Autor:
to_someplace Fandom: Harry Potter
Personaje/Pareja/Trío: Andrómeda/Sirius
Tema: #21 - Sangre, #22 - Triángulo, #23 - Cartas, #24 - Humillación, #25 - * ((Magia))
Se aleja de la mansión. Pronto, rápido, veloz. Atravesando el aire, aún templado, de la noche veraniega. Escapa, poco a poco. La escoba vibra bajo el peso del equipaje y él aún lleva esa sonrisa en la cara. Ésa sonrisa. La que explica, sin necesidad de palabras, que no volverá nunca. Jamás. Que terminará de crecer entre otros, que no inflijan castigos físicos, ni morales, ni les importe sus compañías. Que no les importe las cuestiones de sangre.
La sangre.
A veces se detesta a sí mismo por haber nacido en aquella familia. Estúpida pureza. Sin embargo, sabe que puede realizar magia con menos esfuerzo que sus compañeros. Que esa pureza, que tanto detesta, le da a su vez más fortaleza de espíritu y física. Pero la magia que fluye por esa sangre pura, no va canalizada por la antigüedad de la familia. No va canalizada tampoco, por la cantidad de dinero que tienen en sus cámaras acorazadas de Gringotts o la cantidad de lujosos bailes que son capaces de dar en un año. No. Va canalizada por su voluntad.
Y su voluntad ahora mismo, es escapar de esa pureza.
Quizás se aleje de una vida social importante, aristocrática; entre sirvientes, bailes y lujos. Una carcajada resuena estridente en la noche, mientras la idea roza si quiera su pensamiento. Los vecinos de Brent se estremecen en sus camas al oírla. Sirius sabe que esa vida jamás ha sido la suya, lo sabe y además, está muriéndose por llevar la vida junto a sus amigos con la que tanto ha soñado. Que, quizás, no sea aristocrática, ni medianamente rica; pero, sin embargo, es una vida muchísimo mejor. Y vuelve a reír.
Lo único que rescataría, ahora y siempre, de esa vida, quizás sería la figura de Andie. Lo ha pensado más de una vez, y en ese momento, con el cabello enredado en el viento y las ideas despejadas, lo ve mucho más claro. Fue la única que le brindó apoyo durante su estancia en Grimmauld Place. Sabe que es muy probable que estando ya fuera de allí no la vuelva a ver en mucho tiempo. Pero la distancia no es el olvido, a pesar de que el mundo diga lo contrario.
¿Lo es?
Maldita distancia. Maldita pureza. Maldita sangre.
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A pesar de que el altillo jamás ha sido de su agrado, es un buen escondite para fumar. En realidad, cualquier sitio es bueno para hacerlo con tal de que Madre no perciba el olor que impregna la ropa. También es un buen sitio para mirar, puesto que desde la ventanita redonda cerca del armario de tía Lucretia, se tiene una buena vista panorámica del jardín. Y allí se reúnen ellas, con la mayoría de mujeres de la familia, todas las tardes de verano. Se sientan a la mesa, beben té frío y después caminan, juegan o se sientan sobre la hierba. Es agradable verlas.
Mientras observa, tras las volutas de humo que desprende el cigarro, cada vez se cerciora más de que es así. Tangible y palpable. Las mira largamente desde su observatorio y los pensamientos fluyen casi como agua entre los dedos. Suave. Las botas embarradas descansan sobre una mesa de madera y la espalda contra el respaldo del mullido sofá. Da una larga calada y ve cómo las tres figuras pertenecientes a las menores de la familia Black se sacuden en risas. Una rubia, dos morenas. Perfecto trío.
Las risas de las tres son infinitamente parecidas y a la vez diferentes. La de Andie, cuando la deja fluir, es abierta, grácil y ligera. Cuando, en ocasiones como aquella, es ahogada por las palmas de las manos, entonces es un pájaro enjaulado que aún así canta para su dueño. La de Bella siempre es desaforada, libre y salvaje. A la joven poco le importan las apariencias, y eso puede demostrarse. Por último, la de Cissy es extremadamente conservadora. Tía Druella le ha enseñado que las damas deben sonreír, no reír abiertamente. Se esperan grandes cosas de Cissy, a pesar de que ella no lo sabe.
El olor a tabaco impregna el altillo, su ropa y su melena. Exhala una gran bocanada de humo y hace “o”s, mirando divertido a sus primas. Jamás se cansa de observar -siempre que no se le niegue la compañía de un cigarro- y siempre descubre cosas nuevas sobre ellas. Cosas que le delatan sus gestos.
Por ejemplo, en ese instante Andie sonríe de verdad, no finge la sonrisa cuando Bella hace un comentario gracioso, seguramente sobre el nuevo peinado de la abuela Irma. Descubre también -y no es difícil para un experto como él- que Bella disfruta haciendo reír a la gente y que la sonrisa sincera de Andie es contagiosa. Sobre Cissy, no hay mucho que decir. Es una jovencita inteligente, a pesar de que se deje llevar mucho. Y en esos momentos, ríe también. Ahogando las carcajadas que pugnan por salir de su boca. Manteniendo a duras penas la compostura de dama que le han enseñado.
Una rubia, dos morenas. Cada cual con sus curiosidades. Dos morenas, una rubia. Perfecto triángulo.
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Primera misiva:
Godric’s Hollow, 2 de Julio de 1977
Querida Andie:
Espero que estés bien. ¿Estás bien? Porque si no puedo ir a buscarte. Digo, si quieres. Con esas arpías rondando por ahí dudo de tu integridad, pero sé que puedes mantenerte entera mucho tiempo. Puedo ir a buscarte en mi moto en cualquier momento. En serio. Tú sólo escribe y yo voy.
Yo por suerte estoy bien. Los Potter son una familia estupenda, no lo que tenemos ahí metido en Grimmauld Place. En el reparto de madres, creo que a James le ha tocado la mejor (¿por qué nosotros no tenemos una así?). Hace unos pasteles de calabaza estupendos, son la hostia. Deberías probarlos algún día. Ya te llevaré yo un trozo. Su padre tampoco está mal, aunque James opina que sufre un principio de “narcoplepsia” (se pasa todo el jodido día durmiendo). Lo leyó en un libro muggle y dice que es una enfermedad común. No tengo ni zorra idea, a veces Potter se comporta extraño.
No tengo mucho más que contarte. Son las dos y media de la madrugada y sinceramente, debería dormir. La lechuza que lleva la carta es la de James, puedes responder con total confianza. Ah, Jimmy te envía saludos.
Te quiere. Cariños,
Sirius.
Respuesta:
Grimmauld Place, 3 de Julio de 1977
Querido Sirius:
Sí, estoy bien. No hace falta que vengas por el momento. La familia no es tan mala como parece. Sólo… estricta. Me alegro de que te encuentres bien, es lo mejor que podía pasarte después de irte. Es lo que te deseo yo también.
Algún día tendrás que traerme un trozo de ese pastel de calabaza. Es una promesa, ¿eh? Qué suerte tiene James de que le haya tocado la mejor. Supongo que nuestras madres son Black. Y es lo que nos ha tocado vivir hoy, Sirius. Para bien o para mal. Pero eso no debe afligirte en lo más mínimo… de hecho, debe alegrarte el ser diferente. Aunque creo que ya lo hace. Sobre la enfermedad del padre de James, lo siento mucho. (Y creo que es narcolepsia. Menciónaselo.) Sobre el comportamiento de James, ¿no estará enamorado? (Ya tienes una razón para molestarlo todo el verano).
Yo tampoco tengo mucho más que contarte. Por aquí las cosas siguen igual, un poco más alteradas de lo normal por tu ida. Las tardes más solitarias, el ambiente un poco más espeso… pero igual a fin de cuentas. El sábado que viene la familia dará un gran baile, ya sabes, de estos que nos encantan a ti y a mí. Estoy saltando de la emoción. (Y espero que se note el sarcasmo en mis últimas dos frases).
Espero verte pronto. Yo también te quiero. Cariños,
Andie.
PS: Asegúrate de que James también recibe mis saludos.
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- ¡Deja de contestar, insolente! - Los gritos llegaban hasta el pasillo de los cuadros, a pesar de encontrarse en el piso de abajo.
Había perdido la cuenta del número de horas que llevaban chillándose el uno al otro. Podía oír los gritos de Sirius, producto de su ira y su impotencia. Incluso lograba oír el desgarramiento de su garganta con cada contestación. Ni siquiera Madre, ni Bella o Cissy (las dos últimas mucho menos) se habían atrevido a bajar. Los pasillos de Grimmauld Place estaban desiertos, huecos, más faltos de vida que nunca. Y ella no se atrevía a salir de la habitación. Los gritos la echaban atrás y el castigo que recibiría si llegaba a interponerse entre tía Walburga y Sirius, sería el peor que podría rememorar jamás.
No recordaba cómo había empezado todo. Como de costumbre, ella no estaba metida en el medio de las peleas y los pleitos. Recordaba vagamente una imagen de Sirius yendo y viniendo por el tercer piso, (donde se encontraba su habitación) recogiendo cosas suyas. Había ido a visitarlo allí arriba esa misma mañana y lo había visto alterado, fuera de sí. Últimamente, las discusiones con tía Walburga eran más frecuentes que nunca.
- ¡No dejaré de contestar si lo único que haces es...! - El grito de Sirius se cortó de repente.
Fue un silencio doloroso el que siguió los segundos posteriores. Los contó mentalmente, casi sin darse cuenta. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Sólo oía su propia respiración. No aguantaba más. Estaba casi pegada a la puerta de la habitación. Asió el picaporte y, callada, se escabulló por el pasillo. Nadie había salido para detener a madre e hijo.
Bajó las escaleras, casi como si pisara algodones. El silencio se perpetuaba, infinito. La asfixiaba, en cierto modo. Era como si los cimientos de Grimmauld Place se hubieran acomodado ya a los gritos y ahora que no estaban, crujían reclamando más. Tenía la sensación de que en los pasillos retumbaban los latidos de su propio corazón (que sentía espantosamente cerca de la garganta) y que su respiración despertaría hasta a los vecinos. …nueve, diez, once, doce…
Finalmente llegó.
La luz provenía del comedor. Efectivamente, ambos estaban allí. Sirius estaba postrado de rodillas, silenciado sin duda por un hechizo. Su rostro indicaba el dolor que estaba soportando y aunque su boca se abría como la de un pez en busca de aire, ningún sonido conseguía salir. Sintió una punzada en el corazón. La varita de tía Walburga se agitaba en el aire. En el rostro de la mujer se esculpía una mueca de fría indiferencia, pero en sus ojos se leía la ira, la furia. El deseo de hacer daño. Casi imposible de ver en ojos de una madre.
Fue en ese momento cuando los ojos grises de Sirius se levantaron. Miraron justamente en dirección a los de Andie, que rápidamente escondió la cabeza. No quería que Sirius supiera que le había visto humillado frente a su madre. Torturado. Siendo castigado al mejor estilo Black. No deseó ver más, los gritos se callaron por esa noche. Los cimientos de Grimmauld Place dejaron de requerir las peleas. Un grueso manto de silencio se cernió, oscuro. Llegó de vuelta a su habitación, y sin pensarlo mucho se metió entre las sábanas de la cama.
Extrañamente, esa noche Sirius no fue a visitarla.
Quizás, aquello que le dijo una vez Padre fuera cierto;
“El peor castigo para un Black es ser humillado”.
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La magia para los muggles quizás sea algo abstracto. Algo de lo que no saben, de lo que no entienden y por tanto, temen. Sirius lo sabe y es por eso que comprende la diversión que obtiene la familia Black al torturar a esos pobres inocentes. La magia son hechizos, son varitas, son escobas voladoras y son pociones que pueden causar mil efectos. Es y ha sido estudiada durante siglos y siglos, y aún así, aún después de miles de tratados y libros expertos en ella, la magia sigue siendo un misterio incluso para los mismos magos y brujas.
Es cierto, hay algunos que se sienten cómodos en ella. Bailan, juegan, la transforman, la mutan. La besan y acarician como la mejor de los amantes. Pero, a pesar de todo, la magia sigue siendo un misterio para ellos. Algo que no describen con palabras, sino con gestos de varita.
Sirius cree entender la magia mejor que algunos magos y brujas. No podría denominarla con una palabra, porque la magia es algo abstracto también para él, como lo es para los muggles. Pero sí sabe verla y contemplarla y admirarla en las pequeñas acciones que se desarrollan a su alrededor, como guiadas por una fuerza superior. Guiadas por la misma magia. Él admira, él observa y contempla con detenimiento. No pretende (jamás lo ha hecho) domar esa magia o siquiera intentar denominarla, porque hacerlo condenaría al fin a los momentos en los que un gesto es suficiente para comunicarse y el silencio parece bullicio, y aún así es ligero. Y abstracto. Y mágico.
Sirius ve la magia en muchas cosas y en muchas situaciones. La ve, por ejemplo, cuando Lily y James se besan, creyendo que nadie los mira (sí, justo tras la columna del vestíbulo). La ve en Remus, y su forma de actuar. En sus gestos ligeros, gentiles, amables; su sonrisa siempre dispuesta; su nariz larga. En lo bien que le parece todo en Remus y en el aura que lo rodea. Casi puede palpar la magia cuando descubre que los ojos de Remus brillan o cuando están apagados, la puede rozar en cada noche de luna llena y también cuando la humanidad de un joven se transforma en bestialidad. Ve la magia en Peter, aún siendo pequeño, tímido y demasiado temeroso.
La ve, también, en las noches estrelladas, de vez en cuando también en los cigarrillos que fuma en la Casa de los Gritos y en las volutas de humo que forma con la garganta, desapareciendo en el aire, dejando tras de sí el hedor a tabaco. Está allí cuando James y él hablan, medio en broma, medio en serio, de hermano a hermano. Dejando los tapujos de lado, hablando sin sentido, medio borrachos y aún medio sobrios también (las botellas de Whisky casi vacías en el suelo). En el gramófono reinante en la habitación de chicos, en las canciones que se repiten una y otra vez de los Beatles. Y eso que los cuatro son muggles, pero deben saber que las notas y la música son magia que se desprende casi involuntariamente de cada uno de los instrumentos y las voces. También, en Hogwarts y sus habitantes.
Sirius cree ver magia y sabe que está ahí. Quizás la confunda (con el sentimentalismo) a veces, pero también están esas situaciones en las que no podría negarlo aunque quisiera. Sobretodo cuando está con Andie. Andie es uno de los seres más mágicos que ha conocido nunca. No sabe qué tiene, no sabe qué es exactamente lo que lo atrae con tanta fuerza. Supone, él cree, que será la magia que irradia.
Porque, demonios. Es más fuerte que él y en esos momentos la magia lo ahoga, lo oprime con tanta fuerza que sería difícil no decir que está personificada en ella. Porque la magia está ahí. Cuando la besa, cuando roza su piel con la yema de los dedos. En cada suspiro, gemido ahogado contra la piel del otro. Cuando está dentro de ella, cuando el éxtasis los recorre a ambos está ahí presente. Mirándolos sin disimularlo, sentada observando el espectáculo. Y tampoco hace falta irse al contacto físico para saber que la magia está ahí. En lo absoluto. Ella parece mirarlos todo el tiempo y reírse de él y reírse con ella.
Cuando Andie toma un libro entre las manos, él mira serio. A veces no puede evitar soltar una broma de las suyas, pero sabe que la magia está ahí y que es mejor respetarla. Por tanto, disfruta y observa y hace de todo un ritual silencioso y delicado. Perfecto. Andie abre el libro. En la portada reza “Edgar Allan Poe” y Sirius sonríe. Andie tiene la (según tía Druella) “desquiciante costumbre de marcar sus páginas favoritas en los libros y destrozarlos hasta que no queden de ellos más que tapas rotas y páginas demasiado manoseadas”. Andie suele resoplar y contestar a eso con un “Ella no ha tocado un libro en su vida, ¿qué le importará lo que haga yo con ellos?” Todo termina en una sola (y mágica) combinación: Andie leyendo en voz baja sus poemas favoritos.- Éramos sólo dos niños mas tan grande nuestro amor / que los ángeles del cielo nos cogieron envidia / pues no eran tan felices, ni siquiera la mitad / como todo el mundo sabe, en aquel reino junto al mar…
La voz es dulce y es suave. Lo traslada a aquel pueblo costanero en el que Annabel Lee y Edgar jugaban de niños, se escondían y se amaban. Casi puede oler la sal del mar, sentir la brisa marina enredándosele en el pelo, la arena en los pies y la tibia presencia de Andie a su lado. Una en el papel de Annabel y el otro en el papel de Edgar. Quizás hubiera sido mejor que todo aquello.
Y entonces es cuando se da cuenta.
Se da cuenta de la magia que ejerce el poema, correcta y sutilmente elegido. La voz, tintada de melancolía y deseo y quizás también conjugada con un poco de amor. El libro entre las manos, reposando, siendo testigo. Andie sentada en el sillón de orejas, la biblioteca desocupada a excepción de ellos dos. El piano en un rincón, contemplativo. Y todo tan aparentemente vacío, pero a la vez tan repleto de esa magia embargante.
- Nuestro amor era más fuerte que el amor de los mayores / que saben más como dicen de las cosas de la vida / ni los ángeles del cielo ni los demonios del mar / separarán jamás mi alma del alma de Annabel Lee…
- ¿Andie? - Interrumpe Sirius. Es la primera vez desde que la oye recitar que lo hace. Ella levanta la mirada del libro, sonríe, concede la pregunta. - ¿Crees que terminarás como Annabel o podrás venir de vez en cuando a visitarme?
- No dudes que te visitaré y te agobiaré y te estaré persiguiendo toda tu vida. - La sonrisa también se siembra en el rostro de Sirius. - Verás como al final no querrás ni abrirme la puerta.
Son un par de risas recorriendo el aire y luego un par de besos a escondidas, presurosos, temerosos de ser vistos. Son eso, y son ellos. Porque son los dos y son así y esa es la magia que los rodea.
Porque ellos, después de todo, son dos, son Andie y Sirius, y son magia.