Título: Serie “Olímpicos” Libro 1: El nacimiento de un héroe
Parte: Capítulo 5, primera parte
Escritoras:
melisa_ram y
esciam .
Rating: Mayores de 16.
Base: Algunas religiones y mitologías aunque, como el nombre lo indica, nos centramos en la Grecorromana.
Summary: Los Dioses Griegos hacen lo posible para seguir subsistiendo en el mundo actual. La historia de ellos no terminó de escribirse hace tres mil años, aún hoy, en el mundo de los no iniciados y los monoteístas, se sigue escribiendo.
Tamaño: 3100 palabras.
CAPÍTULO 5, primera parte
Mnemosine se recostó en el colchón sintiendo que sus manos le hormigueaban tanto como los pies. Intentó peinar su cabello para que no le molestara en el rostro, pues el respirar ya le era dificultoso sin éste en medio.
Zeus se cernió sobre ella y buscó su pezón para empezar a besarle, saborearle y juguetear con su piel sudorosa y el movimiento rápido y fuerte de su respiración. Mnemosine se había jurado que solo iba a ser una vez ese día, pero mientras se peinaba su cabello y miraba allá, al techo de la habitación, una cúpula de piedra lisa y dorada como si fuera oro; sintió como su cuerpo se preparaba para aguantar (y disfrutar) pasar de nuevo como compañera de Zeus. Intentó acercar sus manos a los hombros de él para alejarlo, pero el rey de los dioses olímpicos solo se levantó un poco, la miró y... ella cayó de nuevo en su deseo.
Zeus era un afrodisiaco por sí mismo. Aunque en ese momento solo besaba sus labios con delicadeza, como si estuviera deleitado, probándolos por primera vez; ella podía sentir las mariposas en el estómago, el contacto caliente de su piel y la respiración de él que la dejaba sin aliento. Por más que ya había pasado por eso tantas veces, y que sabía que Zeus solo estaba jugando con «electricidad en su cerebro», Mnemosine no podía alejarse de esa sensación de dicha e intimidad, como si fuera una joven llena de ilusiones y pasión cuyo enamorado es más de lo que se había dejado soñar.
Mucho tiempo antes, en momentos perdidos de su día a día, Mnemosine se cuestionaba duramente sobre Zeus. Algunas veces aún lo hacían, aunque con menos intensidad. Los tiempos en que se sentía algo especial y tenía esperanzas de desarrollar más su relación con él, cuando bien pudo haberse enamorado de Zeus, habían pasado rápidamente. Luego, estuvo el enojo y la indignación. ¡Ella era más antigua, pura y poderosa que muchos! ¡Era una hija directa de Gea y había visto la creación de su dinastía como nadie más! Y, de alguna manera, siempre terminaba con Zeus dentro de ella, explotando de gozo en sus manos, cuando y como él lo deseaba.
Hubo un tiempo en que pudo negarse, o en que le preguntaba qué quería de ella, donde intentaba entender y alejarse, mantener un poco de dignidad y tener cara para exigir respeto como una de las más antiguas e importantes Diosas de su panteón. Pero ya esos tiempos habían pasado.
En la actualidad, a veces él no la llamaba, y más bien respondía a un pedido de ella. Mnemosine había decidido pensar como Zeus sobre ese asunto: si disfrutamos, ¿qué más da? No es como si estuviera realmente en falta. Su matrimonio no era más que un contrato estratégico. Ella no le pedía a Hipnos que le fuera devoto, y él era consciente que su esposa también tenía derecho a esa libertad. Todos sabían que ella era una de las tantas amantes regulares de Zeus, a nadie realmente le importaba. Y Mnemosine había aprendido a que ella tampoco le importara.
Sus manos dejaron los hombros para rodearle el torso a la altura de los omóplatos. A la vez, sus piernas se levantaron y abrieron para él. Zeus dio una risilla por lo bajo. Se levantó un poco, le tomó un brazo y de un solo movimiento, le dio la vuelta para que ella estuviera boca abajo. Mnemosine se levantó un poco con ayuda de los codos, aunque aún sentía sus extremidades cansadas del orgasmo que había tenido segundos antes. Quería darle más espacio para que las manos de Zeus se movieran a placer.
Él había movido su cabello a un lado y acercó los labios al lóbulo de la oreja, cuando Mnemosine abrió los ojos. No solo vio el respaldar de la gran cama, sino a Atenea apareciendo en el vestíbulo de su biblioteca.
Eso la despejó realmente, y la hizo recordar el porqué no podía quedarse más tiempo con Zeus. Se movió hacia un lado de la cama. Aunque Zeus intentó seguirla y abrazarla, juguetón, para hacerla volver, Mnemosine terminó de pie a la par del lecho.
-¿Me estás rechazando? Me voy a resentir -le dijo él, aún de buen humor, viéndola con una media sonrisa en sus labios y los ojos brillantes y fijos en toda ella, en su desnudez.
Mnemosine le miró, tendido en la cama, hermoso e invitador... Se apareció su vestido y una caperuza, que se iba a poner para no tener que preocuparse por su cabello despeinado o su rostro. Siempre sentía que la gente sabía cuando volvía de estar con Zeus solo al verle la cara.
-Lo siento, tengo una visita importante...
-¿Más importante que tu rey?
-Atenea.
Muchas veces lo había visto. Ese simple nombre hacía que Zeus reaccionara de maneras que sólo sucedían para con su hija. Esa vez, él se había sentado en la cama y cogido parte del lío de las sábanas para cubrir su erección. Mnemosine sonrió, divertida, pero por la manera en que Zeus la miró, supo que el momento de la relajación había terminado.
-¿Qué más has sabido sobre sus héroes? Sé que Delfos ha hablado hoy con ella y con Hermes... y que no quiere hablar conmigo. Lo que sea que esté pasando es más que simples héroes muriendo, y esa perra engreída me tiene fuera adrede.
No es la única. Pensó Mnemosine, y en seguida se mandó a guardar muy bien sus pensamientos. No le gustaría que Zeus supiera que ella no estaba de acuerdo en la manera que la usaba para saber la corriente de información, y que había empezado a cuidar al menos ciertos aspectos de lo que ella sabía.
Zeus era de los dioses que obtenían su acolitaje de una forma específica: tomaba un poco de energía de toda su descendencia. Y eso lo hacía el más poderoso de todos los olímpicos, porque no solo tomaba de esa energía, sino que podía usar las habilidades propias de todos en su descendencia.
Si él hubiera aprendido, con paciencia y entrega, todas sus posibles habilidades, habría sido simplemente omnipotente. Sin embargo, la adicción al sexo que tenía, como en tantos otros campos, había hecho que Zeus no desarrollara ni le importara desarrollar, todo su potencial.
Sin embargo, leer mentes sí había sido una de las habilidades que desarrolló. Mnemosine se puso en contacto con el séquito más cercano del IMI, para que una barrera de «voces» lo alejara a él de sus memorias y pensamientos reales.
-Sé que el de esta mañana fue comido, y que ella se está haciendo cargo directamente -le decía mientras se miraba en el espejo de un lado. Su rostro estaba sudoroso y sonrojado... Se apareció un pañuelo para, al menos, secar su cara.
-No sabes nada. -casi que le recriminó Zeus.
-No se ha redactado el informe del IMI sobre esa escena, pero no creo que encontremos gran cosa, como en la otras dos.
Zeus se puso en pie y, pensativo, fue hacia la gran tina del otro lado de su habitación. Ésta se estaba llenando de agua sola, a voluntad de la mente del rey Olímpico.
-Ve y ayúdala en lo que te pida, mira en sus recuerdos para estar segura de que sabes todo.
Mnemosine asintió y se puso el gorro de su caperuza. Vio como el cuerpo desnudo de Zeus bajaba lentamente hacia la tina, a unos metros de ella.
-Luego, me dirás lo que sepas -decía la voz de su rey a la vez.
Mnemosine sintió de nuevo que, por más que había tenido el cuerpo de Zeus para ella y fuera tantas veces el centro de las atenciones de él; nunca habían tenido, realmente, intimidad.
-Como usted diga -le respondió en el mismo tono formal que él uso desde que Atenea había sido su tema de discusión.
Salió de la habitación a la humana, pues en ese lugar no se podían aparecer a voluntad.
Mientras iba caminando por el pasillo, pensó en que debía espaciar más sus encuentros con Zeus. No le importaba que usaran, mutuamente, el cuerpo del otro para gozar. Se trataba de algo diferente: Zeus había empezado a usar las relaciones sexuales con ella, por medio del mecanismo del consortaje, para tener contacto con su energía y poder «recoger» información de su mente. Así estaba al tanto del panteón como ella y el IMI lo estaban. Y eso era lo que a Mnemosine no le gustaba, y por lo cual había empezado a proteger al menos un poco, su mente frente a él. Si había alguien que no quería que jugara con su cabeza, ese era Zeus....
-Mnemosine.
-Hera.
Las dos se hicieron unas pequeñas cabezadas suaves para saludarse al pasar por el mismo pasillo. Como siempre que pasaba algo parecido poco antes o después de estar con Zeus, Mnemosine se extrañó de no sentir culpa, miedo o simplemente algo, al verse con la reina... Tal vez se daba porque, desde hacía centurias, a ella parecía importarle poco lo que su esposo hiciera o dejara de hacer.
La diosa de la memoria siguió su camino por el pasillo y, justo cuando salió al hermoso jardín soleado y lleno de color, fuera del palacio, Mnemosine se desapareció hacia su biblioteca.
-o-
«¿Por qué diantres Mosi no deja que los geeks y unos escáneres se hagan cargo de todo esto?» pensaba Atenea, mientras el quinto libro del tema que estaba buscando, salía volando de las estanterías hacia ella.
La gran biblioteca tenía su nombre muy bien puesto. Era tan enorme, que nadie sabía a ciencia cierta de qué tamaño era, porque incontables salas y alas se le habían añadido con el correr de los años. Sin embargo, mucha de la arquitectura era la misma: madera, una madera lustrosa y continua era la que hacía todo el lugar. En las paredes, las puertas, los enormes techos, los estantes, sillas y mesas. Todo estaba decorado con finos y suaves relieves de oro, que configuraban dibujos simbólicos o magia olímpica. Antes, la grandes salas eran iluminadas por claraboyas en el techo, las incontables antorchas en puntos estratégicos de las paredes y los estantes, y la enorme lámpara en el centro, rodeada de algunas pequeñas, como si fuera la luna y las estrellas en un cielo de madera. Después de la invención de la electricidad, el fuego fue cambiado por bombillas, aunque los diseños no cambiaron por ello. Sin embargo, las salas solían estar a oscuras o solo iluminar a quienes estuvieran ahí y el espacio que usaran, por lo que hasta el tamaño de las mismas terminaba siendo un misterio en las sombras.
Ni Atenea, y posiblemente muchos de los bibliotecarios de Mnemosine, podrían haber leído cada uno de los libros o recorrido todo ese lugar. No solo los enormes estantes que llegaban casi hasta el techo tenían libros en ellos, sino hasta las paredes y parte de los techos. Si no hubieran gruesos corredores, algunos espacios libres con grandes mesas y sillas para los bibliotecarios y los pocos que podían hacer uso de ella, el lugar hubiera parecido claustrofóbicamente opresivo.
Atenea tomó los dos libros que salieron volando hacia ella. Eran tan gruesos, que apenas podía tomarlos con cada una de sus manos. Miró los títulos: «Sobre los licántropos, tomo 9» y «Sobre los licántropos, tomo 10». Estaba escrito en griego antiguo, aunque las primeras ediciones fueran de los años 1600 y 1900. Los dejó abajo de los otros tomos y se sentó en la silla. Frente a ella, había una libreta con un papel que tenía letras de la lengua mágica como sello de agua, y Atenea tomó una pluma para escribir los hechizos de búsqueda cuando sintió y oyó los pasos yendo hacia ella.
-La sala de los híbridos... ¿Uno de ellos mató a tus héroes?
Atenea se había movido a un lado de la silla para mirarla, mientras ella llegaba caminando desde uno de los pasillos.
-No es tan simple. -resumió Atenea y miró de nuevo a los libros. Sobre su rostro cayeron un cansancio y melancolía que le hicieron cerrar un momento los párpados-. Y no estoy trabajando en eso. Por ahora, no tengo nada más qué hacer: Mis héroes están advertidos, el IMI sigue trabajando en los casos, y mi cabeza ha dado con decenas de posibilidades que mis aves están siguiendo...
Mnemosine asintió, llegó a su lado y se sentó en una silla.
-¿En qué te puedo ayudar? -miró los libros por encima, sin ver siquiera los títulos, pero con la expresión de que sabía cuales eran. Como si los hubiera leído hasta el hartazgo-. Licántropos... -dijo, más como un preámbulo.
-Sí. Quiero saber sobre uno en especial.
-Dime.
Mnemosine la miró con tal seguridad y tranquilidad, que Atenea perdió cualquier resquemor que tuviera.
-Licaón de Acadia.
La diosa de la memoria hizo un ademán con el labio, como si pensara: «Justo tiene que ser ése».
-No se sabe mucho de él. En las crónicas, no sale desde los antiguos tiempos. Y solo han habido avistamientos sin importancia, rumores entre las manadas... Nada que pueda ser pensando como verídico.
-Ahora sí -dijo Atenea, con una sonrisa divertida-. Escribe esto en el tomo once de Sobre los licántropos y... Los demás lugares que deba estar. Yo lo he visto, Delfos lo ha visto, Hermes lo ha visto. Es más, creo que Hermes nunca dejó de verlo... O Delfos nunca dejó de verlo. -Atenea se quedó pensativa un instante, cerró de nuevo los ojos un instante, confusa-. Como fuera, Delfos ha hecho grandes aspavientos en torno a él, y yo creo que es el héroe que David nos debía traer pero... Hay algo que no calza.
-¿Qué no calza?
Atenea intentó encontrar una mejores palabras para explicarlo, pero no las encontró:
-Es tan poca cosa comparado a todo lo que parecemos esperar de él.
Mnemosine y Atenea se miraron un instante, perplejas, hasta que unas carcajadas de las dos nacieron en sus pechos, fueron a sus bocas y reverberaron en la sala.
-¡Tú sí que sabes como halagar a un héroe!
Atenea apenas podía controlar su respiración, mientras su carcajada cada vez se hacía más lenta. Al final, solo se encontró con la mirada perdida, y una mano en la quijada, pensativa.
-Su potencial es enorme. Lo siento así... Es un licántropo alfa, uno protector y eso lo hará un gran héroe. Sin embargo también es bruto, y con ganas. ¿Creerás que a los segundos de conocerme, tuvo el descaro de llamarme zorra?
Mnemosine dio un grito ahogado y la miró con los ojos muy abiertos. Lo que más le sorprendió fue que Atenea simplemente asintiera, sin más.
-¿Y no le hiciste algo?
-¿Ves lo que no calza? -Atenea seguía estando muy pensativa. Y luego de unos dos segundos de silencio, miró los libros-. Creo que no encontraré las respuestas aquí. Tal vez las respuestas las tenga solo Delfos, y ella no querrá decirme más de lo que ya me dijo.
-No seas tan pesimista. Tal vez sí encuentres una pista ahí. Tiene cosas de él... Como me dijo una vez Metis: «Puedes recordar todo, Mossi, pero no puedes analizarlo, y yo sí puedo». -Con una mirada realmente melancólica, Mnemosine acarició un antebrazo de Atenea. Ella la miró y entendió al instante lo que pasaba-. A veces me la recuerdas tanto a tu madre.
La diosa de la sabiduría y la estrategia bélica suavizó mucho su expresión, y miró a la otra como pidiendo si podía hacer algo. Eso era común. Recordar todo podía hacer, a veces, que Mnemosine fuera un ser realmente melancólico. Una vez le había comentado que todos los demás tenían una bendición que ella no: Olvidar. Lo único que Mnemosine podía hacer para no sumirse en los vivos que eran todos sus recuerdos, sobre todo los más dolorosos que eran infinitos en sus miles de años, era hacerse pasar de un recuerdo a otro más feliz. Sin embargo, esa parte siempre estaría ahí, atacándola de la nada, y esa era su maldición.
-Imagino que no te lo tomaste muy bien -dijo Atenea, en verdad interesada en la historia.
-No, para nada. Pero un tiempo después, tuve que darme a la idea de que tenía razón. Metis siempre la tenía. -la miró con cariño-. Tienes su personalidad, físicamente solo te pareces en la forma del cabello; pero tu carácter, se parece tanto al de ella...
-Menos la ferocidad... -la parafraseó Atenea.
Mnemosine le había contando de su parecido con su madre varias veces. En eso, a veces le recordaba a los ancianos, solía contarle siempre los mismos momentos. Atenea imaginaba que lo hacía porque los que más rememoraba, los concernientes a la guerra y, en el caso de su madre, cuando fue asesinada; no eran recuerdos que quisiera compartir con alguien que seguía viendo como una niña algunas veces.
-Sí, bueno. Creo que Metis, de haber tenido tu lado bélico, habría sido aún peor que tú. Sin embargo, y aunque lo niegues, creo es tu lado doméstico el que te hace modificar tu ferocidad. Solo eres como una madre cuidando de sus hijos...
«Lo que tu madre quería para ti». Recordó de repente Atenea, con una punzada de tristeza. No era algo que le dijera Mnemosine, sino Prometeo. Aunque la diosa de la memoria recordaba cada uno de los momentos que tuvo con su madre, y las conversaciones que versaban sobre ella, nadie la había conocido como Prometeo, posiblemente.
-... Creo por eso es que hemos sobrevivido todo este tiempo.
Terminó su idea Mnemosine y Atenea se ruborizó un poco, realmente humilde.
-Muchos hemos hecho mucho para seguir sobreviviendo, y lo sabes.
Mnemosine hizo sus manos hacia la mesa para darse impulso y levantarse, mientras decía con una inusitada energía, como si el momento de los recuerdos tuviera que pasar.
-¡Bien! Eso sí que no se parece a Metis. -Atenea hizo un amago de reír-. Afrodita sabe que la quería, pero a veces podía ser tan soberbia. -Mnemosine mejoró la posición de su caperuza y, luego, preguntó-: ¿Necesitas algo más, Ati?
Atenea miró hacia los libros y, aunque le parecía que iba a ser un esfuerzo sin sentido, sabía que si no lo hacía, iba a recriminarse no intentar todo las posibilidades para entender lo que le había dicho Delfos sobre Licaón.
-No, no... Ve, sé que estás ocupada.
-Cualquier cosa, me llamas.
-Claro.
Mientras Mnemosine caminaba hacia la salida, Atenea ya había escrito los temas en el papel mágico y abría el primer libro, subrayado por sí mismo para enseñarle donde hablaban de los temas que ella había pedido.
(TERMINA EL CAPÍTULO POR AQUÍ!!!)