no rompas el ritmo | latin hetalia | argentina/chile
en el cual martín baila. y manuel escribe todo lo que ve.
i.
Manuel es un pobre poeta. Atormentado porque sus palabras no fluyen, no toman el ritmo que intenta poner y en su máquina de escribir, que es destartalada y vieja, tan vieja que ya casi no hace su sonido y la letra 'e' parece perder tinta, todo suena sin vida, lo frena y aunque su color sea claro, como una luz que quiere apagarse, Manuel se siente atrapado entre los espacios de las teclas, aplastado por sus dedos que lo llevan a ninguna parte. Se queda quieto, con las muñecas sobre el borde del escritorio y escuchando la lluvia caer sobre una Buenos Aires bohemia, un poco antigua y moderna. Hay tranvías, hay bandoneones saliendo de todas las casas y cada café en una esquina tiene al menos dos o tres escritores discutiendo sobre el arte. Es una ciudad viva, que transpira y muere en el arte, melancólica, gris y a su vez llena de color, de gente. Y Manuel se vuelve a perder.
La música cambia con la queja del tocadiscos, el jazz sonando sobre la cabeza de Manuel. Él sonríe, moviendo los pies y las teclas sólo siguen la música, siguen la voz ronca y gastada, esa voz llena de tabaco y alcohol. Crea un nuevo poema, las letras siguen tropezándose y amontonándose contra una pared invisible.
Manuel arruga el papel en una pelota que cae en el suelo.
ii.
Manuel está borracho. Lo sabe porque el suelo le da vueltas y el vaso en su mano tintinea por sus movimientos bruscos, el líquido ámbar derramándose en su mano. Lo sabe porque tiene la garganta seca de tanto gritar y de tanto fumar. Porque no ve nada, no escucha nada y todo le da risa, y le rabia y vuelve a reírse, se siente flotar y con ganas de romper todo: una silla, una mesa, la cara de un hombre y la suya propia contra un espejo. Una voz le dice que es un borracho algo triste y destructivo; Manuel responde con un puñetazo.
Y en el bar donde todo era alegría, era la milonga y los bailarines sacaban a las mujeres a bailar, y voces eran murmullos y risas, y escándalo, ahora es un mar de golpes e insultos, gritos algo histéricos y Manuel contra una mesa, mareado y confundido. Y sintiéndose un poco perdido, más que perdido en sí.
Sintiéndose patético.
iii.
Despierta desorientado y mareado. Manuel siente algo horrible subir por la garganta y dejar el gusto en su lengua, algo ácido y desagradable. Alguien toca tambores; similar a una marcha militar desfilando en su cabeza. Está en una cama con las sábanas ásperas, con el olor a tabaco y a noche. Y la luz del sol le da completamente en la cara. Manuel odia darse cuenta que está vivo todavía.
Se sienta en la cama, no tiene los zapatos y sus pies están desnudos, el pantalón tiene manchas que no está seguro si quiere saber de qué son y la camisa desabotonada unos cuatro botones. Manuel se huele y tiene el olor a alcohol impregnado en su piel. Hace una mueca por lo nauseabundo que se siente y pasa sus manos por su cabello húmedo.
Y entonces la puerta se abre, revelando a un muchacho de ojos verdes de mirada confundida frente a Manuel. Aunque no tan confundido como él, pasmado y desorientado.
iv.
Martín tiene veinte, es argentino y tiene el cabello rubio, ojos verdes y sonrisa enorme, pero no tan grandes como sus manos o como sus pasos de baile. Manuel sabe su historia, que fue recogido casi por lástima porque estaba delirando en el alcohol en el suelo y una mesa caída sosteniéndole la espalda. Aún le da un poco de vergüenza reconocer que llegó a ese estado por su patetismo pero a Martín no le importa, porque se ríe cada vez que se acuerda y pone tango para llenar su pequeño cuarto lleno de ropa, de trajes y revistas literarias viejas. Manuel no las hojea por vergüenza, recordando el rechazo que lo llevó a esto en primer lugar.
Martín sonríe y le cuenta cosas, cuenta historias sobre su trabajo como bailarín de tango y entre sus diálogos canta las canciones con sentimiento, deslizando las palabras por su lengua con tanta dulzura como la miel. Manuel sonríe con fuerza, fingiendo no imaginarse cómo sería escuchar la voz de Martín leyendo su poema.
v.
Manuel vuelve a su cuarto en el conventillo, las cosas están ahí todavía al igual que su máquina de escribir, roída por su antigüedad llena de grietas e historias vacías, con teclados casi desvanecidos por tantas manos diferentes. Manuel recuerda el cuarto de Martín, el aroma del mate, el tango siempre en el tocadiscos, los puros, los zapatos en el suelo y su sonrisa gigante.
Toca el aparato como una caricia, sentándose con un montoncito de hojas blancas y algo amarillentas. Manuel cierra los ojos, piensa en Martín. Lo ve como una pintura; joven, atractivo, sujetando con sus brazos el cuerpo de una mujer delgada. Avergonzado de sí mismo y porque sabe que el mundo en su cabeza solo pertenece ahí, en sí mismo, cambia ligeramente la pintura frente a él. Y ya no es una mujer, es él mismo, en un traje de tango y la boca de Martín rozándole el cuello.
vi.
Manuel siempre se consideró un estúpido, es por eso que viajó hasta Buenos Aires en primer lugar y también por mandar sus poemas, y por crear esa pared imaginaria que lo lleva a ningún lado y- Manuel está en frente del mismo bar, viendo por la ventana los movimientos de la gente y le gustó imaginarse que, por ahí, podría observar la cabeza de Martín, asomándose por encima de las otras. No podía entrar al lugar, tenía prohibida la entrada luego del desastre que causó.
Empieza a llover una vez más en Buenos Aires, Manuel se esconde debajo de un toldo y se abraza a sí mismo preguntándose por cuánto tiempo más podría seguir jugando ese papel. Cerró los ojos y entonces sintió un golpecito en su hombro.
Era Martín.
vii.
La primera vez que se besan, es una locura. Porque son hombres, porque se siente tan prohibido que da gusto. Porque la boca de Martín es suave, tiene gusto a tabaco y al alcohol, al mate y es algo amargo, pero Manuel cree que tiene todo sentido porque Martín parece un tango. Es misterioso, es hermoso y Manuel hunde sus dedos en su cabello, levantando las piernas para abrazar fuerte su cuerpo y empieza a frotarse con desesperación, con torpeza porque se siente como un adolescente perdido.
Manuel lo siente en todas partes, dentro. Siente promesas de algo que solo puede durar una noche, de un poema que se completa y se olvida en las profundidades de su subconsciente. Manuel hunde sus dedos en el cabello de Martín, con la luna sobre sus cuerpos bañándolos y las calles de Buenos Aires dormitando. Lo ve dormir, con el cuerpo tibio y algo pegajoso, con los labios entreabiertos y una expresión de calma.
viii.
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.
ix.
Manuel no vuelve, solo desaparece. Deja una vela encendida sobre su escritorio, al ladito de los poemas con palabras tartamudas y paredes más altas que una montaña.
Mira la flama mecerse, consumiéndose.
x.
Los tranvías siempre están llenos de gente. Manuel camina por Buenos Aires, escucha sus campanas y se sonríe. Unos autos pausan como rebotando sobre la calle y ahí se ríe, espantando un par de palomas. Esconde sus manos en los bolsillos, agachando la cabeza y pasando frente a una librería, Manuel decide entrar.
Se lleva un ejemplar viejo de una revista con un cuento de Borges que no había leído.
xi.
-¡Tus poemas son increíbles!
-Manuel, deberías vendérselos a una orquesta de tango. Si vos querés, puedo cantarlos.
-Qué bárbaro que te rechazaran, Manuel.
Manuel siente que hay un peso sobre sus hombros. Pero sonríe porque es patético, porque siempre se dijo a sí mismo que era un loco desgraciado, un tonto sin suerte y deja que estas personas digan lo que quieran, que hagan los que se le cante en gana con sus poemas. Son solo palabras, cuentos vacíos, tartamudeos sin sentido.
La orquesta es fácil, la voz es sublime pero esos no son sus poemas. No son su vida, Manuel entiende cerrando los ojos.
xii.
Martín entra de nuevo en su vida como una tormenta, luciendo tan guapo como siempre y con su sonrisa brillante. Pero Martín no lo ve porque está escondido entre la multitud y él está solo ahí, con una muchacha bajita y de cabello oscuro, los dos bailando con la música y sus palabras, sus poemas, los guían. Martín lo cuenta con su cuerpo, guiando a las palabras con sus pasos y la historia ya deja de ser ajena y pasa a ser suya, una extremidad de su cuerpo; como un brazo, o una pierna.
Manuel escribe todo lo que ve.
xiii.
Manuel tiene veintidós, es un poeta algo frustrado y vende sus escritos a una orquesta de tango que se encarga de cantarlos por él. Un grupo de bailarines acompañan su pieza, la hacen más completa escuchó una vez. Pero Manuel no lo siente completa, porque no hay nada para rellenar. Son solo miles y miles de palabras, historias comunes, algo tristes y solas. Manuel tiene veintidós, fue rechazado por una revista literaria y conoció a Martín una noche en que el alcohol borró la cordura. Se encontraron un par de veces, se besaron otras más.
Manuel tiene veintidós y la vida un poco gastada, un poco resignada como su máquina de escribir. Las palabras borradas por el paso del tiempo, la tinta seca por el uso continuo.
Manuel tiene la mano de Martín sobre la suya.
xiv.
-Te encontré -Martín dice entre besos, sobre su boca y en su mentón-. Te encontré, te encontré. No te vayas más, no me dejés así.
-Martín, no podemos...
-¿De qué me estás hablando? -Martín lo recuesta en la cama, besa su pecho y Manuel se estremece hasta en los huesos, sintiendo el calor por todas partes y es todo otra vez, una vez más como una ruleta rusa y Manuel se muerde los labios-. Ya lo estamos.
-No hagas esto más difícil, Martín -las palabras de Manuel suenan como a suplica, pero se hunde igual porque Martín está sobre su cuerpo y se siente bien, y tiene los labios en sus piernas, y el aliento contra su estómago y es un mar de manos, un mar de cuerpos, un mar de sensaciones y palabras, y poemas y es un baile.
Martín está bailando con él.
-Quedate por siempre.
-Martín…
-Quedate por siempre.
Manuel cierra los ojos.
Y las palabras solo fluyen.