Supongamos que su perspectiva de la cotidianeidad no era exactamente precisa. Él no sabía muy bien lo que significaba esta palabra, pero le hubiese gustado experimentarla, enserio que sí.
Ser extranjero no era fácil; tener que aprenderse los idiomas de sus respectivos padres y además el inglés. Desde niño sintió presión, estrés por el mundo al que estaba expuesto.
A pesar de ello, Tomoe Yoh considera haner tenido una infancia feliz. Tsukiko cambió varias de sus perspectivas incluso al crecer. El amor hacia ella nació de una inexplicable casualidad, de la que, quizá, también está enamorado.
Aquella noche decidió mirar las estrellas, salir y visualizarlas con un telescopio que recién le habían regalado sus padres. Estaba emocionado y quería irse de inmediato para usarlo por primera vez.
Y ahí estaban, sus fieles amigas y confidentes; ellas le tenían una sorpresa. El chico perdió la noción del camino, frente a sí, una pequeña colina cubierta de arbustos adornados con flores rosadas. Cayó, pero no le dolió exactamente el golpe.
¿Y el telescopio? ¿Dónde estaba su preciado artefacto? Aún sobre la hierba, empezó a buscarlo de gatas, temiendo que estuviera en las profundidades del lago que estaba apenas a unos metros.
Siendo entonces tan pequeño y por lo tanto desesperado, se dio por vencido cuando su mentecita lo convenció de que ya no volvería a verlo.
Pero, justo en el momento en el que le rendía luto a su telescopio, apareció ella con el objeto en sus manos, se lo extendía.
Sus ojos llorosos lo delataban, no soportaba la pérdida de algo que apenas había utilizado. La niña, entonces desconocida, se lo entregó después de saber que era él el dueño.
Una inocente conversación comenzó, al igual que un encuentro que difícilmente olvidaría.
Yoh pensaba en todo esto frecuentemente, pero, estando frente a las puertas de la Academia Suigetsu, tuvo la impresión de que el cielo nocturno al que tanto le rendía culto, jugó con su destino aquella vez.
Porque, si no hubiese deseado con todas sus fuerzas salir a admirarlo, jamás se hubiese tropezado, y por lo tanto, el telescopio no le hubiera sido devuelto por Tsukiko.
De todas maneras, era feliz, y eso era lo más importante.
Gozó de la cotidianeidad durante unas semanas. Luego, tendría que irse a cumplir otro de sus sueños al lado de sus padres.
Y Yoh, estando al lado de su pequeña familia, se sintió afortunado por tener con quién compartir aquél atardecer; estaba feliz de poder abrazar a Tsukiko, de ser maltratado por Kanata y de probar los onigiris de Suzuya.
Afuera hacía frío y su responsabilidad era darle su bufanda y su abrigo. Como siempre, ella se negaría, él insistiría e igual se terminaría poniendo las prendas.
No era débil en el frío, o eso quería pensar. Kanata tenía un extraño complejo con la fuerza y su contraparte. Tenía miedo de derrumbarse un buen día y dejarla sola a ella y a Suzuya. ¿Quién cuidaría de ellos?
Salieron porque habían acordado un paseo ese día. Poco les importó el clima e igual cumplieron con su palabra a la hora en la que el día pasaba a ser la noche.
Se metió las manos a los bolsillos, miró el paisaje, apenas nevado de la Academia y luego fijó sus ojos en Tsukiko para asegurarse de que estaba bien abrigada.
A veces salían ellos dos para hablar de lo ocurrido en los últimos días. Ella y Suzuya hacían lo mismo. Kanata y Suzuya, también. Era una especie de ritual en pareja, sólo para olvidarse de la costumbre de andar en tres todo el tiempo.
Caminaban.
Kanata se preocupaba muy constantemente por sus amigos, pero más por Tsukiko. Temía que se excediera. Ella era testaruda y si le decías algo, no le importaría y continuaría con su atareada jornada.
Pero no se preocupaba por sí mismo. Lo hacía muy esporádicamente.
Kanata deseaba ser fuerte, vivir, estar con ellos. Pero sabía que su salud no acataría todas sus órdenes y que tenía un tiempo límite a diferencia de los otros.
Él es la viva representación de una frase poco utilizada por temor a ser llamados cobardes:
Amar significa renunciar a la fuerza.
Los amaba con todo su ser. No se imaginaba su vida sin ellos, de hecho, no hubiera sobrevivido de no ser por sus dos amigos. Porque, desde el principio, se prometió procurar sus necesidades antes que las suyas sólo por el hecho de que le hicieron un gran favor al permanecer a su lado tantos años; aguantando sus rabietas y el llanto que con frecuencia no entendían; contando las anécdotas que preparaban especialmente para él; incluso por no tomar fotografías.
Recordaba las veces en las que se saltaban las clases y lo bien que la pasaban.
Pero también lo mucho que le costó hacerse fuerte y no derrumbarse a la primera oportunidad.
Podían andar sin hablar, no hacían falta las palabras. El silencio era reconfortante para los dos. Caminar a la par uno del otro era más que suficiente.
Hacía frío. Kanata hubiera cedido ante las bajas temperaturas de no ser porque Tsukiko estaba a su lado. Muy por el contrario, para él el amor significaba renunciar a la debilidad, porque si no era fuerte por ellos, tampoco podría serlo para él mismo.
Y mientras Kanata quiere por sobre todas las cosas tener fortaleza, Kazuki está harto del don que le fue otorgado desde su nacimiento. Odiaba aquél poder.
Tuvo que pasar por mucho para aceptarse tal y como es; desde la muerte de sus padres, hasta los vergonzosos incidentes que lo llevaron a la dolorosa decisión de cortar todo tipo de conexión con sus tres pequeñas responsabilidades; Kanata, Suzuya y Tsukiko.
De menor creía que su debilidad podía ser maquillada con un matiz violento; ese con el que peleaba constantemente con chicos desconocidos. Era su forma de luchar contra la soledad y la impotencia que sus difuntos padres dejaron en su vida.
Pero Tsukiko llegó a ponerle los pies en la tierra:
-Eres un cobarde.
Palabras tan simples y ciertas. Y pensar que una niñita vendría a delatar la fragilidad de su corazón. Entonces Kazuki recapacitó, no tanto como hubiese querido, pero lo hizo.
El arcoiris no puede permanecer en el cielo eternamente, lo supo cuando los metió en problemas. No, lo que menos deseaba era hacerles daño, pero ahí estaba demostrado todo lo contrario. Cuánto coraje. De nuevo, el círculo vicioso de su vida retomaba los colores que había perdido.
Se despidió de Tsukiko, no sin antes dar las gracias por la felicidad tan efímera que puso sobre sus manos y de pedirle que borrara todo recuerdo existente de él.
Años más tarde, sentado sobre uno de los sofás del salón dedicado al Consejo Estudiantil, descansa después de un extenuante día. El sol se pone y una brillante luz anuncia este acontecimiento. Se filtra a través de las cortinas. Observa esto mientras espera a Tsukiko y Hayato.
Y es que sólo el tiempo se encargó de ponerle las cosas en claro. Aprendió por las malas que lo único que tenía que hacer era aceptar los poderes que se le concedieron. Tomarlos y ser feliz con ellos en sus manos.
Kazuki no sólo se puso una meta y se hizo una promesa, también encontró la manera de proteger a todas esas personas queridas que el futuro le dijo debía llamar a su presente. Incluso se reencontró con ella y la alegría de poder recompensarle toda su bondad se hizo realidad.
A pesar de que aun le faltaba cuidar de sí mismo, no necesitaba de nada más sabiendo que los demás podían estar seguros.
Adentro de aquella aula habían formado tantos recuerdos. Y le hizo feliz pensar que le aguardaban más de esos instantes enérgicos.
Cerró los ojos y creyó quedarse dormido, pero en realidad pensaba en lo idiota que era Ooshirou y en lo ¿maternal? Que resulta Homare.
El sueño se apodera de él y de sus meditaciones. Sonríe porque puede vivir tranquilamente.