Era imposible ignorar el invierno. Entraba por la ventana y jugaba con el humo de un cigarrillo malgastado. Y cada invierno más, invierno menos, congelaba hasta los órganos más cálidos porque no había mantas de lana, ni estufas, ni mesas de paño, y los témpanos de hielo de la ventana parecían hechos de esa sustancia de caramelo de rábano con que
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