La mañana siguiente, Potter lo encontró preparando café en la cocina. Draco evitó mirarlo a los ojos, concentrándose en cambio en servir café para los dos. El de Potter con dos de azúcar, como sabía que le gustaba.
Potter se quedó de pie un momento en la entrada, mirando atento hacia Draco. Éste supo que el moreno deseaba decirle algo, y por un instante temió lo peor.
-Está bien, Potter, no hay ningún problema. En serio -murmuró sin girarse a verlo-. Puedes retractarte.
Potter guardó silencio un momento antes de preguntar:
-¿A qué te refieres?
Draco se giró hacia él con las dos tazas de café en las manos. Le ofreció a Potter la suya mientras le decía:
-De tu propuesta para ser compañeros de apartamento. Me imagino que te has arrepentido, pero quiero que sepas que está bien, por…
-¿Quién dice que me he arrepentido? -preguntó Potter con una sonrisa y tomando con gusto la taza humeante y olorosa ofrecida por Draco-. Justo estaba por contarte que pienso contratar a un corredor de bienes raíces para que venda esta horrible casa. Ya estoy cansado de vivir aquí, ¿tú no? ¡Es tan deprimente!
Potter le sonrió ampliamente antes de sorberle a su café, y Draco tuvo el impulso de corresponderle el gesto. Consiguió controlarse muy bien para no hacerlo.
-¿Estás seguro, Potter? ¿No te causará mayor problema?
-¿Vender este cuchitril? -preguntó Potter a su vez-. No creo, está a mi nombre y todo…
Draco negó con la cabeza.
-Me refiero a vivir conmigo. Yo no quisiera… no sé, si fueras mi… quiero decir, no sé si a Creevey le agrade mucho la idea.
Potter se encogió de hombros y miró hacia otro lado. Caminó hasta la mesa y se sentó con la taza todavía entre las manos.
-Tiene que comprender. Yo… no me siento listo para irme a vivir con alguien. En ese plan, vaya. Como pareja.
Draco asintió, mostrando que comprendía el punto. Decidió no presionar más su suerte y dejar las cosas como estaban. Para él, que Potter siguiera con el dedo en el renglón, era toda una delicia. Seguramente Creevey estaría echando humo por las orejas durante meses…
Sonrió ante la imagen.
-¿Creevey no bajará a desayunar? -preguntó como una manera de averiguar acerca de él.
Potter negó con la cabeza antes de responder.
-Tenía trabajo a primera hora… se levantó temprano y se fue. -Potter pareció recordar algo, porque de pronto abrió mucho los ojos y apuró su café-. ¡Mierda! No recordaba que hoy tengo una entrevista en el Ministerio. Van a decirme en cuál departamento quedaré asignado. -Giró la cabeza para ver la hora en el reloj que colgaba en la pared-. Espero tener algo limpio y decente qué ponerme… -susurró casi como para él mismo.
Draco se aclaró la garganta, sintiéndose nervioso de repente. Cogió el maltratado paquete que tenía escondido debajo de la mesa y lo dejó caer pesadamente delante de Potter. Éste lo miró sin comprender. Draco sólo se encogió de hombros y le dio la espalda, avergonzado porque jamás había acostumbrado a obsequiar a nadie en los cumpleaños.
-Es tu regalo. Tal vez te sea de utilidad hoy -fue todo lo que dijo.
Potter no respondió, pero Draco pudo escuchar cómo rasgaba el papel y luego, jadeaba de asombro. Discretamente, Draco miró por encima de su hombro. Potter estaba levantando una de las tres túnicas que le había comprado con lo poco que había conseguido ahorrar. Según creía él, las de mejor gusto que podía haber adquirido con tan escaso dinero.
Por la cara de asombro de Potter, Draco supo que había dado en el blanco.
-¡Vaya, Draco! -exclamó Potter, levantando otra túnica y admirándola bajo la luz matutina que entraba por la ventana-. ¡Están increíbles! Ya lo creo que me serán de utilidad, y son tan bonitas, y se ven de tanta calidad… -Repentinamente, dejó de mirar las túnicas y giró su cara hacia Draco-. Espero que no hayas gastado mucho. Sé cómo está tu situación financiera, y, vamos, que esto es un gran regalo…
Draco meneó la mano en un gesto que restaba importancia.
-No se compara a los obsequios que te dieron tus amigos ayer, Potter, así que no agradezcas. -Potter abrió la boca para rebatir eso, pero Draco no le permitió seguir-. Sobre todo el retrato que Creevey les hizo a ti y a tus compinches -dijo, cerrando un ojo-. Realmente, es arte. Creevey no lo hace nada mal.
En realidad, Draco no mentía al decir eso. El retrato era bonito. Colores Gryffindorescos y todo, pero era muy buena foto y un cuadro excepcionalmente artístico. Era una lástima que Granger y Weasley tuvieran que aparecer; hubiera quedado magnífico que sólo estuviera Potter en él.
Sorbiendo a su café, Draco se dio cuenta de que había dejado a Potter completamente anonadado al haber alabado el regalo de Creevey, y por eso justamente lo había hecho. Sólo por darle la contra al imbécil celoso e inseguro de su novio.
-¿Lo dices en serio? -preguntó Potter con voz incrédula-. ¿De verdad te gusta?
Draco entrecerró los ojos y se encogió de hombros como si dijera ¡por supuesto!
-De hecho, estaba pensando… -mencionó Draco como si tal cosa-, si concretamos la idea de alquilar un apartamento entre los dos, me gustaría que te sientas en libertad de colgarlo en la sala… o en el comedor, o en el baño, qué se yo. Lo que quiero decir, es que por mí, no te limites. Haz lo que te plazca y ponlo donde gustes.
Potter estaba atónito y boquiabierto. Y Draco se sentía brincar de gusto por dentro. Llevarle la contra a lo que se esperaba de él era una manera de pasar un buen rato, sobre todo si, de paso, hacía que Creevey quedara como el estúpido celoso que en realidad sí era. La cara de asombro de Potter no tenía precio y bien valía el costo de tener que ver ese retrato cada día de su vida.
-De acuerdo… Gracias -fue todo lo que Potter pudo contestar. Draco casi no podía contener la enorme sonrisa que pugnaba por dibujarse en sus labios.
-Otra cosa, Potter -le dijo antes de salir de la cocina-. Quisiera que me dejaras ayudarte con la venta de la casa. -Ante la mirada interrogativa de Potter, Draco explicó-: Bueno, sabes bien que no tengo trabajo ni nada qué hacer, y en cambio, conozco a varias personas que, te lo juro, son de gustos tan extraños que encontrarán esta casa realmente encantadora.
-¿De verdad? -preguntó Potter con los ojos brillantes-. No sabes cómo te lo agradecería, Draco. Yo odio esta casa y me encantaría poder salir de aquí.
Draco le sonrió, pensando en lo fácil que hubiera sido para él conquistar a Potter si Creevey no hubiera estado metido desde un principio entre los dos. A veces, Draco creía, aunque no era muy consciente de ello, que Potter y él estaban hechos el uno para el otro. Que se complementaban, que si ambos eran perfectos separados, juntos, eran mucho mejor.
Pestañeando con rapidez, se deshizo de ese pensamiento antes de que se convirtiera en algo demasiado doloroso como para poder soportarlo. Se obligó a sonreír aunque su interior estuviese invadido por una curiosa y dolorosa sensación de vacío. Siempre que pensaba en Potter de aquella manera, se sentía así, por eso, procuraba no hacerlo.
-Pan comido, Potter. Déjamelo a mí -le dijo cerrándole un ojo. La enorme sonrisa que Potter le dirigió, no lo hizo sentir mucho mejor.
*
Bueno, pues ahí estaban.
Un par de meses después del cumpleaños de Potter, Draco y él al fin estaban instalados y arreglando el pequeño apartamento que habían decido alquilar. Estaba en el tercer piso de un edificio que en la planta baja alojaba la que, Potter decía, era una famosa librería, en una de las avenidas principales del barrio muggle llamado Soho.
Era increíble que estuvieran apenas a unos pocos metros de El Caldero Chorreante, la cual era la entrada al mundo mágico, por decirlo de algún modo. Pero una vez en la calle, fuera de ese pub, todo era completamente diferente: nadie giraba su cabeza al pasar Potter o Draco a su lado, nadie los conocía, nadie se repugnaba ante su vista. Sus nombres no les decían nada a los demás… era como haberse ido al extranjero y ser anónimos perdidos entre una multitud. Además, justamente en ese barrio elegido por ambos, la población y los visitantes eran, en su mayoría, gay. Hasta ese entonces, esa parte de Londres había sido completamente desconocida para Draco, y no le había pasado desapercibido el enorme número de bares y clubes con ese tipo de actividad. Realmente, era el paraíso del homosexual.
Adentrándose más y más en el mundo muggle y de la mano de la experiencia de Potter, a Draco le fue fácil convivir con ellos sin llamar mucho la atención, asombrándose del ingenio del que echaban mano para solventar la ausencia de magia y de su alegría por la vida. De su tolerancia ante las diferencias. Al menos, los muggles que Draco había conocido eran así.
Si alguna vez en el pasado, alguien le hubiera dicho a Draco que terminaría viviendo entre muggles y con Harry Potter como compañero, se hubiera reído tanto que seguramente habría vomitado. Era, sencillamente, inconcebible. Aún en esos momentos, todavía le costaba creerlo.
Y aparentemente, también a Creevey. Las miradas de odio dirigidas hacia Draco de su parte, se volvieron más intensas y prolongadas que antes, y Draco se lo pasaba de lo lindo haciéndolo rabiar, quitándole la atención de Potter o coqueteándole descaradamente (coqueteos que a Potter le pasaban desapercibidos, afortunadamente; era un despistado de lo peor). Sin embargo, eventualmente era Draco el que terminaba perdiendo. Después de todo, Potter era el novio de Creevey, y no el suyo. No era con él con quien hacía el amor.
Una tarde de octubre, mientras Draco terminaba de acomodar por el apartamento unas plantas que había adquirido en la mañana, Creevey llegó a visitar a Potter, como siempre. Le dirigió a Draco una mirada cargada de desdén cuando éste le abrió la puerta, como siempre, y pasó a su lado sin ni siquiera saludarlo. Draco lo odió con todas sus fuerzas... como siempre. De hecho, cada día lo odiaba más.
Odiaba su posesiva manera de ser. Odiaba su inseguridad. Odiaba que los tratara a él y a Harry como si lo fueran a engañar a la primera oportunidad. Pero si era franco con él mismo, Draco tenía que admitir que lo que más odiaba de Creevey era que… Potter lo amara a él.
Y aquella fría tarde de otoño, mientras Potter y Creevey se sentaban en la sala a cuchichear y a besuquearse, Draco no soportó más y decidió que las plantas de la casa podían esperar. Tomó su abrigo, su dinero muggle y se dirigió a la puerta del apartamento caminando velozmente y sin despedirse, pasando junto a la enorme fotografía del trío dorado que Creevey le había obsequiado a Potter varios meses atrás.
Los tres niños sonrientes del retrato parecían burlarse de la desgracia y de la soledad de Draco. Éste los miró con los ojos entrecerrados y se preguntó, por millonésima ocasión, porqué tenía que sentirse así por Potter. Porqué no podía verlo simplemente como a un amigo, porqué tenía que sufrir así por él. Porqué tenía que gustarle sabiendo que no era para él. Si desde el día que había entrado a su vida, Draco había sabido que Potter traía a un novio detrás.
-Tiene que haber algo que pueda hacer al respecto -se dijo, desviando la mirada del cuadro y saliendo a toda prisa del apartamento.
Caminó por las concurridas calles del barrio, sin saber a ciencia cierta a dónde ir, decidiéndose al fin a entrar por vez primera a uno de ésos lugarcitos muggles llenos de gente, de música estridente, de bebidas alcohólicas y de unas sustancias estimulantes que ellos llamaban “droga”. Bailó hasta que se cansó, coqueteó hasta que se hartó, se inhaló un polvo blanco que lo hizo ver estrellas y, al final, se folló a un chico muggle del que jamás supo ni su nombre pero que, curiosamente, tenía el pelo increíblemente negro y la piel blanca. Y eso, sería lo único que Draco recordaría de él. Que mientras lo penetraba contra una pared, había tirado de su cabello pensando en alguien que estaba muy fuera de su alcance. Pensando en lo mucho que le dolía que las cosas fueran así.
Sin embargo, esa fue la primera noche en muchos meses en la que pudo dormir sin hacerse una paja pensando (angustiosamente) en Potter. Y al otro día despertó como viendo la luz, sabiendo que por fin había encontrado una manera de salir de aquello, que finalmente, una tabla de salvación era tendida ante él.
Sin dudarlo, la tomó. Se aferró a ella para no hundirse y morir el mar de los celos, de la soledad y el desamor. Cualquier cosa, por más promiscua y destructiva que fuera, era mejor alternativa.
*
-¿Y tú… estudias o trabajas? O mejor, ¿me podrías decir a qué hora sales a comprar pan?
Potter se rió entre dientes mientras su cara lucía un sonrojo espectacular. El descarado coqueteo del que estaba siendo objeto por parte del nuevo amigo de Draco, Cliff Collier, lo tenía completamente avergonzado.
Desde la cocina y mientras destapaba tres cervezas, Draco se rió.
-Pierdes tu tiempo, Cliff. Potter ya tiene novio y es la persona más fiel que te puedas imaginar. Y te advierto que su novio es extremadamente celoso. Te dejará sin polla si te pilla a menos de cinco metros de él.
Potter se sonrojó más, mascullando algo que sonaba a estás exagerando.
-¿Novio? -preguntó Cliff con cara de desencanto, mientras Draco se sentaba junto a él en el sillón de la sala y le pasaba una cerveza-. Pues qué desperdicio, Harry. Tan linda que es la vida loca de los gays.
Draco se rió de nuevo y pensó que no podía estar más de acuerdo. Después de seis meses viviendo en Soho y de conocer la zona al dedillo -y el culo de muchos de los gays de por ahí-, Draco podía estar seguro de que haberse ido a vivir al Londres muggle había sido una magnífica decisión. Jamás se había sentido más relajado y feliz.
Sin contar del estupendo negocio que estaba comenzando a hacer con los muggles, precisamente. Los ingenuos eran unos clientes perfectos a la hora de comprar casas restauradas por mano del mismo Draco, compradas a un precio risible por creerlas embrujadas. La ganancia que le dejaban era extraordinaria, y Draco no podía dejar de agradecer a Potter por eso, pues había sido gracias a la venta del número 12 de Grimmauld Place que él había descubierto que tenía madera de vendedor.
Le pasó la otra cerveza a Potter, congratulándose de haber traído esa tarde a su amigo Cliff con él. Últimamente había notado a Potter más taciturno y apagado de lo normal -situación que atribuía y echaba la culpa por completo a ser el novio de Peter Parker (como ahora le llamaba a Creevey)-, y había creído que conocer gente nueva le haría bien. Y más si era gente alegre y despreocupada como Cliff.
Que también fuera un galán empedernido no le preocupaba a Draco en lo más mínimo.
Las horas pasaron y las cervezas circularon entre ellos, poniéndolos cada vez más indolentes y felices. Al final de la jornada, Draco y Cliff decidieron ir a bailar -y ligar- a un club, como siempre. Y como siempre, Potter se negó a acompañarlos.
-¡Tú te lo pierdes, cariño, tú te lo pierdes! -exclamó Cliff poniéndose de pie. Caminó en dirección de la puerta y casi se tropieza con una maceta enorme que Draco tenía junto al pequeño muro entre el comedor y de la sala de estar-. No tienes idea de lo bueno que se pone aquello, diossss -murmuraba, arrastrando las palabras. Potter y Draco sólo se reían de él.
-Vamos, Cliff -le dijo Draco-. Te juro que no existe poder sobre la tierra que convenza a Potter de acompañarnos.
De repente, Cliff se detuvo a medio camino y los ojos le brillaron peligrosos. Miró hacia Draco y le susurró:
-¿Y si mejor nos quedamos y le sugerimos un trío? -Codeó a Draco cerrándole un ojo-. ¡Sería genial, nosotros y él!
-¿Qué dijiste, Cliff? -preguntó Potter poniéndose de pie y acercándose a ellos.
-¡Dije que sería un trío fenomenal! -exclamó Cliff casi cayendo encima de Draco.
Tan pronto como las palabras dejaron su boca, el trío dorado que posaba en el retrato hecho por Parker volvió a la vida, saludando a Cliff con enorme alegría desde su pose en los jardines de Hogwarts.
Horrorizado, Cliff gritó y dejó caer su cerveza. Potter sacó la varita, apuntándole a Cliff. Cliff gritó más. Sacando su varita también, Draco rescató la cerveza de Cliff antes de que cayera al suelo y se derramara. Cliff volvió a gritar, todavía más fuerte. Draco miró a Potter. Potter miró a Draco. Cliff no dejaba de gritar.
Potter y Draco se miraron, y al final estallaron en carcajadas. Parecía que a ninguno de los dos le apetecía desmemoriar a Cliff. A Draco le parecía una pena después del buen rato que acababan de pasar.
-Entonces, ¿no? -preguntó Potter con una enorme sonrisa, como si le hubiera leído el pensamiento.
Draco negó con la cabeza, sin dejar de sonreír.
-Pero un silencius estaría perfecto.
Riéndose, Potter obedeció y silenció a Cliff con el mencionado hechizo. Y así, el chico muggle pudo quedarse callado lo suficiente como para escuchar la explicación de sus amigos de porqué el retrato cobraba vida y porqué sus palitos de madera hacían magia. Al final de su disertación, Potter quitó el hechizo silenciador de Cliff y éste se quedó como mudo, simplemente mirándolos.
-Y… -comenzó Draco, asombrado del extraño silencio de Cliff-. ¿No hay nada que quieras preguntarnos?
-De hecho, sí -afirmó Cliff con el semblante muy serio. Algo muy poco característico en él.
-¿Sí…? -lo animó Potter.
Cliff volvió a sonreír de oreja a oreja, y miró a Potter con gesto ávido y alegre.
-¿Hacemos el trío ya?
*
Durante los tres años que Draco llevaba viviendo en Soho, no hubo viernes en el que no saliera a los clubes a cazar. Con el paso del tiempo se había inventado un tipo de “Manual del Perfecto Gay”, donde ésa era una de las reglas principales: que no debía existir un fin de semana que se desaprovechara sin irse a buscar un culo qué follar. La única excepción que Draco se había concedido hasta ese día, había sido la recién pasada noche de San Valentín, al haberse quedado en casa para acompañar a Potter que acababa de terminar (al fin, a Merlín gracias) con Parker. Y no era que la noche hubiera resultado del todo mal; de hecho, había sido un maratón genial de palomitas, cervezas, y las películas de Indiana Jones.
Después de esa noche, pasó un mes sin mucha novedad. Hasta el cumpleaños de Narcisa, cuando Draco había tenido que ir por Potter a su trabajo y se había percatado de lo mal que lo pasaba ahí. Lo que lo llevó a fraguar un plan, confabulado con Cliff. Harían que Potter se diera cuenta de lo genial y buen mago que era, y que no necesitaba estar atado a un escritorio del Ministerio para poder sobrevivir.
Y ese viernes, el día del cumpleaños de Narcisa, Draco había vuelto a saltarse la regla de su Manual y no había ido ni a bailar ni a ligar. Y todo porque se sentía terriblemente culpable por haberse enojado injustificadamente con Potter en la Mansión. Incluso le había gritado, y todo por una soberana idiotez.
Así que, aquella noche, con el ánimo completamente desinflado y sintiéndose fatal, Draco se encontró paseándose por toda la extensión del apartamento, bebiéndose cerveza tras cerveza y sin atreverse a golpear a la puerta del cuarto de Harry para pedirle perdón.
No lo hizo. No estaba en su naturaleza pedir disculpas. No sabía ni siquiera cómo hacerlo, válgame el buen Merlín. No, no tenía idea.
Decidió irse a dormir, imaginando que todo sería mejor por la mañana. Y deseando firmemente que fuera así. Que de todas maneras Potter sí accedería a acompañarlo a la casa de Richmond para eliminar la plaga de imps, y que su plan continuaría en marcha.
Tenía que ser así, porque realmente no soportaba saber la manera en que Harry era denigrado en su trabajo y quedarse sin hacer nada al respecto.
Suspirando, Draco se bebió de un trago el resto de la última cerveza. Y al tiempo que lo hacía, levantó la vista y se encontró cara a cara con “el retrato dorado” -como él interiormente lo llamaba. Se retiró la botella de los labios y, después de limpiarse la boca con la manga de la camisa, dijo en voz baja:
-“Trío fenomenal”.
Y los tres niños de doce años de la fotografía, volvieron a la vida.
Draco dio un paso hacia el cuadro, mirando bobamente la resplandeciente sonrisa de Potter y la manera tan afectuosa en la que se aferraba a los hombros de su par de amigos. Draco ignoró completamente a Granger y a Weasley, perdiéndose durante minutos completos en el espectáculo de tener los infantiles ojos verdes clavados en él.
-¿Sabes? -le dijo a la fotografía después de mucho rato-. Ahora me doy cuenta por qué nunca me gustaste por completo. -Meneó la cabeza-. No es porque tengas a la Comadreja y a la Sangre Sucia en ti, ni tampoco porque tu marco sea de colores marca “coraje Gryffindor”… -Colocó la botella vacía de cerveza en la mesa y apoyó las palmas sobre el muro, a cada lado del retrato-. Te odio porque sé que cuando Harry te mira, piensa en él. En Creevey. Te odio porque sé que cuando Harry te mira, piensa en ellos, en sus amigos desterrados en París. Porque piensa en Hogwarts, en su infancia, en… todo. Por eso te odio. Porque sé que cuando te mira, piensa en todo el mundo… menos en mí.
El Potter de la foto lo miró con tristeza durante un momento, pero pronto le agitó la mano a manera de saludo y volvió a sonreír.
Draco cerró los ojos y, girándose, caminó a toda prisa con rumbo a su habitación.
*
Lo que Draco nunca se imaginó fue, que ese viernes que no salió de farra, sería el primero de muchos. O tal vez sería más correcto decir, que sería el primero del resto de su vida en que no volvería a salir a ligar.
Ya que ese fin de semana marcaba el inicio de una vida donde tenía a Harry para él, y por lo tanto, para nada le apetecía salir a buscar a nadie más a ningún lado del Soho.
Lo que había pasado después del cumpleaños de Narcisa, había trastornado su vida por completo. El sábado, Harry y él habían tenido sexo en un club y posteriormente en su habitación. El domingo, habían desayunado sexo y, el lunes, Harry lo había “estrenado” como pasivo en su casa en venta de Richmond, y después, de nuevo en su habitación. Harry había cambiado de empleo y él, se había enterado de una verdad que le había sido oculta los mismos años que tenía al lado del imbécil Gryffindor. Y que si cabía, lo hacía sentirse aún más agradecido con él.
Draco, que había probado todo tipo de drogas durante sus años de vida loca, se encontró de repente completamente enviciado con la más tóxica de todas: tener sexo con Harry. Jamás se habría podido imaginar que podría hacer el amor una y mil veces con el mismo y no cansarse de hacerlo, sino que, al contrario, sentía que su deseo y su hambre renacían con más ímpetu en cuanto su cuerpo recobraba energías, y lo hacía querer más y más.
Harry y él llevaban más de una semana encerrados en su apartamento, en algo que realmente parecía ser una luna de miel entre los dos, aunque Draco firmemente se negaba a ponerle ese nombre. Harry le había asegurado que, si en algún momento Draco deseaba parar, por él no habría problema y que jamás perdería su amistad. Eso había animado a Draco a liberar toda la pasión que sentía por Harry, larga y tortuosamente reprimida durante más de tres años.
Sin temor a estar creando un compromiso a largo plazo, el sexo con Harry se volvió completamente genial. Apenas sí se detenían entre sesión y sesión para comer y descansar un poco. Dormían en la misma cama, sin importar si era la de Harry o la de Draco. Incluso, se habían duchado juntos. Y en los ratos en los que ambos estaban completamente agotados como para continuar, se sentaban frente a la tele para ver alguna de sus viejas películas, actividad que habían dejado de lado y que Draco no se había dado cuenta de lo mucho que la había extrañado.
Draco no quería pensar al respecto, pero tenía que reconocer que su vida se había convertido en un verdadero paraíso. Completa.
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