El Mercado del Arte y su Repercusión en la Producción del Artista.
Actualmente, todo el mundo lo sabe, la actividad primera del hombre es la apropiación de bienes materiales y, en menor o mayor medida, la acumulación de riqueza. Es el sistema que controla la actividad productora. Ninguna actividad humana se salva de esta necesidad de ponerle un valor monetario al producto final del hacer, a fin de obtener una ganancia del mismo o de adquirirlo con cierto valor simbólico, en teoría, equivalente a su precio.
Como actividad humana el arte, por supuesto, entra en este mismo juego de valoración del elemento simbólico, traducido al lenguaje comercial, aunque de una manera irrealmente desproporcionada puesto que, más específicamente, el arte moderno no sólo traduce a sumas monetarias el trabajo manual de una obra, que a veces tal vez sea casi nulo, sino también su carácter intelectual.
Tal vez sea que al arte moderno ‘de altura’ se le dan sumas tan altas de dinero porque se ha perdido el umbral lógico entre precio y trabajo, tal vez sea que no es otro artista el que necesita darle precio a una obra porque no es otro artista quién la compra. El arte, a pesar de que ha perdido su aura de autenticidad, está hecho para sólo algunos. D’Allonnes menciona que “las capas intelectuales no elaboran la cultura para propio uso exclusivo, sino doblemente para el uso de las capas dirigentes”, esto genera que las capas dirigentes, o ideología dominante, la usen para homogeneizar los conflictos, con figuras como la inspiración y el genio creador porque conviene que el vulgo no sepa.
Aunque el arte ha sido desacralizado y puesto al alcance de la mano, está al alcance de la mano sólo de quien pueda acercarse a él, llámese, por ejemplo, un burgués que no tiene el conocimientos al respecto pero que tiene dinero y que naturalmente, aceptará dar una suma a cambio de un objeto artístico, convenido así por teóricos e instituciones, que le dará a cambio a él, en este caso, cierto estatus a pesar de que para éste sea incomprensible y su único modo de dar retroalimentación al mensaje de la pieza sea dándole un precio, bueno o malo, a esta. Dijera Hegel “[el] pequeño burgués espera que la obra le aporte algo”, algo que además seguramente no es y qué cree que es porque eso es lo que la ideología dominante pretende, que el mercado fluya sin saber bien por qué.
El artista, en teoría, sabe que esto sucede ¿Pero, no es esta convención con el mercado un factor de que el arte contemporáneo está en decadencia? Citando a nuestro autor fantasma, el arte moderno “enmascara las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, y, como cómplice de esta ideología, las cubre con un velo mistificador, sin advertir que de hecho las agrava”. Es parte entonces del sistema de la ideología dominante en este sentido; Si deja que la actividad sea valorizada en términos de la institución entra en el juego como arte moderado, lo llamaría Adorno, y por lo tanto su función como arte moderno, radical, se ve truncada y, además, producir para al final obtener dinero de un consumidor ciego, ¿no es un poco desmerecer el mensaje de la obra, si es que contiene tal?
Está claro que el artista tiene que vivir, en este mundo donde todo requiere de capital monetario, de algo, lo que nos lleva a pensar la producción artística como un trabajo y plantea una posible disfunción en estos términos en cuanto a su proceso. La, llámese obsoleta, inspiración está concebida en gran medida como opuesta al trabajo desde que es una hermana menor del ocio. Entonces ¿la producción artística como trabajo limita al artista a obras que carecen de sentido? De nuevo volvemos a que estas ideas de la inspiración y el genio lo único que hacen es crear un halo de misticismo alrededor del artista para que parezca inhumano, inalcanzable e incomprensible, para alejarnos del mensaje y para hacernos creer que la actividad intelectual esta fuera del alcance.
Pero la cuestión no es en realidad, si el arte debe ser o no un trabajo, sino hasta qué punto puede comercializar la línea de su discurso personal con el fin de obtener una suma de dinero que tal vez sea incluso necesaria, no sólo conveniente. Por supuesto lo ideal sería no hacerlo jamás porque, como dijera Picasso “Un pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en cambio, es un hombre que vende lo que pinta”. A pesar de que no es uno de mis artistas favoritos, y no parece haber una alta reflexión detrás de esta frase, y seguramente no la haya, debo reconocer que esta resume en gran medida mi percepción de la relación entre el artista y el mercado del arte.
La obra de arte vale, según hemos aprendido, por los símbolos que la construyen y es trabajo del artista usar los símbolos comunes para crear símbolos más complejos y entregar un mensaje, pero también es cierto que actualmente la misma pieza hecha por un artista y otra igual hecha por cualquier otro oficio, no son calificadas justamente en cuanto a estos lineamientos. El artista hace arte a las cosas cuando quiere que lo sean, basta con echarle un vistazo a los ready-mades de Duchamp ¿Entonces es arte por sí mismo, o por la intención del artista?
Y si el artista quiere hacer arte para el pequeño burgués que va a comprarle, entonces el que el pequeño burgués no entienda no es ruido en el mensaje porque esa era la intención, entonces el artista no está vendiendo su discurso porque ese es.
Claro que el que se pueda permitir hacer esto, no evidencia otra cosa sino que el arte está malversado y enmascarado tras la premisa de que, como todo ya está hecho, todo se puede hacer, que aunque suene raro, tiene sentido y que, una dinámica como esta no es más que parte de la ideología dominante que debiera estar rechazando.
Para cerrar, me parece que el mercado del arte no es más que excusa y consecuencia de la producción puesto que el producir genera la expectativa de una respuesta y la más sencilla de dar es ponerle un precio a la obra, en este momento, creo, se convierte en un objeto de comercio y su valor simbólico para los pudientes aparenta ser directamente proporcional con su precio aunque seguramente no lo sea. En un principio la obra respondía a un simple modelo de la comunicación y al final ha perdido un poco su sentido pero mantiene su valor intelectual intrínseco.
Como ya mencioné antes, la intención -o ‘la tirada’ como suelo decir- es lograr que el mensaje que uno quiera entregar, sea recibido con toda la entereza posible, sea este cual sea, y que, sin importar los medios, el artista se mantenga firme a las convicciones que su discurso personal le plantean, sea o no hacer arte radical, o ser parte del sistema, ser reconocido o no por las instituciones de arte, la gracia está en no pensar el arte como un trabajo del que se espera generar dinero, por supuesto sin negar que se podría generar mucho, y que esta condición no sea determinante para la producción.
Más que un trabajo por el que se paga, es un trabajo del hacer y el pensar. Después de todo, el arte ni siquiera es una actividad humana que tenga su lugar inmerso en la sociedad, al contrario, su trabajo es reflejarla, porque el artista es parte de esta sociedad, pero mirarla en la medida de lo posible, desde afuera, es su tarea.