Autor:
x_cursiveReto: #94.
Título: Modos de aprendizaje
Rating: G
Summary: Estar recluido en Hogwarts todo el año tiene que ser duro para los profesores. Dos de ellos guardan un oscuro y romántico secreto... ¿quiénes?
Paseaba por toda la estancia, con las manos entrelazadas, los pulgares formando círculos y el resto de los dedos moviéndose sin demasiado control. Nerviosa. No, nerviosa no, atacada. Sólo porque tenían reunión de claustro aquella tarde.
Tropezó con una mesita de la sala y se quejó malamente. No era capaz ni de quejarse adecuadamente. ¿Qué le estaba pasando? Obviamente, aquella semana, Saturno estaba en el cielo, aquello era bueno, propicio para los negocios, y actividades profesionales. Pero aquello no era profesional. No, desde luego.
Albus le había dicho que llevara un estudio sobre su asignatura, el nivel de aprobados, suspensos, lecciones estudiadas y por estudiar. Abrió el segundo cajón del sinfonier y aspiró aquel aroma, apenas advertido por ella, pero que en los demás causaba incluso desagrado.
Era muy organizada, en contra de lo que la gente pensara, para todo aquel tipo de cosas de sus lecciones. Desde luego, no se podían prever muchas cosas, si Marte se aliara con Júpiter o, si quien sabe, los posos del café dejarían tal o cual forma. Pero si podía prever, e incluso afirmar, que su sinfonier, y lo que él contenía estaba perfectamente ordenado. Sabía que a él le gustaba el orden desde que aquel curso había bajado una vez a su despacho. Nada que ver con el aula de mesitas y olor a incienso. Era una clase amplia, con ventanales, cortinas descorridas y luz por todas partes.
Sonrió de lado mientras pensaba en la ironía. Ella, que tenia que ver el futuro, vivía en penumbras, y él que tenía que defenderse contra la oscuridad, estaba imbuido de luz.
Aunque, claro, ella creía que todos tenían luz interior. Si Severus la tenía, ¿cómo no iba a tenerla él? Con sus amables maneras, sus charlas tranquilas, sus cálidas sonrisas. Aquellos chocolates que preparaban en las tardes de tormenta, mientras hablaban de cualquier otra cosa que no fueran profecías o encantamientos siniestros.
Había acabado con los papeles de la reunión. Los colocó cuidadosamente en una carpetita, y los posó en la mesa grande de su aula. No pudo evitar preguntarse cómo lo estaría haciendo él, con aquellos muebles de madera maciza, donde quien sabe qué cosas habría, siempre preparado para enseñar a sus alumnos con la práctica, siempre dispuesto a que comprendieran que la Defensa contra las Artes Oscuras se aprendía con una varita en la mano, no con un libro encima de la mesa.
Sí, así le había dicho la primera semana en la que llegó. Si era sincera, ella se veía bastante limitada con su varita. Y con su mente. No estaba segura de poder adivinar que día haría a la mañana siguiente, aunque imploraba que fuera tormenta.
Un escalofrío le recorrió la espalda cuando pensó en ello, y se sobresalto cuando oyó cómo llamaban a su puerta, justo antes de que un trueno se escuchara retumbar contra los cristales.
- Sybill, ¿estás por aquí?
Aquella voz. Su voz, que no se cansaría nunca de escuchar, por más que Minerva decía que sufría agudos catarros, o que Severus aseguraba que estuviera gravemente taponada.
- Sí, claro…profesor Lupin, pase…
Una sonrisa asomó en los labios del hombre que ahora caminaba lentamente hasta llegar a las mesitas pequeñas del aula.
- Por favor, Sybill, llámame Remus, te lo he dicho muchas veces.
Antes de que pudiera disculparse, él hizo un gesto quitándole importancia. Se sentó en una silla destinada a su alumnos y comenzó a sacar de un pequeño maletín, un juego de té de porcelana. La tetera y una de las tazas eran blancas. La otra taza estaba llena de dibujos de árboles, jardines, plantas, alguna estrella…
- Recuerda que hoy debemos acabar de pintar el plato. - Remus le guiño un ojo suavemente y a continuación, con un sencillo hechizo, rellenó la tetera con chocolate.- Siéntate, Sybill. Tenemos que acabarlo antes de la reunión, ¿has preparado los papeles que Albus ha pedido?
Sybill asintió, señaló la carpetita de encima de la mesa y se sentó con él, dispuesta a pasar otra tarde de tormenta bebiendo chocolate, porque la vida se aprende pintando tazas de porcelana inglesa y juntando las manos tímidamente por debajo de la mesa, no con reuniones de claustro ni dando clase en un aula iluminada.