Fandom: Starfighter.
Pairing | Género: Caín/Abel | Pron con su poquito de angst y fluff.
Palabras: 2.525.
Rating | Advertencias: NC-17 | Spoilers (lol) hasta la página 42. Nada que no tenga el canon (ligero dubcon, sexo GAYER).
Notas: Me lo pidió
taigrin en el meme del abecedario, y además hoy es su cumpleaños así que para ella totalmente &hearts. ILU, priti :3
Notas2: Pathetic writer is pathetic. Estoy acojonada con este fic porque le he dado tantas vueltas que no sé si lo he mejorado desde la primera versión o no. Comentarios son, as always, bien recibidos :3
Roces
Después de esa primera vez que empezó de manera forzada, y terminó por ser lo que secretamente siempre había deseado, Caín no ha vuelto a hacerle nada. No ha habido más acercamientos, no más palabras de las necesarias, no más follarle. Le ignora en el cuarto, en el comedor; se va con los otros luchadores, y se mentiría a sí mismo si dijera que no siente celos.
De hecho, le corroen. Pero se dice que es como tiene que ser. Que tiene que reconocer que la probabilidad de que Caín sea un psicópata es alta, como mínimo, y que lo mejor es que se aleje de él. Que le deje en paz.
Pero no le resulta tan fácil, y el recuerdo de sus dedos abriéndole, haciéndole lo que había soñado tantas veces le persigue a todas horas. Lo lleno, repleto que estaba después de haberse pasado toda la vida sintiéndose como el bicho raro. Le abruma que Caín supiese que él quería eso dejando aparte años de represión de un soplido. O un mordisco.
Después de Caín nada le satisface. Ni cuando se masturba en la ducha, metiéndose los dedos como si no hubiera un mañana. No le servía antes y mucho menos ahora, que sabe lo que es que te follen y te besen al mismo tiempo, lo que se siente al mirar a la cara a Caín cuando le está penetrando y verle bajar por un momento las barreras de chico duro, ahora que entiende lo que es estar frente con frente, y sentir el aliento del otro en la cara antes de llegar al orgasmo.
Cuando se corre con el agua cayéndole por todo el cuerpo se le escapa su nombre entre los labios.
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Abel no sabía lo cruel que podía llegar a ser Caín. Cuando está empezando a pensar que solo fue cosa de una vez, ignora la desesperación que le atenaza la garganta y piensa que a partir de ahora las cosas se sucederán de manera normal entre ellos. Es lo que quería, es lo que tiene.
Pero entonces empiezan los roces.
Al principio ni siquiera sabe que es Caín. Son toques tan ligeros y siempre le cogen tan desprevenido que para cuando se ha dado la vuelta ya no hay nadie y empieza a pensar que se está volviendo loco.
Pero persisten, y Caín se empieza a dejar ver. Está en el servicio y aparece un segundo a su espalda, quemándole con la mirada a través del espejo. Está en la ducha, nota algo en su columna y cuando se recupera del escalofrío y da la vuelta escucha el sonido de la puerta al cerrarse. En el ascensor siente una presión en la pierna y no puede creer lo que es hasta que nota aire en su cuello, causándole un escalofrio que le recorre entero. Puede imaginar la sonrisa retorcida de Caín, a diez centímetros de su nuca.
La sangre hace caminos opuestos hacia sus mejillas y bastante más abajo, pero no es capaz de enfrentar la vergüenza de decirle nada (porque no podría soportar que todo el mundo supiera lo que le hizo, así como sabe que a Caín le daría igual), así que los demás ocupantes le miran extrañados, sin saber lo cerca que están de ser testigos de un asesinato. O de otra cosa, pero en eso Abel prefiere no pensar.
Las noches son todavía peores. Saber que está ahí, que le podría tocar con solo dar unos pasos es una tortura. Cuando despierta, sobresaltado, en medio de la noche, tiene el cuello húmedo de saliva. De la cama de su compañero le llega el sonido de su respiración profunda, de dormido. Sabe que miente pero no puede hacer nada.
La tensión le está matando. Se pasa el día disimulando a ratos el bulto de su entrepierna que se marca en su traje más de lo que debería, deseando y temiendo a partes iguales el siguiente momento en el que aparecerá. Caín es más rápido, está más seguro de lo que hace, y tiene más paciencia que él: está claro que lleva las de perder.
o.O.o.O.o.O.o
Es posible que, cuando algún día muera, vaya al infierno. Pero piensa que, de todas formas, no puede ser peor que lo que está sufriendo ahora.
Son demasiados días y demasiada tensión. Puede explotar de un momento a otro de ganas y frustración, y los compañeros se extrañan de su cara de mal humor, de sus ojeras. No dice nada ni tiene una mala contestación pero le evitan, el aura oscura que le surge alrededor les hace alejarse de él. Al terminar el día, cree que ya no puede más. Ha llegado a su límite, antes lo soportaba porque no sabía lo que era pero Caín se lo dio a probar y ahora no aguanta ni un segundo más.
Entra en la habitación y cierra de un portazo. Tiene ganas de romper, y tira todos los papeles de encima de la mesa, notando cómo las lágrimas se agolpan en sus ojos. Coge aire cuando de repente oye abrirse la puerta del baño, a sus espaldas.
- ¿Acaso pretendes destrozarlo todo? Si es así, al menos hazlo solo con tus cosas, y no toques las mías - le imprime un tono sugerente, malicioso a la frase.
Puede que le hubiera bastado con eso, pero cuando se da la vuelta su cuerpo encuentra una razón mejor para reaccionar. No de la mejor manera, claro.
Se queda paralizado, repasando con los ojos el cuerpo de Caín, desnudo y mojado. Le mira apoyado en el marco de la puerta, los ojos entrecerrados, la mirada lasciva, la sonrisa de lado. Y, entre las piernas - dios.
La sangre se le agolpa en la cara y acto seguido le baja, casi la nota andando por su cuerpo, bombeando el corazón y recorriendo su estómago. Y más abajo. Y parece que toda se le concentra ahí, quizá es por eso que no puede pensar, no le llega riego al cerebro y le es imposible formar un pensamiento coherente. Todo su campo de visión lo llena Caín. Y las gotas que caen desde el pelo por su pecho, y bajan. Podría secarlas una a una con la lengua, durante horas. Durante toda su vida.
Por su parte, Caín piensa que quizá ya sea el momento. Ha sido muy divertido ir minando su seguridad, ver como es incapaz de defenderse porque no había ataques. De todas formas, verle así, en shock, tan vulnerable le hace querer romperle de nuevo con tantas ganas como la primera vez. Hacer que le suplique, que sepa cual es su sitio.
Así que avanza, deliberadamente lento, hacia Abel. Éste traga saliva, incapaz de moverse o de reaccionar, mientras sus ojos siguen los movimientos de los músculos de Caín. Cuando le agarra de la mandíbula lo hace fuerte, haciéndole daño. Parece que le va a besar y Abel adelanta inconscientemente los labios, pero cambia el rumbo hasta su oído, mordisquea el lóbulo y susurra.
- ¿Me has echado de menos, cariño?
Y lo dice tan consciente de saber lo que ha pasado Abel, de una manera tan provocativa y tan mezquina que le resurge todo el enfado que traía al llegar. Le aparta la mano, porque no soporta el control que en una semana ha conseguido tener sobre él.
- Jodido hijo de puta, ¿quién te crees que eres para tratarme así?
Tanta ira acumulada, tanto odio y deseos entremezclados se unen para explotar. Le empuja, consigue zafarse del intento de agarre de Caín y se dirige de nuevo hacia la puerta. Tiene que salir de ahí, de ese aire enrarecido por el sexo y la tensión. Tiene que salir. Ya.
Pero tarde se da cuenta de que dar la espalda a Caín es un craso error. Le coge los brazos por detrás y le sujeta las muñecas con una mano, mientras le empuja hasta la cama, tirándole de un golpe.
No le hace verdadero daño pero consigue ver la expresión de Caín y realmente le da miedo. Y, maldita sea su mente, también le excita, como lo hace el sonido de la cremallera del traje, mientras la baja, sin darle tiempo ni a reaccionar.
- Pero ¿que ha...? - le tapa la boca con la mano.
- Te avisé. Te dije que podía portarme bien, pero que me conocen por no hacerlo - suena a amenaza -. Ahora vas a saber por qué - Lo es.
Podría decir que le quita el traje pero sería el eufemismo del año. Se lo arranca, mientras le muerde la nuca, la columna, las orejas. Está desnudo y siente esa presión (toda esa presión) en su culo, y maldice su cuerpo por la reacción de levantarlo. Siente la sonrisa de Caín en su hombro, y su aliento rozándole la piel. Se derrite bajo ese calor ardiente y húmedo, que podría fundir un volcán, es como lava que se extiende por su cuerpo. Y Abel cae, deja de forcejear, olvidando su dignidad en algún momento entre morado y morado que sabe que tendrá al día siguiente en el cuello.
Ahora son sus dientes los que le recorren la espalda, mordiendo y raspando el camino hacia abajo. Cada vez más, y cuando está llegando al final de la columna introduce un brazo por debajo y le levanta. Sujetándose sobre sus rodillas, con la cara escondida entre los brazos apoyados en la cama, siente la lengua que sigue bajando por su columna, hasta que ya no es más columna y solo le da tiempo de notar el calor ahí abajo Dios mío, Caín, que me vas a hacer, ¡qué me haces! cuando le besa en el punto clave y lo hace igual que lo hace en la boca, dominante y posesivo y tan sucio, no sabe como algo tan sucio puede ser tan bueno.
Se le escapan los gemidos desesperados y cada vez más altos. Se le escapa su nombre (Caín), entre respiraciones entrecortadas, mientras piensa que debería estar avergonzado porque está a punto de correrse, así, solo con su lengua, simplemente sintiéndole ahí detrás.
- Ah, pero, Abel. Si quieres algo lo tienes que pedir. Di las palabras mágicas - niega con sonidos chasqueantes cuando Abel mira hacia atrás y le pide, por favor, por favor, le suplica que le deje terminar -. Esas no son, ¿es que no has aprendido nada? Eres mío, eres mío, eres mi puta y quiero oírtelo decir.
Maldito cabrón. Maldito cabrón, maldito sea. Y él pelea, pelea contra las ganas de decirlo y que deje de hacerle sufrir y que le folle, que le parta por la mitad como lo hizo la primera vez. Pero no quiere hacerlo, no quiere aceptarlo, O no quiere que él sepa que lo acepta. Ya no sabe, porque le está rozando con los dedos y le cuesta pensar en algo que no sea Caín, que lo llena todo.
Y Caín apoya el pecho en su espalda, y las gotas ahora le mojan a él.
- Caín, por favor, Caín... - lloriquea, hablando incoherencias.
- Dilo. Solo lo tienes que decir, una vez - y es entonces cuando le mueve la cara y le besa.
Le saborea por fin en la boca, le da igual donde haya estado hace veinte segundos y le encanta notar esos labios y esos dientes que vuelven a marcarle la herida, que aún duele. Que le dolerá toda la vida, probablemente.
Vuelve a caer, porque acepta que ya no hay vuelta atrás, que desde “Ahora eres mi puta” lo es, es eso y todo lo que quiera, porque era lo que había esperado siempre y eso no lo cambiaría negándolo.
- Lo soy, lo soy, pero por favor, por favor...
- Dilo. Di “Soy tu puta”.
Y de repente, por un segundo, los ojos de Abel recuperan el enfoque y le miran, directamente. Es casi agresiva, esa mirada.
- Soy tuyo.
Y no es lo que Caín esperaba, pero lo siente como un golpe, dentro, y se venga de ello entrando en él de una vez, para que el placer esconda el nudo que le ha surgido en el estómago y funciona, porque ya no siente nada más.
- Eres tan estrecho - se le escapa, con voz estrangulada.
Ahora son los gemidos de ambos los que se entremezclan. Abel se agarra a las sábanas para no caer, tiene que aferrarse a algo, lo que sea, para que las embestidas no le tumben. Eso era lo que quería, sentir ese dolor y el placer entremezclados, sentirse uno, notar su frente en la nuca, el sudor de ambos que se le escurre por el cuello.
Caín mete la mano por debajo y le levanta, hasta quedar ambos de rodillas, él rodeando las piernas de Abel con las suyas. Le recorre el pecho y el estómago con las manos, mientras el rubio se sujeta en sus muslos, clavando los dedos cada vez más fuerte.
Abel mueve la cabeza hacia atrás y le mira, tiene los ojos prácticamente cerrados pero puede ver el brillo de sus ojos, y sabe que sus pupilas están clavadas en las suyas. Le atrae hacia él empujándole desde la barbilla con los dedos y él se deja arrastrar, sin que en ese momento importe nada más que sus boca. El orgasmo les golpea a la vez, en cuanto sus lenguas se juntan. Es el beso más descoordinado de la historia pero también el mejor, aunque los dientes les choquen y les caiga saliva por la barbilla y finalmente le muerda.
Se dejan caer en la cama. Les cuesta coger aire, y durante unos minutos lo único que se escucha en la habitación son las respiraciones agitadas mientras se van calmando. Caín todavía sigue dentro de él, y cuando sale la sensación de vacío vuelve. Pero éste ni siquiera se levanta. Se queda tumbado, con una sonrisa satisfecha y felina. Por una vez, no hay maldad.
Pero le vuelve a invadir la tristeza. Por que no sabe a qué atenerse con él, no sabe qué piensa, por qué le trata así. Así que se levanta, esta vez sin decir nada, y se limpia en el baño. No llores. No llores. NO LLORES.
Consigue aguantar las lágrimas a duras penas. Cuando sale del baño la luz está apagada y anda hacia su cama. Su corazón pega un triple salto mortal cuando al pasar al lado de la de Caín éste le agarra y le tumba, tan rápido que casi no le da tiempo a procesar lo que ha pasado.
De los labios de Caín sale una única palabra.
- Duerme.
Le duele tanto, y tan profundo que no intenta resistir ni fingir que no quiere y se mete en la cama, confuso y rojo hasta las orejas. Es incomprensible la vergüenza cuando han hecho lo que han hecho, pero ahí está, ardiéndole en las mejillas.
Debajo de las sábanas Caín irradia calor. Abel se mueve ligeramente y nota su brazo rozándole la espalda. El moreno gruñe un poco pero no se aparta, y el alivio lo siente como un bálsamo en su interior, limpiándole las heridas.
Respira hondo, relaja los músculos y cierra los ojos. Ahora sí que puede dormir.