Ya debería haberse acostumbrado a las continuas recaídas de su hijo. Sin embargo, cada vez que lo veía postrado, inconciente, su pequeño cuerpo cubierto de sudor, se le rompía el corazón dentro del pecho. Sentía una impotencia atroz
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-Mi pequeño -continuó susurrando. No sabía si sentirse feliz por su despertar, o desesperada por su condición enfermiza-. Ya estoy aquí. ¿Cómo te sientes?
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- ¿Madre?
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- Théo...
Contrajo el rostro en un gesto de dolor mientras lloraba.
- Théo...está muerto...
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-¿Quién te ha dicho eso?
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