El signo de los cuatro- Capítulo Uno

Aug 03, 2012 01:01

Fandom: Sherlock BBC
Rating: K+
Temas: Amistad/ Misterio

El signo de los cuatro

Capítulo 1

BLOG PERSONAL DEL DR. WATSON



Ya he dejado constancia, en múltiples ocasiones, de lo brillante y vivaz que es mi amigo Sherlock Holmes… cuanto trabaja en uno de sus casos. Entonces es todo un espectáculo: puede resistir varios días sin apenas comer ni dormir, y todo él vibra de excitación, como un perro de caza persiguiendo su presa. Sin embargo, cuando no tiene un caso interesante, su despliegue de energía se viene abajo, pasa los días alternando la cama y el sofá, los ojos sin brillo y un humor imposible.

Eran los primeros días de agosto, y llevábamos una semana sin ningún caso. Como os podéis imaginar, el calor unido a la inacción convertían a Sherlock en un compañero de piso insoportable. Por las noches, normalmente me hartaba de oírle gritar a la tele y me iba al pub de la esquina. Esa noche, cuando volví, Sherlock todavía estaba despierto, tocando el violín furiosamente, y eso que eran ya las dos de la madrugada. Pensé en decirle que dejara el violín, pero cambié de idea: uno no vive casi dos años con Sherlock Holmes sin aprender a tener siempre a mano unos tapones para los oídos.

Cuando bajé a ducharme por la mañana, Sherlock seguía tocando el violín. ¿Se había pasado la noche despierto sin tener ningún caso? Ese hombre no dejaba de sorprenderme. Me duché y preparé té y tostadas para los dos. Y cuando estaba untando SUS tostadas de mantequilla y mermelada, entonces lo vi. Sí había un caso en la casa después de todo.

Entré en la sala de estar como un terremoto.

-¡Sherlock!- grité.

Mi compañero de piso seguía tocando una rápida giga, con los ojos cerrados, inmerso en la música y golpeando el suelo con un pie marcando el ritmo. La señora Hudson no tardaría en subir a quejarse por el ruido, para empeorar las cosas.

-¡Sher- lock!- insistí.

Abrió un ojo y entonces me vio.

-John.

-Sherlock. Buenos días. Y ahora explícame qué hace una bolsa de cocaína encima de la mesa de la cocina.

Enarcó una ceja, bajando el violín.

-Usa tu imaginación- me dijo-. ¿Qué crees que hace ahí? Evidentemente, me ayuda a soportar estos negros días hasta que consigamos algo en lo que ocuparnos.

-¡Pero Sherlock! ¡La señora Hudson puede subir en cualquier momento! ¿Y si viene Lestrade a hacerte una consulta y se encuentra eso ahí?

-Mmmm… En eso tienes razón, John… Debería guardarla en un lugar más discreto.

-¡No, no es eso! ¡No deberías guardarla en absoluto! Como médico, te podría explicar los efectos que esa porquería puede provocar en tu cerebro, aunque supongo que ya te has informado. Pensaba que tu mente era tu mayor tesoro, ¿por qué estás dispuesto a arriesgarte a destrozarla?

Me volví a la cocina a buscar el desayuno. Me quedé mirando la bolsita de polvo blanco. Mi primer impulso fue vaciar el contenido en el fregadero, pero al final cogí la bolsa y me la guardé en el bolsillo del pantalón. Llevé la bandeja del desayuno a la mesa de la sala de estar. Sherlock tenía hambre o se sentía culpable y quería complacerme, porque se sentó a la mesa a desayunar sin decir nada. Suspiró, eso sí.

-Sigo enfadado- le dije-, por si te interesa, así que déjate de suspiros. Ya he oído antes tu explicación de lo aburrido y agobiado que estás cuando no tienes casos, que sientes cómo se te pudre el cerebro y blablabla.

Sherlock me miró con los ojos entrecerrados, molesto. Le acababa de fastidiar media hora de quejas y lamentos en voz alta, ¡con lo que a él le gustan! Pero, de verdad, se me estaba acabando la paciencia, y debía darse cuenta porque se quedó callado. Lo de la cocaína había sido la gota que colmaba el vaso.

-En cuanto acabes de desayunar, te duchas, te vistes y nos vamos a dar un paseo por el parque.

-¿En serio, John?- bufó Sherlock-.¿Un paseo por el parque? Qué romántico…

Carraspeé, seguro de que mis mejillas se acababan de volver de un rojo encendido.

-Vale, sustituye el parque por Scotland Yard, ¿te parece? Nos pasamos por allí, saludamos a Lestrade y a ver si tiene algún caso antiguo al que le puedas echar un ojo. ¡Oh, venga, pon de tu parte, será entretenido, al menos!

Sherlock abrió la boca para contestar, pero en ese momento sonó el timbre del portal. Ambos nos quedamos inmóviles, escuchando, y aunque yo no pude distinguir ni una palabra de la conversación entre el visitante y la señora Hudson, Sherlock se levantó sonriendo de la mesa, tirando la servilleta sobre la bandeja.

-¡Un cliente! ¡Sí! ¡Ya era hora!

Y, efectivamente, a continuación sonaron unos pasos por la escalera y unos nudillos llamaron a nuestra puerta. Sherlock se arregló las solapas de la camisa, se alisó el pantalón y se sentó en su sillón, exclamando:

-¡Adelante!

Abrió la puerta una mujer preciosa, rubia, menuda, con unos ojazos azules, inocentes. Le calculé veintiocho años, quizá alguno más. Me levanté de la mesa como empujado por un resorte.

-¿El señor Sherlock Holmes?

-Yo mismo- respondió mi amigo-, siéntese, por favor.

La chica cerró la puerta a su espalda, se acercó y se sentó en el sillón que le indicaba Sherlock (“el sillón de las visitas”). Vista de cerca, pude ver que una línea vertical marcaba su entrecejo de forma permanente; estaba claro que lo que la traía hasta nuestro piso era una preocupación que llevaba tiempo en su vida. Iba vestida con una falda recta de color caqui y una camisa blanca sin mangas, y se aferraba con fuerza a su bolso, que había dejado encima de la falda.

-¿Le apetece un té?- pregunté.

Ella negó con la cabeza.

-Usted dirá- animó Sherlock, con desgana, disimulando su ansiedad.

Pero la mujer seguía pareciendo preocupada e incómoda. Miró a su alrededor, y luego a Sherlock. Yo miré también en torno nuestro. La sala de esta no estaba tan mal, comparado con otras veces. La mesa estaba llena de papeles, apartados de cualquier manera cuando coloqué la bandeja del desayuno. Al lado del sofá había varias cajas de copias de informes policiales, sobres de muestras de tejidos y de tierras. La mesa del ordenador era un caos de papeles, y podía ver desde donde estaba sentado varias marcas de tazas sobre los documentos. Pero no había ropa tirada, el suelo estaba barrido, y la horrible mesa de la cocina no se podía ver desde aquí. Aun así, estaba claro que no habíamos impresionado a nuestra cliente.

-Me llamo… Mary Morstan. Una amiga me recomendó su blog, y he leído varios de sus casos. Supongo que usted es el doctor Watson, ¿verdad?- me preguntó-. El que escribe el blog.

-John. Por favor, trátame de tú-. Le dirigí mi sonrisa más encantadora, la que utilizo cuando le digo a alguien que no le va a doler la vacuna.

-¿Puede… demostrarme que todo lo que aparece en el blog no es una exageración?- preguntó ahora a Sherlock-. ¿De verdad es tan bueno? Es que necesito a alguien de confianza, y no estoy segura de que usted sea la persona que…

Sherlock la detuvo con un gesto de la mano. La había estado observando con atención desde que entró por la puerta, plenamente centrado en ella. Yo sabía lo que venía ahora, y maldije para mi pensando que, seguramente, la chica se ofendería y se iría por donde había venido.

-Permítame, señorita Morstan. Trabaja usted como profesora de Primaria. No hace muchos años que ejerce, o trabaja a media jornada, porque su salario es bastante escaso. Está soltera y no tiene hijos. Tampoco tiene novio ni ninguna relación amorosa ahora mismo… Vive con su madre en Camdem. Lleva tiempo preocupada por algo, diría que relacionado con su madre… Pero ha recibido una noticia que ha hecho que pase de estar preocupada a estar sumamente nerviosa.

La señorita Morstan se echó hacia atrás en el sillón con una expresión de triunfo.

-¡No vivo con mi madre! Ella vive en Richmond.

-Mmmm…-. Sherlock no parecía muy contrariado-. ¿Cuánto tiempo hace que se ha independizado?

Mary bajó la cabeza y se estudió las manos. Su respuesta fue casi inaudible:

-Dos meses.

Decidí renovar mi oferta de té. Cualquiera que tuviera que lidiar con Sherlock necesitaba un té.

-Voy a hacer más té, señorita Morstan. Seguro que le apetece uno, ¿verdad?

-Sí, por favor. Muchas gracias. Está bien… seguramente voy a arrepentirme de preguntar, pero ¿cómo sabía todas esas cosas? No puede haberme investigado, no sabía que iba a venir.

Se avecinaba tormenta. Recogí la bandeja del desayuno y la llevé a la cocina. Desde allí, mientras preparaba otra tetera, escuché la explicación de Sherlock, veloz como un rayo.

-Estamos en verano, pero su bolso aun está manchado de tiza… y el fondo está muy gastado. Así que solo tiene un bolso, está claro que su sueldo de profesora no le deja ningún excedente para gastar en caprichos… La forma de sus caderas delata que no ha sido madre, no lleva anillo de casada, pero está claro que no tiene ninguna relación ni busca activamente ninguna por el estado de su corte de pelo y su falta de maquillaje.

-¡No hace falta ser grosero, señor Holmes!

“!Ya está, maldito sea Sherlock y su falta de tacto!”, pensé. Pero Sherlock seguía:

-¿Cómo sé que vive en Camdem? Por el olor de su jabón de tocador, señorita Morstan, es un olor muy particular que solo he olido una vez en mi vida, en una tiendecita de Camdem que elabora jabones artesanales. No es una tienda muy popular y está bastante apartada del tráfico, así que supuse que si la conoce es porque vive cerca. ¿Y cómo sé que vive con su madre? Por ese pelo canoso que tiene ahí, sobre su hombro: la raíz es rubia, pero no del mismo tono que el suyo, y además no veo que usted tenga ninguna cana todavía. Seguramente ha caído ahí cuando su madre la ha abrazado esta mañana… Y la ha abrazado porque usted está preocupada por ella, aunque su lenguaje corporal habla de nerviosismo, de desconfianza, y de que está ansiosa por enseñarme algo que lleva en su bolso… ¿Me equivoco?

Decidí que era justo el momento de volver a la sala con el té y unas galletas. Coloqué la bandeja en una mesita auxiliar, justo entre Sherlock y una boquiabierta Mary. Me arrellané en mi sillón, sonriendo. Enseguida se recuperó y rebuscó en su bolso. Sacó un ejemplar del Sunday Telegraph y un sobre y los colocó sobre la mesita auxiliar.

-Antes de que vea lo que quiero enseñarle, señor Holmes, déjeme que le ponga en antecedentes. Mi padre nos abandonó cuando yo tenía cinco años. Siempre tuve la esperanza de que algún día volvería, pero mi madre no quería ni oír hablar del tema, decía que seguramente ya debía tener otra familia. Nunca me ha explicado exactamente qué pasó entre ellos, pero sigue muy enfadada con él. Mi padre nunca ha vuelto a llamar, ni a escribir, pero hace seis años recibí esto-. Mary sacó del bolso una cajita de cartón plastificado, levantó el cierre y sacó de dentro una piedra preciosa de gran tamaño, de color rosado. Se la pasó a Sherlock, quien la observó con interés y se la devolvió-. La llevé a tasar a un joyero, y es un topacio imperial auténtico; cada uno costará unas quinientas libras, y hasta ahora me han enviado seis, uno cada año, en la misma fecha que el primero-. Mary nos enseñó los seis topacios en su caja y la dejó sobre la mesa de café, junto al sobre y al periódico. Nos miró, a uno y a otro, abatida-. Yo siempre tuve la esperanza de que era mi padre el que me enviaba las piedras. Siempre pensé que un día recibiría una piedra junto con una carta suya, explicándome por qué ha desaparecido todos estos años, dónde ha estado, qué ha hecho… Tuve que ocultárselas a mi madre, se pone furiosa cada vez que me oye nombrar siquiera a mi padre. A principios de verano me independicé, y empecé a darle vueltas a la idea de buscar a mi padre. Así que el domingo pasado publiqué este anuncio en el Telegraph-. Abrió el periódico por la sección de anuncios clasificados y nos leyó el suyo-: “Se ruega a cualquiera que tenga noticias de Joseph Morstan que se ponga en contacto con su hija”. Solo una persona llamó al Telegraph para pedir mis datos, y esta mañana he recibido este email- siguió, alargándonos una impresión de un mensaje en gmail-: “Tengo noticias importantes sobre su padre. Es de vital importancia que nos veamos esta misma noche y le explique todo lo referente a este feo asunto. Acuda a las diez de la noche a la siguiente dirección”. Como ve, me cita en un callejón de Whitechapel. La verdad es que todo esto me huele muy mal, no sé qué puede ser ese “feo asunto” al que se refiere, o por qué no me lo cuenta por email, o en un lugar público.

Sherlock había estado escuchando atentamente, con las manos enlazadas bajo la barbilla, y en este momento preguntó:

-Supongo que usted desea que la acompañemos a la cita de esta noche.

Mary sonrió, aliviada.

-Pues sí, señor Holmes. Ya sé que usted no es un guardaespaldas, pero la verdad es que no sabía a quién acudir. Además, todo este asunto de mi padre cada vez me suena peor. Mi madre no suelta prenda; yo siempre supuse que, sencillamente, papá se enamoró de otra mujer y nos dejó por ella. Pero ahora… ya no sé qué pensar.

-¿Este sobre contenía uno de los topacios?- preguntó Sherlock, acercándoselo para observarlo de cerca.

-Sí, es el sobre en el que vino la piedra de este año. Tengo guardados los sobres de los años anteriores, pero son exactamente iguales: la misma letra, el mismo matasellos.

-Diecisiete de mayo, oficina de Correos de Oxford Street. ¿La fecha tiene algún significado para usted?

-No.

-La letra de los sobres… ¿Es posible compararla con alguna muestra de la letra de su padre?

-Desgraciadamente, no. Mi madre quemó todos los papeles de mi padre. Créame que busqué a fondo, pero no ha quedado nada.

-Mmmm… De todas formas, esta noche tráigame todos los sobres, para compararlos.

Mary sonrió más abiertamente esta vez.

-Entonces, ¿acepta?

-¡Desde luego! Mi colega y yo la acompañaremos a su misteriosa cita y, con un poco de suerte, esta noche no solo la devolveremos sana y salva a su casa, sino que, además, volverá con ese desagradable enigma solucionado para siempre. Pásenos a buscar en taxi a las nueve en punto, por favor.

La joven se levantó, satisfecha, y volvió a guardar los topacios y el periódico. Sherlock conservaba el sobre en la mano, y no hizo además de devolvérselo, así que Mary se despidió y se marchó.

Mi amigo parecía realmente complacido. Se fue enseguida a la cocina con el sobre, supuse que para someterlo a un escrutinio exhaustivo. Desde allí me llegó su voz:

-¡John! Casi me olvido, ya puedes deshacerte de eso que llevas en el bolsillo del pantalón, no voy a necesitarlo más.

fanfiction, signo de los cuatro, español, sherlock

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