Título: Reminiscencias
Autora:
perlita_negraParejas: Harry/Colin, posterior Draco/Harry
Rating: NC-17
Advertencias: Spoilers del “Manual del Perfecto Gay”, supongo.
Resumen: Los recuerdos más importantes no son los de la mente, sino los del corazón.
Art en el que está basado:
El Manual del Perfecto Gay Con todo cariño, para
isobelhawk, y no sólo por su cumpleaños, sino porque es una persona genial, generosa y la mejor fanartista española. ¡Muchas felicidades, cariño!
Este fic está ubicado dentro de la historia del Manual, pero creo que eso ya ha quedado claro xD
Reminiscencias
No podía dejar de amarlo porque el olvido no existe y la memoria es modificación,
de manera que sin querer, amaba las distintas formas bajo las cuales aparecía él…
Cristina Peri Rossi, “Reminiscencia”
Draco llegó a Grimmauld Place a través de la chimenea del salón principal, sujetando fuertemente el enorme paquete que llevaba consigo. Maldiciendo entre dientes y sacudiéndose con rabia todo el hollín que le cubría la ropa, dio un paso adelante tratando de no hacer ruido.
Colocó el paquete sobre el sillón más cercano para así poder sacar su varita y ejecutar un rápido hechizo de limpieza sobre él. Odiaba usar la red flu, pero los medimagos le tenían prohibido utilizar la aparición. Todavía le restaban un par de semanas para que fuera dado de alta, y Draco esperaba ansioso el día. No feliz, pero sí ansioso. Porque sabía que llegado ese momento, tendría que despedirse de Potter y de su casa.
Mientras recuperaba el paquete del mueble, alcanzó a escuchar voces provenientes de la cocina. Arrugó el entrecejo e hizo un involuntario mohín de rabia. Había llegado tarde, seguramente la cena en honor de Potter había comenzado ya. Tragando fuerte, tuvo que recordarse a él mismo que, de todas formas, no era como si alguien ahí lo estuviese esperando. Así que en realidad su demora no importaba tanto.
Abrazando sus compras envueltas en papel de estraza, caminó lentamente hacia su habitación. Se sentía realmente cansado; andar por el Callejón Diagon mirando tiendas y eligiendo regalos había resultado mucho más pesado de lo que había pensado. Había creído que su salud ya estaba bien, pero, por más que le doliera el orgullo, tenía que reconocer que aún se encontraba demasiado débil hasta para salir a caminar.
Arrugando el ceño por el dolor que le agarrotaba los músculos, llegó por fin a su habitación -ubicada en la planta baja para evitarle la molestia de subir y bajar escaleras- y una vez más, maldijo a sus desconocidos atacantes, a esos misteriosos magos o muggles (ni siquiera eso sabía) que lo habían dejado en semejante estado de indefensión. Arrojó el paquete sobre la cama y se fue directo al baño, ansioso por ducharse y quitarse de encima la mugre, la rabia y la decepción.
Se miró en el viejo espejo, borroso y empañado por culpa de los años. Era increíble que a más de dos meses del ataque perpetrado en su contra en algún oscuro callejón de Londres, él continuara mostrando signos de violencia en su cara y cuerpo. Tragó ante la imagen de su reflejo, pasándose los dedos por debajo de los ojos, como si deseara así poder borrar el tono morado y la evidencia de la tremenda golpiza que había tenido que sufrir.
Se metió a la ducha preguntándose, por millonésima ocasión, el porqué de eso. Simplemente, ¿por qué? ¿Por qué se habían ensañado así con él, dejándolo tan mal que casi lo habían matado? ¿Había sido un ataque de odio por ser gay? Le frustraba no poder recordar nada.
Se lavó el cabello con uno de los muchos productos muggles que Potter le había estado comprando y que le aseguraba eran muy buenos. Draco, poco a poco, había tenido que acostumbrarse a la gran cantidad de influencias muggles que dominaban la vida de Potter y a las que no le quedó más remedio que tomar también como propias. Potter no era nada bueno preparando pociones para el cuidado personal, y Draco realmente no había estado en condiciones para hacer nada al respecto.
Asombrado, Draco había tenido que reconocer que en realidad ninguna de las cosas muggles que Potter adquiría para la casa eran tan terribles como cualquiera podía haber imaginado. Aunque siempre, y sólo por molestar a Potter, Draco se lo pasaba cantando que en cuanto se pusiera bueno, él mismo iría de compras al sector mágico.
Sin embargo, ir al Callejón Diagon no había sido una experiencia agradable en ningún sentido y por muchas razones. Cerrando los grifos del agua, Draco se hizo la firme promesa de no regresar ahí al menos de que fuera estrictamente necesario. Las miradas de desprecio de la gente, sus murmuraciones y señalamientos no eran tan fáciles de soportar, por más que se negara aceptarlo.
Salió del baño sintiéndose un poco mejor. Haberse lavado el sudor y la suciedad había sido paliativo, como si el jabón y el champú también se hubiesen llevado por el desagüe un poco de la incertidumbre que sentía por lo que habría de venir. Sabía que sus días bajo el cuidado de Potter estaban contados, y la inminencia de no tener casa propia ni trabajo lo aplastaba como el peso de una locomotora de vapor.
Buscó en su armario por una de sus mejores túnicas y se vistió. Miró de reojo hacia el paquete envuelto en papel corriente y atado con cordones, preguntándose si lo que estaba en su interior sería del gusto de Potter y si le serviría de algo. Había estado ahorrando un poco de la cantidad que su madre le pasaba cada mes, la cual era poca e insuficiente para alguien que había gozado toda su vida de la opulencia y no de la estrechez.
Se acercó a la cama y pasó una mano por el paquete, sonriendo un poco. Imaginar a Potter vestido con lo que le había comprado lo tenía estúpidamente ilusionado. Eran las mejores y más bonitas túnicas de vestir que había encontrado en la tienda, las cuales estaba casi seguro de que le quedarían muy bien y lo harían verse como persona decente. Después de todo, si algo no le podía discutir a Draco, era su buen gusto y que él sí sabía elegir.
Sintiéndose tonto por estar pensando esas cosas, dejó el paquete donde estaba y caminó a paso resuelto hacia la puerta, saliendo de su habitación con rumbo a la cocina. Convenciéndose de que si le había comprado un regalo a Potter por su cumpleaños no era porque realmente quisiera hacerlo, o porque en verdad le importara la apariencia de Potter en su nuevo trabajo, por supuesto que no. Era solamente una manera de agradecer todo lo que el héroe había hecho por él.
Llegó a la puerta de la cocina y se detuvo. Sabía que ahí estarían todos los amigos y el novio de Potter, incluso sabía que Granger y Weasley habían venido desde Francia especialmente para eso. Sintió el casi irrefrenable impulso de volver sobre sus pasos y encerrarse en su habitación. Pero Potter lo había hecho prometer que Draco estaría presente también. Y además, se lo debía. ¿Cómo no estar en su cena de cumpleaños después de que le había salvado la vida?
Después de aspirar una profunda bocanada de aire para darse valor, Draco empujó la puerta y entró. Todas las personas presentes en la cocina enmudecieron de inmediato ante su presencia. Draco apretó los labios mientras los saludaba con una leve inclinación de cabeza y un apenas murmurado Buenas noches, deseando con toda su alma poder estar en cualquier otro lugar.
Granger le devolvió el saludo, al igual que Remus Lupin y su novia, la tal llamada Tonks y que siempre, alegremente, le aseguraba que era su prima. Creevey y Weasley, en cambio, simplemente lo miraron con ojos entrecerrados.
Potter se levantó de su silla en cuanto lo vio entrar, y su sonrisa pareció iluminar toda la habitación. Draco lo miró y tragó pesadamente, sintiendo todas las miradas de los demás clavadas en él.
-Eh… -dijo, pasándose una mano por su cabello recién lavado y sintiéndose muy acalorado de repente. ¿Sería obligatorio tener que darle un abrazo?- Feliz Cumpleaños, Potter.
La sonrisa de Potter creció más. Caminó a grandes pasos hasta llegar hasta él y abrió los brazos en espera del gesto característico de las felicitaciones de cumpleaños. Draco, avergonzado y sintiendo que comenzaba a sonrojarse, dio otro paso hacia él y lo abrazó bastante tímidamente.
Y Potter, al contrario, lo apretó firmemente entre sus brazos, casi dejándolo sin aliento.
-¡Gracias, Draco! -le dijo, y luego susurró para que nadie más de los presentes en la cocina escucharan-: Te agradezco tanto que bajaras a cenar con nosotros…
-Ejem… -Creevey se aclaró la garganta ruidosamente y esa fue la señal que Potter parecía estar esperando para soltar a Draco. Lo invitó a tomar asiento, y Draco lo hizo, quedándose muy tieso en la silla que solía usar desde que había llegado a esa casa, apenas unas semanas atrás.
Clavó los ojos en el plato de estofado que, sabía, Granger había cocinado y, sin pizca de apetito, comenzó a comer sin mirar a nadie más. Esperaba no ser asaltado de repente por uno de los recurrentes ataques de náuseas que lo asolaban. Después de todo, no sería anormal. Desde su estancia en el hospital había quedado con el estómago muy delicado y solía enfermarse muy constantemente. Tanto que, a veces, Draco creía que sus atacantes lo habían dejado sin esófago.
Durante unos momentos nadie dijo nada, y Draco se sintió terriblemente incómodo. Sabía que su presencia ahí no era bienvenida por nadie más que el mismo Potter, así que decidió que siendo el cumpleaños de éste, los demás tendrían que joderse. Incluido él.
-Bueno. Harry -comentó Tonks, como para romper el tenso silencio que había caído entre ellos-, ¿qué te parece si mientras esperamos a que llegue el pastel, abrimos los regalos?
-¡Sí, magnífica idea! -exclamó Granger poniéndose de pie y sacando un paquete envuelto en colorido papel.
Draco quiso ahogarse en su plato de comida. De ninguna manera él iba a darle su obsequio a Potter delante de todos. Confió a que todos creyeran que él se había olvidado de comprarle algo.
-¡Primero el mío, Harry! -dijo Creevey alegremente mientras sacaba un enorme paquete cuadrado y plano de debajo de la mesa, de casi un metro de alto. Un sonoro oohhhh emitido por las mujeres siguió al instante en que un emocionado Potter tomó el regalo.
-Gracias, Colin, no debiste… -comenzó a decir Potter al tiempo que rompía el papel. Se le veía completamente entusiasmado. Los ojos le brillaron cuando un hermoso y ornamentado marco de madera quedó a la vista; Draco estiró el cuello para poder mirar mejor cuando todos los demás rodearon a Potter.
-Ohhh -exclamó Granger-. ¡Somos nosotros!
-¡Qué buena foto! -opinó Weasley-. ¿Es de nuestro segundo año, no?
El marco, hecho de madera color escarlata y decorado con ornamentos dorados (colores Gryffindor, pensó Draco con repugnancia), resguardaba una enorme fotografía muggle de Potter y sus amigos, tomada en lo que parecían ser los exteriores de Hogwarts. Los tres, Potter, Granger y Weasley, parecían muy pequeños y vestían sus uniformes del colegio. Potter se encontraba en medio, rodeando con sus brazos a los otros dos. Draco puso los ojos en blanco ante lo ridículo y cursi del obsequio, pero la verdad era que se encontraba realmente impresionado. Era un detalle genial y un trabajo artístico estupendamente realizado.
Una sensación de amargura le subió por la garganta cuando recordó las sencillas túnicas que él le había comprado, sabiendo que nada se comparaba a un regalo elaborado con tus propias manos.
Potter admiraba el cuadro, completamente embobado y con los ojos brillantes. Se quedó así durante segundos completos, sin decir nada, mientras que, a su alrededor, todos felicitaban a Creevey por la obra.
-No recuerdo que nos hayas tomado esta foto, Colin -dijo Potter al fin.
Olvidándose completamente de su plato de comida, Draco observaba la escena que tenía lugar. Potter se veía tan conmovido que parecía a punto de llorar. Y Creevey se veía tan hinchado y tan orgulloso de él mismo, que Draco juraba que saldría volando por la ventana en cualquier momento.
-Bueno, hace tantos años… es normal que no lo recuerdes -respondió el cretino, mirando de reojo hacia Draco con un gesto triunfal dibujado en sus rasgos-. Tengo miles de fotos de esa época, y consideré que ésta era la mejor. Me alegra que te guste.
-¿Gustarme? -murmuró Harry-. Me encanta, es genial. Gracias.
-¿Es del tipo muggle, verdad? -preguntó Tonks mientras se acercaba tanto al retrato que su nariz parecía estar a punto de tocarlo.
-Bueno, sí y no -respondió Creevey con una risita-. Quiero decir, cuando hice la foto, ciertamente sí era muggle, pues en ese entonces no tenía una cámara mágica, pero he aprendido un hechizo que las convierte en mágicas con sólo una palabra o frase clave.
-¡Qué ingenioso, Colin! -exclamó Granger abriendo mucho los ojos.
-¿Y cuál es la palabra clave para esta foto? -preguntó Weasley.
-¿No adivinan? -preguntó Creevey con cara sabihonda-. Es “Trío fenomenal”.
En cuanto dijo esas palabras, los tres en la foto cobraron vida, comenzando a moverse, a sonreír más y abrazarse más apretadamente entre sí, además de que las plantas detrás de ellos empezaron a mecerse suavemente bajo el comando de la brisa. Todos se rieron, maravillados ante el truco.
Creevey es el mayor lameculos del mundo, pensó Draco, y se rió bajito al darse cuenta de que ésa sería una estupenda frase clave.
-Increíble, Colin -murmuró Potter, sonriendo ampliamente-. Es hermoso. Gracias.
Posó el enorme retrato junto a la pared y, bastante animado, continuó abriendo sus otros regalos. Draco echaba constantes miradas hacia la puerta, tratando de pensar en cómo escapar de ahí.
-Y a todo esto, Draco, ¿cómo te has sentido? -preguntó de repente Remus Lupin, llamando su atención. Draco levantó los ojos hacia él y lo descubrió sonriéndole cálidamente-. ¿Harry te ha cuidado bien?
Draco se sintió enrojecer, recordando las solícitas atenciones de Potter las noches en que unas extrañas pesadillas solían acecharlo. Raros sueños donde se veía a sí mismo muriendo electrocutado. Gritaba y se retorcía en su cama, sintiendo como reales los choques eléctricos, y entonces, Potter llegaba hasta él para despertarlo y tranquilizarlo. A veces, unas pocas veces, incluso hasta lo había abrazado. Apretándolo entre sus fuertes brazos hasta que Draco dejaba de temblar.
-Sí -masculló después de tragarse un bocado y agachando más la cara, confiando en que el licántropo no supiera de Legeremancia.
A su alrededor, todos se miraron entre sí, como si la escueta respuesta de Draco fuera una enorme ofensa. Draco se enfureció. ¿Qué estaban esperando, que se pusiera a llorar de agradecimiento o qué? Gryffindors mil veces estúpidos.
-En dos semanas lo dan de alta -comenzó a contar Potter, quien, por cierto, era el único que no parecía ofendido ante la fría actitud de Draco. Y aunque durante el día había estado de un humor estupendo (el cual Draco atribuía al hecho de que sus dos compinches habían volado desde París sólo para pasar ese fin de semana con él), en ese momento su voz tenía un timbre extraño. Casi nervioso, o preocupado.
-¿Eso quiere decir que ya se va a ir de la casa? -preguntó Creevey de repente, mal disimulando la alegría que le brindaba ese futuro acontecimiento.
Draco frunció el ceño y apretó las mandíbulas. No entendía porque el imbécil de Creevey podía tener tan poca dignidad, demostrando sus celos abiertamente delante de todos. Además, no era como si Draco estuviera ahí sólo para robarle al novio. ¿Él, queriendo a Potter? Ja, y mil veces, ja.
-Bueno… -escuchó que respondía Potter-, en realidad yo pensaba proponerle a Draco que se quedara a vivir conmigo un tiempo más. -Draco levantó rápidamente la mirada ante eso y notó como, instantáneamente, Creevey se ponía rojo de la rabia. Pero antes de que pudiera decir nada, Potter continuó hablando-: Estaba pensando en vender esta casa y alquilar un apartamento en el centro de Londres, cerca del Ministerio. Así podría trasladarme todos los días en el subterráneo y no…
Se silenció de repente, mirando hacia Draco. Todo su discurso anterior lo había dicho en general sin dirigirse a nadie en particular, pero Draco lo había sentido como si se lo estuviese diciendo solamente a él. No supo qué responder. Vivir con Potter en un apartamento que no fuese esa oscura casa era una perspectiva grandiosa. Genial. Ni por asomo se hubiese atrevido a soñar con eso si Potter no se lo estuviera proponiendo.
Potter se encogió de hombros, como si se avergonzara de lo que acababa de decir.
-¿Qué te parece eso, Draco? La verdad es que necesito ayuda con el pago del alquiler. Los apartamentos en esa zona cuestan como si fueran enormes residencias. ¿Te gusta la ide…?
-¡Yo también podría vivir contigo, Harry! -exclamó Creevey interrumpiendo la pregunta que Potter le formulaba a Draco. Éste sintió como si el suelo se abriera ante sus pies.
Potter enrojeció hasta la raíz del cabello, pero tuvo el valor de decirle que no a su novio.
-Entre tú y yo es diferente, Colin. Irnos a vivir juntos es un gran paso que todavía no sé si estoy listo para dar. Draco y yo solamente somos amigos con la misma necesidad. -Ante la atónita mirada de Creevey, Potter añadió rápidamente-: Me refiero a que ninguno de los dos tenemos familia o alguien… con quién más estar. En cambio, tú tienes a tus padres y a tu hermano, y creo que aún somos muy jóvenes para vivir como pareja.
Creevey abrió la boca, listo para replicar, pero entonces Dobby, el elfo doméstico, apareció en medio de la cocina con un enorme pastel en las manos.
-¡Feliz cumpleaños, Harry Potter, señor! -chilló mientras todos se ponían de pie y celebraban su llegada. El elfo, que no vivía con ellos sino en Hogwarts, de vez en cuando se escapaba para visitar a Potter y a ayudarle con la limpieza de la casa. Y claro que el cumpleaños de su señor no le podía pasar desapercibido.
Draco aprovechó la confusión para levantarse y llevar el plato, todavía con más de la mitad de la cena, hasta el fregadero. Lo dejó ahí y salió a toda prisa de la cocina, incapaz de permanecer un minuto más en un sitio donde sabía que no era querido ni sería extrañado. Para cumplir la promesa que le había hecho a Potter de cenar junto con sus amigos, era más que suficiente. Nada lo obligaba a quedarse más.
Ya fuera de la cocina y a salvo de miradas curiosas, Draco se permitió sonreír esperanzadoramente. Tal vez, después de todo, el futuro no sería tan malo como lo había pensado.
*
Un par de horas más tarde, cuando Draco calculó que ya todos se habrían marchado, salió a hurtadillas de su habitación dispuesto a ir a robarse una rebanada del pastel junto con un vaso de leche. Caminó en completo silencio por el corredor que llevaba a la cocina, deteniéndose un momento junto a la escalera principal. Miró hacia arriba. La casa estaba en completa penumbra, a excepción de un pequeño rayo de luz que Draco sabía provenía del cuarto de Potter que estaba en el primer piso.
Draco se mordió los labios. En su prisa por huir de la fiesta de Potter, se había olvidado de darle su regalo. Lo pensó durante un momento y, entonces, regresó sobre sus pasos directo a su recámara para tomar el olvidado paquete con las túnicas que había adquirido varias horas antes.
Con el bulto abrazado a su pecho, Draco comenzó la tortuosa y lenta ascensión por las escaleras. Desde que estaba viviendo ahí en el antiguo hogar de los Black, pocas veces había subido a la habitación de Potter. Sólo cuando éste lo había invitado expresamente para mirar algo ahí o para charlar.
Draco pasó junto a una pared completamente quemada y que sabía, porque Potter le había contado, antes había sido el hogar de un retrato chillón e histérico de Walburga Black, la madre de su padrino Sirius. Retrato del que Potter se había hecho cargo, así como de todas las otras plagas mágicas que anteriormente asolaban la casa. Draco tenía que admitir que Potter había hecho un gran trabajo; en cambio, él sólo decía que había tenido demasiado tiempo libre desde que la guerra había terminado.
Potter era demasiado modesto para su bien, creía Draco, y por eso no se alegraba demasiado por el trabajo que recién le habían ofrecido al moreno. El mismo Ministro le había propuesto que laborara como oficinista en el Ministerio, y aunque Potter parecía estar feliz y satisfecho con eso, interiormente Draco intuía que él merecía algo de mucha mejor categoría. Y no podía comprender porque no se le era otorgado.
Por fin, Draco llegó ante la puerta de Potter y se detuvo ahí. No estaba muy seguro de que Potter estuviese ahí a solas; pues uno de los inconvenientes de vivir con alguien que tenía novio, eran las desagradables visitas del mismo donde a veces, incluso, se quedaba a pasar la noche ahí.
Draco frunció el ceño y apoyó la frente contra la helada madera. Odiaba eso. Odiaba que Potter tuviera un amante con quien compartir su cama mientras que él estaba tan solo. Lo odiaba. Por supuesto que no era porque Potter le gustara, ni nada parecido, se dijo muy convincentemente. Era sólo… que creía que Creevey era poca cosa para él. Nada más. Creevey era tan inseguro y celoso que no merecía decirse novio de Potter. Los desplantes y berrinches que hacía todo el tiempo eran insoportables, tal como había sucedido un par de horas antes en la cocina.
Suspirando, Draco escuchó ruidos de voces dentro de la recámara y supo que su corazonada había sido acertada. Potter estaba con Creevey. Apretó los labios con rabia, intentando convencerse de que si sentía enojado, era porque su trabajo de subir las escaleras había sido en vano. No podría darle su regalo, al menos, no esa noche.
Estuvo a punto de incorporarse para largarse de ahí, cuando la voz de Creevey, subida de tono y traspasando la puerta, llamó su atención.
-¡Por favor, Harry! No te vayas a vivir con él, ¡hazlo conmigo! Así podremos pasar todas las noches juntos, ¿te imaginas lo bueno que será? Mis padres dejarán de molestarse porque no llego a casa a dormir.
Hubo un momento de silencio, momento en el que Draco apretó duramente contra su pecho el bulto con las túnicas nuevas. Con el corazón latiéndole furioso, esperó.
-No, Colin. Ya se lo he dicho a Draco y no pienso retractarme. Lo quiero así. Él lo necesita… y yo también.
-¡Pe-pero, Harry! ¿Hasta cuándo seguirás jugando a hacer el papel de héroe para él? ¿No te has cansado de salvarlo? ¿No has hecho suficiente ya? ¡Y a qué costo!
-Colin... Basta. Ya hemos hablado de eso. No quiero que lo vuelvas a mencionar jamás.
Lo último dicho por Potter había sonado realmente atemorizante, lleno de amenazas implícitas y terroríficas. Draco se preguntó como Creevey soportaba que Potter le hablara así sin salir corriendo.
Aunque Draco tenía que reconocer que eso que decía Creevey tenía mucho de cierto. Potter no parecía cansarse de salvar a Draco una y otra vez, liberándolo de ir a prisión primero y después, salvándole la vida al llevarlo al hospital después de haberlo encontrado malherido en un callejón. Y ahora, para colmo, lo tenía de huésped en su casa mientras se recuperaba, ya que Draco había perdido su derecho a regresar a la Mansión.
Lucius lo había desheredado y desconocido como hijo, y todo por ser gay. Entonces, Narcisa y Potter habían hecho una especie de trato donde ella le pasaría una cantidad mensual para cubrir sus gastos mientras Draco terminaba de recuperar la salud. Pero en el fondo, aunque fuera el dinero de su madre el que lo estuviera manteniendo, Draco sabía que Potter hacía mucho más por él que solo tenerlo como acogido. En realidad, se habían convertido en amigos. En muy buenos amigos.
Y como si todo lo anterior fuera poco, ahora resultaba que Potter deseaba seguir viviendo con él. Como si nada de su antigua rivalidad y enemistad hubiera existido jamás, como si fuera lo más normal del mundo. A Draco le emocionaba la perspectiva más de lo que quería reconocer. Vivir con Potter en el Londres muggle, lejos de la antipatía y el desprecio de los magos, le parecía grandioso.
Si es que Creevey no lograba convencerlo de lo contrario.
Después de un minuto o más de silencio, donde Draco no pudo averiguar si Potter y Creevey se estaban besando o si estarían furiosos el uno con el otro, sus voces se volvieron a escuchar a través de la puerta.
-Pero, ¿hasta cuándo, Harry? ¿Cuándo dejarás de vivir con él para… para hacerlo conmigo?
Potter demoró bastantes segundos en responder.
-No lo sé, Colin. Supongo que hasta que él se canse, se vaya o… encuentre pareja. Qué se yo.
-¿Él? -cuestionó Creevey amargamente-. ¿Entonces nuestro futuro dependerá de sus decisiones? -Una larga pausa-. ¿Y si decide que te quiere a ti?
Draco abrió los ojos como platos, al tiempo que escuchaba que Potter emitía un bufido.
-¿A mí? No digas tonterías, Colin. Lo único que Draco siente por mí, es agradecimiento. Él no…
-Le gustas, Harry, lo sé -dijo Creevey en un desesperado tono de voz-. Se le nota en la manera en que te mira, en el resentimiento que me tiene a mí, en…
-Que ambos seamos gays no quiere decir que tengamos que…
-¡Me odia! -exclamó Colin casi a gritos-. Si te vas a vivir con él, nuestra relación se irá a pique. Te apuesto que ni siquiera permitirá que cuelgues el retrato que te he dado hoy.
Otra larga pausa. Draco pensando furiosamente en todo lo que estaba escuchando. Horrorizándose de que el estúpido de Creevey en realidad no lo fuera tanto, y de que se hubiera percatado de algo que tal vez había estado oculto hasta para el mismo Draco. ¿En verdad se notaba que Potter le gustaba? O mejor dicho: ¿En verdad Potter le gustaba?
-No creo que Draco haga eso, Colin. Si el apartamento lo vamos a pagar entre los dos, no puede negarse a permitirme colgarlo. En todo caso, si le molesta demasiado, puedo ponerlo en mi propio cuarto, donde él no tendrá que estarlo mirando.
Creevey soltó un bufido de enorme indignación, y Draco decidió que ya había escuchado suficiente. Dio un par de pasos hacia atrás y, girándose, caminó lentamente escaleras abajo de regreso a su cuarto. El papel de su regalo completamente arrugado de tan duro que lo estaba apretando.
Continúa en otra entrada porque al LJ le da la gana decir que está muy grande.