El Dorado - Cara (1/4)

Jul 15, 2015 21:18


El Dorado

Título: El Dorado
Autor: Lunavelata
Pairing: Xiumin/Kai, menciones de Chanyeol/Baekhyun
Nº de palabras: 36k
Género: Spaceship! AU (AU, ciencia ficción), angst (algo)
Clasificación: R (por lenguaje)
Palabras: 36k
Resumen: Kai no cree en El Dorado, ninguna persona razonable debería hacerlo, pero ahora se encuentra en una nave cuya misión es encontrarlo, y para añadir a sus problemas, le resulta imposible no sentirse atraído por su superior en la tripulación.
Advertencias: conceptos científicos usados por alguien que no ha tocado un libro de ciencias desde la secundaria (?)
Notas: las edades están un poco cambiadas para encajar mejor en la trama. Aparte de eso, de verdad que yo sólo quería contar una historia que en mi mente parecía mucho más corta y que me parecía interesante (al menos a mí) y ahora tengo un monstruo de 36k escrito sin el suficiente tiempo y que temo que nadie se vaya a leer. De todas formas, gracias a A por volver a arrastrarme al mundo del fanfic, que tantos buenos momentos me da, y por avisarme de que este proyecto existía. Y también a todas aquellas que vayáis a leeros este fic, si es que al final hay alguna.


Sólo eran viejas leyendas de la Tierra.
Para Kai, que nunca la había conocido, no acababan de tener sentido. La gente que había empezado a contarlas, había empezado a hacerlo en un planeta muy distante, y llevaba miles de años muerta. Las leyendas hablaban del cielo azul, de selvas de mil tonos de verde, de océanos inmensos, y de gente cruzándolos en busca de un reino en el que el oro y las riquezas eran tan abundantes como las estrellas en el cielo.
Kai sabía lo que eran aquellas cosas, en teoría. Se lo habían enseñado en el orfanato, o al menos le habían enseñado lo que habían podido, o habían tenido fuerzas para enseñarle, antes de que hubiera decidido largarse de allí con trece años para vivir en las calles. En la práctica, todas esas referencias le quedaban muy lejanas. En el mundo que él siempre había conocido, el oro hacía siglos que había sido sobrepasado en valor por el coltán, el mineral del que dependía toda la tecnología humana, y le costaba creer que un cielo azul y enormes extensiones de agua hubieran podido existir alguna vez, cuando todo lo que él había conocido era un clima abrasador, con un sol rojo en un cielo del mismo color que la arena, y agua racionada por el gobierno para un planeta superpoblado.
Sólo eran viejas leyendas de la Tierra, y la Tierra había ardido, convertida poco a poco en un planeta con una atmósfera demasiado sofocante para que los seres humanos pudieran sobrevivir en ella. El Éxodo había comenzado hacía casi un centenar de años, naves y naves dejando la Tierra para ocupar los dos únicos planetas habitables que se habían descubierto, y como Kai, millones de personas habían nacido ya a miles de años luz del antiguo hogar de la humanidad. Para muchos, como él, la Tierra era sólo un punto distante en el cielo, uno más entre los miles que formaban parte de una galaxia inmensa.
Pero la gente seguía creyendo en las viejas leyendas. La gente siempre quería creer en ellas.
Lo habían llamado El Dorado entonces, a aquel reino ―o aquella ciudad, no estaba claro qué era, pero en las leyendas pocas cosas lo estaban― en que el oro lo cubría todo, y cuya sola idea hacía que los aventureros cruzaran distancias que por aquel entonces parecían imposibles, con la esperanza de encontrar fortuna y una vida mejor que aquella que dejaban atrás.
Cómo no iban a volver a creer en ellas ahora. Los nuevos planetas eran habitables, sí, pero carecían muchos de los recursos de la Tierra y la superpoblación y la escasez de éstos para toda la humanidad habían sido ya un problema incluso entonces.
Kai miró hacia el horizonte. Él y Kyungsoo habían conseguido colarse en uno de los almacenes del puerto estelar y habían subido hasta la azotea. Desde allí podían verse las enormes pistas de aterrizaje de cemento, cubiertas de pequeños espejismos debido al calor, charcos de agua inexistente reflejando el cielo rojo del atardecer. Era el único sitio de la capital donde podían verse esos espacios abiertos. El resto siempre estaba rebosante de edificios y personas. Mirara hacia donde mirara, Kai no podía ver el fin de la ciudad, sólo edificios y más edificios. Hacia el oeste, el sol comenzaba a esconderse detrás de ellos, tiñendo con su luz rojiza las nubes, los edificios, y las naves que descendían hacia el puerto para hacer su aterrizaje.
Algún día, pensó.
Se sentaron con la espalda pegada a la pared de la caseta de acceso a las escaleras, los dos mirando hacia el horizonte. A su lado, Kyungsoo comenzó a rebuscar en la mochila que ambos compartían, hasta sacar la comida que habían conseguido aquél día. Kai seguía mirando el cielo. El sol ya se había ocultado detrás del horizonte, pero aún había demasiada luz como para que se vieran las estrellas. Pero allí, en algún lugar, estaba la Tierra. Entrecerró los ojos, preguntándose a cuántos millones de años luz estaría, y tratando de hacer cobrar sentido las enormes distancias, en el tiempo y en el espacio, que los separaban de ella.
Y sin embargo, a pesar de los años y de la distancia, la gente seguía contando las mismas historias. Aún a miles de años luz del planeta que los vio nacer, los seres humanos seguían siendo humanos. Seguían soñando con las mismas cosas.
Lo habían llamado El Dorado entonces, y así lo volvían a llamar ahora. Había ocurrido haría ahora unos cinco años. La humanidad seguía explorando su nuevo hogar, el sistema solar que habían llamado Russeus, y cientos de naves habían partido a explorar el lejano Cinturón de Asteroides, prácticamente la frontera del sistema, los últimos pedazos de tierra firme antes de adentrarse en la inmensidad del espacio interestelar. Y una de ellas había regresado con el descubrimiento de un asteroide repleto de coltán.
El descubrimiento había sacudido a las sociedades y gobiernos en ambos planetas. La última mina de coltán había ardido junto con la Tierra, y hasta entonces, la manera de lidiar con ello había sido limitar la producción y reciclar hasta el último gramo del mineral. El coltán, entre otros recursos, era una de las razones por las que la raza humana no había abandonado la Tierra hasta el último segundo. Más naves habían partido entonces, y habían vuelto encontrando más asteroides con minas de coltán diseminados a lo largo del Cinturón. Desde entonces no habían dejado de hacerlo, expediciones oficiales, financiadas con los recursos de naciones enteras, y expediciones privadas, que permitían que cualquiera se lanzara a la caza de nuevos recursos, siempre y cuando contaran con permisos del gobierno, el certificado que otorgaba la posibilidad de ganar los derechos de explotación de las minas, si llegaban a encontrar alguna, a cambio de acuerdos comerciales beneficiosos para el gobierno que lo había expedido. También había piratas y contrabandistas, gente a la que los permisos oficiales no les importaban en absoluto, pero si una mina no estaba reclamada por un gobierno, ya fuera directa o indirectamente, se consideraba tierra de nadie, y poca gente tenía recursos para defenderla de cualquiera que la descubriera «oficialmente», con el respaldo de un gobierno y sus naves militares.
Y en medio de aquella fiebre por descubrir nuevos asteroides con minas de coltán, los científicos habían hecho pública aquella teoría que había hecho que en opinión de Kai, la gente perdiera la cabeza ya del todo. Todos aquellos asteroides eran extremadamente similares en composición, y eso hacía pensar que era posible que fueran todos parte de un cuerpo estelar mayor, un asteroide más grande, o incluso un planeta, que se había visto fragmentado.
Así que según aquello, ahí afuera podía haber un Asteroide Jodidamente Grande repleto de coltán, pensó Kai. Y la gente había empezado a soñar con un El Dorado. Sólo que al igual que con el antiguo, nunca lo encontraban. Decenas de naves partían cada año a explorar el límite del sistema solar, y ninguna lo había encontrado hasta ahora. Muchas no volvían. La exploración espacial, con tanta gente ahí fuera intentando conseguir lo mismo, era una carrera peligrosa. Y El Dorado permanecía fuera del alcance. La idea siempre presente, cada vez que se descubría una nueva mina, pero siempre inalcanzable.
Kai no creía en El Dorado. Por lo que a él respectaba, El Dorado existía porque la gente quería creer en él. Y era comprensible, por otra parte. Él también miraba el cielo y soñaba con encontrar fortuna y una vida mejor lejos de allí. Lejos de la capital de, lejos de los Barrios de las Ratas, donde se hacinaban en viviendas precarias gente sin recursos, donde los niños nacidos fuera de las Leyes de Limitación de la Población eran abandonados en orfanatos ya al límite de su capacidad, o enviados a la calle a buscarse la vida por familias que no podían mantenerlos. A la hora de soñar, El Dorado era una buena historia.
Pero era sólo una historia.
A su lado, Kyungsoo le dio un codazo suave en las costillas para sacarlo de su ensimismamiento. Kai se giró hacia él y vio como Kyungsoo le extendía un trozo de la empanada que habían comprado con el dinero que habían conseguido robar aquel día. La aceptó sin decir palabra y ambos empezaron a masticar en silencio, mirando el horizonte. Kyungsoo no hablaba demasiado, y quizá esa era la razón por la que ambos se llevaban tan bien. Kai tampoco lo hacía, y ninguno de los dos sentía la necesidad de llenar los silencios del otro.
―Hoy ha sido un buen día ―dijo Kyungsoo después de un rato, cuando hubo terminado su trozo de empanada―. Tenemos casi cincuenta dólares.
Kai se giró hacia él, levantando las cejas.
―¿Tanto?
Kyungsoo le dirigió una sonrisa.
―Ya sabes que soy bueno ―le puso a Kai en la mano un puñado de monedas y de billetes arrugados―. Será mejor que los guardemos bien, no creo que volvamos a tener tanta suerte en mucho tiempo, ni que la policía nos quite el ojo de encima si volvemos por esa zona.
Kai asintió y cerró el puño con fuerza alrededor del dinero.
Al final del día, Kai sólo creía en aquello que podía tocar. El Dorado era una buena historia, pero no era más que eso, al fin y al cabo. Incluso aunque existiera un cuerpo celeste repleto de coltán del que se hubieran desprendido todos esos asteroides, podría estar en cualquier lugar del espacio.
En cambio las minas menores eran reales, y podrían sacarle de allí, algún día. De vez en cuando, alguna de las naves mineras, o alguna de las naves de exploración no oficiales, atracaba en el puerto y buscaba entre los jóvenes que vagaban por el puerto gente dispuesta a arriesgarse a unirse a expediciones que buscaban nuevas minas, o a trabajar duro en una de las explotaciones ya descubiertas, heladas, alejadas del sol y en la mayoría de los casos, de cualquier asentamiento humano, y de las que la gente se largaba en cuanto reunía el dinero suficiente. No les resultaba difícil encontrar voluntarios, no allí, tan cerca de los Barrios de las Ratas. Casi cualquier cosa era mejor que lo que dejaban atrás.
Quizá no prometieran riquezas inimaginables, como El Dorado, pero eran reales. Eran una posibilidad de salir de allí, quizá la única, teniendo en cuenta como era la vida para chavales de la calle como ellos. Kai no soñaba con grandes aventuras románticas. Soñaba con algo que de verdad pudiera sacarles de ahí.
Miró a Kyungsoo, sentado junto a él. Estaba mirando el cielo en silencio. Se habían conocido hacía un año, cuando Kai ya hacía meses que había abandonado la banda a la que había pertenecido hasta entonces y había decidido ir por libre. Estaba buscando comida en el mismo cubo de basura en el que Kai solía ir a buscar, uno particularmente bueno, justo detrás de un supermercado. También estaba solo, y eso no era habitual entre los chicos de la calle, que preferían la protección que otorgaba una banda. Cuando Kai se acercó al contenedor, se había girado sobresaltado, tenso, pero le había mirado sin miedo. A Kai el chico le había caído bien, y parecía que él también le había caído bien a Kyungsoo, porque a partir de entonces, habían permanecido juntos.
Cuando siguió la dirección de la mirada de Kyungsoo vio que la luz solar restante, reflejada en las nubes, comenzaba a extinguirse por completo y las primeras estrellas asomaban en el cielo.
―Algún día saldremos de aquí, Kyungsoo, te lo prometo.
Kyungsoo seguía mirando a lo lejos, hacia el horizonte, pero Kai sabía que estaba escuchando. Siempre lo hacía.
―Cuando cumpla dieciocho años encontraremos una nave que necesite tripulación y nos iremos lejos de aquí, hacia algo mejor.
A su lado, Kyungsoo no dijo nada, pero asintió.
La luz rojiza del sol se extinguió definitivamente, dejando lentamente paso a la noche, oscura y cálida, y las dos lunas se alzaron en el cielo.

―Lady Luck, atracadero número ocho. Ésa es la nave que Stefan nos dijo.
Kyungsoo apartó la vista del panel donde la había tenido fijada hasta entonces, con el ceño fruncido, intentando distinguir los nombres y números de los cientos de naves que había atracadas en el puerto comercial en aquellos momentos. Kai asintió.
Se dirigieron hacia allí inmediatamente. Kai estaba tenso, podía notarlo, y se dio cuenta de que probablemente estaba frunciendo el ceño más que de costumbre. Aquella mañana, al despertarse, el día no había parecido diferente de cualquier otro. Había tenido en la cabeza las mismas cosas que cualquier otro día. Sobrevivir un día más, buscar la oportunidad de salir de allí.
Supuso que no había esperado que la oportunidad se presentara de verdad. Llevaba tanto tiempo esperándola, sin que esta apareciera, que era fácil pensar que no iba a suceder tampoco hoy. Sucedería en algún momento del futuro, pero no parecía algo concreto que pudiera suceder aquí, y ahora. Pero estaba sucediendo ya, y Kai no quería cagarla y que la oportunidad se escapara por algún fallo suyo, pero tampoco quería hacerse ilusiones hasta el final.
Ya habían pasado por esto.
Cuando tenía diecisiete años le había prometido a Kyungsoo que en cuanto cumpliera dieciocho años, encontrarían una nave que necesitara tripulación y se largarían de allí, los dos juntos, en busca de algo mejor. No había sido tan fácil.

El día que cumplió dieciocho años, se dirigieron al puerto espacial y comenzaron a vagabundear entre las naves, tratando de averiguar como podían embarcarse en una. Le preguntaron a la gente del puerto, pero la mayoría estaban demasiado ocupados como para hacerles caso. Sólo un par de ellos se pararon un momento y les dijeron que a veces se ponían esa clase de anuncios en la oficina del puerto, pero que la mayor parte del tiempo los capitanes preferían contratar a gente que conocieran, aunque sólo fuera por oírlo de boca en boca. La mayor parte de las naves que buscaban tripulación llenaban esas plazas con tripulantes que los otros tripulantes ya conocieran. Pocas naves cogían a gente como ellos. Se veía que estaban demasiado perdidos, que no sabían cómo funcionaban las cosas allí. No tenían experiencia ni formación ninguna en materia de naves espaciales y lo único que podían ofrecer era su determinación de salir de allí y sus ganas de trabajar duro para hacerlo, y había muchos otros chicos que ofrecían lo mismo. Hasta las naves mineras, que era un trabajo en palabras de todo aquel que lo había tenido, asqueroso, llenaban sus plazas antes de tener que colgar sus anuncios en las oficinas del puerto.
Un día, a pesar de todo, la oportunidad se presentó. Había pasado ya un mes desde que Kai cumpliera dieciocho años y se levantara con la determinación de ir al puerto, encontrar una nave en la que embarcarse y largarse de allí. Un mes en el que no habían hecho otra cosa que ir al puerto prácticamente todos los días y recorrérselo de arriba a abajo sin éxito, sin encontrar nada. Y sin embargo, aquel día, ahí estaba el anuncio. Una nave minera buscaba tripulación para trabajar en uno de los asteroides cercano a la Estación Espacial de Última 1, en el Cinturón. A Kai y a Kyungsoo les faltó tiempo para anotar el número de la nave, y en qué atracadero estaba estacionada, y salir corriendo hacia allí.
Había más chicos, y el capitán de la nave estaba hablando con ellos. Cuando terminó con ellos y llegó el turno de Kai, éste estaba tan nervioso que sentía como si su estómago estuviera intentando replegarse sobre sí mismo. Ahí estaba su oportunidad, por fin. Lograrían salir de allí.
El capitán de la nave miró a Kai y pareció apreciar lo que veía. Kai era ancho de hombros y estaba en buena forma. No había sobrevivido durante dieciocho años en la calle, algo que muchos chicos no conseguían hacer, por casualidad. Le miró a la cara fijamente durante unos instantes demasiado largos, como si le estuviera pasando un examen y Kai no apartó la vista. También eso pareció gustarle.
―Tú ―dijo―. Tú me sirves. ¿Has estado en una expedición minera antes?
Kai negó con la cabeza.
―Bueno, da igual. Ya aprenderás. Lo más importante es ser fuerte, porque es un trabajo duro, y no hablo sólo de aquí ―se dio una palmada en los bíceps―. Y parece que tú tienes lo que hay que tener. ¿Tienes al menos dieciocho años, supongo? ¿Y tu identificación?
Kai levantó la muñeca para que el hombre viera su pulsera. Al menos en eso tenía que estarle agradecido al orfanato. Por haberle dado una identificación de la que si no hubiera carecido como nacido fuera de las Leyes de Limitación de la población. Puede que ahora fuera un ciudadano de segunda clase, pero al menos existía.
―Bien, bien. Pues nada, estás dentro, chaval. La nave parte dentro de dos días, porque aún tenemos que abastecerla y terminar las revisiones. Esa misma mañana iremos a las oficinas del puerto a firmar el registro de tripulación. Te veré entonces.
―¿Y mi amigo?
El hombre frunció el ceño.
―¿Qué?
―Mi amigo ―respondió Kai―. Él también quiere embarcarse.
El hombre miró a Kyungsoo de arriba a abajo. Kyungsoo era más bajo que Kai y mucho más delgado. Más pálido, también.
―No ―dijo el hombre, dirigiéndose a Kyungsoo―. Lo siento, pero no eres la clase de persona que andamos buscando.
Kai sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía, que de repente no había nada en lo que apoyarse. Aquella era su oportunidad, tenía que serlo, para él, para Kyungsoo, para los dos. Tenía que serlo. No podía ser que se les estuviera escapando. No podía ser.
―Él también es fuerte. Puede que no lo parezca, pero lo es. Puede que incluso más que yo.
El hombre volvió a mirar a Kyungsoo. Kyungsoo le devolvió la mirada sin alterar su expresión en lo más mínimo, y el hombre apretó los labios.
―Lo siento, chaval, pero no. La oferta es la que es.
―No pienso embarcarme si no es con él.
Kai se dio cuenta de que las palabras habían salido de sus labios antes de que realmente le diera tiempo a pensar, pero no podía lamentarlas. No iba a dejar a Kyungsoo atrás, no después de dos años.
―Pues entonces no te embarcarás ―el hombre parecía algo enfadado ahora, como si no se hubiera esperado que Kai se negara a ceder―. No hay trato entonces. Ahora, largaos.

«Gracias»; le había susurrado después Kyungsoo, cuando volvían, derrotados, al almacén abandonado que habían reclamado como su territorio, en una de cuyas esquinas se apilaban sus mantas y las pocas pertenencias que no llevaban constantemente encima.
Kai había negado con la cabeza y no había respondido. No había nada que agradecer, no desde su punto de vista.
Kai siempre había sido un chico solitario. No era fácil confiar en la gente cuando sentías que a ninguna de aquellas personas les importabas realmente. No había hecho grandes amigos en el orfanato, ni siquiera entre los otros chicos, y se había largado de allí en cuanto pudo, con trece años, harto todo aquello. Nadie había ido a buscarle. Kai supuso que los orfanatos estaban tan abarrotados que probablemente se alegraban cada vez que algún chico se escapaba y se les quedaba una cama libre.
Se había unido a una banda, entonces, porque no sabía que otra cosa podía hacerse cuando eras un chico que vivía en las calles. Había tantas en los Barrios de las Ratas, que no había sido difícil cruzarse con una en sus primeros días fuera del orfanato y unirse a ella.
No había durado mucho allí tampoco.
Las bandas eran la opción más fácil a la hora de vivir en las calles. Y para muchos chavales, descubrió Kai, la única. Había chicos mucho más jóvenes que él allí, para los que no estar dentro de una banda, de la protección que otorgaba, simplemente no era una opción. Kai no despreciaba a las bandas, no se creía mejor que ellos cuando sólo era una Rata como las demás, de lo que le había acusado el jefe de la suya, el día que se largó. Sabía que ofrecían protección, y apoyo, y ayuda, en la medida en que unos chavales que no tenían nada podían ofrecérsela los unos a los otros. Sabía que eran la única familia que muchos de ellos tenían.
Pero no para él. Él tampoco había acabado de encajar nunca allí. Siempre había estado un poco aparte, siempre había sido el chico que nunca encajaba del todo. Le apreciaban por sus habilidades, era fuerte, era bueno peleando, y tenía buenas ideas, pero nunca habían dejado de considerarle un poco raro. Kai lo sabía. Seguía sin confiar en la gente, y sabía que no era ni mucho menos el único allí, pero probablemente a él se le notaba demasiado. Sabía que algunos de los chicos de la banda eran buenos chicos, todo lo buenos que podían ser dadas las circunstancias, pero seguía teniendo la sensación de que allí a nadie le importaba realmente nadie. Que si para sobrevivir tenían que venderte, la mayoría de los que estaban allí, con él, en su misma banda, lo habrían hecho.
Así que se largó. Tenía quince años el día que decidió marcharse por fin. No sólo no encajaba allí, sino que tampoco dejaba de soñar con una vida mejor, con algo diferente, con la oportunidad de salir de allí, y se había dado cuenta de que las bandas ofrecían protección y una familia, un sentimiento de pertenencia, pero que también te anclaban más a las calles. A una vida en los Barrios de las Ratas. Significaban que habías aceptado cómo eran las cosas allí. Kai soñaba con algo diferente, igual que el resto de los chicos, igual que el resto de la gente allí, pero la diferencia es que él aún creía que era posible, y estaba dispuesto a intentar salir de allí hasta su último aliento. Saldría de allí o moriría intentándolo, pensó, mirando a su alrededor, a cómo el resto de chicos de su banda dormía entre mantas y cartones, porque se negaba a que llegara el día en que aceptara resignado que eso era todo lo que la vida iba a ser para él.
El día que se marchó, el jefe de su banda le había dicho que estaba loco, y luego le había acusado de ser una rata presuntuosa. Kai no le había dicho entonces que no se consideraba mejor que el resto. No le había dicho que sí, que tenía miedo de irse, de no ser capaz de sobrevivir sólo, pero que las ganas de salir de allí eran más fuertes y no veía otra opción. Que no podía seguir atado a la banda, a hacer lo que otros dijeran, a ver cómo esnifaban pegamento al caer la tarde para olvidar que no tenían familia, ni un techo sobre sus cabezas, ni la seguridad de si estarían vivos el año que viene. Nunca habían hablado demasiado, así que cuando llegó el momento de marcharse, Kai lo hizo en silencio, sin explicarle por qué lo hacía, y sin decirle que no se creía mejor que el resto, que estaba muerto de miedo, pero que sentía que hacerlo igualmente.
Y sobrevivió. Descubrió que no era fácil vivir sólo en las calles, pero sobrevivió. Sobrevivió más tiempo del que nadie había pensado, y las bandas, y el resto de gente que vivía en los Barrios de las Ratas comenzó a respetarle. Comenzó a buscar una manera de salir de allí, y un día, cuando merodeaba por el puerto, decidió que la mejor manera sería embarcarse en una de las naves que cada cierto tiempo partían rumbo al Cinturón de Asteroides con diferentes misiones. Explorar, trabajar en una de las minas. Qué importaba, si conseguían sacarle de allí y ofrecerle un futuro distinto a buscar cada noche un almacén abandonado en el que dormir cada vez que le echaban de uno. Y Kai había empezado a mirar al cielo. Llegó el día en que cumplió dieciséis años y había conseguido sobrevivir por su cuenta más de un año entero.
Conoció a Kyungsoo por casualidad. Kyungsoo había estado buscando comida en el mismo cubo de basura en el que Kai iba a buscar a veces. Era un buen sitio, detrás de un supermercado y la mayoría de las veces la comida que tiraban aún estaba buena. Y había estado solo, igual que él, y eso no era habitual en los chicos de la calle. Kai se había preguntado por qué, y cuando el otro chico le había devuelto la mirada con decisión, sin apartarla, había decidido que el chaval le gustaba.
Había levantado las manos en un gesto de paz y los dos habían buscado en silencio, pero volvieron a encontrarse allí a los pocos días, y cuando Kyungsoo le vio acercarse, le había dirigido una media sonrisa. Kai se encontró devolviéndosela, y en algún momento de aquellos encontronazos en la zona, sin saber muy bien cómo, se hicieron amigos.
Kyungsoo era el primer y único amigo que Kai había tenido en sus quince años de vida. Kyungsoo, como descubrió luego Kai, tampoco acababa de encajar con la gente. Tenía un año más qué él, y él sí que había tenido una familia, pero lo habían echado de casa con diez años. Era el segundo hijo en un hogar hecho pedazos, y el padre, que nunca había querido tener hijos y había estado harto de él prácticamente desde el momento en que nació y tuvo que pagar la multa por hijos fuera de las limitaciones, lo había echado de casa con diez años. Había ido a un orfanato hasta los dieciséis y cuando los cumplió y le echaron también ―dieciséis años era la edad límite para estar en un orfanato― había empezado a vivir en la calle. Llevaba un año allí, igual que Kai, pensó éste, asombrado. Y había sobrevivido, a pesar de que, a pesar de ser mayor, parecía más pequeño, más vulnerable. Pero sólo a primera vista, decidió Kai. Sólo hasta que le mirabas de verdad a los ojos. Kyungsoo no había querido unirse a una banda por las mismas razones por las que Kai había abandonado la suya. No le gustaban como vivían. No le gustaba la idea de acostumbrarse a ello. Así que había decidido ir por libre hasta que se le ocurriera una manera de salir de allí.
Habían estado juntos desde entonces, sobreviviendo, y se habían prometido que algún día saldrían de allí. Kai siempre había pensado que haría cualquier cosa por salir de allí, que cogería cualquier oportunidad al vuelo, la que fuera, pero cuando aquel capitán le había dicho que sólo le cogería a él, que Kyungsoo tendría que quedarse, se sorprendió al darse cuenta de que ni siquiera lo había pensado cuando había dicho que no.

Kai le había prometido a Kyungsoo que en cuanto cumpliera dieciocho años encontrarían una nave y se largarían de allí. Pero había pasado ya más de un año, y lo que ni siquiera había parecido fácil dicho, había resultado prácticamente imposible en la práctica. No había tantas naves buscando tripulación nueva. La mayoría de las naves no querían a chavales sin experiencia como ellos. Las pocas que aceptaban a Kai no estaban buscando a un chico como Kyungsoo.
Así que, más de un año después, seguían allí.
Sólo una vez Kyungsoo le había dicho, con voz débil, después del enésimo rechazo, que quizá era hora de que Kai aceptara esas ofertas y consiguiera salir de allí. Que al menos uno de ellos lo conseguiría. Que él seguiría buscando por su cuenta. Kai se había negado con brusquedad, y no había querido volver a oír hablar del tema. Kyungsoo no había insistido.

Ahora, cuando tenían delante otra oportunidad, y Kai se dio cuenta de que no se sentía como si aquél fuera por fin el día en que por fin iban a conseguir salir de allí. Sí que se había sentido así el día en que cumplió dieciocho años, y el día que descubrió por primera vez que había una nave buscando tripulación, las primeras veces que habían hablado con los capitanes, pero ya no. Era difícil tener esperanzas cuando ya habías pasado por tantas decepciones. Pero seguían intentándolo. Si algo sabía acerca de su carácter, del de Kyungsoo, era que seguirían intentándolo, que morirían intentándolo, incluso, pero que no había para ellos una tierra en medio de los dos extremos, de intentarlo o morir, en la que se resignaran a la vida que tenían en los Barrios de las Ratas.
Aquella mañana, cuando habían llegado al puerto, habían parado en uno de los bares que poblaban el área de descanso del puerto, cerca de las oficinas. El hombre que lo regentaba, Stefan, les tenía cierto cariño a los chicos, y habían creado una cierta relación de confianza basado en esto y en que, en palabras de Kyungsoo «cuando tenemos dinero para un café, siempre lo pedimos en tu bar, y casi nunca le robamos a tus clientes»; y solían dirigirse allí para enterarse de información sobre las naves que llegaban y dejaban el puerto. Y aquel día, Stefan les informó de que había atracado una nave que se dirigía al Cinturón en una expedición de exploración, y que el capitán y el primer oficial habían estado allí tomándose un café a primera hora de la mañana y le habían comentado que estaban buscando completar su tripulación allí. Stefan era un buen contacto. Esa era la clase de noticias de las que nunca habían conseguido enterarse las primeras veces que habían estado en el puerto, dando vueltas con expresión perdida, y por lo visto, Stefan les había dicho que se lo diría a los chicos que conocía que podían estar interesados, chavales de confianza todos.
Kyungsoo se había reído al oír lo de «chavales de confianza», pero por la expresión de Stefan, por lo visto lo decía en serio.

La Lady Luck, la nave que Stefan les había dicho que buscaran, era una nave pequeña que parecía aún más diminuta estacionada entre dos enormes naves de aprovisionamiento que se dirigían sin duda a las grandes estaciones espaciales. Kai y Kyungsoo caminaron hacia allí con lentitud, examinando la nave según se acercaban. Kai estaba tenso. Por mucho que todo aquello hubiera acabado cayendo en la categoría de rutina, se dio cuenta de que su cuerpo se estaba anticipando a la idea de otro rechazo, y no era una sensación agradable.
La Lady Luck era una nave pequeña, pero estaba bien cuidada. No parecía tener destrozos aparentes, como muchas de las naves «mercenarias» como las llamaban por allí, las naves privadas.. Tenía la rampa de acceso desplegada y varios operarios del puerto se afanaban en subir por ella varios barriles de combustible, bajo la mirada de un hombre vestido con un mono negro de tripulante que parecía supervisarlo todo. Decidieron esperar a que los hombres hubieran acabado antes de acercarse, y pudieron oír como el hombre del mono de piloto le decía al operario del puerto, cuando éste le acercó la tableta que indicaba la cantidad total correspondiente al repostaje para que firmara el recibo, si aceptaban el pago en riñones, y cómo el operario del puerto se reía y se despedía luego deseándole un buen día.
Cuando los operarios del puerto se hubieron alejado y el hombre se hubo quedado solo, se acercaron. Kai se dio cuenta de que era un chico bastante joven. Mayor que él, pero bastante joven aún así. Se preguntó qué cargo ocuparía dentro de la tripulación. Les sonrió cuando vio que se acercaban. Se le veían las encías al sonreír, y eso le hacía parecer mucho más joven aún.
―Hola chicos. ¿Puedo ayudaros en algo?
―Sí, verás... ―Kai decidió no andarse con demasiados rodeos―. ¿Es ésta la Lady Luck?
El chico asintió con la cabeza.
―Stefan, el hombre que lleva el bar cerca de las oficinas del puerto, nos ha dicho que esta nave andaba buscando tripulación. Mi amigo y yo estamos interesados. Nos ha dicho que preguntáramos por el capitán, o por el primer oficial.
―Oh ―el chico sonrió de nuevo―. Perfecto. Yo soy Kim Minseok, el primer oficial.
Kai se quedó momentáneamente callado, mirando al chico con el ceño ligeramente fruncido y la boca abierta, antes de darse cuenta de lo maleducado que estaba siendo. Pero en serio, ¿cuántos años podía tener? Reaccionando por fin, se disculpó y se presentó.
―Yo soy Kai, y éste es mi amigo Kyungsoo. Perdona que me haya quedado sorprendido, pero es que no pareces tener muchos más años que nosotros.
―Probablemente no los tenga. Sólo tengo veinticuatro años ―seguía sonriendo y no parecía ofendido porque Kai hubiera pensado que era muy joven para ser oficial―. Bueno, ¿y sabéis en qué consiste el trabajo? ¿Os han dicho algo más aparte de que buscábamos tripulación?
―Sólo que era una misión de exploración.
―Sí, así es. Somos una misión de exploración con financiación privada e intereses privados, por así decirlo, y estamos buscando ciertos recursos más allá del Cinturón de Asteroides. Lamentablemente, ciertos.... particulares de la misión son confidenciales y no puedo contaros más hasta que no sepamos más de vosotros y de si estáis interesados en la misión y en uniros a la tripulación. Estamos buscando personal de seguridad, gente que pueda vigilar y proteger la nave y su carga. ¿Qué tal os suena de momento?
Kai cruzó una mirada con Kyungsoo. El Cinturón de Asteroides era prácticamente la frontera del sistema y pocas misiones tenían lugar más allá de él, aparte de las carísimas e impresionantes misiones gubernamentales, naves equipadas con la última tecnología y protegidas por flotas enteras de cazas militares, lanzando sondas y explorando con la esperanza de encontrar más recursos o quizá incluso un nuevo planeta habitable. Desde que las últimas olas de refugiados de la Tierra habían llegado hacía quince años, poniendo aún más tensión en el asunto de la superpoblación, y los gobiernos de los planetas habían estado intentando pasarse el problema de unos a otros como una pelota de ping-pong, los esfuerzos por encontrar nuevos planetas habitables se habían redoblado, sin éxito. Exceptuando aquello, pocas misiones se arriesgaban más allá del Cinturón. Apenas había nada allí, y estaban demasiado lejos de cualquier influencia gubernamental. Era tierra de nadie, y una tierra de nadie peligrosa, por lo que había oído. Kyungsoo se encogió de hombros. Tampoco tenían muchas más opciones, leyó Kai en el gesto, y sobrevivir en las calles tampoco era un lecho de rosas.
―Suena bien.
―¡Perfecto! ―el oficial dio una palmada, y luego se remangó el brazo derecho. Llevaba un intercomunicador en la muñeca y pulsando un botón se lo acercó a la boca―. ¡Sehun! ¡Baja tu culo hasta aquí y échale un vistazo a estos chicos!
Pasados unos instantes, otro chico muy joven, y muy alto, bajó por la plataforma de la nave. Kai frunció el ceño otra vez. Este sí que no podía ser mayor que él. Tenía cara de estar aburrido del mundo, y de haber preferido con mucho que el oficial le dejara en paz para poder seguir jugando a matar marcianitos en las pantallas del sistema de navegación. Por unos instantes, todo lo que hizo fue mirar a Kai y a Kyungsoo con cara de póker, que le devolvieron la mirada sin pestañear.
―Hey ―dijo al fin, y extendió la mano para estrechar la de Kai, y luego hizo lo mismo con Kyungsoo―. Yo soy Sehun. Soy el... jefe de seguridad de la nave, supongo.
Sehun suspiró, y Minseok soltó una risotada.
―Lo eres, Sehun.
Kai examinó a Sehun. Llevaba el mismo mono negro que Minseok, pero llevaba dos pistolas en el cinturón, y una tira de cuero bajaba también desde éste, enroscándosele en el muslo y sosteniendo la funda de un cuchillo de combate. Tamborileó con los dedos sobre la empuñadura del cuchillo en un gesto familiar que hizo pensar a Kai que a pesar de sus palabras, el chico estaba completamente acostumbrado a llevar armas. Sehun se dio cuenta de que Kai le estaba mirando, y le devolvió la mirada.
―Eres una Rata, ¿verdad?
Kai no frunció el ceño esta vez. A pesar de la brusquedad de la pregunta, se dio cuenta de que Sehun sólo lo preguntaba por curiosidad.
―Sí.
Era la verdad. Ratas era como se llamaba a la gente que vivía en los barrios bajos, muchas veces en la calle, y eso era exactamente lo que hacían él y Kyungsoo. No había habido desprecio en la pregunta de Sehun, y no hubo vergüenza en la respuesta de Kai.
―¿Vivís en la calle? ―Kai asintió―. ¿Cuánto tiempo lleváis haciéndolo?
―Seis años.
―Cuatro ―dijo Kyungsoo.
―Impresionante ―el tono de Sehun era monótono, pero Kai supo, igual que lo había sabido antes, que no se estaba burlando de ellos. Asintió con la cabeza para sí mismo, como si estuviera meditando algo, y antes de que Kai pudiera darse cuenta, se había lanzado sobre él.
El puñetazo iba dirigido directamente a su cara. No era un golpe limpio, no era un golpe bonito, y Kai apenas tuvo tiempo para reaccionar y esquivarlo. El golpe le pasó rozando y Kai, en vez de buscar alejarse de Sehun y de sus golpes lo que hizo fue meterse dentro de su espacio, donde el otro no podía reaccionar tan fácilmente, agarrarle de las solapas del mono y aprovechar el impulso para desequilibrarle y tirarle al suelo.
Sehun cayó al suelo, y antes de que Kai pudiera tirarse sobre él para tratar de inmovilizarlo, había rodado lejos de él y estaba de nuevo de pie, en un sólo movimiento, grácil y fluido. Kai estaba listo para continuar la pelea, pero vio que Sehun le sonreía y desconcertado, miró a su alrededor, tratando de entender lo que estaba ocurriendo. La pelea apenas había durado unos segundos. Kyungsoo estaba encogido, preparándose para ayudar a Kai, sin dejar de vigilar a Minseok, pero éste último se encontraba en su sitio, sonriendo aún, como si a su alrededor no hubiera ocurrido nada de particular.
Sehun se dirigió hacia él y volvió a situarse a su lado.
―Éste es la clase de chico que os dije que necesitábamos ―a su lado Minseok asintió, complacido. Sehun miró entonces a Kyungsoo, examinándole―. El otro no estoy seguro, pero...
Kai estaba hablando antes de poder contenerse. Estaba enfadado, no entendía qué demonios estaba ocurriendo, por qué Sehun le había atacado de repente, por qué el oficial estaba sonriendo cómo si todo aquello tuviera sentido y lo único que pasaba era que Kai no lo pillaba y aquella conversación se parecía demasiado a la que ya había escuchado miles de veces, aquella en la que le decían que sí, que él les servía, pero que no les interesaba alguien como Kyungsoo. Estaba harto, harto de aquella situación, de sentir que no tenía el control, de no saber ni siquiera qué estaba ocurriendo, así que saltó.
―El «otro»; viene conmigo. Somos los dos o ninguno. No voy a subirme a ninguna nave si no es con él. Punto.
Tanto Minseok como Sehun clavaron la mirada en él. Minseok estaba serio y parecía pensativo, como si estuviera juzgándole en esos mismos instantes, y a Kai a estas alturas ya le daba igual si el veredicto iba a ser favorable o no. Los dos seguían mirando a Kai, y parecía que Sehun iba a hablar, cuando ésta vez fue Kyungsoo el que saltó hacia adelante, abalanzándose sobre él.
Antes de que pudiera reaccionar, Kyungsoo estaba junto a él y tenía su pequeña navaja automática apoyada sobre su cuello.
Kyungsoo era fuerte también, Kai nunca había mentido al decirlo. Quizá no tenía la misma clase de fuerza que Kai, ésa que se apreciaba a simple vista y que era la que parecían haber estado buscando todos los capitanes hasta ahora, pero era fuerte. Y era rápido. La gente nunca le veía aproximarse, y nunca sentían la navaja con que les cortaba el forro de los bolsillos. Sehun tampoco la había visto. La hoja pintada de negro con pintura de spray reposaba sobre el cuello blanco de Sehun. Ni siquiera la había visto brillar cuando Kyungsoo la había desplegado, ni siquiera había tenido ese aviso.
Con la hoja aún pegada a su cuello, Sehun volvió a sonreír, ésta vez a Kyungsoo. Minseok parecía sobresaltado, pero Sehun le sonrió también a él, tranquilizador.
―Y éste, Minseok, éste también es la clase de chico que necesitábamos.
Kyungsoo sonrió también, mirando a Sehun y retiró la hoja de su cuello.
Kai no sabía qué demonios estaba ocurriendo. No sabía qué demonios había ocurrido. Había dejado de entenderlo desde el mismo momento en que Sehun había saltado sobre él y lo último que había oído, que Kyungsoo también había pasado aquella prueba, o lo que fuera, que les habían puesto, parecía irreal, después de tantas oportunidades fallidas, de tantas decepciones. Pero Kyungsoo estaba mirándole, y estaba sonriéndole, y aunque todo lo demás pareciera irreal, él estaba allí, con el mismo aspecto de siempre.
―Estamos dentro, Kai ―le dijo―. Estamos dentro.
Kai no sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar ahora que por fin lo habían conseguido. Seguía sin parecerle cierto, sin parecerle real, y no sabía qué clase de expresión debía tener su cara ahora mismo, pero la voz de Minseok lo sacó de su ensoñamiento.
―Bueno, en realidad ahora que tenéis el visto bueno de Sehun, aún quedan algunas cosas por discutir. ¿Recordáis esos detalles particulares de los que os hablé antes? Será mejor que subamos a la nave para comentarlos antes de que os decidáis y podamos cerrar el trato. Si sois tan amables...

Kai no era capaz de imaginarse que hubiera ningún detalle capaz de hacerle echarse atrás a la hora de unirse a la misión, pero por lo visto se equivocaba. Había pensado que estaba dispuesto a aceptar cualquier oportunidad, la que fuera, para salir de allí, siempre que no implicara dejar a Kyungsoo atrás, y que ahora que lo habían conseguido nada podía hacerle dudar, así que no había sentido que hubiera nada que comentar antes de decidirse, como Minseok lo había expresado, cuando éste los invitó a subir a la nave. Pero esos «detalles particulares»; que tenían que discutir antes de tomar una decisión se habían revelado como bastante importantes. Por lo visto, los detalles particulares de la misión que podían hacer que la gente dudara si aceptar era que toda la tripulación eran una panda de chalados.
―Estamos buscando El Dorado, ésa es la verdadera naturaleza de la misión.
Estamos jodidos, pensó Kai. Minseok le miró un momento, sonriéndole, como si adivinara sus pensamientos, y continuó hablando.
―Ésos son los verdaderos recursos que estamos buscando más allá del Cinturón de Asteroides. Como comprenderéis, no podemos ir por ahí poniéndolo en un anuncio. Mucha gente no nos creería, como vosotros ―Kai supuso que la cara de escepticismo se le notaba demasiado, pero tampoco se estaba molestando en disimularla―, pero otros sí lo harían, y ahí afuera la gente mata por menos. Tratarían de robarnos la información, o de seguirnos y hacernos desaparecer luego para reclamar el descubrimiento como suyo, y no tenemos recursos como para protegernos de toda la gente que estaría interesada en El Dorado en cuanto descubrieran que de verdad existe.
Kai era incapaz de creerse que estuviera manteniendo esta conversación, que su única oportunidad real de salir de allí se hubiera transformado de repente en semejante locura, pero lo preguntó igualmente.
―Entonces, ¿por qué nos lo cuentas a nosotros si tan importante es mantener esa información en secreto?
―Porque, aunque tengamos que mantener el secreto ante la mayor cantidad de personas posible, en algún momento teníamos que poner las cartas sobre la mesa si queríamos que la gente se uniera a nuestra misión. Y, aunque estés poniendo esa cara, Kai, todavía confío en que lo hagáis cuando oigáis toda la información. Hasta ahora, ha funcionado.
Kai resopló. Si la gente había aceptado esa oferta, eso era una clara demostración de que allí toda la tripulación estaba como una cabra. Aunque Sehun había parecido bastante normal ahí afuera, a pesar de su cara de palo. Normal y un luchador muy habilidoso, que probablemente podría estar en una tripulación de verdad, en una misión de verdad. Pero pensándolo bien, hasta Minseok había parecido normal, y era el que estaba contándoles todas esas chorradas acerca de El Dorado. Miró a Kyungsoo, buscando en su mirada consejo acerca de qué debían hacer ahora, y Kyungsoo, aunque también había estado mirando a Minseok como si le hubiera salido un tercer ojo en la frente, se encogió de hombros y dijo:
―Quedémonos hasta el final y escuchemos lo que tengan que decir. De todas formas, tampoco teníamos mejores planes para hoy.
Al menos eso era cierto. Kai suspiró y se dejó caer sobre el respaldo de su asiento.

Habían acompañado a Minseok y a Sehun a bordo de la nave, hasta la sala de mando, donde se habían encontrado con dos hombres que hablaban entre ellos, uno inclinado sobre la pantalla del navegador, que mostraba lo que Kai supuso que eran estrellas y rutas extrañas que no era capaz de comprender, y otro recostado contra una de las paredes, con los brazos cruzados, que le respondía con una media sonrisa y voz suave. Minseok los había presentado como Suho, el capitán de la nave, y Yixing, su personal médico.
Ambos habían parecido bastante normales también, pensó Kai. Ambos les habían sonreído con expresión amable, aunque la sonrisa del capitán había sido un tanto compungida, como si estuviera preocupado por demasiadas cosas y no pudiera olvidarse de ellas en ningún momento, ni siquiera al recibir a los posibles nuevos miembros de la tripulación. Pero ahora que lo pensaba, si él tuviera que dirigir a una tripulación como aquella, probablemente se le acabaría quedando esa cara también.
El capitán los había acompañado a la sala de descanso de la nave mientras Yixing se quedaba en la cabina de mandos, y allí era donde se encontraban ahora sentados a una mesa, ellos dos frente a Suho y Minseok, mientras que Sehun había decidido tirarse en un sofá cercano para jugar con una tableta.
―Veréis ―continuó Minseok―. El Dorado siempre ha sido una leyenda. Por mucho que ahora mismo no os lo parezca, todos los que estamos aquí somos personas razonables y nunca nos hemos preocupado demasiado por él. No mientras ha sido una leyenda, sin ninguna prueba de su existencia real. Excepto Baekhyun, claro. Baekhyun es el que de alguna forma nos metió a todos en esto ―sonrió―. Pronto le conoceréis. Ha salido junto con Chanyeol, nuestro mecánico, y Chen, nuestro....
―Contrabandista ―completó Sehun desde el sofá, sin apartar la vista de la pantalla.
―Segundo oficial ―corrigió Suho, lanzándole una mirada indignada―. Ahora es nuestro segundo oficial, el tercer piloto de esta nave. Tienes que usar los nombres de los puestos. Somos una tripulación seria, Sehun, y no puedes ir por ahí diciendo esas cosas.
―Sí, sí, lo que sea.
Por lo visto, Sehun se creía tanto como Kai lo de que fueran una tripulación seria, pero Kai se preguntó por qué el capitán de la nave permitía que su subordinado le hablara así. Minseok se rió.
―Suho, vas a tener que decirle a la madre de Sehun que se lo devolvemos.
El capitán meneó la cabeza exasperado.
―No puedo. La señora Oh casi llora de la emoción cuando le dije que teníamos un puesto en la tripulación para el que nos vendría bien su hijo. Dijo a lo mejor conseguíamos encauzarle de una vez por el buen camino. Acababan de echarle del ejército.
Sehun se encogió de hombros.
―Era una mierda. Las armas, los combates, las naves militares, todo eso está bien, pero no te imaginas la clase de gilipollas que hay allí de los que se espera que sigas órdenes ciegamente.
―¿Ves lo que te digo? ―Suho se había llevado las manos a las sienes y se las estaba masajeando con insistencia―. No sé qué clase de milagro se espera la señora Oh, pero tenemos que quedárnoslo. Nuestras madres se conocen de toda la vida. Y es la única persona de confianza que conocemos para el puesto. Y se supone que era de los mejores de su promoción, aunque no lo parezca ―de repente se dio cuenta de algo, y la cara se le contrajo― aunque a lo mejor su madre nos mintió para encasquetárnoslo.
Esta vez fue Sehun el que sonó indignado.
―¡No mintió! ¡De verdad que era de los mejores de mi curso! ¡Soy bueno!
Kai observaba pasmado el desarrollo de la escena. No sabía quién era la señora Oh, pero por lo que él sabía, no había mentido. Sehun era bueno. Volvió a mirar a al capitán y al primer oficial, con la boca abierta. Minseok le estaba dando unas palmaditas en el antebrazo a Suho, que parecía exasperado.
―Tranquilo, Suho. Hemos pasado por cosas peores. No puede ser más difícil controlar a Sehun que enfrentarse a piratas espaciales.
―¿Entonces por qué lo parece? ―gimió Suho.
Minseok le dio un par de palmaditas tranquilizadoras a Suho, y luego volvió a dirigir su atención a Kai y a Kyungsoo, con una sonrisa.
―Bueno, como iba diciendo antes del inciso, pronto conoceréis a Baekhyun, el chaval que nos metió a todos en esto. Es un chico encantador, siempre y cuando tengas un calcetín a mano para metérselo en la boca cuando no se calle. O a Chanyeol cerca, para encasquetárselo. Es la única persona que no parece cansarse nunca de él. En fin, el caso es que Baekhyun es astrónomo. Bueno, estudiante de Astronomía y Astrofísica en la universidad, en su tercer año. Estaba ayudando a uno de sus profesores, uno de los científicos más importantes de este país, en una de sus investigaciones, cuando descubrieron algo que indicaba dónde podría estar situado El Dorado. Que apuntaba a que éste no sólo podía existir de verdad sino a su ubicación concreta.
Kai frunció el ceño. La explicación empezaba de manera más o menos razonable y no estaba seguro de que aquello le gustara.
―Baekhyun podrá explicártelo mejor cuando llegue, si eres capaz de entenderle. De momento, Suho es el único que lo ha comprendido del todo, pero en fin, por eso él es capitán y yo no. Y si Suho piensa que lo que dice Baekhyun tiene sentido, yo confío completamente en él, aunque te aseguro que la primera vez que me lo dijo, mi cara era parecida a la tuya. Hemos formado parte de la misma tripulación desde hace cinco años, en muchas naves y en diferentes misiones, cuando ni él era capitán, ni yo primer oficial. Puede que estés pensando que somos chavales que han oído cuentos de viejas sobre El Dorado y se han vuelto locos y han decidido fletar una nave para matarse en la frontera del sistema, víctimas de un ataque de piratas o conduciendo sin rumbo hasta quedarse sin combustible en medio del vacío espacial, pero tenemos experiencia en esto. Sabemos cómo funcionan las cosas ahí fuera. Igual que vosotros en las calles, nosotros hemos sobrevivido ahí fuera cinco años.
De todas formas comprenderás que, cuando Baekhyun y su profesor hicieron ese descubrimiento, lo primer que hicieron no fue dirigirse a contratar una nave y una tripulación para una misión privada. No son esa clase de personas. No se hubieran guardado un descubrimiento así para ellos mismos, por tentador que éste fuera. Se lo dijeron al gobierno. Y por supuesto, el gobierno al principio estaba entusiasmado. Imagina que fuera nuestro país el que al fin descubría El Dorado. Decidieron mantenerlo en secreto por la misma razón por la que nosotros tratamos de mantenerlo ahora. Para que no se adelantaran otros, para no provocar otro enfrentamiento más por recursos, ésta vez a escala planetaria. Hicieron lo que hacen los proyectos con recursos, en estos casos, mandar una sonda primero, para no arriesgar más naves y tripulaciones enteras, en fin, más dinero, antes de estar seguros. La sonda nunca volvió.

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