Al mediodía de mayo de la primera mitad de los 90, un moño de carteras escolares se iba componiendo ante de la puerta del Palacio de Jabalquinto (Baeza). El palacete gótico se hacía inasible en la distancia abisal con que la zagalería lo (ad)miraba y una monjita borrosa nos llevaba de la mano.
Fue entonces en la dispersión de los zumos y el papel de
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