Cuando la última vela del convento fue apagada, Théo pestañó dos o tres veces y suspiró. En su mente se gestó el pensamiento de que, si todas las noches fueran así de despejadas, las personas no necesitarían ninguna luz artificial. Una luna redonda y amarillenta brillaba en medio del firmamento, escondiendo el resplandor tímido de una gran cantidad
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-Hyacinthe, ¿estás bien? Oye. ¡Oye! ¿Me escuchas? -insistió, tomándolo de los hombros y moviéndolo con suavidad.
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- ¿Théo...? ¿Qué estaba haciendo?
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