Claim: Plandex/Arnold.
Advertencia: Slash/yaoi, Lime explícito.
No soy gay
-No soy gay.
Era sábado por la noche y la frase inevitable ha hecho acto de presencia, esta vez gracias a la voz jadeante de Arnold luego de que su cuerpo diera contra el colchón de su cama, en la elegante habitación de hotel donde la banda se hospedaba. Decir tales palabras se había convertido en parte del acto que pronto sucedería, parte de los juegos previos, aunque a esas alturas la aclaración no era requerida.
En lo que duraba su fase de aceptación, Arnold había llegado a la curiosa conclusión de que en definitiva no le interesaban los hombres, no obstante, se sentía bien que Plandex asaltara sus labios sin mayor ceremonia apenas la puerta se cerrara a sus espaldas y le despojara de sus prendas. No importaba entonces que éstas fueran de un diseñador prestigioso y verlas regadas por el suelo significaría un infarto para cualquier amante de la moda que se precie, porque ahora era más importante advertir aquella mano astuta ceñirle la entrepierna por encima de su ropa interior de Calvin Klein, la cual quemaba, húmeda, elevándose sobre los pantalones sueltos.
-Yo tampoco -respondió Plandex, tan achispado a causa de la fiesta que habían abandonado momentos antes que sonaba casi jocoso-. Nunca lo he sido y nunca lo seré.
Parecía victorioso al proclamarlo; sus ojos castaños, alcohol aparte, brillaban. Esa era una de las pocas cosas que Arnold podía entender de él. De alguna manera inconsciente, para ambos era bueno saber que ningún hombre provocaba al otro como lo hacían entre sí; un secreto logro que los excitaba a la vez que los complacía.
Luego Plandex lo besó, invadió su boca como un hombre irrumpe en su hogar, sabedor de que va a ser bien recibido, y Arnold no lo decepcionó.
Mordió, lamió, jadeó contra su cuello, estremeciéndole al punto en que lo sintió en sus dedos, y lo aprisionó contra la cabecera y su cuerpo, liberándolo de su horrendo chaleco morado y más tarde de la espantosa camiseta amarilla, que voló describiendo un arco muy amplio mientras el forcejeo por abrir el cinturón se entremezclaba con sus respiraciones aceleradas.
Tras unos precipitados forcejeos, Arnold logró abrir los pantalones jeans y envolver el miembro erecto de Plandex tal como él lo había hecho. Masajeándolo levemente, su mano fue testigo del endurecimiento progresivo de la carne bajo la tela, apretándose contra los pantalones, y el reconfortante calor que manaba de ella. Por lo general Plandex para él era el epíteto de todo lo antiestético, pero ahora, en la intimidad de su mente, le parecía hermoso mientras lo contemplaba en su estado; excitado, ansioso, sin estar del todo seguro qué hacer o qué esperar porque aún era nuevo en ese mundo de posibilidades, sólo obedeciendo a sus instintos más básicos.
Arnold no tuvo que indicarle que elevara las caderas para poder bajarle el pantalón, solamente lo hizo, ayudándole también un poco. Cuando el jean salió de la cama y ambos jóvenes se separaron un poco, Arnold se quedó estupefacto al advertir la entrepierna de Plandex.
-¿El Hombre Araña? -inquirió con voz ronca, refiriéndose a los coloridos calzoncillos que quedaron al descubierto ante él, preguntándose si no sería una broma.
Es difícil describir lo que provocó esto. Para Arnold no podía existir mayor mata pasiones que esa prenda, pero el pequeño cambio de curso en sus acciones no le supo desagradable, si no todo lo contrario. Extrañamente, parecía como su declaración de no ser gay, algo que inevitablemente acabaría diciendo en esas circunstancias, y por ende, complementaba la situación. Una situación, que pese a sus peculiaridades, iba a culminar de algún modo.
A Plandex sólo le hizo gracia su comentario.
-Son 100% algodón, Arnie, bastante cómodos -replicó Plandex riéndose, tal como lo hacen los que están ligeramente borrachos, algo tontamente, y acercó nuevamente sus rostros para besarse y Arnold se olvidara en el acto de cualquier hombre araña e incluso de reñirle por llamarle Arnie.
En su lugar, el rubio, ansioso como pocas veces, arrancó sin demora la despreciable prenda de su dueño, liberando el bosque de pelos negros retorciéndose en torno a un miembro enhiesto, más delgado que grueso y más desconcertante que Reisei, por lo que respectaba a Arnold. Masturbarse nunca había sido un problema, pero acariciar a otro estando su mente tan nublada era correr en un cuarto oscuro a toda velocidad, temiendo el momento en que te chocaras contra una pared y te destrozaras la nariz.
Porque como él mismo sabía, no bastaba con acariciar de arriba abajo o evitar apretar demasiado la punta. Un toque dado incorrectamente, incluso en una zona tan sensible, podía transformar cualquier experiencia de un orgasmo seguro a una molestia que sólo ruegas porque acabe de una vez. Y Arnold siempre había deleitado a las mazas cuando tocaba el violín en el escenario, no podía permitirse no ser igualmente bueno en la intimidad.
Así que, tomándose un segundo para adquirir confianza, rodeó la base encerrándola entre el dedo índice y el pulgar, formando un anillo. Plandex, desorientado por el alcohol y curioso, se dejó caer en la cabecera sin perder de vista como su compañero iba ascendiendo lentamente por su miembro, otorgándole leves cosquillas que no provocaban ninguna risa, hasta detenerse debajo del glande. Entonces, lentamente, el rubio pasó su mano sobre el miembro, envolviendo la punta con su palma, los dedos apuntando hacia abajo, y bajó nuevamente uniendo los mismos dedos que en un inicio, logrando que Plandex lanzara una exhalación ahogado entre dientes.
Arnold lo miró durante un instante, evaluando su expresión, y con la otra mano repitió el proceso ya de forma más natural. En esta ocasión las piernas de Plandex se retorcieron en respuesta mientras el par de ojos castaños desaparecía de su vista tras los párpados, fruncidos los labios. Confiado por esto, Arnold llevó a cabo un trabajo manual que no le era del todo nuevo, pero de una manera completamente nueva para el otro.
A medida que procedía el calor se hacía más presente en ellos, enrojeciendo sus rostros, humedeciendo sus cuerpos en sudor. Nadie tocaba a Arnold, y con las caricias que continuaba aplicando su mano y luego la otra, su propio miembro se balanceaba a centímetros de la cama, enviando corrientes de cuasi dolor al entrar en contacto con la tela plana, que de ninguna forma se estiraría para corresponderle. Sin embargo le excitaba la mera acción de estar haciendo estupendamente bien su trabajo, tal como lo aseguraban los roncos gemidos de Plandex, y esto lo instaba a continuar sólo por ver más reacciones favorables. Se sentía casi como al estrenar una tonada en su cuarto, palpando las cuerdas del violín o las teclas de teclado comprobando que, pese a ser la primera vez, su instinto innato le conducía por el buen camino.
El sexo era la melodía desconocida, de notas aún por descubrir y ritmo atractivo, que uno casi podía escuchar en su mente, deseoso de interpretarlo, y Plandex un curioso chelo que le reservaba enseñanzas inesperadas o completamente previsibles, pero siempre satisfactorias cuando las aprendía. Con los conocimientos apropiados podía combinar ambos elementos y dominarlos, convertirlos en algo palpable y a la vez dejarse convertir por ellos en el mensajero de su música.
Cuando Plandex acabó, pronunciando una larga nota grave, Arnold se sintió tan satisfecho de sí mismo como si hubiera logrado que prometiera jamás ponerse otra vez calzoncillos del Hombre Araña. Y de hecho pensaba hacerlo un día de esos, pero por el momento se podía permitir simplemente besarlo, sintiendo el cosquilleo de siempre en la boca del estómago, y escuchar… ¿una risa?
Se separó bruscamente, mirándolo molesto mientras la sonrisa se hacía más evidente en Plandex y el pecho moreno se agitaba. No encontraba la menor gracia en la situación, e iba a decírselo, cuando su compañero lo ilustró, lanzando su primera carcajada torpemente.
-Ese es el método de Cosmopolitan -comentó moviendo la pierna perezosa para darle un ligero empellón en un costado.
Arnold supo que se estaba sonrojando, lo notaba en el calor repentino que nada tenía que ver con excitación en su rostro. De todos modos, su ceño fruncido se hizo más pronunciado.
-¿Y tú cómo lo sabes?
Plandex -un extraterrestre de otra dimensión donde la vergüenza era cosa extraña, seguramente-, movió con lentitud su pierna izquierda hasta subirla a la espalda del rubio, presionando para impulsarlo a éste a inclinarse sobre él, haciéndolo notar el brillo de vaga complacencia en su mirada.
-Porque yo también vi ese episodio sobre la masturbación, para que en esta lo que sea que tenemos al menos no te provoque un trauma. Alessandra (1) estaba muy buena -y como si su último comentario no tuviera importancia -para ellos no la tenía en verdad-, se abrazó al cuello del rubio, borracho, dispuesto a dormirse en esa posición.
Al advertir la ligera protuberancia contra su pierna, le musitó al otro que se lo compensaría en la mañana. Arnold se removió para lograr una posición más cómoda, negándose a pensar en Plandex embobado ante la sexóloga y aceptando la idea de que gracias al cielo existían esa clase de programas para despejar dudas. Aunque sus preocupaciones no había llegado al extremo de temer un trauma, sí a generar alguna aversión en Plandex. Una vez que se ha oído una desastrosa interpretación de un artista, pocas eran las posibilidades de redimirse.
----
(1) La sexóloga conductora de varios programa de Cosmopolitan.