Un año de Milagros
Por Daniel de la Fuente
El Norte
(11 Enero 2004).-
Perfiles e Historias. Pocas historias han conmovido tanto a la ciudad como la de la niña Irma Milagros Guadalupe, quien nació del coma materno y hoy exactamente cumple su primer aniversario de vida
Fotos: Juan Manuel Sánchez
De noche, el largo camino que lleva a Ciudad Valles, ubicada en las márgenes de la huasteca potosina, suele ser frío, húmedo y de una neblina compacta. A lo lejos, entre las rebanadas que le logran cortar los autos veloces a la blanca cortina, se distinguen detalles de la vegetación intensa, la humareda de los ingenios azucareros, los riachuelos que corren por todos lados.
Es el mismo camino que el 27 de marzo del 2003 recorrió en una ambulancia Irma Milagros Guadalupe, "la pequeña Milagros", a sus escasos tres meses de nacida, ya para al fin estar en casa. Es el mismo que la separa del hospital en el que nació, la Clínica 25 del Seguro Social de Monterrey, y el mismo que recorrió su madre para ser velada en su pueblo natal de nombre garciamarquiano: Tambaca, enclavado en la sierra ubicada muchos kilómetros arriba de la casa donde ahora se encuentra la pequeña, serena y sana, en el primer año del resto de su vida.
Al ver a la pequeña, nadie creería las condiciones en las que hizo su arribo al mundo: sencillamente las más adversas.
"Parece que todo sucedió ayer", afirma su padre, el joven Pedro Rodríguez Orta, con la mirada melancólica, la sonrisa que apenas se dibuja al contemplar a la niña dormida, envuelta entre coloridos cobertores que la protegen del frío de 15 grados que hay en su casa, amplia y modesta de la Colonia San Rafael, en Valles, y que impiden que la bronquitis que ya cede se dispare y ponga en riesgo su salud.
De hecho, Pedro no es el mismo. Hoy se ve más seguro, sonríe eventualmente. No es ya aquel joven tímido y adolorido que de un día para otro se vio inmerso en la insólita circunstancia de tener a su también joven esposa, Irma Alvarado López, en estado de coma por una enfermedad incurable, pero con una característica por demás singular: con una bebé luchando por su vida en el vientre materno.
I
Nadie que se precie de estar atento a las noticias pudo ignorar la noticia estremecedora: Irma, una potosina de 24 años de edad y en estado de coma había dado a luz una bebé prematura el 11 de enero del año pasado. De entrada, la información parecía una curiosidad médica. Con los días, Monterrey y el resto del País habrían de conocer los detalles de una historia por demás impactante.
Irma y Pedro se conocieron un 13 de diciembre y de inmediato fueron novios. Dos años y ocho meses después, al enterarse de que esperaban un hijo, se casaron el 24 de agosto del 2002, pero a los 20 días le diagnosticaron a ella un agresivo cáncer cerebral que, al paso del tiempo, habría de ir minando sus fuerzas y dándole un matiz dramático a la historia de la joven pareja.
Decidida a tener a su hija, Irma no aceptó sugerencia en contra, a fin de librar con menos pena su agonía. En noviembre, cayó en coma. No habría regreso.
Fue entonces que médicos y enfermeras de la Clínica 25, en un trabajo que sólo puede calificarse de hazaña, lograron extender la vida de Irma a fin de que la pequeña en su vientre pudiera madurar lo máximo. Al séptimo mes de embarazo, en enero, era urgente sacarla de aquel cuerpo presa del coma. La niña nació enferma por su inmadurez orgánica, de apenas 1 kilo 240 gramos. Con amor y profesionalismo, los especialistas lograron arrancarla de la muerte.
Irma, en cambio, se sumergió en su sueño hasta morir, finalmente, a los días de haber dado a luz, quizá sin saberlo, aunque otros aseguran lo contrario, porque un amor así sencillamente no duerme.
Virgilio Lozano, director de la Clínica 25, explicó en aquella ocasión que el caso de Irma había sido discutido en el comité bioético del hospital, debido a su carácter excepcional. Los especialistas decidieron que la mujer y su bebé debían recibir todas las atenciones posibles, a fin de extender lo más posible la gestación.
"Como no hubiera mejorado para nada la condición de Irma el hecho de sacar a la bebé, ante este tipo de situaciones un hospital de este nivel tiene que hacer acopio de lo mejor de su capital humano, lo más importante. Y así fue", dijo en aquella ocasión.
Fueron las manos generosas de las enfermeras las que cobijaron a la pequeña Milagros en sus días más duros. Leticia Alemán, una de ellas, recuerda aquellos momentos.
"La vi entonces tan indefensa, tan pequeñita, que me despertó muchas emociones. Me sorprendían muchísimo esas ganas que se le veían de querer vivir. No sé cómo explicarlo: como una lucha".
Chayito Espriella, quien se autodenominó "mamá postiza" de Milagros, debido al enorme afecto que le despertó desde el principio, indica que aunque la misma atención y entrega les brinda a todos sus pacientes, la niña le tocó tan hondo el corazón que pronto le dedicó un cariño especial.
"Una se encariña con los bebés, yo digo que somos como sus mamis en esos momentos en que no están las mamás verdaderas con ellos, pero Milagros, tan prematurita, tan frágil, me despertó mucho afecto.
"Recuerdo que el pediatra me decía: 'Vamos a batallar, Chayito, con esta niña tan frágil'. 'No le hace', le respondía yo. 'Dios es grande y por algo ella está aquí', tan chiquita que apenas me cabía en una mano.
"Por algo su mamá dio la vida por ella".
Y hoy, Irma Milagros Guadalupe, cuyo nombre fue sugerido por esas "mamás postizas" como ellas mismas se denominan, cumple su primer año.
II
La pequeña Milagros ya da sus primeros pasos por la sala de la casita en la que vive Pedro junto a sus padres, María Concepción Orta y Pedro Rodríguez Herrera, y una de sus hermanas, Juana Imelda.
"Ha dicho el médico que "Mili" tiene el peso y la estatura normales para su edad", explica la abuela, mientras parpadean las luces del pino de Navidad, del cual surge una musiquita de temporada y que se encuentra aledaño a una imagen de la Virgen de Guadalupe.
"Ha mejorado bastante y es que le gusta comer de todo: por las mañanas le doy su postre de frutas y su leche; y al mediodía toma caldo de pollo, de res, carne molida con verduras. Por la tarde, leche y galletas. No le hace el feo a nada y le gusta mucho jugar.
"Hasta se pone a mover la cabecita cuando escucha la canción de la telenovela de las siete. Le gusta mucho", agrega la mujer, quien afirma no le ha sido difícil criar a una nieta más, aunque con regularidad recibe la visita de la mamá de Irma, Martha Oralia López, quien permanece por días gozando de la pequeña.
Pedro comenta que la niña lleva un tiempo con una bronquitis de la que va saliendo, debido a que quedó vulnerable por la neumonía con la que nació. Es difícil que no sufra padecimientos así. El frío clima de la región se cuela por todas las rendijas. Sin embargo, la tos ha aminorado gracias a medicamentos y nebulizaciones, y la chiquita sonríe con facilidad y balbucea.
A quien no se le ha quitado la tos desde el año pasado es a Pedro. Incluso, dice no tener ganas de cenar, pese a que ya es de noche y ha llegado cansado de su trabajo de auxiliar administrativo en la empresa refresquera que tanto apoyo le brindó durante los días difíciles.
Al hablar de su vida durante este año, Pedro suspira y piensa la respuesta.
"No, pues fue difícil, porque mamá, que me apoya cuidando a la niña mientras trabajo, tuvo que recuperarse del pequeño derrame que le dio al enterarse de la muerte de Irma, y luego hace un tiempo se falseó la mano. Han sido días difíciles, pero hemos salido adelante".
Aunque el papá de Irma y su segunda esposa han estado interesados en cuidar de la niña, incluso permanentemente, Pedro sabe que el lugar de su hija está con él. Lo más natural: es su padre. A su lado debe permanecer, aun y cuando el trabajo sea duro y le impida estar con ella todo lo deseable.
"Ha sido difícil, sobre todo cuando piensas en hacer tu vida con tu esposa y te haces como a la idea de que será para siempre, pero ahora sé que no es así. Yo he tenido que hacerme a la idea de estar sin Irma, de tener que cambiar muchos de mis planes, de que la niña crezca sin ella. Siento feo de no tener a Irma, pero veo a la niña, tan feliz, y todo me cambia".
Hoy, la vida hasta cierto punto ordinaria que vive Pedro es distinta a la que vivió hace un año. En aquel tiempo no pasó un día sin que tuviera contacto con los medios de comunicación, incluso de Estados Unidos. En todos lados le preguntaban por la pequeña Milagros e incluso en sitios a donde iba a comer no le permitían que pagara.
Se creó todo un ambiente de solidaridad a tal grado, que tres mujeres por iniciativa propia acudieron a vigilar la salud de la niña mientras Pedro fue a velar a Irma a Tambaca. Las ángeles de la niña fueron Sandra Silva Rivera, Rosa Isela Ramírez y María Reyes Hernández.
"¡Qué barbaridad, ya ha pasado un año!", dice Sandra cuando se le informa del primer aniversario de Milagros. "¿Qué puedo decir? Estoy contenta, muy contenta. Hace un bien tiempo que no los veo, pero mantengo contacto con ellos porque yo soy de Tambaca. Al enterarme del caso a través del periódico, decidí ir a ayudar, ver en qué podía colaborar.
"Hoy me da muchísimo gusto saber que la bebé cumple su primer año, porque lo único que merece esa chiquita es amor, mucha amor y larga vida, porque de esta manera es posible compensar de alguna manera el sacrificio de su madre por ella".
Sin embargo, en Ciudad Valles esta solidaridad no se replicó del todo. Con excepción del trabajo de Pedro, en donde siguieron paso a paso su dramática historia, en aquel poblado la vida siguió tal cual en torno a aquel hombre que rara vez sale a pasear o distraerse.
"En lo personal, creo que me volví como más responsable al tener a mi hija conmigo. Ya no llevo la vida que llevaba antes: ir a fiestas, jugar futbol", dice el joven que hoy tiene 27 años. "Ya no puedo dar el rol con los amigos, porque del trabajo me vengo a la casa para estar con la niña. Me volví como más reservado... al principio hasta con cierto resentimiento hacia Dios por todo lo que había pasado".
Y es que también hubo detalles que no ayudaron a reforzar su fe quebrantada: un párroco al que le pidió que bautizara a la niña se negó a hacerlo por haberla concebido antes del matrimonio con Irma. Ofendido, Pedro se levantó y dio la media vuelta. Sería un sacerdote sensible, Francisco Vázquez y Ríos, quien le brindara los servicios en la iglesia de San Juanito, el pasado 14 de diciembre.
"Creo que apenas ahora estoy resolviendo este problema de fe, aunque nunca he sido de ir a la iglesia, sobre todo porque ahora me recuerda cuando velamos a Irma... Me vienen los recuerdos... Pero lo voy superando".
Todavía reciente la muerte de Irma, Pedro la soñaba, incluso noches enteras de manera consecutiva. Alguien le dijo que debía llevar el luto en el corazón, no en la vida diaria, y dice que ahora mantiene esperanzas de, en un futuro, rehacer su vida, formar una familia quizá.
"He aprendido a mantener como un diálogo con Irma a través de mi hija", explica. "La bebé hasta se parece a Irma cuando estaba chiquita. La quiero mucho. Cuando la veo me acuerdo de lo que hablábamos Irma y yo. Me decía: 'Mira, flaco, si un día tenemos hijos, tienen que ser mejores que nosotros. Si nosotros tuvimos carrera, ellos tienen que llegar a más'.
"A mí me gustaría que estudiara medicina, a veces lo pienso, sobre todo porque Irma quiso alguna vez estudiar eso. Pero, bueno...", sonríe. "Eso lo decidirá ella. Una de las cosas que he aprendido es a no premeditar tanto las cosas, a no anticiparme".
Pedro lo dice porque la vida le ha enseñado con rudeza que no se tiene todo ganado, excepto lo que le depara el destino a cada quien a la vuelta de los días. Esto, a la vez que pudiera sonar a fatalidad, también le ha mostrado que la vida hay que disfrutarla hoy y sin perder un sólo momento.
"Yo eso pienso y eso quiero enseñarle a Milagros: que la vida es una y que hay que disfrutarla hasta donde se pueda, a menos de que Dios disponga lo contrario".
Tan sensible quedó con el destino, que Pedro no se atreve ir a hacerle a la pequeña la tomografía que le descarte el mal que acabó con su madre, en ocasiones hereditario. Dice que sentiría una gran tristeza verla completamente anestesiada, introducida en la soledad de la máquina que lee las condiciones del cerebro.
"Mejor espero a que una noche no duerma y me la llevo dormida para que le hagan el examen", advierte, inocente.
Volcado en sí mismo, en sus recuerdos y temores, Pedro renace cada día.
III
A la pequeña Milagros le compraron un triciclo, porque veían que le encantaba quedarse con el de su prima, más grandecita que ella. Sin embargo, la bebita se resiste a usar el suyo: quiere el de la prima.
"A'i anda que sólo quiere el de su prima, y a como puede quiere subirse", señala Pedro, sonriente, mientras la chiquilla lo cubre de besos.
De pronto, entre sus juegos y balbuceos, la niña descubre el pastel que previo a su primer cumpleaños se le ha servido en la mesa. Atenta a la luz de la velita se le pide que sople, pero nada le llama más la atención que el cálido lucero de su festejo.
Al verla, su familia no goza de nada que no sea contemplarle su mirada, inquieta y alegre. Por eso, el día de hoy, rodeada de los suyos, se le celebra con todas las ganas. Lo hacen, porque sólo ellos y los que estuvieron cerca de su llegada al mundo saben el enorme esfuerzo que implicó que la pequeña Milagros estuviera ante ese pastel, después de haber transitado casi de noche por un largo camino, como de neblina compacta, que fue del sueño del coma materno al sueño inigualable de la vida.