(no subject)
Ella lo observaba detrás de las paredes, acechándolo a veces, en busca de alguna explicación inexistente, otras admirándolo desde una distancia prudente.
Aquel día, había tenido suficiente de gente cobarde escondiéndose detrás de un falso disfraz de adulaciones, así que la llamó. Retándola en la soledad del pasillo en penumbras.
-Preséntate. ¿Qué acaso tienes miedo?- Sonrió con una cierta mueca de disgusto en sus labios finos. La figura nebulosa flotó desde el final del pasillo con grácil delicadeza hasta la posición del muchacho. - ¿Se puede saber por qué me persigues sin descanso?
La vaporosa dama lo observó unos segundos con los ojos muy abiertos antes de pronunciar las primeras melodiosas palabras.
-Te pareces a él.
- ¿A quién?- rió el muchacho. Le había picado la curiosidad, aunque no lo aparentara.
-A tu ancestro. A la razón por la cual ahora vago sin rumbo por el limbo terrestre. A aquel monstruo de palabras oscuramente siseadas en la negruzca palidez de la antigüedad. Eres tan parecido, que me asustas.
Hubo silencio entre los dos por unos minutos, antes de que él chasqueara la lengua y diera media vuelta para retirarse.
- ¡ESPERA!- Pero los gritos fueron en vano, pues siguió sin mirar atrás. Y los recuerdos la azotaron. El recuerdo del rayo verde y su amor tan teñido de plata como su cuerpo nacarado...
La verdad era, quizás, tan trágica como su eterna existencia entre las paredes del castillo. Ella sabía que lo encontraría algún día. Sabía que sería tan arrogante como predecesor, pero debía intentarlo.
Y la mano que había aparentado ser amiga tanto tiempo atrás, la había traicionado. Y la había matado, disfrutando. Gozando del momento en el cual pudo liberarse de ella, en el cual pudo crear revuelo en el castillo, asesinándola a ella era su compañera de trabajo y estaba dispuesta a ignorar toda aquella ambición, aquel negro de su alma, para intentar contrarrestarlo con azul y bronce y conocimiento. Sólo para armar revuelo. Para probar su propios límites.
Ahora, ¿qué quedaba? Nada. Recuerdos. Traición. Dolor. Vacío. Eternidad.
Aquel día, había tenido suficiente de gente cobarde escondiéndose detrás de un falso disfraz de adulaciones, así que la llamó. Retándola en la soledad del pasillo en penumbras.
-Preséntate. ¿Qué acaso tienes miedo?- Sonrió con una cierta mueca de disgusto en sus labios finos. La figura nebulosa flotó desde el final del pasillo con grácil delicadeza hasta la posición del muchacho. - ¿Se puede saber por qué me persigues sin descanso?
La vaporosa dama lo observó unos segundos con los ojos muy abiertos antes de pronunciar las primeras melodiosas palabras.
-Te pareces a él.
- ¿A quién?- rió el muchacho. Le había picado la curiosidad, aunque no lo aparentara.
-A tu ancestro. A la razón por la cual ahora vago sin rumbo por el limbo terrestre. A aquel monstruo de palabras oscuramente siseadas en la negruzca palidez de la antigüedad. Eres tan parecido, que me asustas.
Hubo silencio entre los dos por unos minutos, antes de que él chasqueara la lengua y diera media vuelta para retirarse.
- ¡ESPERA!- Pero los gritos fueron en vano, pues siguió sin mirar atrás. Y los recuerdos la azotaron. El recuerdo del rayo verde y su amor tan teñido de plata como su cuerpo nacarado...
La verdad era, quizás, tan trágica como su eterna existencia entre las paredes del castillo. Ella sabía que lo encontraría algún día. Sabía que sería tan arrogante como predecesor, pero debía intentarlo.
Y la mano que había aparentado ser amiga tanto tiempo atrás, la había traicionado. Y la había matado, disfrutando. Gozando del momento en el cual pudo liberarse de ella, en el cual pudo crear revuelo en el castillo, asesinándola a ella era su compañera de trabajo y estaba dispuesta a ignorar toda aquella ambición, aquel negro de su alma, para intentar contrarrestarlo con azul y bronce y conocimiento. Sólo para armar revuelo. Para probar su propios límites.
Ahora, ¿qué quedaba? Nada. Recuerdos. Traición. Dolor. Vacío. Eternidad.