Semper Fidelis, capítulo dos

May 20, 2012 22:12

¡Empieza la acción! ;)

SEMPER FIDELIS

Capítulo 2



John hizo todo lo que pudo para permanecer completamente silencioso e inmóvil; Anthea estaba usando uno de esos pequeños lápices de maquillaje para ajustar la forma de sus cejas, una pequeña alteración que producía un cambio importante en su apariencia. No sería suficiente para engañar, digamos, a Sherlock o a Mycroft, pero evitaría que la gente le reconociera al primer vistazo.

Todavía no habían visto su cara en la televisión, pero era mejor no arriesgarse.

Anthea había aparcado el coche en un punto muerto de las cámaras de vigilancia urbanas (por lo visto, conocía la localización de cada cámara y de cada punto muerto de la ciudad, lo que hubiera sorprendido a John de no tratarse de ella), y ahora estaban apretujados con torpeza en el asiento trasero mientras Anthea se esforzaba en hacer que John estuviera irreconocible.

Anthea dejó sus cejas para hacer… algo… a sus mejillas. Le dijo que iba a hacer parecer sus pómulos más altos y finos, otro pequeño cambio que alteraría bastante su rostro. Como nunca había tenido que trabajar encubierto, John iba a tener que confiar en su experiencia.

Se dio cuenta de que Anthea estaba cerrando su maletín de maquillaje.

-Hecho- susurró.

John asintió, tratando de no frotarse la cara.

-¿Y ahora, adónde?- preguntó cuando volvieron a los asientos delanteros.

-Todo el mundo espera que dejemos el país- señaló Anthea-. Así que es exactamente lo que no haremos. Estoy segura de que cada aeropuerto, ferry y estación de tren tendrá copias de nuestras fotos mañana a más tardar, así que iremos a lo seguro y evitaremos el transporte público tanto como podamos. Oh, y tendremos que hacer algo con este coche…

-¿Qué tal cambiar las placas de matrícula?- sugirió John-. Harry y yo lo hicimos una vez cuando éramos pequeños.

-¿…Robasteis un coche y cambiasteis las matrículas?

-¿Qué? ¡No!- farfulló John-. Teníamos un vecino con un coche casi idéntico al nuestro, y una noche Harry mencionó que las placas de matrícula eran la única cosa que ayudaba a distinguirlos, así que decidimos… comprobarlo.

Harry sabía conducir ya, así que cambiaron los coches de los garajes y pusieron a cada uno la matrícula del otro. Sus padres tardaron tres días en darse cuenta.

-Tendremos que encontrar un coche que se parezca a este, al menos por encima…-murmuró Anthea-. Levantaría sospechas si conducimos algo con una placa registrada a un vehículo totalmente diferente. Mycroft me ha dado un día de ventaja, así que si hay algo que tengamos que comprar, tenemos que hacerlo ahora.

El estómago de John se contrajo de forma incómoda ante la mención de Mycroft. Pensar en Mycroft inevitablemente le llevaba a pensar en Sherlock, en la última vez que John le había visto. Cuando Sherlock simplemente se giró y se fue, como si él no fuese ni siquiera un puntito en un radar, como si John no fuese nada para él.

Por lo visto Mycroft le había dado a Anthea un día de ventaja… Sherlock ni siquiera había hecho eso.

John se había preguntado qué estaba pasando exactamente entre Sherlock y él. Después de todo, Sherlock nunca había parecido del tipo romántico, y si solo hubiera querido sexo, seguramente había mejores opciones que John. No había osado esperar que Sherlock estuviese enamorado de él… y parecía que su miedo estaba justificado. Sherlock apreciaba a John, pero de la misma manera en que la gente aprecia su microondas o su batidora: era conveniente y útil, pero llegado el caso Sherlock podía pasar sin él con bastante facilidad.

-Tenemos que permanecer fuera de las calles más transitadas- continuó Anthea, sacando a John de sus deprimentes pensamientos-. Tratar de evitar las cámaras de vigilancia urbana en Londres es bastante imposible, pero lo intentaremos. Y necesito comprar algunas cosas.

-¿Qué clase de cosas?- preguntó John, con sincera curiosidad.

-Pelucas, maquillaje, lo necesitaremos para disfrazarnos, y para cambiar de disfraz cuando lo necesitemos.

-Bien- asintió John, tratando de ignorar el temor asentado en su estómago.

Había estado en la guerra, pero esto, esto era muy diferente. Y, en realidad, mucho más enervante. Entendía el combate, tu vida dependía de tus reflejos, de tu entrenamiento y de tus propias habilidades. Pero con esto, tu vida dependía de tu destreza al camuflarte y engañar, de tu habilidad para anticiparte a la estrategia de tu oponente… y John no estaba muy seguro de que estuviese preparado para la tarea.

La única vez que Sherlock le había convencido para jugar al ajedrez, el otro le había arrasado, y John iba dejar de pensar en Sherlock ya.

-¿Qué bazas tenemos?- dijo abruptamente.

Anthea le echó una mirada confundida con el rabillo del ojo, quizá oyendo la desesperación en su voz, pero para alivio de John, no discutió.

-Este coche, por ejemplo- empezó ella-. Aunque tendremos que abandonarlo en algún momento del futuro. Conseguí recoger algunas cosas de mi casa antes de salir, así que tengo mucha ropa diferente para cambiarme. Tengo una Glock M26 con 10 balas, aunque es solo para autodefensa y nunca he tenido que usarla. Llevo mi maletín de maquillaje, un kit de costura, algunas herramientas de cerrajero, un mechero y una de esas herramientas multiuso. Un equipo básico para alterar pasaportes…

-¿Qué?

-Equipo básico para alterar pasaportes -repitió Anthea, ligeramente frustrada- . Con algunas identificaciones en blanco para que podamos meter nuestras fotos, por supuesto.

-Por supuesto- repitió John, sintiéndose peligrosamente lejos de su terreno.

-Y también tengo un aparato de seguimiento por GPS en el que estaba trabajando.

-Perdona, ¿en el que estabas trabajando?

-Necesitábamos un aparato de seguimiento para monitorizar a nuestros… sus… agentes- dijo al fin Anthea, y John no tuvo ninguna duda de que ese “sus” se refería a Mycroft-. Estaba trabajando en un GPS de plástico y cerámica que pudiese implantarse en el cuerpo. No sé si será de mucha utilidad para nosotros, pero podría ser muy valioso si, por alguna razón, nos vemos forzados a separarnos. Los alambres y herramientas que estaba usando serán más útiles, en caso de que tengamos que desmantelar un ordenador o algo así.

-¿Eso es algo que esperas que pase?

-Nunca se sabe- dijo Anthea-. También tengo esto.

Señaló levemente a sus piernas, y John se dio cuenta de que la Blackberry que Anthea había usado durante su primer encuentro estaba en su regazo.

-Espera un momento, ¿no me dijiste que tirara mi teléfono para que no rastrearan el GPS?- preguntó John.

Antes de que Anthea alterase su cara, ella le había hecho deshacerse de su teléfono. John lo había tirado a una papelera con una punzada de pena. Harry se lo había regalado, y aunque solo lo había hecho para librarse de él, en ese momento había parecido importante. Además, al deshacerse de su teléfono, estaba abandonando su vida anterior y reafirmando su existencia como fugitivo.

-No es una Blackberry normal y corriente- explicó Anthea, un poco despectiva, como si prefiriera caer muerta antes de que la pillaran con una Blackberry ordinaria-. Entre otras… características extra, es ilocalizable. ¿Has comprobado tu bolsa?

-Er, no mucho- dijo John, dándose cuenta de que simplemente había tirado la bolsa a sus pies y no le había echado ni un vistazo.

Se agachó con torpeza y abrió la cremallera, pestañeando por la sorpresa cuando encontró su pistola y tres paquetes de balas encima de su ropa. También había uno de esos cinturones con monedero que, cuando John lo abrió, resultó contener cerca de mil libras.

-Oh, el dinero no es problema- dijo Anthea cuando se dio cuenta de lo alucinado que parecía John mirando el dinero-. Yo llevo varias decenas de miles.

John decidió que no quería saber cómo había conseguido obtener el dinero tan rápido. Los encuentros con Mycroft y Anthea siempre le dejaban preocupado por el hecho de que el concepto de Gran Hermano parecía más cerca de la realidad de lo que nadie sospechaba.

*          *          *

Anthea nunca había abrigado demasiadas esperanzas de encontrar un coche completamente idéntico, y al final no se sorprendió por tener que aceptar uno que era solo vagamente similar. Montó guardia ( y bloqueó la señal de la cámara de vigilancia urbana) mientras John usaba su herramienta multiusos para desatornillar la placa de matrícula.

Deseó inútilmente poder bloquear todas las cámaras que se cruzaran en su camino, pero un rastro de cámaras de vigilancia manipuladas era como ir dejando señales de neón detallando sus movimientos.

-Si pudiéramos conseguir pintura en una ferretería, podríamos alterarla incluso más- murmuró John mientras fijaba el último tornillo-. Este tres podría convertirse con facilidad en un ocho, y podríamos cambiar la  J por una I.

-Más tarde- fue todo lo que dijo Anthea-. Todavía tenemos que retirar el coche, encontrar otro…

-Pero robar uno llamaría demasiado la atención- señaló John-. E incluso si compramos uno, ¿no recordaría cualquiera a alguien que paga en metálico por un coche?

-No si comprobamos los anuncios clasificados del periódico y compramos uno barato de segunda mano.

-Oh, buena idea-. John le dio la última vuelta al tornillo y se levantó-. Muy bien, creo que ya está. ¿Ahora adónde?

Anthea se las había arreglado para conseguir varios accesorios para disfrazarse antes de encontrar el coche, lo que significaba que no necesitaban nada más de Londres. Quedarse en la ciudad (con sus omnipresentes cámaras de vigilancia y la presencia inminente de los Holmes) solo los estorbaría.

Excepto que necesitaban descubrir qué había pasado, y por qué sus respectivas parejas habían llegado a convencerse ante pruebas falsas. Anthea no sabía por dónde empezar a descifrar lo que concernía a John, pero pensaba que ella sí tenía una pista.

Había echado un rápido vistazo a las fotografías del despacho de Mycroft antes de que  la echara y esas fotos casi seguro las había tomado alguien de su escolta de seguridad. No es que fuera una pista sólida, pero había un miembro relativamente nuevo (como todo su personal de seguridad, se le conocía solo por un número, Número 5), al que parecía disgustarle ella, sin motivo aparente. No era algo fuera de lo común, ya que la gente solía considerar a Mycroft casi como un dios, y a algunas personas no les sentaba bien que ella fuera la prueba viviente de que era humano. Pero al menos tenía por dónde empezar.

Excepto que no tenía ni idea de dónde podía estar Número 5. Habrían reasignado a su escolta, y quizá en este momento ya estaba repartida por todo el mundo.

Pero afortunadamente, había otra opción, un hombre conocido como Spencer, que de vez en cuando la ayudaba en la organización básica de la vida diaria de Mycroft.

Anthea normalmente solo acudía a Spencer cuando estaba ocupada ajustando el último aparato, pero incluso así tenía algo de acceso a los movimientos de Mycroft. Lo que significaba que Spencer tendría idea de quién podía recibir suficiente información detallada sobre Mycroft como para tenderle una trampa. Era cierto que él tendía su propia escolta de seguridad asignada, pero contaba con la ventaja de 24 horas de Mycroft.

De todas formas, tenían que disfrazarse primero, así que Anthea buscó otro punto muerto de las cámaras de vigilancia urbanas para poder hacerlo. Cuando salieron, Anthea era una mujer rubia de veintitantos y John un hombre canoso con gafas en el ocaso de su vida. John incluso fingió, complaciente, la joroba y el paso tembloroso de alguien en las últimas etapas de la osteoporosis.

-Bueno, ¿cuál es nuestra historia?- preguntó John mientras Anthea conducía hacia la posición de Spencer.

-Tú eres Eugene Carter, mi abuelo, militar retirado desde hace diez años.

John se rió un poco, y Anthea se encogió de hombros.

-Los engaños más fáciles de mantener son aquellos que tienen parte de verdad. Yo soy Jenny Lowell, técnica informática, y mi madre es tu única hija.

-Eugene Carter, Jenny Lowell- repitió John-. Vale.

-No te preocupes mucho por eso. Tengo la impresión de que tendremos que descartar estas identidades en cuanto veamos a Spencer- murmuró Anthea, deteniendo el coche.

No iba a aparcar justo delante de una casa fuertemente vigilada; si las cosas se ponían mal, querría un vehículo de huída que no estuviese cosido a balazos.

-Bueno, ¿manos a la obra, entonces?- preguntó John, sonando un poco demasiado alegre.

-Manos a la obra- confirmó ella.

Se acercaron a la casa beige de aspecto inocente. La pistola de Anthea estaba en su bolso (para lo que le iba a servir), y sabía que la de John estaba metida en la cinturilla de sus pantalones. Hizo una nota mental para que Mycroft le consiguiera a John una pistolera camuflada, antes de recordar que no podía hacer eso, su conexión con Mycroft se había cortado.

Su garganta se cerró por un momento, antes de que se obligara a ahogar sus emociones. No podía permitirse una distracción, no ahora, necesitaba estar al acecho por si había  guardaespaldas discretamente ocultos.

Pero no parecía que hubiera ninguno. Comprobó todos los lugares más comunes, pero no vislumbró ni siquiera un brillo de prismáticos, y desde luego ninguna cara ni silueta.

-¿Qué es lo que va mal?- preguntó John, tan bajito que tuvo dificultades para oírle.

Un poco sorprendida de que él se hubiera dado cuenta de su tensión, Anthea, hizo un esfuerzo consciente por relajarse.

-No veo ningún centinela. Lo que significa que han mejorado muchísimo en el último día, o…

-O que nos estamos adentrando en una trampa- terminó John-. Así que… ¿seguimos adelante o huimos?

Todavía estaban andando al mismo paso en que habían empezado a caminar. Incluso si era una trampa, no había ninguna razón para dejarles saber que John y Anthea estaban en guardia.

Anthea consideró la posibilidad de escapar. Pero incluso si se giraban y se iban, ¿entonces qué? Si querían hablar con Spencer tenía que ser ahora, antes de que su periodo de gracia acabase. La otra opción llevaría días de investigación, con todo el poder de la organización de Mycroft tras su pista. Esta era la única oportunidad que tenía tomar ventaja en el juego, y no podían permitirse desperdiciarla.

-Sigue andando- contestó ella, en voz baja.

La puerta estaba cerrada, pero no con llave. Con más recelo que nunca, Anthea la empujó para abrirla.

El vestíbulo parecía desierto, pero Anthea sabía demasiado para fiarse de esa impresión. Aun así la casa parecía demasiado tranquila, y no pudo evitar meter la mano en su bolso y ponerla en torno a su pistola. Una mirada rápida detrás suyo le confirmó que la pistola de John también estaba preparada y a la vista.

A lo lejos se oían sirenas de policía, y aunque sabía que probablemente no tenían nada que ver con ellos, el sonido hizo que su ansiedad subiese otro grado.

Anthea miró hacia abajo y se detuvo. Alargó la mano para coger a John por la muñeca. Los músculos bajo sus dedos se tensaron por la sorpresa cuando John se dio cuenta de lo que ella había visto.

Era difícil de ver a causa del color violeta  de la moqueta, pero ahí había una marca oscura, un rastro de color óxido tan ancho como la palma de la mano de Anthea que empezaba en medio del vestíbulo, subía por las escaleras y se curvaba desapareciendo tras la esquina. Anthea no era ninguna experta en estas cosas, pero tenía la fuerte sospecha de que era sangre.

La reacción más sensata hubiera sido abandonar la casa lo antes posible. Pero Anthea no se movió; esta era su mejor oportunidad, y no la iba a dejar escapársele de las manos. Después de todo, solo habían visto un rastro de sangre, así que era posible que Spencer todavía estuviera vivo.

John pasó delante de ella, y Anthea le dejó. Si iban a meterse en problemas, probablemente era mejor tener al militar al frente.

Así que dejó que John se deslizara hacia delante, pegándose a las paredes a medida que subía las escaleras, antes de girar la esquina, apuntando con su pistola al mismo tiempo. Pero no hubo una explosión de disparos, solo pudo oír al doctor susurrando una maldición entre dientes.

Cuando Anthea giró la esquina pudo ver por qué. Lo que aparentemente servía de sala de estar ahora podría describirse, con más acierto, como un matadero: ocho cuerpos yacían en la alfombra sobre charcos de sangre coagulada.

John se estaba moviendo entre ellos, tomándoles el pulso, girándolos para comprobar las heridas. La mayoría habían caído víctimas de heridas de bala, algunas en el corazón, otras en la cabeza, pero a uno le habían rebanado el cuello con algún tipo de cuchillo, y otro parecía haber sido estrangulado.

Anthea solo reconoció a dos de ellos: Número 5 y Spencer.

Durante un breve y perplejo momento se preguntó por qué Número 5 había sido asignado a la escolta de seguridad de Spencer.

-Juzgando por tu expresión, asumo que la persona que necesitábamos ver está entre los cadáveres- dijo John, levantándose después de comprobar el último cuerpo.

Las puntas de sus dedos índice y corazón estaban empapados en sangre tras comprobar los pulsos, y Anthea vio como intentaba limpiárselos en su chaqueta, recordando demasiado tarde que no tenía forma de lavarla, y buscando entonces otra cosa. Pañuelos, o alguna tela húmeda, se preguntaba dónde estaría el baño.

¿Era solo su imaginación, o las sirenas se oían más fuerte?

Se le ocurrió de repente que John y ella parecían estar solos en una casa en la que acababa de tener lugar una masacre, y que la policía se estaba acercando. Se parecía demasiado a una trampa.

-John, las sirenas…

-Las oigo- murmuró John, que ahora estaba cogiendo las armas de los cadáveres.

Anthea se arriesgó a echar una ojeada a través de las pesadas cortinas. Sí, un coche de la policía estaba aparcando fuera. Esto era definitivamente una trampa, ¿pero quién la había preparado? Y, ¿era para ellos, o se había montado para otra persona?

La salida hacia su coche estaba bloqueada, así que el plan de Anthea (todavía en forma embrionaria), era salir por detrás antes de que la casa fuera rodeada. Pero mientras miraba, solo dos policías salieron del coche, y ninguno de ellos llevaba pistola.

Obviamente, nadie había avisado del asesinato. Era probable que un “vecino preocupado” hubiese telefoneado a causa de un disturbio o algo por el estilo… pero, ¿por qué? ¿Hacía dónde apuntaba todo esto?

-Anthea, creo que tenemos un problema por aquí- dijo John sombríamente.

Estaba en el extremo opuesto de la enorme sala de estar, que ocupaba la primera planta de la casa, y había abierto las cortinas, dejando pequeñas manchas de sangre de sus dedos en la tela.

Anthea se unió a él, y sintió que su corazón se aceleraba cuando vio las figuras  deslizándose sobre la verja trasera, una a una. No eran policías, lo supo al instante. Era por sus ropas, todas casuales, informales, sin nada que pareciera un uniforme, pero más que eso por su comportamiento, la forma en que bordeaban la verja furtivamente en lugar de arrastrarse hacia la puerta, el hecho de que no llevasen radios, sino que hablasen entre si con susurros… estos no eran de la policía, ni del Servicio Secreto, ni de nada por el estilo.

Entonces, en un relámpago de revelación, Anthea lo entendió.

-Esa gente no es de la policía- siseó a John.

-Ya me lo figuraba- dijo John tranquilamente.

Se estaba cerrando la trampa, pero ¿qué tipo de trampa? ¿Por qué habían llamado a la escena del crimen a dos policías si al menos seis de los suyos estaban a punto de llegar?

-¿Esbirros de Moriarty? - preguntó John.

-Vamos a asumir que es eso- dijo Anthea. Entonces, explicándose tan rápidamente como pudo-: Van a matar a los policías, y estoy segura de que van a montarlo de tal manera que parezca que nosotros hemos matado a todo el mundo aquí y también a los policías.

-¡Mierda!

John ignoraba bastante sobre la vida a este lado de la ley, pero Anthea estaba segura de que él sabía el fervor con el que la policía iba tras los “asesinos de polis”.

Estaban encerrados, tanto por delante como por detrás. De una forma o de otra, iban a tener que luchar por salir de esta. Y, francamente, Anthea no era buena en este tipo de situaciones, ya que con su… anterior jefe, nunca hubo necesidad de ponerse en situación de combate.

-Quédate aquí y vigila- le ordenó John, moviéndose rápidamente escaleras abajo (pero sin correr, ya que eso crearía demasiado ruido)-. Grita si parece que están entrando en la casa; voy a cerrar las puertas, eso nos dará unos minutos más.

Anthea dedicó un momento a observar el progreso de las seis personas acercándose desde la parte de atrás, todavía furtivas y cuidadosas, no alcanzarían la casa al menos durante dos minutos a esa velocidad. Entonces corrió a la ventana opuesta para mirar hacia la calle y ver cómo le iba a los policías.

Para su sorpresa, caminaron directamente hacia la puerta y llamaron. Podía oír la puerta abriéndose, podía oírles avanzar dudosos… ¿John no había podido alcanzar la puerta delantera a tiempo?

Anthea se movió en silencio hasta el filo de las escaleras, sujetando la pistola con ambas manos.

Así que vio perfectamente como John se acercaba a los policías, con las manos en alto en la pose tradicional de rendición.

-Gracias a Dios que estáis aquí- dijo, y ella notó que tenía cuidado en mantener su voz baja mientras se acercaba a ellos.

-¿Cuál es el problema, señor?- preguntó el que parecía más veterano.

John nunca contestó. Lanzó las dos manos a por sus walkie-talkies, arrancándolos de sus chalecos y arrojándolos al suelo. Entonces giró un brazo hacia arriba y golpeó al veterano en la garganta, y bajó para lanzar un puño cerrado hacia su plexo solar.

El hombre se derrumbó, haciendo débiles sonidos de asfixia, y Anthea creyó oír a John murmurar  “lo siento, lo siento” mientras interceptaba el intento del hombre más joven de sacar la pistola Taser que llevaba en el cinturón. John le arrancó el taser y lo tiró fuera de su alcance, bloqueando el puñetazo que el policía intentó improvisar. Mientras sujetaba la muñeca del hombre, John usó el brazo como palanca para hacer girar al policía delante de él y colocarle su propio brazo alrededor del cuello.

-Escucha, no quiero matarte- pudo oírle ella-. Si no luchas, te dejaré fuera de combate. Pero si te resistes… bueno, trataré de no hacerte daño, pero no puedo prometer nada…

Anthea quería gritarle. Quizá ella no entendía mucho acerca de la lucha cuerpo a cuerpo, pero sabía que no se le daba a tu oponente ese tipo de oportunidad; la aprovecharían, y en cuanto relajases el control, se te echarían encima.

Pero, para su sorpresa, el hombre se desplomó entre las manos de John, complemente inconsciente. El médico le dejó con suavidad en el suelo, y usó sus esposas para encadenar a la barandilla al otro policía, que todavía boqueaba.

-Lamento muchísimo todo esto- se excusó John-. Recobrarás la voz en unas pocas horas.

Subió corriendo las escaleras e, interpretando correctamente la expresión desconcertada de Anthea, explicó:

-La mayoría de gente no se resiste contra tu agarre cuando les estás hablando, casi como si esperaran a que acabases o algo así, pero pelean en cuanto has acabado. Así que es mejor sujetarles y empezar a hablar, porque se necesitan diez segundos más o menos para dejar a alguien sin sentido.

Anthea se dio cuenta de que los informes y los registros no te dicen tanto sobre una persona. Ella sabía que John tenía un buen informe de combate, pero no tenía ni idea de lo inquietantemente calmado que era en una crisis. Sabía que había recibido la máxima puntuación en combate cuerpo a cuerpo, pero no sabía que podía reducir a dos policías bien entrenados en menos de tres minutos.

-¿Cómo estamos?- preguntó John, señalando con la cabeza la ventana, mientras escogía una de las pistolas que había requisado de los cadáveres.

Anthea se acercó a la ventana y se inclinó hacia un lado para atisbar a través de un agujero en las cortinas…

Un largo cuchillo atravesó la tela, y  le rebanó la clavícula.

Automáticamente,  Anthea se lanzó hacia atrás, dándose cuenta demasiado tarde de que alguien había trepado por la pared, tan pronto como el siguiente ataque golpeó su brazo derecho. El segundo corte era más profundo, y Anthea se mordió la lengua para no gritar de dolor cuando sintió sus músculos y tendones romperse bajo el filo del cuchillo.

Golpeó el suelo de lado y trató de rodar para alejarse de la mujer que entraba por la ventana, cuando dos disparos retumbaron a través de la habitación, ensordeciéndola momentáneamente.

Dos agujeros sangrientos aparecieron sobre el corazón de la mujer, tan cerca uno del otro que formaban la figura de un ocho, y cayó derribada en el suelo con un sonoro golpe.

-¿Estás bien?- preguntó John, cayendo de rodillas (y Anthea se dio cuenta de que lo había hecho teniendo cuidado de no dibujar una silueta en la ventana).

Su blusa estaba empapada en sangre, los cortes escocían como todas las heridas abiertas y no podía mover correctamente su brazo derecho… pero la sangre no salía a borbotones como lo hubiera hecho de haber tocado una arteria, y no pensaba que sus heridas amenazasen su vida.

Así que Anthea apretó los dientes y escupió:

-¡Estoy bien!

-Como médico, estoy oficialmente en desacuerdo contigo- dijo John con suavidad-. ¿Crees que todavía puedes apretar el gatillo?

Anthea no se había dado cuenta de que su mano derecha todavía apretaba la pistola. Como experimento, trató de levantarla, pero el agudo dolor en su brazo la detuvo.

John tomó su pistola, tratando de quitársela de la mano. Anthea la sujetó más fuerte, ¡estaría herida pero se negaba a que no contasen con ella.!

John le echó una mirada que era a la vez para asegurarle que sabía lo que ella estaba pensando, y un aviso para que confiara en él. El agarre de Anthea se aflojó, y John cogió la pistola de su mano y se la puso en la mano izquierda.

-Mantén vigilada la parte de atrás- le dijo-. Siéntate a un lado para que no te vean, y mira a través del hueco entre la cortina y la ventana.

Anthea se inclinó contra el alféizar de la ventana, con el brazo palpitante apoyado en el regazo mientras espiaba por la ventana. Podía ver a dos personas fuera, aparentemente montando guardia en la puerta trasera. Hubo un chasquido cuando la cerradura de la puerta trasera se abrió, y oyó a John bajar las escaleras.

Las probabilidades eran de tres contra uno. Diez minutos antes, hubiera estado preocupada por él.

Escuchó unos golpes, gritos apagados y tres o cuatro disparos. Los dos de fuera empezaban a parecer cautelosos y molestos, y cuando empezaron a acercarse a la casa, Anthea disparó.

No podía apuntar bien, la gente no dispara con su mano no dominante por algo, pero envió tres balas en su dirección, suficiente para hacer que se lanzaran a buscar cualquier sitio a cubierto.

Pero devolvieron el fuego,  y Anthea trató de fundirse con el papel de la pared cuando las balas atravesaron las cortinas y destrozaron la ventana abierta, rociándola con astillas de cristal. Sacudió la cabeza en un esfuerzo para sacárselas del pelo, y se arrancó la más grande de su ropa antes de atreverse a mirar fuera de nuevo.

La cortina debía haberle servido de escudo hasta cierto punto, porque aunque estaba preparada para lanzarse hacia atrás al primer signo de que la hubieran visto, no parecían ser conscientes de que ella les estaba mirando. Uno estaba casi directamente  bajo la ventana, tratando de usar un pequeño manzano como refugio, mientras que el otro parecía haberse retirado hacia el borde del patio, atrincherándose detrás de una pila de abono como si pensase que la distancia le mantendría a salvo.

Sonaron pasos en las escaleras, y Anthea apuntó automáticamente la pistola antes de darse cuenta de que era John quien estaba subiendo.

-¿Cómo te va?- susurró, agachándose a su lado y mirando sus heridas.

-Ya no me hacen tanto daño- admitió Anthea.

-Eso lo provoca la adrenalina- dijo John con una sonrisa tensa-. De todas formas, tenemos que vendarte esto con urgencia, todavía está sangrando.

Anthea se preguntó si usaba ese tono jovial y de “todo está bajo control” con todos sus pacientes.

-¿Todavía están ahí fuera? -preguntó John, y Anthea asintió.

-Uno detrás del manzano, y otro detrás del abono.

John frunció el ceño, y parecía estar pensando con rapidez.

-No puedo alcanzar al de detrás del manzano si estoy agachado, el ángulo no es correcto.

Anthea estaba a punto de preguntarle si tenía alguna sugerencia de plan de acción, pero John se levantó.

La mano de Anthea alcanzó la pernera de su pantalón.

-¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¡Agáchate!

-Está bien, estoy al lado de la ventana, fuera de su línea de fuego.

-¡Pero…!

Fue todo lo que Anthea consiguió decir. John se acercó abruptamente a la ventana, echando a un lado la cortina y alzando su pistola.

Dos disparos rugieron, tan juntos que casi fueron un solo sonido.

Anthea admitía que estaba esperando que John se tambalease, que la sangre surgiera de su camisa y que cayera… pero en vez de eso simplemente puso el seguro de su pistola y la guardó de nuevo en su cinturón.

-Deberíamos movernos- dijo, agachándose para ayudarla a levantarse-. Es imposible que no hayamos atraído la atención.

Anthea miró por la ventana. Un hombre estaba hundido en el montón de abono, y una mujer sangraba tirada bajo el manzano.

Parecía ridículo. John había estado usando una pistola, y había tenido quizás un cuarto de segundo para prepararse. Anthea conocía pistoleros profesionales que no serían capaces de hacer esos disparos.

-Sabes, si yo fuera la clase de persona que cree en esas cosas, pensaría que eres un brujo- murmuró.

John sonrió con timidez, como si ella hubiera hecho un cumplido sobre su corte de pelo y no sobre cómo mataba personas. Entonces parpadeó y volvió a su expresión “solo es trabajo”.

-Vamos, necesitas atención médica.

*                       *                           *

Espero que os haya gustado, la semana que viene más! Como siempre, el enlace al original de Blind Author:
http://www.fanfiction.net/s/6576448/2/Semper_Fidelis

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