Hoy en despertado con frases inconextas rondandome la cabeza. Desenterré la emoción de escribir, recordé a un viejo personaje, Chistera, que aparecía en mi cuento
La isla de Texel y aquí tenéis una historia tontorrona .
Hubo una epidemia de mala suerte en la ciudad. Los comercios cerraron, las mujeres lloraban en las aceras y de vez en cuando podías encontrar a personas paradas en mitad de la nada, mirándose las manos como si se preguntaran cómo habían llegado allí.
Acudieron a las supersticiones y a la desesperación. Mataron a todos los gatos del lugar (los negros, los marrones, a los atigrados sólo por si acaso) para descubrir que la invasión de ratas no atrajo la buena suerte. Los conejos quedaron cojos y las pitonisas, para acertar, preveían que todo iba a empeorar.
Una mañana cualquiera la Plaza Mayor amaneció plagada de tréboles. Entre el verdor se destacaba una chistera amarilla, bajo la cual un hombrecillo bailaba enloquecido, pisoteando las plantas. Algunos, sólo algunos, salieron del ensimismamiento de las tragedias cotidianas para observar a aquel extraño ser que tropezaba con sus propia barba y soltar una carcajada. Nadie se preguntó cómo, de la noche a la mañana, el asfalto se había convertido en un jardín.
Al día siguiente lo encontraron cerca de la escuela. De sus bolsillos aparecían todo tipo de dulces (bombones, chocolates…incluso de su chistera llegó a sacar una tarta entera de kiwi con fresas) y los regalaba a todos los niños que pasaban por allí. Esa tarde el recreo se convirtió en un montón de críos felices que intercambiaban golosinas.
Pronto, los habitantes de la ciudad dejaron de escrudiñar con sospecha a su alrededor, temiendo accidentes e infortunios. Buscaban al hombrecillo de chistera amarilla. Lo vieron en mitad de la carretera, interpretando una obra de teatro con un calcetín agujereado y un palo de escoba. Nadie llegó a tiempo al trabajo, pero descubrieron cómo la señora Pelodepaja había terminado enamorada del bufón Mal-olor.
Durante el día del mercado se dedicó a recitar poemas a todas las señoras que acudían con la cesta de la compra y el monedero atado al mandil. Rimaba corazón con melón y amor con alcanfor, pero a todas las miraba a los ojos y se despedía de ellas con una gentil reverencia. Llegó incluso a interrumpir un mitin en el ayuntamiento con un desfile en el que él hacía de hombre-orquesta y los conejos cojos saltaban a su alrededor.
Hubo una plaga de gente que buscaba cosas buenas por las esquinas de la ciudad y resulta que las encontraron, aunque nada se volvió a saber del hombrecillo de chistera amarilla.