Desde el amanecer, tanto dentro del cuarto de reclusión como a sus alrededores, solo se escuchaba un susurro ininterrumpido e insistente:
DiostesalveMaríallenaeresdegraciaelSeñorescontigobenditatúeresentretodaslasmujeresybenditoeselfrutodetuvientreJesúsSantaMaríaMadredeDiosRuegapornosotrospecadoresahorayenlahoradenuestramuerteAmén
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Sandrine estaba parada frente a la puerta oyendo el torrente de palabras que fluía desde el interior. Era un rumor inteligible, como escuchar el agua brotar de un manantial, similar al zumbido de una mosca en una noche veraniega. Parecía pegarse a la piel como un manto muy fino y húmedo.
Llamó con insistencia a la puerta forjada y luego penetro en la estancia. Nunca había entrado en ningún cuarto de reclusión, ni siquiera se había imaginado uno.
-¿Sor Flora? Vengo a traerle algo de comida-Dijo con voz que debía sonar tranquilizadora.
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-¿Quién es? -tuvo que preguntar. La voz le había sonado familiar, pero últimamente ya no estaba segura de nada-. No puede entrar aquí, es un cuarto de reclusión.
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Era extraño ver la gran diferencia entre la mujer que le había atendido apenas unas semanas atrás y la que se le presentaba ahora delante.
-Aunque se halle recluida debe alimentarse, ha estado descuidando sus comidas.-Comentó en un tono suave.-Soy Sandrine Filleul, cuido al hijo de la directeur Adolphe.
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