Countdown [1/2]

Dec 21, 2014 21:09


No permito que mis traducciones sean publicadas en ninguna otra página, así que por favor no las utilices ni las adaptes.

(Masterlist)

Bueno, ¡finalmente terminé una nueva traducción! Este es un fanfic Kaisoo muy conocido de una excelente autora que espero que les guste. Tenía pensado publicar antes un Baekyeol pero la autora aún no me ha respondido un mensaje que le mandé, por eso decidí traducir este y publicarlo mientras tanto.

Espero que les guste~ Como siempre digo: si disfrutan la historia no olviden comentar o compartirla con amigos para ayudarme, les agradecería mucho :D

¡Un saludo y disfruten la lectura!





Jongin ve, pero no lo suficiente.

Título: Countdown (Cuenta regresiva)
Autor: adorableprince
Género: Angst, Romance
Rating: PG-13
Idioma original: inglés
Fanfic original: click aquí
Traductor: Drake15
Palabras: ~12680

Countdown.

Jongin ve al mundo en números.

Hay cuatro farolas bordeando la calle fuera de su apartamento y dos arbustos junto a su puerta principal. Tiene sólo un vecino en vez de dos porque su casa está enclavada en una esquina de la calle, donde el sonido de los autos transitando no consigue atravesar la distancia hasta su ventana del segundo piso. Al otro lado de su apartamento hay un parque con tres canchas de tenis y dos redes de voleibol que nunca ha usado y probablemente jamás vaya a usar.

Le toma aproximadamente quinientos veintisiete pasos el alcanzar la parada de autobús que lo lleva hasta su universidad; tal vez menos da pasos más largos. Y cuando el bus llega los estudiantes se apiñan dentro como sardinas, en un vehículo hecho para transportar a sólo cincuenta personas y con asientos provistos para los treinta afortunados que suban primero. Jongin jamás es afortunado.

Permanece de pie en el pasillo sujetando firmemente con una mano el frío caño de metal encima de él y se balancea al ritmo gentil de las señales de alto y los semáforos, viendo por sobre las cabezas de aquellos sentados frente a él, hacia lo que debería ser solamente aire pero no lo es. Unos brillantes números rojos nadan ante él, flotando por encima de las cabezas de la gente, y no hay dos idénticos.

Sus ojos se fijan en el chico que dormita apoyado contra una ventana, con los audífonos colocados en las orejas. Sobre su cabeza, los números 65:10:03:21:45:08 le devuelven inquebrantables la mirada. La chica a su lado que envía un mensaje de texto rápidamente desde su celular tiene unos números ligeramente distintos: 67:09:17:11:43:50. Son siempre seis números, y siempre cuentan hacia atrás.

Desde que Jongin tiene memoria, ha visto esos números sin saber por qué. Nadie más los ve y nadie le cree cuando les cuenta que él sí puede verlos, que hay números que flotan por encima de las cabezas de las personas y pintan el mundo de un radiante tono carmesí. Le tomó una década comprender lo que significan.

El Kim Jongin de diez años se encuentra de pie en una intersección, con su madre agarrándolo de la mano y tarareando una canción alegre, cuando pasa corriendo un borrón de extremidades y confusión inducida por el alcohol y se precipita por la calle estando las luces verdes y los autos todavía circulando como bólidos. Hay un choque y un enfermizo crujido de metal encontrándose con carne y huesos frágiles. Los gritos llenan el aire y él reconoce el chillido estridente de la voz de su madre mientras que ella lo jala hacia atrás y trata de protegerle los ojos de aquella espantosa visión desparramada por la calle.

Jongin contempla el charco de sangre que rápidamente crece y piensa que es de un tipo diferente de rojo al que está acostumbrado a ver, pero no es eso en lo que sus ojos se fijan. A pesar del tironeo frenético y los gritos desesperados, Jongin consigue espiar por entre los dedos temblorosos de su madre y no logra apartar la mirada de los números encima de la cabeza del hombre.

00:00:00:00:13:24.

Jamás ha visto tantos ceros en el número de una persona antes y una gradual sensación de entendimiento se filtra por su cerebro, abriéndose camino hasta el frente de su mente. Para cuando la ambulancia llega, hay diez ceros y un once descansando en el aire. Antes de que puedan siquiera atar al sujeto a la camilla, el último número se reduce a cero también.

El hombre es declarado muerto.

Jongin aspira grandes bocanadas de aire, como si eso fuera lo único que evitara que el mundo colapsase a su alrededor. Vuelve torpemente a la seguridad entre los brazos de su madre, con la visión distorsionada por unas lágrimas que amenazan con derramarse. Incluso a través de la película salina y la impactante comprensión, doce ceros centelleantes parpadean con furia hacia él, y Jongin finalmente sabe lo que significan.

Años. Meses. Días. Horas. Minutos. Segundos.

Un reloj.

Un reloj de vida que transcurre lentamente.

Pasa el resto del día con los ojos fuertemente cerrados. Su madre cree que ha quedado afectado mentalmente por aquel accidente y entra en pánico cuando, incluso semanas luego del suceso, Jongin se niega a establecer contacto visual y mira resueltamente al piso, cerrando sus ojos cada vez que puede. Se asusta tanto como para enviarlo a un psicólogo infantil, pero no obtiene respuestas cuando ni siquiera el profesional logra establecer el motivo del drástico cambio en el comportamiento de su hijo.

Jongin se mantiene así durante un buen mes hasta que mete accidentalmente la pata una mañana, con la visión borrosa por el sueño y envuelto en la calidez de sus sábanas. Sus padres lo sacuden ligeramente diciéndole que se despierta para desayunar, y antes de poder registrar lo que ocurre, parpadea y es recibido por dos grupos de números rojos. Esa noche llora hasta dormirse porque ahora lo sabe, y cómo desearía no saber y no poder ver. Tiene tantas preguntas pero nadie que le dé explicaciones.

La vida despues de eso simplemente no vuelve a ser lo mismo.

-¿Alguna novedad hoy?

Jongin se quita la mochila y la deja caer sin cuidado en el piso embaldosado de la cocina. La silla rechina contra el suelo cuando la desliza para atrás, un sonido chirriante y abrupto. Se reclina en ella precariamente, apartándose con un soplido un mechón de cabello de su frente antes de responder. Chanyeol ya está acostumbrado a ello. Jongin sólo habla cuando quiere hacerlo.

-El señor Kim perdió tres meses.

Chanyeol suspira un «mmm» de comprensión.

-No me sorprende; ha estado bebiendo muchísimo desde que su esposa se divorció de él.

Le echa un vistazo a su compañero de hogar desde el otro lado de la mesa y trata de esbozar una sonrisa, pero Jongin está demasiado ocupado observando el techo como para notarlo, perdido en un torbellino de números, tiempo y finales tristes.

-Pero eso quiere decir que parará pronto, ¿no? O sea, habría perdido mucho más que tres meses si en verdad se hubiera destruido el hígado.

Una lacónica palabra es todo lo que Jongin tiene para ofrecer:

-Supongo.

Chanyeol tose incómodo y se mueve nervioso en silencio; plantea una pregunta sólo para escuchar algo además de sus frenéticos latidos.

-¿Eso es todo?

Jongin lleva su cabeza hacia abajo y contempla a Chanyeol con una mirada de pesadumbre, excepto que no lo está viendo a la cara sino más arriba, a unos remolinos de rojo que se entremezclan con el destino.

-Jongin, no hagas eso.

-No estoy haciendo nada.

-Claro que sí. -Chanyeol tiembla en su asiento, sintiéndose repentinamete helado. -Sólo... detente. No quiero saber.

Ambos permanecen sentados allí sin hacer ademán de levantarse o hablar. La calma le provoca nervios a Chanyeol pero no puede irse. Jongin lo observa de la misma manera en que a menudo mira a los desconocidos, confundido y desinteresado, y Chanyeol quiere a su mejor amigo de vuelta. A cualquiera que no sea aquella estatua indiferente que a veces toma su lugar cuando Jongin se pierde en sus pensamientos, vadeando una marea de lo que significa saber demasiado. Jongin es el primero en romper el hielo, poniéndose de pie con pereza y arrastrando su cuerpo cansado hasta su habitación.

Está de pie frente a su puerta, con la mano flotando por encima del picaporte, cuando deja escapar una oración por encima de su hombro:

-Deberías largar los dulces, acabas de perder un día.

La puerta se cierra.

Chanyeol se estremece.

Jongin conoce a Chanyeol en clase de Mitología Griega. Es el típico chico raro que siempre habla fuerte, parloteando sandeces acerca de abducciones extraterrestres y teorías conspirativas. Chanyeol claramente no entiende el significado de espacio personal ni de control de volumen, ni tampoco el hecho de que nadie quiere oír sus especulaciones interminables sobre magia a las nueve de la mañana. Es recién cuando Chanyeol lo codea por accidente durante una de sus descripciones particularmente vívidas que Jongin le lanza una mirada de fastidio.

-Necesitas cerrar la boca.

Chanyeol se queda inmóvil, con un brazo congelado en mitad del aire y la boca abierta cómicamente antes de fruncir el ceño.

-Qué, ¿no crees en las habilidades sobrenaturales?

Lo único que Jongin quiere es volver a dormir, regresar a los confines de sus brazos cruzados y su sudadera negra. Tal vez sea por la somnolencia o porque no ha tomado su café matutino. Tal vez por el hecho de que una pequeña parte de Jongin quiere que alguien le crea, aunque sea el compañero demente que no parece poseer un filtro cerebro-boca funcional. El remolino de quizás girando en su mente lo enloquece pero no le impide sorprenderse cuando las siguientes palabras escapan de su boca. Le toma un par de segundos el darse cuenta de que las sílabas suspendidas en el aire le pertenecen a él.

-Claro que creo, sé cuándo se van a morir las personas.

El estudiante a su izquierda ríe y otros pocos agregan un esa es buena. Los hombros tensos de Jongin se relajan y un decepcionado suspiro de aire caliente escapa de su boca. Ha aprendido que cuando uno empieza a esperar cosas de la gente, gente que tiene el poder de herirte, la decepción está destinada a seguirle. Un lapsus momentáneo en su juicio, deduce. Eso fue lo que pasó. En su contrariado regreso a dormir, se perdió la mirada impactada en el rostro de Chanyeol.

Luego de clases, cuando todos están saliendo del aula y lo único que a Jongin le preocupa es la rapidez con la que podrá volver a su dormitorio, donde lo espera la comodidad de sus sábanas tibias y una mullida almohada, se encuentra siendo llevado aparte por el muchacho alto y desgarbado. Frunce el entrecejo porque esto le va a quitar tiempo de su siesta antes de la siguiente clase, pero Chanyeol lo está mirando con demasiada seriedad y los cabellos de su nuca se levantan.

-No estabas bromeando, ¿no es así?

Jongin cierra la quijada y su expresión se enturbia.

-No sé de qué hablas.

-Todo cobra sentido -insiste Chanyeol-. Jamás miras a las personas... Bueno, digo, sí lo haces, pero es como si siempre estuvieras viéndolos por encima y a veces incluso pareciera que puedes mirar a través de ellos, pero nunca en realidad los ves.

Chanyeol se concentra en él con tanta intensidad que comienza a sentirse incómodo. No hay rastro del chico alocado al que Jongin está acostumbrado y le resulta complicado asociar ambas personalidades a algo que tenga sentido. Encuentra hilarante que la primera persona en creerle sea un extraño demente en vez de sus propios padres; la mirada de confusión en el semblante de su madre aún permanece fresca en su mente de la vez en que expresó su descubrimiento en voz alta.

Había decidido que lo mejor sería guardarse para sí su habilidad, pero ahora el imaginar que alguien más lo sepa le resulta tentador. El secreto le clava sus garras desde adentro y Jongin se siente exhausto en un sentido totalmente distinto. Es un tipo de cansancio que no desaparece, sin importar cuántas horas duerma la noche anterior.

Jongin estudia indeciso a Chanyeol.

-¿Cómo te llamas?

-Park Chanyeol.

Asiente más para sí que para alguien más y se voltea para marcharse. Chanyeol corre hacia él, sorprendido.

-¡Espera, no me has dicho si estoy en lo correcto! -grita.

Jongin continúa caminando y se coloca la sudadera por encima de su cabeza, por las dudas, mientras que Chanyeol intenta ir a la par de sus veloces zancadas. Le lanza al más alto una mirada sesgada y sus labios se levantan ligeramente de un lado. Es una sonrisita pero no tiene nada de amigable, no tiene siquiera un dejo de condescendencia, sólo sombras y amargura.

Jongin señala a una chica al azar que camina por el patio.

-Sesenta y tres.

Chanyeol frunce el ceño, incapaz de entender lo que el otro quiere decir.

-¿Qué...?

Jongin gesticula hacia el muchacho bebiendo una taza de café en el césped.

-Sesenta.

Y la lista de números continúa con cada extraño que se cruzan.

-Sesenta y cinco.

-Setenta.

-Setenta y dos.

No es hasta el sigiuente comentario de Jongin que Chanyeol finalmente comprende lo que ocurre.

-Y a ella sólo le quedan cincuenta y cinco años, me pregunto por qué.

El miedo le inunda el estómago. El modo en que Jongin habla parece tan frío y desafecto, como si no estuviera hablando de personas con vidas, como si no fuesen más que números. Jongin separa los labios para pronunciar otro número cuando Chanyeol nota exactamente a quién está señalando esa vez. Es Baekhyun atravesando el patio, el mismo Baekhyun de su clase de matemáticas del que Chanyeol ha estado enamorado desde siempre, y su mano se dispara para cubrirle a Jongin la boca antes de que pueda decir nada más.

-De acuerdo -ruega-, entiendo. No mentías.

Jongin lo observa inexpresivo, alzando un brazo para quitar la mano del más alto. Se reacomoda la chaqueta antes de girar y alejarse caminando, como si no acabara de destrozarle a Chanyeol su percepción de la realidad.

Hasta este día, Chanyeol no puede olvidar la mirada de completa apatía en el rostro de Jongin.

Jongin ha tomado muchas malas decisiones en su vida. Hacerse amigo de Chanyeol en vez de huir fue la primera; mudarse con Chanyeol tras irse del dormitorio y vivir con él durante dos años fue la segunda; y ahora, aceptar ir con él a clase de Historia de la Música es la tercera.

Será divertido, le dijo.

El material es interesante, le dijo.

Excepto que a Chanyeol se le olvidó mencionar que la clase es a las siete y media de la mañana, un horario en el que él debería encontrarse durmiendo y no pensando ni funcionando ni haciendo nada que involucre remotamente la interacción humana. De todos modos se ve arrastrado fuera de su cama y empujado hacia el aire helado, subido al autobús y guiado todo el camino hasta la sala de clases, a pesar de sus varias y certeras patadas propinadas a la ingle de su mejor amigo.

-Más vale que esto valga la pena -farfulla mientras se acurruca en su suéter. Chanyeol rebota sobre las pelotas de sus pies con emoción.

-Créeme, la valdrá.

Tras quince minutos de clase Jongin se da cuenta de que es bueno que no confíe en Chanyeol, porque el profesor suena como una llama sofocada y Jongin tiene un aburrimiento de muerte. Ni siquiera puede dormir como normalmente hace ya que el aula es relativamente pequeña, al contrario del salón de clases más grande que tiene capacidad para cientos de estudiantes, y seguramente lo atraparán si comienza a dormitar. Chanyeol insistió en que se sentaran al frente.

Jongin sopesa la idea de que todo aquello no sea más que un elaborado plan para vengarse de él por haberse comido el último postre, cuando su visión periférica capta algo inusual. Parpadea unas pocas veces y se frota los ojos con confusión, preguntándose si estará viendo cosas, pero tras unos minutos de intensa observación está seguro de que no.

-¿Quién es ese de la primera fila? -susurra, golpeando con sus nudillos las costillas de Chanyeol.

-¿Quién?

-El chico de cabello corto y ojos grandes.

Chanyeol se asoma por el pasillo y mira hacia donde Jongin gesticula.

-¿Kyungsoo?

El otro no responde; tiene las manos entrelazadas y el mentón posado sobre sus dedos. Chanyeol observa al rostro de Jongin tornándose más sombrío y se estremece involuntariamente en su asiento. Ha visto esa mirada las veces suficientes para saber que Jongin está viendo algo que no quiere ver, que la persona a su lado ya no es su mejor amigo, el que le da almohadazos y habla con fluidez el sarcasmo. Este es el otro lado de Jongin, el lado que Chanyeol vio el primer día que se conocieron y la misma persona perturbadoramente serena y cínica que se revela al azar.

-¿Está enfermo? -murmura Jongin, con los ojos fijos encima de la cabeza de Kyungsoo.

-No que yo sepa.

-Ya veo.

Pero Chanyeol no ve y sabe que se arrepentirá de preguntar, pero lo hace de todos modos:

-¿Qué ocurre?

Jongin finalmente aparta la vista de Kyungsoo para mirar al muchacho alto; tiene una expresión curiosa pero distante, y Chanyeol la detesta porque esa sonrisa lúgubre hace que Jongin parezca mucho más viejo de lo que es. Luce casi cruel, como si en su mundo la gente no fuera más que sujetos de prueba insignificantes.

-Hay dos ceros adonde deberían estar sus años.

Jongin va a clases de Historia de la Música todos los días después de eso, y por más que Chanyeol quiera detenerlo, no puede. Observa impotente cómo Jongin se abre paso hacia la vida de Kyungsoo: sentándose junto al muchacho tímido, un leve roce de manos por un bolígrafo caído, una sonrisa taimada cuando le pide compartir libros incluso cuando Jongin ni está inscripto en la clase. No sabe con certeza lo que esté planeando pero imagina que no se trata de nada bueno.

Chanyeol ni siquiera se sorprende cuando un día Jongin pasa junto a él en dirección a Kyungsoo con una sonrisita cautivadora; es la personificación de la confianza envuelta en una capa de cuero y tensión sexual. Observa el intercambio con preocupación pero se ve forzado a salir al pasillo cuando Jongin le hace señas para que se vaya, es un gesto que no deja lugar a discusiones.

Duda por unos segundos porque nada acerca de esto está bien, Kyungsoo está siendo utilizado por vaya a saber qué motivo y debería intervenir. Excepto que el entrometerse en el camino de Jongin cuando éste ya ha tomado una decisión es como una sentencia de muerte esperando a ser ejecutada. Chaneyol suspira y toma nota mentalmente para hablar con él más tarde. Es sólo cuando Chanyeol ya no está que Jongin vuelve a colocarse la máscara.

-¿Tienes que hacer algo luego?

Kyungsoo levanta la mirada, sobresaltado.

-¿Yo?

Jongin deja escapar una risita, no hay nadie más en el aula a quien pueda estar dirigiéndose excepto por Kyungsoo, pero le sigue la corriente y asiente. Todo comenzó inocentemente. Jongin tenía curiosidad, curiosidad por el muchacho sin años restantes, curiosidad acerca del por qué incluso sabiendo ya el cuándo. Se da cuenta de que no ha estado jugando limpio cuando un ligero rubor tiñe las mejillas de Kyungsoo tras su invitación, pero Jongin ya está demasiado metido en su necesidad de desarmar a Kyungsoo como un rompecabezas, el rompecabezas más fascinante con el que se ha topado en toda su vida.

-¿Tengo que ir al hospital un par de horas? -balbucea Kyungsoo, sin intención de que saliera como una pregunta.

Jongin frunce el entrecejo. Así que una enfermedad terminal sí podría ser la respuesta de aquel gran misterio. Ese pensamiento lo decepciona porque es demasiado anticlimático. Cree que Kyungsoo luce bastante saludable, pero las apariencias pueden ser engañosas.

-¿Te encuentras bien?

Kyungsoo permanece allí, desconcertado, hasta que comprende lo que Jongin implica. Agita con frenesí las manos frente a él mientras niega con la cabeza.

-Oh, no, no estoy enfermo. -Gesticula ampliamente. -Soy practicante allí.

Jongin se mete las manos a los bolsillos, tachando «enfermedad» de su lista, y se topa con un callejón sin salida.

-Lamento haberte molestado entonces, supongo que te veré…

-¿Quieres acompañarme?

Jongin luce impactado mientras que el rostro del otro se torna lentamente más colorado; sus mofletes se pintan de un seductor tono rojo rubí contrastante con la usual palidez de su piel.

-Sólo si quieres -agrega-. O sea, no tienes que venir, tal vez no tengas ganas, podría ser aburrido, quizás no deberías…

-Iré.

La cabeza de Kyungsoo se alza.

-¿Irás? Digo, oh de acuerdo, claro que lo harás, o tal vez no, por supuesto, pero irás y…

Sus palabras terminan volviéndose un embrollo de divagaciones avergonzadas e inquietud; está hecho un lío de palmas sudorosas y latidos incesantes.

-Dejaré de hablar ahora -gimotea.

Jongin sonríe y una pequeña alarma al fondo de su cabeza se dispara porque no la está fingiendo: el sutil tirón de labios encima de sus dientes perlados es genuino. Ignora las campanas de advertencia y sigue a Kyungsoo con la excusa de que será una oportunidad para aprender más acerca de aquella bomba de tiempo andante; que luego de que su curiosidad quede satisfecha podrá irse y volver a vivir su vida. Jongin acompaña al más bajo mientras completa sus rondas de hospital, descubriendo que Kyungsoo aspira a convertirse en un santo.

Es pasante en el hospital todos los miércoles, voluntario en el refugio de indigentes del centro los jueves y les lee cuentos a los niños en la biblioteca pública durante una hora los viernes. Do Kyungsoo es la imagen perfecta de la bondad y el altruismo, de todo lo que Jongin bufa y se ríe porque aprendió que el tiempo no se detiene ni para la persona más benevolente. Es todo un gran chiste del que Jongin ya no se ríe.

No se ríe cuando Kyungsoo se gira hacia él con una sonrisa radiante y los ojos con forma de lunas crecientes.

No se ríe cuando Kyungsoo lo lleva junto a la cama de su paciente favorita. Tiene leucemia y no le queda mucho tiempo, pero es un ángel.

Jongin definitivamente no se ríe cuando le susurra palabras vacías de aliento a la niñita terriblemente frágil, notando irónicamente que no es ella por la que debería preocuparse ya que al muchacho de sonrisas melosas y mejillas sonrojadas le queda todavía menos tiempo.

Chanyeol ingresa al apartamento y casi se tropieza con los zapatos tirados así sin más frente a la entrada. Suelta una exhalación irritada ya que es la quinta vez esa semana que Jongin pierde milagrosamente todo sentido de la decencia, olvidándose que Chanyeol es un desastre propenso a accidentes esperando a darse.

-¡Eh, Kim Jongin! ¿Cuántas veces debo decirte…?

Kyungsoo está sentado a la mesa de la cocina, sujetando una taza de té con ojos ensanchados ante la súbita aparición de Chanyeol. Éste se queda inmóvil por la sorpresa.

-Tú no eres Jongin.

-Gracias por tus maravillosas dotes de observación -comenta dicho hombre secamente mientras sale de su cuarto con una pila de libros en mano. Se sienta junto a Kyungsoo, corre su silla tan cerca de él como puede y le dedica una sonrisa acogedora-. Ignora al lunático.

Cualquier respuesta mordaz muere en su boca y Chanyeol se queda enmudecido por un instante, pero se recupera velozmente y se dirige hacia el sofá para encender el televisor. Pasa distraídamente los canales, incapaz de concentrarse en las imágenes bailoteandoo en la pantalla porque su mente está enfocada en los dos chicos sentados a unos metros de distancia. Pasa una hora; Chanyeol mira a Jongin con irritación y Jongin está inmerso en susurros suaves, cambios de página y la respiración regular de Kyungsoo. Cuando éste se pone de pie para irse, lo acompaña hasta la salida como quien no quiere la cosa. Pero cuando regresa a la sala de estar, la exasperación de Chanyeol ha crecido hasta volverse ira.

-¿Qué crees que haces?

-Estudio. -Jongin se encoge de hombros, despreocupado.

-Y una mierda -gruñe Chanyeol, marchando hasta donde está Jongin y agarrándolo por el collar de su camiseta-. Esto no es un juego. No puedes simplemente jugar con las emociones de las personas de esta manera. Sobre todo con las de alguien a quien le queda menos de un año de vida. -El agarre de Chanyeol se afloja y él se aparta. -Has hecho cosas jodidas antes, pero esta ya es el colmo.

-¿Quién dijo que esto era un juego?

-Jongin, por favor.

-Escucha, prometo que no lo lastimaré, ¿de acuerdo? -Jongin lo mira a los ojos, la expresión en su rostro es ilegible pero Chanyeol puede sentir a la tormenta desarrollándose tras la fachada.

Y por primera vez cae en la cuenta de que Jongin tampoco tiene idea de lo que está haciendo, que está igual de confundido que él. Kyungsoo está abriéndole un agujero en su pared de indiferencia y Chanyeol empieza a pensar que quizás no sea él quien que termine herido. La curiosidad se convierte en interés y rápidamente se desliza cuesta abajo por el afecto. Se pregunta cuán lejos habrá caído Jongin desde su precipicio original porque, si esto fuese un juego, en algún punto Jongin dejó de leer el manual de instrucciones. Las reglas ya no importan.

Jongin va a perder. Kyungsoo va a perder. Todos van a perder.

Es un juego que no tiene ganadores.

-¿Qué comes?

-¿Arroz frito? -farfulla Jongin con la boca repleta de comida y la cuchara aún dentro. Kyungsoo arruga la nariz, disgustado.

-Eso no se ve como arroz frito. Parecen todos tus restos de comida vomitados dentro de una caja. -Se inclina un poco, vacilante, y toma algo que sobresale de la fría masa de arroz. -¿Es eso un ala de pollo?

-El arroz frito no tiene que ser mágico -defiende Jongin, apartando su caja de las manos entrometidas de Kyungsoo-. Tan solo le echas algunas cosas y las mezclas.

-Eso es asqueroso.

-Deja de juzgarme, soy un estudiante pobre. Como si tú pudieras hacer algo mejor.

-¿Es eso un desafío?

Jongin lo observa con cautela, sin saber cómo interpretar su ceja arqueada y su pilla sonrisa. Resulta que la expresión traviesa en el rostro de Kyungsoo se traduce en la cocina de Jongin siendo tomada como rehén un sábado por la tarde; sus alacenas fueron saqueadas y sus cacerolas y sartenes sucias se encuentran en las hornallas.

-Entonces, ¿prepararás unos fideos? -interroga Jongin, con la mitad de su cuerpo tirado en el sofá y la otra mitad colgando del apoyabrazos mientras observa divertido a Kyungsoo.

-No, te voy a preparar lo mejor que hayas probado jamás -musita él porque sólo está prestándole atención a medias, al estar ocupado sacando cosas de bolsas de plástico y haciendo malabares con los ingredientes, llevándolos de la mesa a la encimera. Jongin se bufa y pone los ojos en blanco.

-Sólo es kimchi de fideos.

Kyungsoo lanza una espátula en dirección a él y sonríe con satisfacción cuando lo golpea directo en la frente.

-No lo critiques hasta que lo hayas probado.

Jongin procede a enfurruñarse en un rincón, frotándose adonde fue golpeado y quejándose cada pocos segundos. Kyungsoo lo ignora. Está en constante movimiento, hirviendo una olla de agua por aquí, revisando la temperatura por allá, alineando las botellas de condimentos en la mesada como su ejército personal de sabor y maravilla. Jongin no puede evitar pensar que aquella imagen es demasiado doméstica y su estómago se retuerce con incertidumbre. La sensación no es desagradable, sólo diferente; completamente desconocida para el Kim Jongin del pasado.

Kyungsoo abre el refrigerador y chasquea la lengua en señal de desaprobación por lo que encuentra dentro, preguntándose cómo habrán conseguido Jongin y Chanyeol mantenerse vivos durante tanto tiempo considerando que la mayoría de su heladera está compuesta de envases de pudín y cajas de comida china para llevar.

-Tu leche está por caducar. -Kyungsoo la lanza por encima de su hombro al ver la fecha en el cartón.

La sonrisa se desvanece del rostro de Jongin y el otro alza la vista cuando la sarta de protestas sarcásticas y mordaces de pronto se detiene. Hay una mirada distante en sus ojos y Kyungsoo no sabe qué significa, todo lo que sabe es que no le gusta.

-¿Jongin?

-¿Te has puesto alguna vez a pensar en las fechas de expiración? -La voz de Jongin adquiere un tono frío y aterrador. -Una vez que las conoces, no puedes dejar de pensar en ellas. La leche está a punto de expirar así que debería terminármela antes de la fecha. El pan está por ponerse malo, tendría que comer más.

Mira hacia Kyungsoo excepto que no hay contacto visual. Kyungsoo está asustado: Jongin está viéndolo pero no realmente, está mirando encima de él, y no es algo tan inusual pero siente que esta vez sí, que esos pocos centímetros marcan una diferencia.

-¿Jongin? -vuelve a susurrar.

Pero no obtiene respuesta. Lo invade la peculiar sensación de que ya no es de leche de lo que están hablando.

-Déjame ver si entiendo: ¿si pudieras hacer cualquier cosa ahora elegirías ganarte un animal de peluche de una máquina para atrapar muñecos? -Jongin resopla. -No sabía que eras una adolescente.

Kyungsoo se sonroja, indignado.

-Jamás pude ganarme uno de niño y siempre quise hacerlo. Es un trauma infantil así que callate.

Jongin lo observa incrédulo, pasándose una mano por el cabello, y luego alza un dedo para que el otro lo espere y desaparece hacia su habitación. Cuando regresa, tiene un tarro lleno de monedas sueltas en una mano y con la otra sujeta a Kyungsoo de la muñeca, tras lo cual se lo lleva por la puerta.

-Espera, ¿adónde vamos? -Kyungsoo trastabilla al intentar colocarse debidamente los zapatos.

-A obtener tu estúpido animal de peluche.

Cuando llegan al arcade en la zona céntrica, Kyungsoo sigue bastante desorientado, su zapato izquierdo continúa desatado y piensa que Jongin está loco. Es empujado de modo poco gentil hacia una máquina de peluches desocupada.

-Elige un muñeco.

-Jongin, no tienes que…

-Elige uno.

Kyungsoo se mueve con inquietud y observa a través del cristal hasta que sus ojos se posan en un tierno gato negro; le recuerda extrañamente al muchacho más alto junto a él.

-¿Ese? -pide dubitativo.

-De acuerdo, ahora muévete y deja al maestro hacer su trabajo.

Resulta que el maestro es un bueno para nada. Kyungsoo observa conteniendo la risa cómo Jongin falla una y otra vez, deteniéndose sólo cuando este último le lanza algunas miradas furiosas para calmarlo porque le está arruinando la concentración.

-Creo que deberías moverlo un poco más hacia la izquierda.

-A mí me parece que así está bien -rezonga Jongin con la lengua asomando de la comisura de su boca.

Presiona el botón para que descienda la garra y da un pisotón de frustración cuando falla por un centímetro.

-Debiste haberla movido hacia la izquierda -canturrea Kyungsoo.

Jongin fulmina con la vista el frasco vacío en su mano, el mismo que había estado lleno de monedas hasta hacía solo una hora. Y ahora lo único que tiene es un montón de cambio faltante y nada en su lugar. El gato negro le sonríe de forma burlona desde arriba de su pila de amigos peludos, una evidencia pública del fracaso de Jongin. La mirada de Kyungsoo se suaviza.

-Está bien, ¿sabes? De todas formas me divertí.

-La máquina es un fraude.

Kyungsoo le palmea el hombro con compasión.

Caminan juntos a casa; Jongin muy abatido y Kyungsoo haciendo su mejor esfuerzo por animarlo. Jongin está tan distraído que no nota al otro acercándose para entrelazar sus dedos. Ni siquiera se da cuenta de que están tomados de la mano hasta que llegan a su apartamento y Kyungsoo se despide agitando la mano. Jongin contempla la suya, todavía tibia, y consigue de alguna forma devolverle el saludo.

A la mañana siguiente Kyungsoo se despierta con un golpeteo en su puerta, pero cuando la abre no hay nadie afuera. En su lugar, un gato negro de peluche muy familiar descansa sobre su felpudo de entrada. No tiene ninguna nota adherida pero no le hace falta para saber de quién proviene. Una sonrisa deslumbrante se le extiende por el rostro mientras se agacha para recogerlo.

Escondido a la vuelta de la esquina, Jongin sonríe.

Jongin se alegra por Chanyeol, no lo malinterpreten, pero la muestra pública de afecto teniendo lugar frente a él le hace querer arrancarse los ojos.

-Muchachos, sigo aquí.

»Muchachos.

»Muchachos.

Toma una manzana y se la arroja a Chanyeol, quien finalmente se separa de Baekhyun lo suficiente para prestarle atención a Jongin.

-Ustedes dos me enferman. -Jongin luce absolutamente asqueado mientras se levanta para servirse otro vaso de agua. Tal vez si beba la suficiente pueda evacuar la repugnancia de su sistema.

Todo lo que Chanyeol hace es poner un puchero cuando Baekhyun le da un codazo para soltarse de él riendo brevemente y se voltea hacia Jongin con una sonrisa.

-Así que, ¿Kyungsoo y tú?

Jongin se congela con el vaso a medio camino de su boca.

-¿Qué?

-Nada -declara Baekhyun-. Los vi a ambos en el arcade el otro día, me pareció tierno. Hacen una buena pareja. Y sé que estoy un par de meses adelantado, pero deberías invitarlo a la fiesta de Navidad que daré…

Es interrumpido por el sonido del vidrio despedazándose. Los ojos de Jongin están en llamas y su respiración agitada; los trozos hechos añicos del vaso que estaba sujetando están esparcidos por el fregadero. Mira con ira a Baekhyun, y la brutalidad de su mirada hace que el muchacho se acobarde por la sorpresa.

-Cállate.

Sale hecho una furia, con la mano todavía sangrando por los cortes que le produjeron en su palma los fragmentos de vidrio, pero no le importa. Tan solo necesita irse, necesita salir y alejarse de los pensamientos en su cabeza, alejarse de la pesadilla turbulenta de números rojos. Chanyeol calma a su novio alterado y va en busca de Jongin.

-¡Oye! -exclama al darle alcance mientras camina con vigor por la calle tenuemente iluminada. Le pone una mano sobre el hombro para voltearlo-. ¿Estás bien?

Jongin deja salir una risa amarga.

-¿Bien? Qué pregunta tan cómica.

-Escucha, comprendo…

-¡No, no comprendes! -brama Jongin con furia y resentimiento-. No sabes lo que es conocer gente y ser capaz de ver cómo las malas decisiones que toman los impactan de maneras que no puedes cambiar. No entiendes cómo me siento cada vez que veo a alguien tomar una pésima decisión de vida que les cuesta semanas, a veces incluso meses, y no puedo decir nada porque ¿quién me creería?

Jongin se pasea con nerviosismo como un animal rabioso y está más que irritado, los años de hostilidad y aislamiento escapan de su piel simultáneamente.

-Así que no me digas que me comprendes porque no comprendes nada. Puedo ver el cuándo, pero jamás sabré el cómo o el por qué o el qué, y me está matando porque Kyungsoo…

Le comienza a faltar el aire, sus pulmones se niegan a darle lo que necesita y su corazón se revoluciona. Las luces titilantes de la calle lo bañan en un siniestro tono de ansiedad teñida de amarillo, y Jongin quiere caer y colapsar para no tener que ver a nadie nunca más. Chanyeol observa a su mejor amigo desmoronarse frente a él y lo único que es capaz de hacer es sostenerlo mientras se deshace.

Es recién mucho más tarde, cuando los sollozos erráticos de Jongin se calman hasta ser una respiración entrecortada, que Chanyeol vuelve a hablar.

-Explotaste cuando Baekhyun mencionó la fiesta de Navidad. -Titubea cuando Jongin se paraliza en sus brazos. -¿Cuánto tiempo le queda a Kyungsoo, exactamente? ¿Ni siquiera hasta entonces?

Jongin se aparta de Chanyeol con un empujón y se pone de pie, tambaleante. No contesta a la pregunta. Sus labios se aprietan en una fina línea y camina hacia la noche, perdiéndose en el fresco aire y el silencio sofocante.

Chanyeol lo observa irse con ojos tristes.

-¿Jongin? -pregunta sorprendido Kyungsoo hacia la figura negra encapuchada cuando abre la puerta a las tres de la mañana.

-Toma una chaqueta y dame las llaves de tu auto.

-Jongin, ¿qué ocu…?

-Sólo hazlo, por favor -ruega. Su voz se quiebra en la última sílaba y Kyungsoo se traga el nudo en su garganta al notar que los ojos del otro están rojos, como si hubiese estado llorando.

Corre hasta su habitación, abre el armario para agarrar la primera chaqueta que encuentre y toma del escritorio las llaves de su auto. Va con pisadas suaves hasta la puerta, donde Jongin se encuentra apoyado contra el marco, y le ofrece las llaves. Él sonríe con tristeza y le toma una mano, lo jala hacia el pasillo y cierra la puerta del apartamento tras de sí. Kyungsoo lo sigue sin pronunciar palabra, permitiéndose contemplar las facciones solemnes del rostro de Jongin cuando ambos se encuentran en el auto con el cinturón puesto y volando por las calles.

Conducen durante horas, el auto es un borrón oscuro contra el igualmente plomizo cielo. Motas de luz decoran la vasta extensión encima de ellos mientras serpentean por riscos, entran y salen de túneles y se alejan de la ciudad. Cuando el auto finalmente se detiene y Kyungsoo abre la puerta, lo asalta el sonido de las olas rompiendo.

El océano.

Sigue a Jongin, y se quita las sandalias cuando ve al otro tirar a un costado sus zapatillas y calcetines. Jongin camina hasta alcanzar la línea entre la arena y el agua rugiente, dejándose caer de espaldas y cerrando los ojos conforme le permite al viento envolverlo. Kyungsoo se sienta a su lado con una risita. Son casi las seis de la mañana y están en la costa desierta de una playa, es tanto una locura como algo espontáneo y emocionante. Sus manos se entierran en la arena húmeda y se echa junto a Jongin hasta que están pegados lado a lado. La calidez de Jongin impregna a Kyungsoo.

-Me gusta este sitio.

Kyungsoo gira la cabeza, presionando una mejilla contra la arena áspera para mirar a Jongin, quien murmura con los ojos todavía cerrados:

-Todo es tan ruidoso y abrumador que no puedes ni escuchar tus pensamientos. No pensemos, sólo existamos.

Abre los párpados y contempla a Kyungsoo, bebiéndose sus rasgos como un sediento. Jongin simplemente lo observa, observa y observa, y en el rostro de Kyungsoo se dibuja una sonrisa amplia. Jongin se fuerza a olvidar y mantiene la vista fija en los labios del otro para no sentirse tentado de mirar unos pocos centímetros por encima de él, hacia el recordatorio constante de que el mundo es extremadamente cruel.

Y entonces se aproxima. Su primer beso sabe a fresco aire oceánico, recuerdos agridulces y sal, aunque si es la sal del agua que los baña o de las lágrimas silenciosas de Jongin, jamás lo sabrá. Incluso tras sus párpados cerrados puede ver el resplandor débil del rojo acechador. Cuando se separan, Kyungsoo está sumamente radiante y Jongin lo vuelve a besar por la desesperación, como si la unión de sus labios pudiera mantenerlo allí con él un segundo más, un minuto más o una hora o lo que sea que el tiempo tenga para ofrecer.

A su alrededor las olas se disuelven en espuma, una gaviota deja salir un alarido estridente y el sol comienza a salir.

Otro día se escurre por entre sus dedos.

Parte 2 »

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