Fanfic
Saint Seiya
Kanon x Camus
Capítulos 3
ISAAC
Isaac
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capítulo uno
-¿Por qué él?
-Me fue conveniente... -
Sabía que su respuesta terminaría por fragmentar la débil apariencia de civilidad que habían mantenido desde que se impuso, con necio infantilismo, a no retirarse del onceavo templo hasta que lograra exponer sus razones o que el caballero de los hielos le explicara su negación a escucharle.
No fue fácil reunir el valor de encarar a los dorados; su hermano incluido. Pero uno por uno lo aceptaron, si bien, no habría entre ellos instantánea camaradería, mucho menos amistad; llegaron a un tácito acuerdo de paz, e intentaron por su diosa y por sí mismos reconstruir sus vidas.
Camus de Acuario, fue la excepción.
Ilusamente consideró que la oportunidad ofrecida por el escorpión antes de la batalla final, le sería otorgada también por el mejor amigo de éste. Pero el octavo dorado se probó mucho más compasivo de lo que dejaba entrever. El caballero de los hielos se había negado a recibirlo, escucharlo, a mirarlo siquiera. Kanon entendía el recelo e incluso la aversión que pudiera sentir por él, pero la actitud del santo iba más allá de la desconfianza que un antiguo enemigo -ahora aliado- pudiera despertar.
Encontró la respuesta cuando finalmente logró acorralar al dorado y presionó hasta conseguir una reacción. No midió, sin embargo, las consecuencias.
Camus sólo había tenido que pronunciar un nombre y el gemelo comprendió su resistencia a escucharlo, el resentimiento y el pulsante reclamo que emanaba de su cosmo.
El trágico destino de su otrora alumno era la razón de su comportamiento.
-Conveniente -repitió con voz pasmosamente fría. El gemelo se maldijo mentalmente por la falta de tacto en sus palabras, pero ahora que estaban frente a frente, y que finalmente había conseguido que el francés se dignara a reconocer su existencia, no podía evitar que la verdad, cruel y despiadada como era, brotara de sus labios para saciarle.
-Le enseñaste bien. Cumplió con su deber y protegió su puesto ante todo. Murió con honor.
Kanon se estremeció.
En el preciso instante en que su voz terminó de emitir sonido, pudo escuchar el tronar de la coraza imaginaria que Acuario había construido a su alrededor para evitar este momento. Para protegerlo de su más sincero odio.
-¿Honor? ¿Qué honor obtuvo de ser usado cual insignificante peón? Por ser engañado, como todos nosotros, para entrar en una guerra, que ha grabado su nombre en los anales de nuestra historia como un traidor a la humanidad.
Altivo y señorial, su mirada no dejó de clavarse férrea en hombre frente a él, quien representaba la infamia, deslealtad y muerte. La frialdad y el desprecio que la voz del dorado adquirió tras acercarse unos pasos hasta Kanon, dejaron al gemelo con el pecho hundido en el vacío y los pulmones ahogados en dolor.
-No cuestionaré la decisión de nuestra diosa, ni comprometeré mi lealtad a ella... No hay honor alguno en su muerte, mientras tú degrades su recuerdo con tu profana existencia. No mereces la vida que tienes, ni el perdón que has obtenido.
Camus no dijo más. No era necesario. Simplemente se dio la vuelta y se retiró, encendiendo su cosmo como advertencia para el otro. No era bienvenido.
Por cuánto tiempo Kanon permaneció petrificado en la entrada del circular templo, no lo supo. Las palabras de Acuario retumbaron tanto que lo imposibilitaron de mover cualquier músculo de su cuerpo; fue la tibia mano del octavo dorado apretando amistosa su hombro, la que le sacó de su embrutamiento.
Milo había sentido odio consumir el cosmo del francés y, preocupado por su amigo, había subido la escalinata hasta la onceava casa. Kanon no reaccionó a sus primeros llamados, aun ahora que lo acompañaba cuesta abajo; el sombrío gesto del gemelo, le indicaban que los dos caballeros habían -finalmente- intercambiado palabras.
Eran esas palabras las que aún resonaban crueles en la conciencia del peliazul, y cual herida mortal, le habían dejado débil, sangrando... Su recién reconstruida realidad sucumbió ante la indiscutible verdad de su reclamo, y por primera vez desde que abrió los ojos en esta nueva vida, Kanon se arrepintió de haber buscado redención.
No la habría.
Porque Camus tenía razón.
Los generales marinos... los había usado para luego dejarlos morir, mientras él, apeló a la bondad de Atena para sobrevivir.
No era justo.
Esta nueva vida no significaría nada si no lograba enmendar su error; aunque ello le costara enfrentar la ira de un dios.
capítulo dos
Decir que la resurrección de los Generales Marina fue desconcertante e inesperada, está demás. Para el caballero dorado de Acuario, la noticia también traía consigo un poco de la esperanza y dignidad que les fue arrebatada por la desbocada ambición de un hombre sin escrúpulos, cuya existencia ni siquiera quería recordar, pero a quien no podía evitar odiar con cada fibra de su ser mientras se encontrara en esa tierra sagrada, malgastando una bondad divina que nunca debió concederse a alguien como él.
Alguien que no merecía la oportunidad de encontrarse junto a los doce caballeros dorados. No era alguien digno de confianza, ni de contemplación, y sin embargo, Atena no dejaba de incluirlo, de protegerlo y considerarlo. No. No quería ni necesitaba perder más segundos de su vida pensando en quien no lo valía.
Decidió entonces plantar sus ojos en la esbelta figura que a pesar de estar ataviada de doradas escamas y la impresionante cicatriz en la vacuidad de su orbe ocular, no minaban a su corazón de la emoción palpitante que lo estremeció al verlo de nuevo.
Mismo hechizo que dotó a sus facciones semiadultas de pueril ensoñación, revelándole en el joven frente a él al niño que alguna vez conoció, al que cuidó en noches de tormenta y a quien curó moretes y raspones, a quien enseñó el código del caballero y el inmenso honor de ser elegido por los dioses para proteger a la humanidad. Haber perdido a Isaac fue una culpa que Camus se adjudicó con inalterable responsabilidad. Él debió estar con sus aprendices, debió haberlos cuidado y debió evitar que uno de ellos se perdiera entre las profundas aguas árticas, mientras el otro se flageló el resto de su vida por la pérdida de su amigo.
Saber que el joven había utilizado sus enseñanzas para castigar inocentes antes que protegerlos fue un duro golpe para el santo de Acuario mas no por ello, su corazón palpitaba con menos emoción al verlo nuevamente. Ahora, con el joven que creyó eternamente perdido a unos pasos de él, el alma de Camus agradeció a los dioses por haberlo rescatado del averno y restituirle -merecidamente- como uno más de los guardianes elegidos para servir a los demás.
Cuando finalmente tuvo la oportunidad de acercarse al joven y envolverle en un cariñoso abrazo, nunca se imaginó que tan añorado encuentro, sólo le traería contrición, pues fue en ese instante que se le reveló una verdad que había escapado de su comprensión.
Sí, Camus comprendió.
Isaac de Kraken era para él, lo que el descarriado gemelo era para Atena, el hijo perdido que finalmente ha sido encontrado.
La epifanía, sin embargo, no ayudó a sosegar el alma de Camus respecto al gemelo. Su propia debilidad a su discípulo y la oportunidad brindada por Atena al hombre, habían nacido de el amor que ambos tenían por sus respectivos protegidos; las acciones de Kanon de su avaricia, envidia y egoísmo. No. Aunque Issac estuviera nuevamente con él, el acto que llevó a su muerte no debería ser olvidado ni condonado.
Si bien no cuestionaba su diosa, sí existía alguien en quién volcar todo su recelo, pues había sido pieza clave en la posición que Kanon obtuvo.
-¿Cómo pudiste perdonarlo tan fácilmente?-
-No estabas aquí Camus... -
El santo de Acuario resintió el comentario hecho por Milo aunque su amigo no lo hubiera emitido con mala intención. Tanto su muerte como su limitada existencia en la guerra con Hades era todavía un tópico delicado entre ellos; aun así, Camus necesitaba conocer las razones del Escorpión tanto como el otro parecía querer el porqué rechazaba al gemelo con tal vehemencia.
Milo volvió su mirada del horizonte y sus ojos se enfocaron en Camus.
-Yo era el último... -continuó reflexivo- Después de mí sólo había templos vacíos. No había nadie más para defender a Atena. Él, era el único capaz de protegerla cuando yo debía partir a la pelea...- "contra ustedes" completó mentalmente el francés, sintiendo su garganta cerrar al oírlo y le costó lo indecible sostenerle la mirada, nunca antes había contemplado la difícil posición que debió vivir su amigo en aquel momento.
La melancólica sonrisa que el Escorpión le ofreció fue demasiado para Camus, y entonces sus ojos se desviaron de los de Milo y buscaron refugio en el paisaje frente a ellos. Aquella explicación evaporaba de la conciencia de Acuario la mancha que su perdón a Kanon representaba para él, sin embargo no menguaba su rencor y desprecio al gemelo.
-Desee matarlo por un momento. Pude haberlo matado... -dijo Milo repentinamente- Nunca se defendió ¿sabes? Esa es la clase de hombre que es.
Camus volvió a enfrentar los ojos de Milo, intrigado. El tono en su voz había cambiado, podía percibir un destello de admiración que no entendía. Esos ojos le miraban introspectivos y le mostraban al mismo tiempo, un secreto que el francés no estaba seguro de ser capaz de interpretar.
Milo resopló piadoso.
-Camus te has preguntado el por qué ahora, por primera vez, Poseidón concedió nueva vida a sus Generales.
Las partidas cejas de Acuario se fruncieron cuando al instante la conexión se hizo presente.
Kanon.
capítulo tres
-Camus te has preguntado el por qué ahora, por primera vez, Poseidón concedió nueva vida a sus Generales.
Las partidas cejas de Acuario se fruncieron cuando al instante la conexión se hizo presente.
Kanon.
-Un consejo Camus, habla con él y arregla esto de una vez por todas. Te hará bien.
Al francés no le complació ni la sugerencia ni la urgencia de Milo y ciertamente no se decidió a actuar siguiendo su consejo de inmediato, mas la soledad de su templo y la presente satisfacción de haber recuperado a su aprendiz, le obligaron a -eventualmente- transitar la escalinata cuesta abajo. El tercer templo resultó sólo una parada en su destino, pues Saga, luego de un tenso cuestionar, concedió el indicarle dónde encontraría a su gemelo.
Con la noche extendida sobre Grecia y la luna en su zenit, Camus alcanzó el risco de Cabo Sunión; el murmullo del viento y el vaivén de las olas el único sonido que se escuchaba. El ceño de Camus se frunció, su mirada paseaba por el lugar y podía percibir la presencia de Kanon , pero no lograba ubicarlo. Tensó la mandíbula cuando un ola particularmente fuerte rompió en la base de la península y tras retirarse le develó un semioculta cueva en donde -finalmente localizó- la procedencia del cansado cosmo del gemelo.
Sin ser consciente sus piernas se movieron con agilidad por la escarpada escalinata de piedra que bajaba de entre el risco hasta el lugar de la cueva; hasta la antigua prisión de Atena enclavada en Sunión. Cuando los peldaños desaparecieron bajo el mar los ojos de Camus se abrieron sorprendidos; la prisión estaba cerrada, es decir, había alguien adentro.
No, no alguien... Kanon.
La marea no estaba tan alta esta noche, Camus notó, pero aun así el agua le cubría por encima de las rodillas. A unos metros de la entrada de la prisión, la única luz que parecía iluminar apenas el interior, provenía de selene y era tan insuficiente que al francés le costó dilucidar de entre las sombras la figura del empapado caballero. Una punzada incómoda se enterró en sus entrañas al verlo, mas se forzó a ignorarla al escuchar los pasos del prisionero acercarse a los barrotes. La pálida luz nocturna dotó al rostro de Kanon de un tono alabastro casi fantasmal, mas sus ojos mantenían ese brillo orgulloso y desafiante que los caracterizaba; y que eran en definitiva el mayor rasgo que lo distinguía de Saga.
Por incontables segundos permanecieron observándose, mientras las palabras de Milo resonaban en la cabeza del onceavo santo, con mayor fuerza y nuevo significado que antes.
Nunca se defendió...
Un asalto de preguntas martilló entonces su mente, ¿Por qué Saga no le advirtió? ¿Por que no estaban enterados los dorados? ¿Por qué su hermano no intervenía para ayudarlo? ¿Aquí había estado todo este tiempo que no supo de él? ¿Qué había hecho para ganarse tal castigo de Atena? No. No era el cosmo de la diosa el que rodeaba la cárcel, éste era uno agresivo y familiar.
Y así, tan abrasiva como la retahíla de dudas llegó la respuesta que buscaba. Entonces el Acuario sintió aquella punzada extenderse y arder por todo su cuerpo, hasta explotar en comprensión en su mirada y en una queda exclamación de desconcierto. Y Kanon sonrió, apenas una curvatura pero suficiente y poderosa, reveladora, conciliadora. Camus la odió aún más que al hombre mismo.
Fue sólo hasta que sintió la humedad cálida bajo su palma que se dio cuenta que su brazo se había extendido y su mano reposaba sobre los dedos de Kanon que se aferraban a uno de los barrotes como si no pudiera sostenerse sin ese apoyo.
-¿Qué es esto?- Camus demandó saber, mas su tono estuvo falto de su frialdad.
-Compensación - dijo Kanon con indiferencia, como si no importara el lugar ni la condición en la que estaba.
-¿Por qué aquí?
-Poseidón es un dios cruel, Acuario. Resarcir una ofensa al señor de los mares es... Sabe que odio este lugar... -
Y quién no lo haría, meditó. No se necesitaba una disertación para saber que la prisión estaba hecha para torturar y acabar con su cautivo, fuese por hambre o por la acción del mar. Camus había escuchado rumores en relación a los gemelos y Sunión, pero nunca quiso prestarles atención, nada del hombre le interesaba salvo verlo desaparecer.
Irónico. Aquí tenía su deseo cumplido y se arrepentía de ello como nunca lo pensó.
-¿Cuánto tiempo?
La curvatura en los labios de Kanon se perdió y sus ojos se enmascararon unos segundos ocultándose al francés; el lapso que tardó en contestar a su pregunta, hicieron que el respirar fuera dolorosa para Camus. Antes que pudiera terminar de comprender la reacción de su cuerpo, el gemelo finalmente contestó.
-Un sol con su luna por cada infame respirar -replicó en fingida solemnidad, mofándose del tono que seguramente la deidad usó al pronunciar su sentencia -No está mal, esta vez sé que hay una fecha de expiación.
El punzar en sus entrañas se sintió pesado, arañando su interior con el escozor creciente de su propia conciencia, combustión que alimentaban las palabras de Kanon.
Camus había notado la ausencia del gemelo, el cese de buscarle y requicitar una oportunidad en pro de la orden dorada. Su presencia y su mirada siempre atenta de encontrar el momento para acercarse. Ese mes sin Kanon lo había atribuido a su último encuentro, a que el gemelo finalmente y por amor propio dejaría de humillarse cuando le planteó las razones de su desprecio...
Que equivocado había estado.
-¿Por qué estás haciendo esto?- La voz del onceavo caballero apenas fue audible, el nudo en su garganta al comprender la enormidad del sacrificio que el otro había hecho le dejaron estremecido con un frío que nunca, ni siquiera él, sintió antes. Su mirada apenas si podía esconder el tumulto dentro de su alma.
Kanon arrugó el ceño, confundido. ¿Acaso las olas ya comenzaban a jugar con su mente? Ese joven frente a él le era desconocido. Apocado y vulnerable, no eran calificativos que se relacionaran con Acuario y sin embargo, eso era lo que emanaba el de cabellos lacios. ¿Se sentía responsable de la penitencia que ahora purgaba? La sonrisa volvió a sus labios, pequeña y conmovida. Mudó entonces su mano libre hacia aquella que le sujetaba a través de la reja, y sus ojos buscaron reflejarse en otra mirada.
-Lo hago porque lo necesito... -una pausa, una garganta apretada- ...porque ni siquiera mil años aquí dentro compensarían una sola de las vidas que se perdieron por mí. Y se perdieron tantas...
Demasiadas. Camus concedió porque no sólo habían sido los dorados o ni los marina los que sufrieron bajas, la humanidad había perdido vidas preciosas por esta pelea entre dioses. Y Camus, qué había hecho Camus que no fuera llorar la vida de uno y despreciar la de otro. Qué egoísta...
Una fuerte ola se asomó por la espalda del francés, Kanon se aferró a los barrotes con una mano y atrajo al otro contra el metal sujetando su cintura. Camus apenas pudo registrar la acción cuando sintió la fuerza de la ola estrellarse en su espalda aplastándolo contra la prisión. En los segundos que sintió su poder, Camus se estremeció al comprobar en propia piel la crueldad de aquel castigo.
Levantó la mirada y sus ojos se encontraron nuevamente con los de Kanon. Estaban tan cerca que sus alientos termales se entremezclaron en la fría noche; tan cerca que sus cuerpo se transmitieron una calidez hasta entonces desconocida; tan cerca que sólo debieron cerrar los ojos un instante, efímero y eterno.
-La marea subirá. Vete ahora. -Ordenó el gemelo, soltando de pronto a Camus y dando varios pasos hacia atrás, en clara despedida.
Por un instante Camus no supo qué hacer; su mente y su instinto le indicaban obedecer para mantenerse a salvo pero su pecho dolía cada vez más, en proporción a la idea de alejarse y dejar al gemelo solo en aquella oscura prisión. El fuerte oleaje le hizo trastabillar y fue la señal que su cuerpo necesitó para lentamente comenzar a retirarse. No había razón para permanecer ahí.
Antes de alejarse por completo volvió su mirada hacia el cueva. Un pecador se encontraba dentro, cuando emergiera sería un hombre al que llamaría su igual.
finale ¿?