Título: Castillo de arena.
Fandom: Sailor Moon.
Claim: Seiya/Serena, Takeru/Tsukiko (ambos son OC).
Extensión: 1.824 palabras.
Notas: Escrito para la
tabla Ilusoria 30vicios y para el
reto_diario.
Tsukiko de adolescente no había sido persona de relaciones estables. Siempre había sido picaflor por decirlo de manera no insultante. La nena tenía el carisma del padre, siempre había sido de las bonitas de sus cursos y se aprovechaba de eso. Ya le había dicho que jugar con los chicos no era nada bonito; pero nada, Tsukiko hacía su vida. Pero claro, tampoco podía esperar a que ellos se quedaran con los brazos cruzados. Sobretodo cuando Seiya se había ganado a pulso el nombre de padre sobre protector. Era la pesadilla de cualquier chico que intentase acercarse a sus hijas, se convertía en una persona completamente diferente cuando aparecía algún chico no mirándoles precisamente los ojos a sus hijas. Claro que después no entendía por qué sus hijas se enojaban tanto con él, o quizás se hacía el tonto; pero ni modo, Serena prefería que su marido espantase a los chicos malintencionados a tener que consolar un corazón roto, cuando podrían haber hecho algo.
Igual más o menos se la veían venir cuando aparecería un chico nuevo. Tsukiko por su parte, hacía de todo para intentar que ellos nunca cayesen ni por casualidad en el hogar de los Kou; pero cuando sus padres le veían demasiado en las nubes y que las notas escolares caían estrepitosamente, mandaban a llamar al causante a la casa o “sino tienes prohibido salir con él”. La chica pataleaba unos minutos, luego lo negaba, para después cansarse e irse de la casa dando un portazo.
Por su parte, Kohana que era peor que su hermana mayor disimulando, los traía a la casa con bastante reticencia. Lo bueno que pocas veces habían tenido problemas con los chicos con los que ella había salido, Serena estaba tranquila al saber que su hija sabía elegir a chicos bien intencionados.
Sakura no había traído a ninguno todavía, quizá porque tenía un talento del cual sus hermanas carecían, llamado “discreción”, o quizá solamente todavía no había entrado en la edad en que le interesase mantener una relación con algún chico.
Pero claro, no estaban acostumbrados a no verles venir y menos que Tsukiko fuese quien propusiese que viniese. Por eso durante cuando en el desayuno de aquel lunes memorable, ella les dijo que le había invitado a cenar para que le conociesen, a ambos se les cayó la quijada al piso.
- ¿Y bien?- insistió Tsukiko al no recibir respuesta-. ¿Lo traigo hoy o le digo que venga otro día?
-No, no. Tráele hoy- respondió Serena, al ser la primera en reaccionar. ¿Desde cuándo quería traer a los novios a la casa? Tsukiko asintió y se despidió para irse al colegio. Seiya todavía no caía en cuenta de lo dicho por su hija.
-Seiya…- le llamó. Vamos, tampoco era para tanto, era shockeante pero tampoco insuperable. Su marido pareció volver a la realidad con el llamado.
- ¿Cómo no nos dimos cuenta? Somos expertos en esto. ¿Estaremos perdiendo el toque, Bombón?
-Creo que ella está madurando.
-Eso significa que nosotros nos estamos poniendo viejos. Gracias por recordármelo, Bombón.
Serena ignoró la invitación a una pequeña riña, viendo qué hacer de cena para su invitado especial. Pensando durante unos segundos cómo se les había pasado. Las notas de Tsukiko no habían caído, a pesar de nunca llegar a ser tan buenas como las de Sakura, y parecía con los pies en la tierra, en vez de ida. Tal vez el chico estaba siendo una buena influencia.
La noche cayó y con ella la preparación de la cena. Tsukiko se mostraba un poco más nerviosa de lo normal en esos casos. Se había arreglado y estaba bastante bonita, lo que le hacía rabiar un poco al padre, con lo celoso que era, le molestaba cualquier indicio de que sus nenas estuviesen tan enamoradas de los chicos. Había cosas en Seiya que no cambiaban nunca.
Cuando estaban por dar las 9:01 y que su marido se quejase de que su yerno era impuntual, el timbre de la casa sonó y Tsukiko se precipitó al portón para ser ella quien le abriese la puerta a la víctima de turno.
Bueno, con eso comenzaba la función.
Entró un jovencito un poco encogido, seguramente por los nervios (y tenía razones para tenerlos, para qué negarlo), parecía buen chico; pero esos suelen ser los peores cretinos. Sólo había que mirar a su marido, que era lo contrario, porque a su edad parecía un cretino y al final era una de las mejores personas que había conocido en su vida. Era un chico rubio con algunos granos en la frente y tenía más o menos la altura de Tsukiko, aunque probablemente le quitaba algunos centímetros. Su hija era un poco más alta de la media de las mujeres, también había que tener eso en cuenta. El chico estaba presentable, informal; pero tampoco era una cena de gala.
-Papá, mamá: él es Takeru, mi novio- dijo su hija mayor haciendo las presentaciones. Parecía que sus otros tres hijos ya le conocían. En verdad estaban perdiendo el toque con los años.
Como era la rutina, Seiya se había sentado en el sillón del living viendo un partido y apenas le dio una mirada sin prestarle mucha atención al jovencito. Le miramos sin reaccionar durante unos segundos, más por darle miedo que por realmente sorprendernos. El chico no tenía nada de increíble, era apuesto pero no sobresalía.
-A ver, nene- comenzó Serena a interpretar a su propio personaje. En verdad no le gustaba ni un poco; pero tenían que saber que ese chico aguantase ese tipo de cosas si quería sobrevivir al padre guardabosques que era su marido. -Siéntate junto con Seiya, como si estuvieses en tu casa, que todavía no está terminada la cena.
-Eh… no querría molestar- amagó el cobarde con acompañar a Tsukiko a la cocina, que había ido a buscar algo para tomar. Pero antes de que se pudiese escapar, Seiya le hizo espacio en el sillón obligándole moralmente a acompañarle.
Como Seiya y ella ya tenían experiencia en esto de espantar tontos que se acercasen a sus hijas por su padre o solamente por divertirse un rato con ellas, de modo que ya tenían una especie de rutina hecha para el día en que llegase el “invitado”. Nunca había que tratarlos demasiado bien y tratarlos con la mayor frialdad, para que se fuese acostumbrando a lo que le esperaba durante la noche.
Serena volvió a la cocina a terminar la cena, mientras su marido le metía más miedo al chico. Los chicos así, solían buscar un tema de conversación para ganarse la confianza de Seiya, de modo que este solía responder cosas escuetas e hirientes. Si el chico no huía despavorido, había pasado la primer parte.
La intención durante la cena era quitarle más de un sonrojo a la víctima de turno, hacerle pasar un mal rato, haciéndole creer que serían su peor pesadilla si volvía a pisar aquella casa.
Claro que los malos tratos, la fría indiferencia y los comentarios raros no le llegaban ni a los talones a lo que le esperaba luego de cenar. Eso si el novio de turno no había huido para ese momento. Con algunos gestos que ambos reconocían al instante, ideaban el método de tortura de aquella vez. Y como Seiya tuvo que entretenerle antes de la cena, le tocó a Serena ser la mala.
Cuando los tres más jóvenes huían a su cuarto al ver que esa noche no habría postre, Serena mandó a su hija mayor a buscar el postre que habían “olvidado”. Luego Seiya se iba con ella a “ayudarle”, lo que se traducía en distraer a su hija durante unas dos horas.
Serena suspiró y puso su mejor cara falsa de madre estúpida, le preguntó al jovencito:
-Cariño, ¿te gustaría ver fotos familiares?
Y sin dejarle tiempo a responder al pobre chico, sacó todos los álbumes familiares que pudo de los Tsukino, que el más viejo tenía por lo menos sesenta años. No es que los tuviesen por placer de ver fotos familiares, sino que se los había sacado de la casa de su madre para esas ocasiones en que el chico es difícil de dar a torcer.
Abrió el primero que encontró y comenzó el circo lo más rápido que pudo:
-A ver… Takeru, mirá. Este es el tío abuelo de Tsukiko, Souta, se murió de cáncer de próstata. Sí, que doloroso, ¿no? Y esta es…
El truco era marear a la víctima, hablándole lo más rápido posible, para no dejarle demasiado tiempo para pensar. Y estar así durante mucho tiempo. La mitad de las historias eran inventados porque no se acordaba de casi ninguna y había personas de las que seguramente ni siquiera le habían hablado.
-…papá, por tu culpa, los helados se derritieron. Si hubiéramos vuelto antes…
Habían pasado cerca de dos horas cuando Tsukiko volvió fastidiada de la cocina, sin los helados del postre, mientras se quejaba de su padre. Pero paró en seco al ver la escena que se desarrollaba en el comedor.
- ¡Ay, mamá!- gritó Tsukiko como si hubiese encontrado a su madre y su novio teniendo intimidad. - ¿Otra vez haciendo eso? Pensé que lo habían dejado de hacer cuando me lo prometieron… hace tres novios.
Pero antes de que Serena o Seiya pudiesen decir algo en su defensa, Takeru saltó de su lugar y se acercó a su novia.
-No importa. Me entretuve. Por cierto, eres muy igual a tu tía abuela Ayaka.
- ¿Quién?- preguntó la chica desconcertada. Aunque pareció calmar su ira contra sus progenitores.
Ambos padres se miraron entre sí, con una mezcla de incomprensión por la situación y decepción frente a los resultados. El chico había pasado la prueba y no era nada malo, incluso sabía hacer comportar a su hija mayor, cosa que ellos todavía no habían aprendido del todo.
Así que ya no era necesario comportarse como ogros, lo cual les agradaba a ambos porque a ninguno le gustaba demasiado; pero era un precio necesario.
El resto de la noche (que ya le quedaba poco) pasó tranquilamente, mientras Takeru se impresionó del cambio de actitud de sus suegros, que momentáneamente dejaron los “a ver, nene” y los gruñidos molestos.
De paso, Serena no pudo evitar pensar con nostalgia la cantidad de veces que habían hecho aquel teatro y pensando en su concepción de familia que tenía cuando apenas era una adolescente. Siempre había pensado en su relación con su esposo y su hija como un hermoso castillo fuerte e imponente, lo cual se traducía en una relación armónica y sin problemas. Y se encontró comparando su realidad con la de Tokio de Cristal, viendo a su familia como un castillo de arena, parecía derrumbarse todo el tiempo; pero era muchas veces más divertido, aunque fuese menos perfecto.
Aunque viendo a su hija riéndose con su novio y a Seiya aprobando por una vez a uno de sus yernos, pensó que tal vez la imperfección no era tan mala.