Autor: Usagi-Asakura
Fandom: World Series: Hetalia.
Disclaimer: Personajes a Hidekaz Himaruya.
Claim: España/México
Tabla: 30 Besos
Tema: #26- Si pudiese ser mío
Resumen: Reflexionando por algunos minutos, sabía que no tenía mucho que debatir, Antonio había perdido a su Nueva España hace mucho tiempo ya, su papel ya no consistía en ayudarle…
Advertencias: Mención de la guerra de los pasteles. Un poco histórico, según se mire. No hay datos cien por ciento literal, es una simple interpretación para fines del yaoi. Lo poco que se de esta historia es lo que he puesto. Así que, sobre advertencias no hay engaño. Ya saben, he usado el nombre de Pedro para México porque es el que más me gusta, y me he acostumbrado a usarlo.
#26-Si pudiese ser mío.
España salió como loco. Por la calle de París pasaba una carroza vacía, entró en ella y dio al cochero las señas para que le llevase a la mansión Bonnefoy. Debía haber previsto que algo así pasaría. Después de todo, hablaba del francés, el hombre que sacaba jugosas ganancias en la guerra.
Llegó, tocó desesperado. Una de las sirvientas le dejó pasar al verle tan alterado. Subió las escaleras y tocó de nuevo violentamente la puerta de la alcoba del francés, ¡qué se creía para hacer tal bajeza! ¿Por qué demonios, de todas las tierras en América, precisamente estaba haciéndole guerra a su ex colonia?
-¡Como no me abras, cabrón, te juro que tiraré la puerta de una sola patada! -gritó.
Francia salió con una bata carmesí de larga cola aún con el semblante perezoso, le dedicó una mirada cordial.
-¿A qué se debe tu visita matutina? ¿Es que no puedes vivir sin mí, querido?
-Déjate de mierdas, ¿acaso pensaste que no me enteraría? -explicó.
Abrió la puerta con fuerza. Antonio entró al cuarto sin invitación, se encontraba tan enfadado que no se percató del olor a vino que desprendía su amigo. Habían pasado algunos cuantos años de haber dejado a su Nueva España y Francis se había atrevido a querer engatusarle, ¿qué se estaba creyendo? ¡Podría haberle dado libertad que el otro deseaba, pero aquello no significaba que sus amigos podían intentar algo sin su consentimiento! Cayó en la cama, cruzó las piernas y le miró con altivez.
-¿Y bien? ¿Sigues pensando que no sabría…?
-Vamos, vamos, amigo. No es lo que piensas.
-¡Que no es lo que pienso! Entonces, según tú, ¿¡qué es lo que pienso!?
Francia pareció meditar su respuesta. Caminó hacia donde se encontraba una botella de vino y bebió de ella. Estaba menos adormilado, así que sus gestos dejaron leer su respuesta. Antonio creyó que aquella mirada no era lo que estaba pensando.
-Pásame mi ropa -dijo el francés.
Antonio le dio un pantalón de seda granate y una blusa de casimir negra con bordados dorados. Le vio recoger su dorado cabello en una coleta. Tomó un poco de aire antes de exclamar, colérico:
-¡Ah, no! ¡No! ¡Y NO! ¡No pienses que le pondrás una mano encima! ¡A él no!
-¿Y por qué no? -preguntó el otro.
Aquella cuestión martilleó como eco en su cabeza. Reflexionando por algunos minutos, Antonio sabía que no tenía mucho que debatir, había perdido a Nueva España hacía mucho tiempo, su papel ya no consistía en ayudarle o meterse en asuntos que sólo le competían al menor…
Mierda, pensó.
-Es un niño, por el amor de Dios. ¡Un niño!
-Un niño que fue capaz de darte guerra para que le dejaras en libertad.
Al principio el recuerdo del otro pesaba constantemente como hiel, cada beso, cada noche que habían pasado juntos, que poco a poco esas remembranzas se volvieron nada más que eso, simples añoranzas ahogas en una tristeza amarga. Tenía la esperanza de que algún día su ex colonia vendría a llorarle, ¡sabía que eso era imposible! Nunca había pasado años atrás, ¿por qué pasaría ahora? Entrelazó las manos, meditó con más calma lo que su vecino le estaba diciendo, por más razón que este tuviese…
-No me importa. Conoces perfectamente lo que el muchacho significó para mí, lo que…
-¿Aún lo deseas para ti?
Sí, quiso responderle.
¡Claro que lo deseaba para él! Sólo un tonto no desearía todo lo que el otro era. Grandes campos fértiles, grandes yacimientos de oro y plata, sus hermosas extensiones de tierra que aún no habían sido exploradas. Los pecadores que no conocían la palabra del Señor. ¿Quién era él para no querer tener aquel pedazo de tierra llena de ignorantes?
Pero aquello era imposible. Nueva España había decidido seguir los ideales que tanto se había esforzado en ocultarle.
¡Aquel niñato y sus estúpidas ideas!
Estados Unidos de América le había contaminado con pensamientos liberales, con la fragante idea de ser independiente. De que todo el continente les pertenecía a ellos, a los americanos, ¡que no tenían por qué seguir al mando de los países europeos!
Sabía que su pequeño México estaba prosperando. No sólo en lo que a política se refería, sino con respecto al comercio. A la vista del mundo, él era un país incipiente. Era Estados Unidos Mexicanos, una nación con un futuro alentador. Y entre ellos, claro estaba, se encontraba Francia, quien desde siempre había deseado poner sus manos sobre él, pero él no se lo permitiría.
¡No! ¡Nunca!
-No lo niego. Si pudiese ser mío de nuevo -confesó el español.
Francis le miró, atónito, pero trató de no darle importancia. Estaba acostumbrado a los arrebatos paternales del español, aunque supiera que con aquel joven era distinto, y todo gracias al lazo que ambos habían mantenido. Suspiró, sacudió un poco sus ropas antes de acercársele y darle palmaditas en la espalda. Pasó los brazos por sus hombros y lo atrajo hacia sí.
-Vamos, vamos… Sabes perfectamente que si él se deja, no dudaré en hacerlo mío.
-¿Crees que él te lo permitirá?
¡Y ahí está de nuevo!
¡Su amigo sí que era un necio!
La vida les había separado y el español parecía no entender que lo que le pasase al otro no tenía por qué afectarle. Francis había visto cómo Antonio se preocupaba por el pequeño, él también lo hacía con su pequeño Canadá. Por eso es que lograba comprender lo que su amigo sentía en aquel momento, aunque de una u otra forma siempre trataba de disimularlo, pero al parecer el acto de reclamarle cierta cantidad de dinero por unos pasteles le había hecho explotar y había agrandado su preocupación.
¡Estúpido padre que no deseaba cortar el cordón umbilical! ¡Estúpido hijo que no se dejaba amedrentar por más pobre que fuera!, se dijo. Ambos eran tan parecidos. Uno por venir a reclamarle y el otro por no ceder ante sus deseos. Tan molestos, ¿por qué simplemente no enfrentaban la realidad? Francia le estaba ofreciendo un buen trato a la nueva nación y España solamente debía observar callado aquello, pero nada de eso funcionaba con aquellos dos.
Demasiado orgullosos, se dijo.
-Espero que tu criatura sepa lo que le conviene -dijo Francia.
Antonio sonrió, menos tenso. Sabía perfectamente que por más pequeño que Nueva España aún fuera, no permitiría que el francés pusiera una mano sobre él, no cuando le tenía cierto recelo. A Dios gracias que su niño era como una bestiecilla salvaje, que sacaba las garras cuando era necesario. Pedro era de los que podían dar dolorosos zarpazos. Por eso es que sabía que aunque anhelara de nuevo que fuera para él, nunca podría ser. Suspiró, se levantó de su lugar reposadamente, y se encaminó triste hacia la puerta. El hispano la abrió, y antes de salir le dijo al francés con voz suplicante:
-No le digas nada de lo que hablamos. Pensará que me estoy entrometiendo. De todas formas, sé que él no te permitirá tocarle. Así que…
Francis no respondió, se quedó adentro de su cuarto. Pronto se adentraría su sirviente personal con todo el papeleo reclamando una cantidad enorme por la guerra de los pasteles que un mes antes había ocurrido.
-De tal palo, tal astilla -murmuró-. ¡Qué horror! Sí que son complicados.