la nada. Y NADA TIENE SENTIDO, NADA ES EXPLICADO. Empecé esto hace tiempo como un capricho porque me obsesionan los zombies, sob. Y bueno, es una sonsada muy mística. Me da vergüenza cross-postear esto a
latin_hetalia porque NO TIENE SENTIDO AUGH. (Also no está beteado, crai moar.)
En retrospectiva, empezó a sospechar que algo andaba mal cuando despertó una mañana sintiendo unas inconmesurables ganas de comer churrasco crudo. ¿Qué clase de idiota come churrasco crudo?
(Bueno, quizás Martín...)
No pudo trabajar en paz ese día. Tenía un hambre atroz que no habría logrado saciar ni con todas las manzanas del país y las ganas de comer carne cruda simplemente no lo abandonaron. Al finalizar la jornada, llegó a casa sintiéndose extremadamente extraño. (E inusualmente carnívoro.)
No le tomó tanta importancia en aquel momento, pero tampoco le dio el gusto a su organismo. Sólo para probar que no le hacía caso a las necesidades primitivas, acabó cenando una ensalada.
Cuando se fue a acostar, no logró conciliar el sueño durante toda la noche. Al día siguiente se sentía pésimo y un sólo vistazo en el espejo le enseñó que bajo sus ojos tenía bolsas, y que habían bolsas en las bolsas. Espectacular, ¿no?
Dos días después lo tenían encerrado en el palacio presidencial mientras resonaban los chillidos de los carabineros de fuerzas especiales afuera en La Alameda. Desde el segundo piso del palacio y a través de una ventana, Manuel observaba con absoluta incredulidad como una maldita horda de zombies asesinos devoraba todo a su paso.
-Por la puta que te parió -murmura, pasmado-. ¿De dónde cresta salieron?
A espaldas suya, un ministro llora desconsolado y contesta (más para sí mismo que para Manuel) que nadie tiene ni puta idea de porqué (o como) han acabado con una plaga de zombies expandiéndose por el país completo en menos de lo que canta un gallo. Manuel puede sentirla crecer: es un hormigueo asquerosamente desagradable en su estómago y una comezón odiosa en su piel, que por alguna razón se torna cada vez más pálida.
Se voltea a mirar al grupo de políticos desesperados que yacen encerrados con él, sus ojos fijos en las miradas de pánico de aquellos hombres y mujeres que, se supone, componen el gabinete de su actual jefe. Alterna la mirada entre el paisaje absurdo y sanguinario de la ventana, y los cuerpos temblorosos y asustados de aquellos políticos. Manuel traga saliva y se lame los labios secos. Mantiene los ojos clavados en ellos, llegando a una realización.
-Por la chucha -suspira-. Me voy a morir.
Luego sólo procedió a estrellar la frente contra la superficie dura más cercana.
-
Esto es una tontera, piensa. Lleva media hora tratando de escribir una carta que en realidad no tiene ni puta idea de cómo le hará para hacérsela llegar a su destinataria. Se revuelve el cabello, frustrado y arruga la hoja en la que escribía, aventando la bola de papel lo más lejos posible. Masculla un par de obscenidades por lo bajo y retoma la escritura.
Ya cansado, opta por releer el resultado final antes de liquidar otra hoja de papel.
Mamá:
Mira, no sé qué pasó ni cómo pasó. No tengo idea de porqué, ni de dónde vino todo esto. Tampoco tengo claro si soy sólo yo él que tiene este problema o si hay algún otro país en el mundo siendo devorado por zombies asesinos. Sí, zombies.
¿Alguna vez has visto una película de zombies? Lo dudo.
De todos modos no las veas. Son fomes.
Lo están destruyendo todo y no tengo idea de si están afectándote a ti o a tu gente, pero confío en que te hayas percatado del desastre y hayas encontrado una manera para esconderte. Como sea.
Lo que quede, que sea tuyo. Todo tuyo.
-Manuel.
-
-Te llamé cinco veces, huevón de mierda -masculle Manuel en el teléfono. Al otro lado de la línea, Martín permanece echado en su sofá viendo un partido de fútbol sin enterarse de nada- ¿Qué cresta te cuesta contestar esa mierda de teléfono a la primera?
-Ah, sísí -contesta Martín, sin despegar la vista del televisor-. Esperáte, Manu, que estoy un pelín ocupado.
-Martín, escúchame -se detiene un momento para arrancarle un pedazo al bistec crudo que lleva rato tratando de comerse-. Llama a todos los pasos cordilleranos y avísales a las aduanas que la frontera con Chile está cerrada, ¿vale?
-Flaco, oye, en serio que estoy… -Martín se detiene un momento, despegando los ojos del televisor. Su rostro acaba esbozando una mueca de sorpresa cuando termina de procesar las palabras- ¡¿Te volviste loco?!
-Hmpf -mastica el filete con fastidio-. No.
-¿Y entonces qué mierda te dio a vos por cerrar toda la frontera?
-Es secreto gubernamental.
-… ¿me estás jodiendo, no? -Martín suspira, terriblemente fastidiado-. Sos peor que una mina, sabelo. Metete en la cabeza que nadie te entiende cuando hablás en clave, Manu.
-¡Te digo que no puedo decirte! -gruñe molesto-. Sólo llámalos y diles. Todas las fronteras están cerradas, absolutamente todas.
-Vos estás ocultándome algo.
-Pues claro que sí -suspira Manuel-. Pero no estás listo para saberlo aún, pedazo de imbécil. No quiero que hagas nada estúpido, ¿ya?
-Ay, Manu -canturrea burlón-. ¡Te preocupas por mí! ¡Estoy tan conmovido!
Manuel titubea un poco, antes de presionar un poco el auricular con los dedos.
-Me lo agradecerás luego -carraspea un poco-. Eres un buen amigo después de todo, Martín. -sin despedirse, cuelga el teléfono con brusquedad.
Afuera, el alboroto alcanza tal volumen que Manuel siente como si la horda de zombies ya hubiese logrado penetrar los muros del palacio. Está demasiado agotado como para asomarse de nuevo a la ventana, prefiriendo mantenerse allí, sentado en el suelo, acurrucado entre un librero y un escritorio, con la espalda pegada a la pared y el teléfono descansando sobre su regazo. Sus manos están manchadas de rojo por culpa de la carne cruda semi descongelada y maldice por lo bajo lo difícil que es masticar carnes rojas sin preparar. ¿Por cuánto tiempo tiene que masticar para poder tragarse esta mierda?
-
Manuel toma un respiro antes de descolgar el teléfono y marcar el número. Espera unos minutos con cargada anticipación, el sonido de marcando perforándole los nervios.
-¿Aló? -se escucha, finalmente, al otro lado de la línea.
Manuel respira hondo.
-Miguel. -saluda, la voz increíblemente impasiva.
-Carajo, Manuel -gruñe-. ¡Son las cuatro de la madrugada! ¡La gente duerme a esta hora, infeliz!
-Oh, ya cállate. -responde, entornando los ojos-. Sé perfectamente qué hora es.
-Me alegro. Ahora, si no tienes nada que decir, me dispondré a colgarte y seguir durmiendo como la gente normal.
-Es importante. -dice Manuel con voz seca. Hay algo en su tono que logra hacer que Miguel reconsidere mandarlo al carajo.
-Habla.
Manuel carraspea.
-Cerré las fronteras.
-. . . Por qué.
-Tengo una epidemia -se pasa una mano por el pelo-. Me voy a aislar.
Y luego desaparecer, piensa. Pero no considera necesario entregarle ese detalle a su vecino.
-No habías dicho nada de esto antes. -le reprocha Miguel.
-No lo consideré necesario.
-Cerraste la frontera -grita-. ¡Si tomaste una medida así debe ser por algo!
-Lo hice y ya, Miguel -gruñe Manuel-. No tengo que darte explicaciones, esto no le concierne a nadie. Cresta, ni siquiera sé porqué sigo al teléfono.
-Manuel, eres un imbécil.
En realidad, Manuel tiene una idea bastante clara de porqué sigue al teléfono, escuchando los reproches furibundos de Miguel. Quizás sea la última vez que oiga su voz, la última oportunidad para decirle todas las cosas que se ha guardado por años.
O quizás no.
-No tengo que explicarte nada -suspira, cansado-. Sólo… sólo ten cuidado.
-Manuel, estoy pensando seriamente en colgarte el teléfono y llamarte de vuelta a una hora decente -responde mosqueado Miguel-. Quizás seas más coherente por la mañana. Espera, ya sé, iré yo a verte y me aseguraré de que comas algo que no te haga alucinar.
Manuel se sonroja y una sensación cálida lo invade desde el estómago hasta la garganta, el corazón latiéndole a mil como si en cualquier momento fuese a desbocarse. Cierra los ojos con fuerza y deja descansar la cabeza en la pared, deslizándose, ligeramente tembloroso, aún más en el suelo, hasta quedar casi acostado. Sujeta el teléfono con más fuerza de la necesaria y cuenta un par de segundos antes de seguir la conversación.
-¿Aló? -suena a través de la línea- ¡Carajo, Manuel, estoy hartándome!
Podría decirlo todo.
-Miguel.
O no podría decir nada.
-Eres importante para mí.
-Chao. -se despide con tono rotundo y voz temblorosa, colgando el teléfono antes de que Miguel pueda replicarle cualquier cosa. Se muerde el labio pensando en las cosas que deseaba decir y se regaña mentalmente por ser tan huevón.
Al final, sigue guardándose todo para sí mismo.
(Se siente estúpido y expuesto. Debería ser ilegal querer a alguien de esa manera y no poder decírselo.)
-
Están mirando nubes.
Allí, tirados en un prado de flores (que está causándole una comezón espantosa en la nariz), están mirando nubes. Boca arriba sobre el pasto húmedo, Manuel observa pasar las formas blancas y esponjosas de las nubes en el cielo azulado. A su lado, Miguel tararea alguna canción cursi de mal gusto, con un brazo estirado en el aire, pretendiendo que puede tocar el cielo.
-Esa parece un huevo -ríe Miguel, perezoso, y señala una nube en particular que no parece tener forma de nada-. Sólo tienes que inclinar la cabeza un poquito.
Manuel ladea la cabeza, frunce un poco el entrecejo y mira la nube a través de ojos ligeramente entrecerrados.
-No seas ciego -concluye-. Es una palta.
-... vale, me rindo contigo -Miguel lanza una risotada, su mano buscando la de Manuel para enlazar los dedos de ambos-. Eres un fenómeno.
Manuel ignora las risas de Miguel y voltea a mirarlo por unos instantes. Quizás sonríe un poquito.
Quizás-
Manuel despierta con un sobresalto, aún de madrugada, y se da cuenta de que en algún momento de la noche debió quedarse dormido de puro aburrimiento. Se endereza, agotado y algo mareado, volviendo a sentarse bien acomodado entre la pared y el librero de la oficina. No siente ningún ruido, ya ni siquiera se oye la sirena del carro de bomberos o el ruido de las patrullas de carabineros.
Manuel no se considera ni valiente ni cobarde. Simplemente no tiene deseos de volver asomarse a la ventana. Sabe que todo terminará pronto, sabe que no hay manera de luchar contra una plaga tan repentina, bizarra y expedita. Cierra los ojos con fuerza y cuando vuelve a abrirlos, al verse las manos, nota que su piel parece tornarse transparente con el pasar de las horas. Chile no es idiota. Sabe lo que viene después.
Su percepción del tiempo no es más que un chiste ahora, ¿qué día es? ¿viernes?
Recuerda haber quedado con Miguel para el fin de semana. Se le hace extraño como los planes pueden cambiar de un día para otro. Como, en realidad, nadie es dueño de decidir lo que pasará consigo mismo, especialmente un país.
Los primeros golpes fuertes empiezan a oírse en el piso de abajo. Un estruendo atroz de fuerza y furia, cada vez más cerca, cada vez más real.
Manuel cierra los ojos y espera.