Y la mañana sigue!
Cuando llegan a la casa de uno de los viejos Mitchell (Según sabía, en los años setenta llegaron a vivir otros Mitchell a Haven, esos y sus descendientes, eran los nuevos Mitchell), puede sentir como Audrey también está aliviada de salir del auto y que él dijera con naturalidad:
-Hiciste que Dennis te diera la dirección mientras tenías el mapa en la mano, ¿cierto?
Audrey le hizo una expresión de que “No era gracioso”, pero al final asintió.
-Llegué sin equivocaciones, que es lo importante.
Nathan ríe en silencio, es feliz de que volvieran a ser ellos dos tan rápidamente. La sigue con las manos en los bolsillos de los jeans, y Audrey toca la puerta con más fuerza de la necesaria. Deformación profesional.
Pocos segundos después, un hombre delgado y larguirucho de unos treinta años, abre la puerta, nervioso.
-Sheriff, detective -dice, y los hace entrar.
La casa es pequeña y algo caótica. Se veía que tenían un niño pequeño que usaba la sala como su cuarto de juegos. El hombre les dice que se sienten, y que tiene algo en la cocina en ese momento.
Audrey y Nathan deciden sentarse en un sillón doble que se ve viejo, pero es cómodo. Se quedaron viendo frente a ellos. Más allá de un desayunador, Dennis hacía huevos revueltos y tocineta en la cocina. Nathan pensaba, a la vez, en cuál poder podría esconder una casa tan común y corriente.
De la puerta a su derecha sale una mujer joven de rasgos latinos y regordeta, vistiendo una bata para el baño algo corta y con un niño de un año en brazos envuelto de un paño. Los mira con una pregunta velada y, luego, sonrojada de la vergüenza. Audrey intenta hacerla sentir mejor al decirle:
-Somos la detective Audrey Parker y el sheriff Nathan Wuornos. Estamos aquí porque...
-Sí, ya sé por qué... Buenos días... -ella se pone más enrojecida y mira hacia Dennis. Nathan imagina que para enviarle una expresión de enojo. Luego, camina hacia una de las puertas de la izquierda-. Vuelvo en seguida.
-Somos cada vez más famosos -le susurra Audrey, entretenida.
Nathan le hace un ademán de que la oyó, y luego dice a Dennis:
-Tenemos entendido de que quería nuestra ayuda para algo.
El hombre ya estaba dividiendo el contenido del gran sartén en dos platos, sobre el desayunador.
-Sí, pero... No creí que llegaran tan pronto -responde, y a modo de disculpa, añade-: ¿Algo de café?
-No gracias, ya tomamos nuestra dosis matutina -responde Audrey. Él la mira y sonríe, más tranquilo para ese entonces.
-Dejo esto listo y voy para allá. -abre la refrigeradora, saca un refresco de naranja, sirve dos vasos-. Mari, ya está el desayuno.
Luego va hacia ellos, se sienta en un sillón de lado a los dos, acerca la cabeza en su dirección y abre la boca, pero la cierra de nuevo. Parece no saber por dónde empezar.
-Me dijo por teléfono que quería darnos una información preventiva. ¿De qué se trataría? -pregunta Audrey, con su acostumbrado tono suave y empático que usa instintivamente con los problemáticos.
Nathan mira a Dennis. Como le suele suceder con las personas como él, hace un esfuerzo para recordarlo en su adolescencia o infancia, si alguna vez antes lo había visto... Sí, se habían conocido: en la liga de béisbol infantil. No era tan buen bateador, pero corría muy rápido.
Esa verdad le prepara para enfrentar lo que fuera que Dennis dijera. No negar el problema, ni dejar de mirarlo como él había mirado al niño que corría tan rápido que robó una base... Como a cualquiera niño más.
Dennis asiente, se humedece los labios y mueve un pie rítmicamente. Al final, en un exabrupto, dice:
-La verdad, es que es mejor que lo vean.
Dennis extendió por casi un metro y medio su brazo, como si fuera elástico. Coge un juguete del bebé, y lo tira a una caja con suavidad. Luego, vuelve hacerlo tener su tamaño normal.
-¿Y? ¿Qué creen?
… Y como siempre pasaba cuando se creía preparado para presenciarlo, al final no lo estuvo del todo. Pero, al menos, logró controlar su rostro para mostrar su tranquila cara de pócker.
-o-
Salieron de esa casa a las diez menos quince, más o menos. Duraron mucho porque hablaron con Mariana y Dennis lo más tranquilamente posible, y contestaron sus preguntas lo mejor que pudieron, sin mentirles, pero manteniéndolos relajados.
Les hablaron más que todo de que era mejor no usarlo en demasía, y estar atentos a si alguna emoción o situación lo hace activarse sin que Dennis pudiera controlarlo. Audrey y Nathan les dieron sus tarjetas con los números personales y de su extensión en la comisaría, solo por si acaso.
También insistieron en que habían varias personas que habían logrado vivir normalmente con ellos, y que muchos iban a las reuniones del jueves en la tarde. Dennis comentó que había oído de esas reuniones, pero casi que creía que eran un mito.
… No lo eran, solo que el grupo fue más cauteloso después de las muertes que hubo al rededor de su inicio. Claro, eso no lo explicaron para no asustarlos. Nathan le prometió que lo llamaría el jueves en la mañana para concertar la hora y el lugar, o el día, porque a veces hasta lo hacían otro día. El sitio de reunión era diferente cada semana del mes, y nunca hacían listas. Habían aprendido a ser cautelosos y el grupo, con sus altos y bajos, solía ser un muy apoyo para los suyos.
Aunque sabía que a Audrey no le iba a hacer gracia, Nathan también les habló sobre Callahan y su equipo. Ella lo relevó intentando ser neutral, pero hablando de los “contra”, claro. Dennis y su compañera sentimental parecían confundidos, por lo que Audrey insistió en que no iban a decirle nada a Callahan, al menos de que él estuviera seguro de querer ser examinado por ella. Eso volvió a tranquilizarlos.
Casi al final de la reunión, Audrey sacó su libreta y le preguntó a Dennis por sus padres y abuelos. Él insistió en que no había sabido de nada raro en la familia, solo sabía una historia sobre la tía bisabuela Gertrude que, según decían, se había ido de Haven en un circo, trabajando como contorsionista.
Se despidieron en la entrada, insistiendo en que podían llamarlos cuando lo creyeran necesario. Dennis y Mariana, con el niño en su sillita, fueron al auto familiar para iniciar otro día de trabajo. Audrey y Nathan tuvieron que arrancar primero para darles espacio a ellos de salir. La conductora, entonces, dice viendo siempre al camino.
-El rev nos creía una abominación, y aún cuando... no está, su pensamiento sigue estando vigente en algunas de las personas. Y ahora, llega la doc que nos ve como extraños fenómenos de la naturaleza; mutantes que deben ser examinados, como conejillos de indias. Y tú vas y le dices a uno de los nuestros que podría hablar con Callahan de su problema...
Aundrey toma silencio, pero el tono en que dijo lo último fue más que elocuente para dar a entender su posición sobre eso. Tanto así, que Nathan siente que debe darse a explicar:
-Desde que está aquí, solo nos ha ayudado. Sí, admito que su entusiasmo... científico, es raro. Pero Helena no es como el rev. Estás exagerando. -Se da cuenta de que sus últimas palabras no fueron las mejores que podía usar. La mira, para medir qué tan enojada estaba. La expresión del rostro de ella era pétreo, menos el músculo de su quijada, que palpitaba un poco. Nathan supo que tenía que suavizar sus palabras-. El rev nunca nos quiso entender, perdió a su esposa por esa testarudez. Y eso, entender, es lo que Helena más quiere. Además, tú misma lo has dicho, cabe la posibilidad de que ella sea uno de nosotros... ¿Podrías darle al menos el beneficio de la duda?
-Tú ya se lo diste. Uno de nosotros debe no hacerlo. Mejor prevenir que lamentar.
Nathan quiere negar pero no lo hace. No le cuesta darse cuenta de que la única razón por la que no estaba como Audrey, es que había decidido hacer un acto de fé. Como cuando, poco después de que su problema se presentara, se tranquilizaba al pensar que solo era una neuropatía ideopática y casi, casi que se lo creyó... el que la ciencia se pudiera convertir en un acto de fé para los problemáticos de Haven, le parece una total ironía. Pero es que les daban la promesa de que en el futuro, tal vez, sus hijos o nietos podrían conseguir una pastilla que tomar cada día para que el problema se fuera. Audrey hacía lo mejor que podía, con todo su ser, pero ella no conseguía que los problemas se fueran. Solo... que dejaran de ser un problema para los demás.
… Y eso era algo que nunca le diría a ella. Aunque empezaba a pensar que, en el fondo, Audrey ya lo pensaba. Y si de repente no era la respuesta para los problemáticos, ¿quién era? Tal vez era por eso que no le daba el beneficio de la duda a Helena y sus ideas. Porque desembocaba en tener que dudar de ella misma. Y eso era lo que menos necesitaba Audrey. Ya tenía mucho misterios de identidad como para agregar otro más.
-o-
-... Si no quiere ser multado de nuevo, Donny, solo deje de aparcar frente al hidrante -dijo Nathan, con ese tono de voz que todo policía aprendía a usar, el de la paciencia que no era infinita.
-¡Pero es el único lugar donde puedo aparcar! Desde que están construyendo en donde estaba el aparcamiento, no tengo donde...
-... A cinco calles hay...
Pero el hombre negó y subió la voz al insistir:
-¡Un aparcamiento que cobra el doble de como lo hacía desde que son los únicos en el centro, y que siempre está lleno para cuando llego! No, no. No veo porqué, si pago...
En ese momento, Nathan usa otra de las estrategias que ha aprendido en la fuerza policial: deja de poner atención, mientras hace como que está escuchando muy interesado. Cuando ve que Donny, como le dice en acto pasivo agresivo ya que sabe que prefiere, con mucho, que le llamen Donovan; ha dejado de hablar y su enojo decaído, Nathan vuelve a lo mismo:
-Lo siento, pero es por el bien de su joyería, señor DuPont. Según recuerdo, fue usted el que insistió en que pusieran otro hidrante... -el tipo quiso interrumpirle de nuevo, pero Nathan siguió hablando con el volumen de voz más alto, y mayor firmeza- en esta calle. No puede quejarse por ese mismo hidrante ahora. -Donny parece querer hacerlo, pero Nathan desprende la multa con fuerza y eso lo hace callar-. Por lo que, le recomiendo que salga de casa más temprano o venga en bicicleta ahora que estamos en verano, si no quiere tener más de éstas.
Oye un bufido del hombre y, luego, los pasos del mismo que van hacia su joyería. Sin embargo, cuanto terminó de poner la multa en el auto aparcado a la par del hidrante, oyó dos pasos más que iban hacia él.
-¿Es común que el Sheriff mismo haga trabajos de un simple patrullero? -pregunta la voz de mujer con acento británico.
Antes de que Nathan pudiera volverse a contestar, la poseedora de los otros par de pisadas habla:
-No, pero a veces hay tan poco qué hacer y huye tanto del papeleo, que prefiere hacer ese tipo de cosas él solito.
¿Está muy fuera de lugar imaginar una pelea de gatas en ese momento? Posiblemente no. Otra cosa era que lo comentara, claro.
-Buenos días Helena -dice y le hace un asentamiento de cabeza.
La pelirroja sonríe y le devuelve el gesto con un amago de reverencia.
-Buenos días, sheriff.
-Ya hablé con los de la construcción para que dejen de trabajar en las madrugadas. No les hace mucha gracia, pero creo que aceptaron.
Nathan le asiente. Espera que eso sea suficiente, y no necesite un “buen trabajo” o algo por el estilo. Con Audrey, siempre suele serlo. Para la mayoría de las demás personas de la HPD, nunca lo era. Siempre necesitaban confirmación de lo que él pensaba antes y después de actuar. O tal vez era que se había acostumbrado mucho a trabajar con Audrey. Tanto como para saber que la tenue sonrisa que le diera a Helena estaba llena de ironía, y no realmente de sociabilidad.
-Fuera del laboratorio a las once, ¿dándose un almuerzo tempranero?
Helena no había entendido el matiz venenoso en esas palabras, o hizo que no lo captó.
-No, solo vengo a mirar como boba como va la clínica. -Ve hacia un lado. Nathan y Audrey la siguen en el movimiento. Lo que se que está construyendo en la alameda, es hacia donde ella mira. Luego se ven entre sí, y no necesitan decirse algo para saber que eso les da mala espina a los dos-. Creerán que estoy tirando mi dinero, pero prefiero hacerla desde los cimientos con todos los requerimientos que una institución sanitaria actual necesita, a comprar cualquier edificio y hacerle los cambios. Bueno, si el banco me prestó dinero, creo que no es tan ambicioso como parece a primera vista, ¿no?
-Felicidades -dice Nathan, porque la pelirroja los miraba con simpatía, como esperando los que ellos tuvieran qué comentar.
Helena sonríe.
-Iré a ver si pueden hacer un espacio en la parte baja para un pequeño garaje. -Mira hacia Nathan, y él siente que hace una broma entre los dos-. No quiero tener problemas de multas en el futuro. Hasta luego.
Le sonríe, luego a Audrey. Nathan pone su cara de pócker para la rubia, por si acaso deja traslucir que le hizo algo de gracia el pequeño chiste. Finalmente, Helena cruza la calle y se adentra en la construcción de su clínica.
-¿Le sigues dando el beneficio de la duda? -pregunta entonces Audrey, mirando a ese lugar como si fuera la diana a la cual descargar el cargador de su arma.
Nathan decide no responder. Esa recién revelada clínica le ha sembrado la duda que antes, por fé, no se dejaba tener.
-o-
Audrey no tuvo que hacer mucho para convencerlo de no volver la comisaría. Bryant y Dominguez podían hacerse cargo de finiquitar lo del robo en la gasolinera de hace unos días. Un agente más estaba en un juicio, por el robo de hace unos meses: medicamentos en la residencia psiquiátrica. Los caminos más peligrosos y las rondas podían ser cuidadas por otros muchachos más, en compañía de los novatos. Dejaban otro par en la comisaría por si acaso; y Nathan y Audrey eran libres para profundizar sus pesquisas sobre Helena Callahan al pasar a la residencia de descanso “Laguna Azul” y conversar un poco con Lily O`Neil, la vecina entrometida que había vivido toda su vida en la misma urbanización que la familia materna de Helena.
Sin embargo, cuando los dos bajaban las escaleras hacia el auto de ella, el rostro de Audrey estaba realmente apesadumbrado. Nathan, a la par de su compañera, la miró de soslayo solo un momento, y dijo:
-La muerte de Lily no nos cierra las oportunidades de saber, si hay un problema en esa familia, cuál es. Recuerda que somos un pueblo pequeño, lleno de toda clase de historias familiares comentadas entre vallas blancas. Alguien, en algún lado, debe saber la de los Callahan.
-Douglas -le corrige ella al instante.
-¡Claro! El problema le viene de parte materna.
-Exacto. Aunque realmente es de los Hansen y algo de los Stanley pero... Bueno, ya sabes como es.
Audrey rodea el capó del auto y justo cuando abre la puerta del asiento, mira al cielo como analizándolo. Nathan se dice que tal vez algo pasa en él y que debería mirar, pero ve como ella suaviza su expresión y... No puede dejar de contemplarla. Nathan siente como un alivio, un algo que le quita todo el peso sobre sus hombros que a veces no es consciente que tiene. Es solo la sensación de saber que tiene a Audrey a la par de él, para luchar contra lo que se venga en ese lugar donde nada se podía dar por supuesto.
Ella le mira y el instante se va, aunque el alivio queda en él como residuo.
-Estamos haciendo todo lo posible para saber lo que pasa, ¿verdad?
-Todo lo legal, al menos.
Los dos comparten una sonrisa cansada y ella entra en el auto. Nathan hace lo mismo. Mientras Audrey arranca, él mira su reloj. Son las 11:48 am y su compañera se adelanta a lo que va a decir:
-Hora del almuerzo. Y yo sé a donde vamos a ir hoy.
-Ilumíname.
-El especial de hoy en el Grey Gull parece ser delicioso. Duke me habló de él anoche. No tengo idea de como se dice el nombre, pero es una receta portuguesa que lleva...
Casi cuando llegaban al bar/restaurante de Duke, el reloj de Nathan da las doce medio día.
OoOoO
Sé que adolece de dos grandes problemas: inventé mucho de la nada y el final es un final abierto de esos que tiendo mucho a dejar. Pero como sea, espero que te guste!