Y otras dos viñetas para la tabla de Tuney.

Apr 06, 2008 17:19

Fandom: Harry Potter
Personaje/Pareja/Trío: Petunia Dursley
Tema: 26 - Amor

El tiempo no ha cambiado demasiadas cosas.


Al parecer, Martin encontraba bastante divertido atormentar a Vernon. Aunque no había vuelto a hablar con Petunia desde su conversación en el invernadero, el hombre solía pasearse por la calle con total tranquilidad, apartando la nieve que se acumulaba en la entrada de su casa y haciendo cosas que, no por cotidianas, eran menos malintencionadas. Vernon solía sentarse junto a la ventana, en la sala de estar, y farfullaba maldiciones mientras apretaba los puños y planeaba mil y una formas de deshacerse de su vecino de enfrente. Petunia también se había descubierto muchas veces observándolo, furiosa cada vez que él la ignoraba y esperanzada cuando lo veía contemplar su nuevo hogar con aire ciertamente melancólico.

Gracias a aquellas semanas dedicadas a espiar a su más interesante vecino, Petunia había descubierto que la relación que mantenía con su hija Sarah no podía ser más estrecha. La niña era enérgica e independiente, y él se esforzaba en ser padre y amigo. Aunque Petunia nunca escuchaba las conversaciones que mantenían del coche a la casa, y de la casa al coche, sabía que estaban muy unidos. Incluso cuando la pequeña Sarah parecía enojada por algo, había unos lazos invisibles que la mantenían atada a su padre. Lazos que, y a Petunia le dolía en el alma, ella realmente nunca había tenido con Dudley. Había pasado demasiado tiempo malcriándolo y negándose a ver cómo era el chico en realidad; tanto, que no lo conocía en absoluto.

Aquella tarde había algo diferente en Sarah. Petunia sabía que Martin estaba en el colegio, viendo un nuevo partido del equipo de fútbol, y la niña estaba ahí, sentada en el porche de su casa, con la cabeza hundida entre los brazos y totalmente inmóvil. Debía tener un frío terrible y, aunque en un principio no se preocupó por ella, al cabo de casi una hora decidió que tenía que intervenir o la chiquilla se quedaría helada. No sabía muy bien qué iba a decirle, pero a Martin no le sentaría muy bien que su hija muriera de frío sin que ella hubiera hecho nada por ayudarla. Suspirando profundamente, se envolvió en su abrió, salió a la calle y fue a reunirse con Sarah.

La chiquilla apenas se movió. Tenía la cabeza cubierta por un gorro de lana de numerosos colores, y el cabello sujeto en dos trenzas, como siempre. Petunia carraspeó, intentando llamar su atención, y Sarah alzó la cabeza, mirándola con una curiosidad que, segundos después, se tildó de decepción.

-¡Ah, eres tú!

Petunia no supo muy bien por qué ese desdén le hizo sentir tan mal. No es que Sarah le hubiera importado nunca demasiado, pero había algo en sus ojos verdes que le recordaba a Martin y que dolía. Dolía más de lo que jamás podría reconocer.

-¿Qué haces en la calle, chiquilla insensata? Vas a coger una pulmonía.

-¿De verdad? -Sarah alzó la cabeza, orgullosa, y la retó con la mirada -¿Y a ti te importa por qué...?

Petunia entornó los ojos. No le caía bien a la niña. Nunca le había hecho nada, pero se notaba a la legua que no la soportaba. Y, para ser sincera, a ella tampoco le agradaba aquel carácter agrio y descortés. Menos aún cuando se enfrentaba a aquellos ojos tan parecido a los de Martin.

-Vamos. Ve adentro. Está empezando a nevar otra vez.

Sarah guardó silencio sin quitarle ojo. Petunia se sintió incómoda y se dispuso a regresar por donde se había ido, pero la voz de la muchacha la detuvo.

-Tú eres ella -Dijo, y Petunia se sintió desconcertada y nerviosa.

-¿Ella?

-Papá y mamá solían hablar de ti antes. Hace mucho tiempo.

-¿De mí? ¿Qué quieres decir?

-Todo eso de los nombres tontos y el fingir que no os conocéis -Sarah chasqueó la lengua, agitando las manos bajo su abrigo -Pero papá no puede engañarme. A mamá tampoco podía mentirle. Y yo me parezco mucho a ella. ¿Sabes?

-No sé de qué me estás hablando, niña, pero es absurdo -Petunia, que estaba tensa, empezó a alejarse de la jovencita -En serio. Entra en casa.

-No te hagas la tonta. Lo sé todo. Espera aquí.

Sarah se puso en pie de un salto y fue corriendo hasta su casa. Desapareció durante varios minutos, y Petunia se sintió realmente estúpida. Ahí parada, esperando vete tú a saber qué, mientras empezaba a nevar con fuerza. Finalmente, Sarah reapareció; tenía las mejillas encendidas y traía algo en las manos. Un cuadernillo.

-Eres tú.

Petunia tuvo que cogerlo. Alzó la libretilla con manos temblorosas y comenzó a ojearla. Y era ella. En todas y cada una de las hojas estaba ella. Riendo, leyendo, mirando a la nada. Sola o en compañía, pero siempre ella. Más joven o mayor, pero sólo ella. Desconcertada, sin poder apenas creer que Martin hubiera guardado aquello durante tanto tiempo, miró a Sarah, que tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados.

-Mamá lo encontró un día. Papá lo tenía escondido entre sus cosas, y discutieron. Mucho -Sarah carraspeó, retándola con la mirada -Ella le preguntó por qué guardaba el cuaderno. Pero él...

-¡Sarah!

Petunia dio un respingo. Se moría de ganas por saber por qué Martin había guardado esa libreta repleta de recuerdos de una juventud que nunca volvería. Pero la niña no pudo decir qué le respondió aquel día a su esposa. Martin acababa de llegar y parecía enfadado. Petunia había estado tan absorta en sus propios pensamientos, que ni siquiera escuchó el rugido del motor del coche de su antiguo amigo.

-¿Qué estás haciendo aquí fuera, Sarah?

-Te esperaba.

-¿Con este frío? -Martin se colocó junto a Petunia y la miró de reojo. A la mujer no le pasó inadvertido que Martin se percató de lo que tenía entre las manos -Haz el favor de entrar. No quiero que te enfermes.

La niña obedeció de forma inmediata. A Petunia le pareció que ella realmente estaba esperando a su padre, y Martin aparentaba estar más preocupado que enojado. Al menos con su hija.

-¿Qué haces aquí, Tuney?

-Quería que la niña se resguardara del frío. Nada más.

-¡Oh, bien! Pues te agradecería que dejaras los asuntos de Sarah en mis manos.

Petunia entornó los ojos, molesta por esa grosería. Martin era extraño. Un día venía a ella de forma pacífica, y al siguiente era seco y cortante. Seguía desconcertándola tanto como cuando era un adolescente.

-Devuélvemelo -Martin estiró una mano, sin mirarla. Petunia se removió y le dio la libreta con movimientos bruscos -Y gracias de todas formas.

Petunia suspiró y esbozó una tímida sonrisa. Sin saber muy bien de dónde sacaba el valor para hacer aquello, se dio media vuelta y encaró al hombre. Martin observaba su viejo bloc con expresión aturdida, y pareció sorprendido cuando descubrió que la mujer aún seguía allí.

-¿Por qué lo conservas?

Martin entornó los ojos y la miró fijamente. Y ya no parecía enfadado, ni se mantenía prudente y distante. El desconcierto lo invadió y apenas fue capaz de balbucear unas palabras antes de responder.

-Me ayuda a estudiar mi estilo artístico -Dijo, aunque la excusa no fue creíble para ninguno de los dos -Conservo casi todos mis cuadernos viejos.

-¿En serio? ¿Y también los escondes?

Martin carraspeó y miró fugazmente hacia la casa.

-¿Has hablado con Sarah?

-Ella ha hablado conmigo. Y parece ser que a tu mujer no le agradaba que tuvieras eso.

Señaló la libretilla con la cabeza. Martin apretó los dientes y se tensó, como si se hubiera enfadado de repente.

-Los problemas que tuviéramos Emma y yo no son de tu incumbencia, Petunia.

Ella no dijo nada. Era evidente que había conseguido derribar una de las barreras que Martin Lawrence había forjado a su alrededor, y se alegró de ello. No sabía por qué le agradaba que él pudiera molestarse de esa forma, pero al menos era mejor que la indiferencia.

-No sé qué cosas puedes imaginarte, Evans, pero yo estaba enamorado de Emma. -Martin torció el gesto; fue casi cruel -Enamorado de verdad. Con ella tuve esa clase de amor que dudo tú hayas experimentado jamás, así que no vuelvas a mencionarla nunca. ¿Entiendes?

-¿Y tienes que repetírtelo en voz alta para recordarlo?

Eso había sido un golpe bajo. Petunia -o una pequeña parte de ella- se arrepintió de inmediato de sus palabras. Martin apretó los puños y frunció el ceño, y durante un segundo pareció pelear consigo mismo antes de decidir si quería o no quería responder a la mujer. Entonces, se dio media vuelta, sin más, y caminó hacia la casa dando grandes zancadas. Petunia pensó que desaparecería de su vista, pero el hombre se detuvo, como si hubiera cambiado de opinión, y volvió otra vez junto a ella.

-No tengo que repetir nada para recordar a Emma -Dijo, y parecía casi furioso -Y me gustaría que tú pudieses decir lo mismo sobre Vernon. ¿O ya se te ha olvidado que vives con él?

-¿Por qué dices eso?

-¿Crees que no me he dado cuenta de cómo me miras? -Martin sonrió sarcástico, dispuesto a devolver el daño anteriormente inflingido -Él también lo ha hecho. Deberías poner en orden tus prioridades.

-¿En serio? ¿Y cómo te miro?

Martin alzó una ceja y resopló. Petunia sabía perfectamente cómo lo miraba, por más que le costara reconocerlo.

-Ya no tengo quince años, Tuney. No vas a poder jugar conmigo como lo hiciste una vez. Eso se acabó. ¿Lo sabes?

-Sólo sé que estás pensando cosas sin sentido.

-Por supuesto. Cosas sin sentido. De todas formas, ten cuidado.

Esa vez sí, Martin se fue. Petunia se quedó parada en mitad de la calle, meditando sobre lo que le había dicho. Él tenía razón. Debía tener cuidado, ya no eran unos críos. Había muchas cosas en juego, y unas simples miradas podían echarlo todo a perder. Miradas que eran un reflejo claro de los deseos de su corazón y que se sentía incapaz de disimular. Porque, aunque le enrabietara reconocerlo, sus sentimientos por Martin no habían cambiado tanto con el paso de los años. Y, aunque en cierta forma hubiera estado dispuesta a luchar por él, sabía perfectamente que él ya no seguiría su juego nunca más.

Tema: 30 - Obsesión

Petunia siente que se está volviendo loca y no puede soportarlo más


No puede soportarlo más. Ha intentado quitárselo de la cabeza de mil formas diferentes, pero ha sido inútil. Quizá, el hecho de que Martin viva en la casa de enfrente, que se lleve relativamente bien con su hijo y que intercambien extrañas miradas casi a diario, no ayude demasiado. Tampoco sus constantes discusiones con Vernon por cosas que ni siquiera tienen sentido o sus largas horas de soledad pasadas junto a la ventana, imaginando estupideces de una vida que pudo tener pero que, por decisión propia, nunca tuvo.

Petunia está obsesionada con Martin. Lo sabe y le parece una tontería, porque han pasado muchos años desde que estuvieron juntos y porque él ya no da muestras de estar interesado en ella. Sin embargo, Petunia algunas veces cree que todavía existe algo. Le parece que Martin esconde más cosas de las que deja a la vista, y una parte de su interior tiene la esperanza de que la siga queriendo. Y eso no es correcto, porque ella está casada y tiene una vida perfecta, pero no puede evitar pensar en Martin, en su pelo gris, sus dedos finos y su sonrisa triste y cruel una veces, sincera y casi inocente otras.

Su sonrisa de hiena... A Petunia aún la cautiva. Desgraciadamente, Martin no le dedica tantas como hubiera deseado. Cada vez que intercambian dos palabras terminan peor que la vez anterior. Ahora ni siquiera se saludan. Sarah está bastante satisfecha con eso, y Dudley un tanto desconcertado. Vernon no demuestra darse cuenta de nada, como siempre.

Petunia suspira y se acurruca junto al cristal, con la taza de café entre las manos. Es sábado. Vernon y Dudley se han ido al bar a hacer cosas de hombres, y ella está sola de nuevo, viendo cómo la nieve inunda las calles de su barrio. El invierno en aquella ciudad es largo y frío. No deja de nevar ni un solo día, pero a ella le gusta. Lo prefiere a la niebla inglesa. Es más romántico.

Petunia lleva el suficiente tiempo apostada en la ventana para saber que Sarah tampoco está en la casa de los Lawrence. Media hora antes, una multitud de chiquillos fueron a buscarla, alegando que iban a hacer una guerra de bolas de nieve, y Martin la dejó ir con una de sus sonrisas sinceras. Así pues, él también estaba solo. A Petunia le había parecido que estaba muy atractivo con su jersey azul y sus pantalones de pana grises, y lleva un rato fantaseando con quitárselos. Y se siente ridícula, por supuesto.

Suspira profundamente de nuevo e intenta ordenar sus pensamientos. Martin está solo y ella se muere de ganas de cruzar la calle y hablar con él, verlo, tenerlo cerca. Aunque su conversación gire alrededor del tiempo o cualquier otra banalidad, necesita estar a su lado. Casi tanto como el aire para respirar. Sabe que no sería correcto, que ella no tiene nada que hacer en la casa del hombre, que su comportamiento sería totalmente reprobable si lo hiciera. Y le importa tan poco, que casi siente miedo.

No sabe muy bien de donde saca el valor para hacer lo que va a hacer. Se pone en pie y corre hasta la cocina, colocándose un mandil sobre su ropa de los domingos. Puede estar loca, pero aún necesita una excusa para llamar a la puerta de su casa. Tampoco se lo piensa mucho, a decir verdad, y antes de darse cuenta, Martin está frente a ella, mirándola con los ojos entornados y claramente sorprendido.

-Hola -Petunia habla antes de que él pueda decir nada -Me preguntaba si tendrías... Harina.

Martin alza una ceja y la observa detenidamente. No tiene pinta de haber estado cocinando, pero aún así se hace un lado y entra a la casa, sin invitarla a pasar. Aún así, deja la puerta entre abierta y Petunia puede echar un vistazo al recibidor, mucho más pequeño que el suyo y repleto de trastos que deben ser de Sarah. Petunia localiza una mesa auxiliar en un rincón, repleta de fotografías. De Martin, de su hija y de la difunta Emma. Felices y unidos. Y, a pesar de los celos, Petunia vuelve a alegrarse por él. Porque Martin ha logrado ser feliz.

-Aquí tienes -Petunia da un respingo cuando escucha la voz de Martin. El hombre está a su lado, tendiéndole un paquete de harina.

-¡Oh, gracias! El lunes te lo devolveré.

-No hace falta. Tengo la despensa llena.

-Ya.

Petunia se muerde los labios. Ahora es cuando debe irse a casa, tal vez aliviada después de ese breve encuentro, pero no tiene valor para hacerlo. Quiere quedarse, hablar con Martin, estar con él durante algo más que cinco minutos. Así pues, señala las fotografías con la cabeza y hace una pregunta que, quizá, no será bien recibida.

-¿Es Emma?

Cree que Martin se enfadará, pero se limita a mirar los retratos con aire melancólico. Suspira, da dos pasos atrás y Petunia asume que debe entrar a la casa. Y cerrar la puerta ya que está.

-¿Por qué te interesa saber de ella?

-No lo sé, Martin. Tengo curiosidad por saber cómo era. -Petunia se encoge de hombros, sintiéndose sincera- Ella sí te hizo feliz. ¿Verdad?

Martin sólo sonríe afirmando quedamente con la cabeza.

-Nos conocimos durante una etapa difícil de mi vida, en la escuela de París. Después de... -Martin carraspea. Petunia sabe a qué etapa se refiere y se siente un poco avergonzada y responsable -Nos hicimos muy buenos amigos. Ella era muy parecida a Sarah. Divertida. Traviesa y condenadamente lista. Y yo no tardé en acostumbrarme a su presencia. Tardamos años en descubrir que nos queríamos. Estuvimos un tiempo separados, pero nos reencontramos y nos dimos cuenta de que no sólo deseábamos ser amigos el uno del otro. Nos casamos, nos divertimos, tuvimos a Sarah. Y Emma enfermó y en menos de dos meses ya no estaba. Sarah tenía apenas tres años y yo decidí que debía sentar cabeza y dejar de dar bandazos por ahí. Ni siquiera sé por qué llegué a este pueblo -Martin parpadea, sorprendido consigo mismo ante tanta franqueza -Emma lo mencionó alguna vez. Su abuela era de aquí. Pensé que sería un buen sitio para instalarme.

Petunia no esperaba escuchar esa historia. El relato ha sido breve, pero lo suficientemente emotivo para entender cómo fue la vida de Martin con esa mujer. Sin duda, su relación fue mucho más fácil que con ella.

-¿Por qué no volviste a Inglaterra?

-Mis tíos habían muerto, Petunia. No tenía a nadie esperándome allí.

La mujer cierra los ojos, ligeramente herida. Martin tiene razón en su afirmación, y a ella le gustaría decir que sí que había alguien esperándole, pero se mantiene callada. De todas formas, él jamás volvería a creerla.

-Eso que dijiste de llevar a tu hija a Londres. ¿Lo harás?

-Quizá tenga que hacerlo -Martin se apoya en la pared y se cruza de brazos -Hay un par de tipos interesados en que exponga en su galería de arte.

-¿En serio?

-No es que no lo haya hecho antes. He vendido algunos cuadros. ¿Sabes? El sueldo de profesor no da para comprar una casa como esta.

Petunia entorna los ojos y, por primera vez, ve frente a ella un hombre de éxito. Humilde y desarrapado, pero triunfador, y se arrepiente más que nunca de haberlo dejado ir.

-Enhorabuena, supongo.

-Sí, gracias. A Sarah le gustará viajar. Quiere subir en avión.

Se produce un breve silencio. Ninguno de los dos parece muy dispuesto a mirar al otro y Petunia se siente incómoda y aprensiva de pronto, como si se viera en la obligación de hacer algo y no tuviera valor suficiente para hacerlo.

-¿Cuándo serán esa exposición?

-No lo sé aún. Quizá ni siquiera lleguemos a un acuerdo. Quién sabe.

-Quizá, pueda ir a verla. Si para entonces hemos vuelto a Inglaterra.

Martin parpadea y la mira con algo que parece preocupación.

-¿Vas a volver allí?

-Es posible. Cuando las cosas mejoren.

-¿Los tipos que mataron a Lily?

-Aún confío en que los detengan. ¿Sabes? Te gustaría mi casa de Privet Drive.

-Seguro que sí -Martin tuerce el gesto. Por supuesto que Privet Drive no le gustaría, ni siquiera un poco -¿Has sabido algo de tu sobrino?

Petunia se tensa. No le hace ninguna gracia hablar de Harry, pero supone que Martin no se dará por vencido.

-No creo que podamos ponernos en contacto con él. Todo es muy complicado.

-¿Tanto para no poder hacer una llamada telefónica? -Inquiere con escepticismo, casi acusándola de ignorar a Harry. Y no es que no lo hubiera hecho antes, pero viniendo de Martin, le molesta.

-Más aún. No tienes ni idea.

Martin sonríe tristemente y niega con la cabeza. Piensa que él sí encontraría la forma de hablar con su sobrino, un niño con demasiadas responsabilidades que afrontar. Aunque no tenga ni idea, de verdad que lo piensa así.

-Tú criaste a tu sobrino. ¿Verdad? -Petunia asiente -¿Y no estás preocupada? Es... Debe ser como un hijo. No sé...

-No puedo hablar de eso.

-Veo que no has cambiado nada -Martin alza una ceja, irónico -Cuando algo no te interesa, optas por cambiar de tema.

-Las cosas no son blancas o negras. Y te aseguro que lo que ocurre con Harry es... -Petunia suspira, irritada, y se cruza de brazos. Intenta encontrar algo que pueda decir y no suele totalmente ilógico, pero no es fácil -Han pasado muchas cosas desde que murió Lily. La mayoría de la gente no las entendería.

-Entiendo más cosas sobre tu hermana de las que piensas. Y, por lo que veo, muchos de sus problemas los has transferido a tu sobrino. ¿Me equivoco?

No. No se equivoca en absoluto. Durante todo ese tiempo, Petunia no ha podido dejar de ver el reflejo de Lily en los ojos de Harry, y eso siempre dolió y la molestó a partes iguales. Porque ahí estaba ese niño, recordándole que ella nunca sería especial, como su hermana, complicándole la existencia y, por qué no decirlo, haciéndole pensar en las cosas buenas de Lily algunas veces.

-Tú tampoco has cambiado nada -Petunia arruga el ceño y, sí, nuevamente cambia el tema de la conversación, esperando que Martin opte por seguirle el juego -Sigues siendo terco e indiscreto.

-¿Indiscreto? -Martin no puede reprimir una risa suave, y Petunia se siente muy aliviada -Yo no soy indiscreto. Erais tú y tus amigas las que os pasabais el día cotilleando. Es más, me preguntó que harás con las cotorras del vecindario cada vez que os juntáis para tomar el té -La mujer también ríe -Y todavía crees que puedes engañarme, pero no soy tonto. No tanto como antes, al menos.

Petunia bufa. Su maniobra evasiva no ha dado el resultado esperado, pero al menos Martin parece menos tenso que antes.

-Quizá, algún día pueda explicarte lo que ocurre. Pero confía en mí, Martin. Harry no está aquí por un buen motivo.

-No es fácil confiar en ti, Tuney.

La acusación llega serena pero inflexible a sus oídos, y la mujer se encoge un segundo sobre sí misma, encajando el golpe. Entonces, escucha a Martin suspirar pesadamente y lo ve removerse con algo de inquietud.

-Tengo cosas que hacer, si no te importa.

-¡Oh, claro! Será mejor que me vaya.

Petunia se dispone a dar media vuelta con el convencimiento de que no ha logrado lo que quería. Después de todo, no fue a casa de Martin para hablar. Bueno, tal vez sí, pero también quiso tenerlo cerca. Más cerca de lo que ya estaban.

-Oye, Martin. Me gustaría que hablásemos más a menudo -Dice, sin saber muy bien cómo ni por qué. Sólo es consciente de que le hace falta -Siento mucho lo que pasó, pero quizá podamos ser amigos, ya sabes.

Martin enarca una ceja y retrocede un paso. Parece estar defendiéndose de algo -o, tal vez, de alguien.

-Tú y yo no podremos ser amigos, Petunia. Pasaron muchas cosas entre nosotros.

-Pero eso fue hace mucho tiempo.

-Sí -Por algún motivo, el hombre se ruboriza ligeramente -Pero una parte de mí aún fantasea con la posibilidad de recuperar el pasado y... Bueno. Yo tengo a Sarah y tú estás casada y tienes un hijo. No puedo arriesgarme a ser tu amigo, Tuney. No sé lo que podría pasar.

-Y -Petunia se muerde los labios, sintiendo que no es ella la que habla -¿Si yo quisiera que pasara algo?

-¡Oh, señor! Vete a casa. ¿Quieres?

Y Martin intenta echarla a la calle, pero Petunia se aferra a sus brazos, sabedora de que está cometiendo una locura y el error más grande de su vida.

-¡No, no, no! Escúchame. Si tú quieres, podemos intentarlo.

-¿Intentar qué? ¡Por Dios! ¿Te estás oyendo?

-Yo...

-Me estás pidiendo que seamos... -Martin agita la cabeza y se separa de ella bruscamente, como si estuviera huyendo -Vete.

-Martin, hablemos.

-¡No! No podemos permitirnos hablar sobre eso. ¿No te das cuenta? No sólo somos tú y yo. Están nuestros hijos y tu marido. ¡Joder! ¿Has estado bebiendo. Porque esa sería una explicación bastante buena. O eso, o te has vuelto completamente loca.

-Martin, por favor.

-Vete.

Petunia sabe que la conversación ha terminado. Martin ha logrado deslizarse hasta la puerta de salida y la tiene abierta de par en par, a la espera de que haya atraviese el umbral y desaparezca. Pero Petunia, aunque sabe que lo que ha dicho antes ha sido una soberana estupidez, sabe que eso es lo único que quiere: estar con Martin. Siempre.

Quizá por eso se detiene antes de salir. Está muy cerca de Martin y sólo tiene que estirar un brazo para acariciar su rostro y, sin previo aviso, agarrarse a su cuello y acercar su rostro al de él. Se detiene, escuchando la respiración errática del hombre, y espera que se retire. Pero no lo hace y, por eso, posa suavemente los labios sobre los de él, en un leve roce que hace a Martin suspirar y a ella le devuelve una vida que ni siquiera sabía que había perdido.

Se separa de él, ruborizada y con los dedos enredados en el cabello masculino. Lo mira a los ojos, pero él aún los tiene cerrados. Y sonríe porque, aunque a él le cueste reconocerlo, ella ya ha ganado esa pequeña batalla. No será fácil, pero Petunia sabe lo que quiere por una vez en su vida, y está dispuesta a luchar por ello. La victoria definitiva llega cuando siente las manos de Martin rodear su cintura y él toma la iniciativa para devorarla en un beso febril que parece no acabar nunca.

Minutos después, Martin la suelta y la observa atentamente al tiempo que acaricia sus mejillas. Parece derrotado.

-Ahora sí, vete. Por favor.

Petunia sabe que no puede pedirle más. Sin dejar de mirarle, caminando hacia atrás, abandona la casa del pintor. Cuando llega a la suya, la sonrisa aún no ha desaparecido de su rostro. Tardará horas en hacerlo.

martin (oc), 30vicios, petunia

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