(VENIMOS DE AQUÍ) 1
¿Quién llama a la puerta?
-¡Maldición Ben, deja de hacer eso! -fue la exclamación que me hizo necesitar salir de la cama, bajar las escaleras y saber qué pasaba.
Ben es mi padre y, la voz acuciante, era la de mi madre, Selena. El simple hecho de que estuvieran hablando en el recibidor era inusual. ¡Ni siquiera sabía que Ben estaba en la ciudad!
No somos lo que se dice una familia normal. Por más que Ben y mi madre se ¿quieren? Respetan y buscan el mutuo apoyo cuando necesitan ayuda, nunca han sido algo así como una pareja común.
Creo que su problema es que se conocen demasiado, y justo eso les molesta del otro. Son de esas personas que gustan de hacerse los misteriosos, y más para conmigo. Ni siquiera sé cuál, dejando de lado las abejas y las flores, es la historia de cómo terminé existiendo. Y eso que el tema se hizo más acuciante cuando supe que los dos habían hecho lo posible para tenerme a oscuras en cuanto a quién soy (un chico con habilidades de rata y control del metal) y quiénes son ellos (una bruja-sanadora de muy alto nivel y un cazarecompensas-investigador privado de lo paranormal).
Después de saber que habían pretendido encauzarme a un tipo de vida con base a una omisión que se siente como una vil y gigante mentira, he usado las viejas tácticas de la fría cordialidad y acidez a la menor provocación, para tratar con ellos. ¡Trece años de mentiras! Más bien es un castigo leve.
Pero, dado que mi padre estaba herido y a Selena «la dama de la estrella» se le pueden morir personas, me pareció que era el momento justo para hacer una tregua.
«4:43 a.m» titilaba en el despertador de mi mesita de noche.
Salí de mi habitación, caminé por el pasillo y fui hacia las escaleras del altillo que era mi cuarto. A tres escalones de haber iniciado el descenso, oí un grito ahogado de dolor. Se me hizo un nudo en el estómago, por más que estoy muy acostumbrado a este tipo de visitas nocturnas.
Cada tanto (2,8 en promedio anual), llegan personas a variadas horas de la madrugada, tocan el intercomunicador con insistencia y le ruegan atención médica, que normalmente termina siendo gratuita, a mi madre. Hasta al tener seis años supe que eso no era «normal». Pero aún así, al oír el sonido de la puerta insistentemente tocada, a mi madre levantándose y a su PdT (Pretendiente de Turno) preguntar ¿qué pasa? ¿Quién es él? ¿Eso era sangre? Y ¿no deberíamos llamar a una ambulancia? ¿A la policía?; yo solo me sentí molesto y quise conciliar el sueño perdido. Tenía que levantarme temprano y hacer un entrenamiento de «sensación olfativa» para la primera clase.
Eso pensé hasta saber que era mi padre el que estaba sangrando, aguantando gritar del dolor y el que había logrado que mi madre se exasperara, cuando Selena es la ecuanimidad personificada al estar sanando.
«Esto no es bueno» pensé estúpidamente y, al terminar de bajar las escaleras maldije, sin alguna razón, a la cortina hecha de hilos con abalorios que mi madre había puesto ahí. Sin pensármelo dos veces, fui hacia el recibidor aunque la cocina era la que tenía luz prendida.
Selena es una gata de agua y Ben, un tigre de metal. Tienen visión nocturna… PdT, el simple humano, era el que estaría calmándose en la cocina de tan inesperada visita.
El olor metálico de la sangre y el agrio de las pomadas me «golpearon» con fuerza entre un paso y otro. Eso sí era una «sensación olfativa». Después de todo, como que sí practiqué para la primera clase… «¿Qué está mal contigo?», me recriminé mientras prendía la luz. «¡Tu padre herido, y tú pensando en la escuela!». Bueno, eso no me hacía tan mal hijo, ¿no? Pude estar pensando en The walking dead o algo así.
-Hola campeón -decía Ben, tratando de ponerle humor a su voz, como si no la tuviera entrecortada por estar muy herido y en el suelo de nuestra sala de estar-. Perdón por despertarte.
-¡Bah! Estar sangrando es un vale universal de disculpa. -mi voz también fue inestable, pero él sonrió.
¡Tan machos los dos! Él estaba muy pálido, sudoroso y temblando del dolor; yo, muerto de miedo, pero había que mantener la hombría.
-Cariño, hazme un favor. Ve con Mark [PdT] y asegúrate que no llame a las autoridades -decía mi madre, corriéndose en el suelo estratégicamente. Quería evitar que viera la herida.
-Prefiero quedarme aquí y… -estaba dando un rodeo de pocos pasos a la izquierda, para ver la herida. Y no pude seguir hablando al contemplarla. Tal vez hubiera sido mejor hacerle caso a Selena.
El frío, miedo y debilidad que tuve al ver esa herida es algo que casi nunca he sentido en mi vida. Gracias al cielo. Lo que vi fue espantoso: cuatro grandes garras habían desgarrado el costado y pecho de Ben, dejando ensangrentados y profundos surcos en su piel y, de dos de ellos, se podía ver las costillas algo astilladas.
Me había quedado en mi sitio, viendo las heridas en el pecho que subía y bajaba con rapidez por la respiración, y siendo tratadas por las manos de Selena. Ella tenía dos paños (que una vez fueron de la cocina) fuertemente agarrados en sus puños. Ambos, manos y paños, estaban ensangrentados y embarrados de una pomada. Era la verde de grumos rojos. Esa servía para terminar hemorragias… Cuando vi hacia mi madre y me di cuenta que movía los labios con su mirada puesta en mí, fue que volví a entender lo que oía.
-… ¿Me escuchas?
Yo moví la cabeza de un lado a otro, a ver si se me aclaraba la mente. Dio resultado.
-No, ¿qué decías? -Y me senté al lado de ella, frente a Ben y su monstruosa herida.
-Que necesito que mantengas firme la aguja.
-¿Eh? -fue mi muy inteligente contestación.
Mi madre dio un pequeño bufido.
-Ben, los paños.
Él los tomó de sus manos para ponerlos arriba de dos surcos. Mi padre sorbió saliva del dolor y dijo varias malas palabras en una pintoresca seguidilla. Selena, por una vez, no lo regañó por decirlas frente al «niño». En serio que estar sangrando exculpa de todo…
-Mira atentamente -me decía ella.
Yo asentí, aliviado de poder servir de algo.
Mi madre cogió algo de su regazo y me lo enseñó. Era esa aguja, parecida a un garfio, que usaba para dar puntos. Ella la movió frente a mis ojos y luego la acercó a la herida de garra menos profunda. Selena acercó la aguja a la piel, y ésta se dobló al contacto con la carne, en vez de incrustarse.
Ella me lo explicó: la habilidad de control del metal que tiene Ben actuaba como «mecanismo de defensa». Evitaba la incrustación de la aguja para que su cuerpo no fuera dañado.
Estúpido instinto de supervivencia mágico.
-¿Por qué no lo duermes? -mejor eso a dejarle la responsabilidad de las puntadas a un chico con unos de dos meses de entrenamiento en sus habilidades.
Mi padre negó y Selena puso los ojos en blanco por eso.
-No le gusta.
-Tengo algo en contra de perder el conocimiento cuando estoy herido. -su sonrisa fue muy tensa.
Yo pensé que cualquiera tendría algo en contra del dolor que debía estar sintiendo, pero sabía que si mi madre no había podido razonar con él, menos podría hacerlo yo.
-Al menos algo para el dolor, entonces.
-Ya se lo di -«obviamente» decía el tono de Selena.
-Aunque me vendría bien un poco más -terció él.
Mi madre cogió una botellita que estaba puesta en el sillón al que estaba recostado Ben, lugar en donde tenía muchas cosas más de su «kit mágico de primeros auxilios». La sustancia era azulada, límpida y estaba en una botella de perfume reutilizada. Roció de esa sustancia en las heridas, y luego la esparció uniformemente con unas tuallitas. Ben daba gritos ahogados y profirió un par más de malas palabras, mientras yo le tomaba con fuerza una de sus muñecas. Inútil, pero fue un impulso que agradeció.
Segundos después:
-Oh, mucho mejor -decía Ben, relajando todo su cuerpo y apoyando la cabeza en el sillón. Había dejado de templar y parecía muy adormilado… y drogado.
Solté su muñeca. Estaba casi tan aliviado como él.
Selena me miró con seguridad, puso su mano en mi cuello y asintió. Sin alguna palabra de consuelo, ella logró que me sintiera calmado y capacitado. «Sermones silenciosos», la especialidad de la casa.
-¿Listo?
-¡Listo! -O algo así.
Cogió otra vez la aguja y yo vi hacia el «garfio». Me concentré en él y su forma. Cuando sentí que lo estaba controlando, le dije a mi madre que iniciara con los puntos.
No sé cómo lo logré, pero esa aguja no se dobló de nuevo.
-o-
Mi padre reinició a contar la historia de su más nuevo y desafortunado caso, mientras terminábamos las puntadas y después de hacerme un pequeño resumen:
-Un millonario me contrató para encontrar a una muy valiosa perra que le habían robado… ¿Por dónde iba? ¡Ah sí! Supe que el camión había pasado por la interestatal con rumbo a los muelles…
Segundos después, mi madre revisaba las heridas grandes muy de cerca, mientras Ben hacía mímica con las manos para involucrarme más en su historia.
-… Era el perro de Fu más grande que había visto nunca. Un muy rugiente, con más de un metro y medio de altura, encadenado a las paredes del contenedor y furioso perro de Fu.
-No me digas que a quien ibas a salvar te hizo esto -casi dio por hecho mi madre, con su tono de «te lo dije» y aludiendo a las heridas.
Mi padre se tomó el comentario con buen humor, como si estuviera contando la historia de una película especialmente emocionante, y no siendo regañado.
-Esperen a que llegue ahí, ¿sí?
Llegó «ahí» después de decir más malas palabras, volver a temblar, sudar, dar gritos ahogados y ponerme los pelos de punta… Selena limpiaba y desinfectaba las heridas que ya no sangraban, en silencio y con rapidez.
PdT había llegado para estar fuera de lugar e insistir que llamáramos a la policía, los paramédicos o que al menos le acompañara en la cocina para «protegerme de toda la escena». Solo al terminar con la desinfección, Selena le puso atención y le despachó amable, cariñosa y dándole medias explicaciones.
¿Por qué siempre tiene que salir con hombres que no saben nada de… Nada? Nos dijimos con las miradas Ben y yo.
Pocos minutos después, ella volvió a sentarse con nosotros, hizo como si no le estuviéramos haciendo gestos de burla a razón del PdT e impuso suavemente sus manos en las heridas de Ben. Los dos nos pusimos serios al instante. Hay algo tan sacro cuando sana místicamente, que es su mejor «Déjenme en paz».
Ella cerró los ojos, susurró un cántico brahmánico y curó las costillas al hacer que el hueso se rellenara y las astillas sobrantes fueran expulsadas. También la carne en las heridas crecieron hasta cerrarse un poco, y el surco con puntos se hizo una cicatriz rojiza. Era como un «cámara rápida» en la sanación humana, pero en vivo y en directo.
Ben cerraba fuerte los ojos, se mordía un labio y abría y cerraba los puños. En palabras de él, la sensación de ser curado así es: «un delicioso hormigueo o picar doloroso y un bienestar… Como cuando te entusiasmas y sientes ganas de brincar, pero te quedas quieto».
Y yo digo que oír esos leves y rápidos gorjeos acuosos de los tejidos regenerándose, da algo de asco.
Cuando ella terminó la imposición de manos, fue hora de ayudar con las vendas mientras Ben llegaba por fin «ahí»:
-… Huí de los tipos y seguí a la perra. Me concentré en correr entre los árboles, capear ramas bajas, no caerme en ese terreno tan malditamente accidentado y oír los silbidos de flechas e impactos alrededor. Y, de repente, me di cuenta de que había perdido de vista al perro de Fu.
-Una perra de metro y medio de altura -ironicé.
-Entre tanta cosa en lo cuál poner atención, sí, la perdí.
-¿Los perros de Fu no son en verdad leones? -mi madre y sus «pertinentes» preguntas.
-Créeme, por la manera en que trató a mi felina persona, son caninos. En fin, creí que ya estaba a salvo para convocarla cuando llegué a un puente…
-Sube el brazo -pedí.
Entre mi madre y yo estábamos poniéndole el esparadrapo del hombro a debajo de la axila contraria, rodeando el torso y de nuevo al hombro desde atrás.
-… Un puente de esos pequeños, hecho de ladrillos, de los que gritan «parque».
El intercomunicador de la vecina de al lado sonó tan de improviso, que nos hizo dar una sacudida… Ya teníamos luz proveniente de la ventana, así que tal vez no era tan temprano.
-Puente… -pedí que siguiera.
-El cual escalé sin problemas pero, justo cuando puse mi mano en el barandal y brinqué para saltearlo, -el intercomunicador de nuevo, pero no nos tomó por sorpresa-, sentí que venía hacia mí «algo» y apenas pude ablandar el shuriken para que solo me dejara este moratón. -¿Otra vez el intercomunicador? Alguien en verdad quería visitar a la viuda-. Pero ella aprovechó ese momento para correr hacia mí y dejarme este regalo que ustedes están envolviendo.
-¿Quién? -preguntó mi madre, descolocada. Esa sí era pertinente, porque no había ninguna mujer en la historia.
Mi padre le sonrió, socarrón, por haber logrado su interés.
-Una Oni de tres ojos. Al parecer, una tercera en discordia que también quiere al perro de Fu.
-Si es así, ¿por qué te atacó en vez de rastrear a la perra? -pregunté yo.
-¿Y los otros tipos qué? -se interesó Selena.
Pero Ben no pudo contestar a ninguna pregunta. Otra vez el pitido del intercomunicador. Pero eran todos ellos, de cada uno de los apartamentos, insistentemente.
Vi como mis padres intercambiaban ese tipo de miradas: «tenemos problemas» y «no nos precipitemos». El que sí se precipitó fue el PdT, que abrió el portón del edificio, así, simplemente porque el sonido le irritó.
Mis padres no le gritaron nada por su estupidez. Yo estaba petrificado. Quien fuera, ya podía entrar…
-¿Alguien te siguió? -verbalizó Selena la pregunta en el aire.
-Es probable.
Miraron al unísono y preocupados hacia mí, y sentí ese ser apretado en el pecho que dificulta el respirar. Miedo.
Mi madre se puso en pie, ayudó a Ben a hacerlo y luego fue hacia la cocina, a donde se había devuelto PdT, y estaba su arma. Yo me quedé en el recibidor y vi a mi padre recoger la ensangrentada chaqueta para coger sus dos cuchillas. «Oh no» Iba a protestar, pero no dije nada. Mi padre sacó algo pequeño de un bolsillo, cogió mi mano y me lo dio.
-Si esto resulta ser lo que tememos… Sóplalo o dáselo.
Aunque era una muy extraña orden, yo solo apreté lo que me dio y lo puse en el bolsillo de mi pijama sin verlo. Cuando regresó mi madre, Ben acarició mi cabello y ella me dio un beso en la mejilla apresuradamente.
-Ve con Mark al Círculo -dijo ella.
Ya lo daba por hecho. El Círculo es la habitación donde hace su magia y, supe unas semanas antes de ese episodio, el lugar más seguro contra lo paranormal en varios kilómetros a la redonda.
-Cuídense. -no me asombra que fuera la única palabra que dijera desde que supe del posible peligro.
Justo después de verlos salir por la puerta, oí la alarma de mi despertador.
Buenos días, familia.
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