Los últimos románticos (4/?)

Sep 20, 2010 15:08

Los últimos románticos, capítulo IV | Anteriores
Longitud: 8.000~ este capítulo | 29.500~ totales.
Rating/Advertencias: T | Más palabrotas. Oye, que malhablados son estos chicos.

Nota de autor: Volvemos con algunos personajes a los que habíais echado de menos. Dando algunas respuestas y creando otras tantas preguntas. Gracias por seguir ahí.

IV.

Como todos los martes, Álvaro quedó con Raúl en Moncloa para comer. Cada año escogían una asignatura de libre elección a la que ir juntos, y ese curso había tocado Psicología de la Atracción Sexual, sólo porque sonaba útil en el mundo real, algo que no pasaba con casi ninguna de esas asignaturas.

Siempre quedaban en la esquina entre dos calles donde tenían toda una gama de restaurantes a su disposición: McDonalds, kebab, chino, pizza y bocadillos. No se podía pedir más.

Álvaro llegó un poco tarde, como siempre, y supuso que tendría que esperar a Raúl que, aunque vivía a cinco minutos andando de allí, era aún más impuntual que él. En cambio, en cuanto salió del metro le vio, charlando con alguien al lado de la parada del autobús. Al principio no sabía con quién, ni siquiera se dio cuenta de que había alguien allí. Pero entonces ella -porque era un ella- le puso una mano en el brazo, a la altura de su inapreciable bíceps, y se rió. Albiol se revolvió ligeramente incómodo, aprovechando para colocarse la mochila sobre el hombro. Él se quedó mirando desde donde estaba, como si estuviera viendo uno de los documentales que les enseñaban en clase. La mujer le ríe las gracias para demostrar que le considera un tipo interesante, gesticula en exceso para sacar a relucir las partes de su anatomía que él puede apreciar más, mueve el pelo para repartir las feromonas en el aire. El hombre se mantiene rígido, con las manos pegadas al cuerpo. No se siente atraído por ella. O algo así, tampoco era como si prestara demasiada atención.

La verdad es que ella era guapa. Quizá demasiado delgada, pero tenía el pelo castaño brillante y los ojos grandes, y llevaba unos pantalones azules que hacían que sus piernas parecieran eternas.

Llegó un autobús y ella se despidió sonriendo ampliamente. Raúl volvió a colocarse los cascos de música.

-Eh, gilipollas -le dijo Álvaro, acercándose por fin hasta donde estaba él.

-Hola.

-¿Y esa con la que hablabas?

-¿Quién?

-La que acaba de marcharse en el bus -dijo, señalando la dirección en la que se había ido.

-Ah. Vamos juntos a algunas clases.

-Entonces no sé cómo te ha reconocido -se burló.

-Le suelo pedir los apuntes. ¿Te hace un kebab? Me apetece.

-Como quieras.

Se pusieron rumbo al local minúsculo e insoportablemente caluroso, que estaba a apenas un par de manzanas.

-Creo que le gustas.

-¿A quién?

-Joder, Raúl, macho. ¿Te acabas de levantar?

-Hace veinte minutos.

-A la tía esa -le aclaró.

-¿A Laura?

-Así que se llama Laura.

-Me parece que tiene novio -contestó, encogiéndose de hombros.

-A mí me parece que quiere meterse en tus pantalones.

-Ya, bueno, yo no me lío con tías con novio.

-Ni con novio ni sin él.

-¿Tanto te preocupa? No quiero meterme en medio de ninguna relación, y ya está.

-Pues en medio de las mías bien que te metes.

-Joder, Álvaro. Eres muy pesao -gruñó, entrando en el restaurante. Él le siguió. Había un par de personas en la cola, todos estudiantes como ellos, todos buscando la comida más abundante, barata y rápida de Madrid para volver rápido a Ciudad Universitaria a aguantar sus clases de por la tarde con ardor de estómago.

-¿Tienes suelto? -le preguntó Albiol cuando le tocó pagar.

-¿Cuánto necesitas?

-Treinta céntimos. -Él sacó su cartera y se los dio antes de pedir su comida. -Voy pillando sitio.

-Vale.

Arbeloa creía saber a qué se debía todo eso, por qué de repente era tan reacio a intentar nada con ninguna chica, aunque ellas prácticamente se le lanzaran encima. Estaba cansado de oír que no le gustaba una porque tenía el pelo demasiado corto, o la otra porque lo tenía demasiado rizado, o era demasiado bajita o tenía la nariz demasiado respingona o los ojos demasiado verdes. Alguna en el mundo tendría que gustarle. Sabía que las mujeres le seguían interesando, porque uno de los inconvenientes de estudiar Ingeniería Informática era que cada vez que el ordenador de un amigo tenía un problema, era su problema; pero una de las ventajas era que podía cotillear en el historial de Internet. Y sólo con echar un vistazo al de Raúl ya sabía más de sus inclinaciones de lo que nunca necesitaría saber. El problema era otro, y aunque él había tratado de buscarle otra explicación, no la había.

Había pasado hacía algo más de un año, el verano anterior. Estaban en Camas, el pueblo de Sergio, en Sevilla. Acababan de volver de las fiestas de algún pueblo vecino, y habían bebido más cerveza de la que nadie consideraría recomendable. Eran al menos las seis de la mañana cuando entraron en la casa vacía que les habían dejado sus tíos para pasar allí la semana de vacaciones que ya estaba tocando a su fin.

En el sorteo de habitaciones habían tenido suerte, porque les había tocado la principal. Eso significaba que tenían que compartir una cama de matrimonio, pero no era la primera vez que eso pasaba. Además, con el calor que hacía ni siquiera necesitaron cubrirse con la sábana, así que lo único que compartían era metro y medio de colchón. Fer y Sergio estaban en la otra habitación, con dos camas minúsculas en las que apenas entraban y una ventana por la que no era capaz de correr ninguna brisa.

Entraron a trompicones en el cuarto, tropezándose con sus propios pies. Oían a los otros dos susurrando entre risas, como si tuvieran miedo de despertar a alguien -aunque no había nadie más en la casa- pero no fueran capaces de controlar las carcajadas que les asaltaban a cada momento.

Raúl se había tumbado en la cama, con los pies colgando por el borde, como si no pudiera soportar el peso de su propio cuerpo. Se quitó las zapatillas ayudándose del otro pie y se desabrochó torpemente las bermudas negras, levantando la cadera para deslizar los pantalones por sus piernas hasta el suelo. Los huesos de su cadera sobresalían por encima de la goma de los boxers de dibujos. Su camiseta estaba ligeramente levantada, lo suficiente para que se intuyera su ombligo.

-No quiero volver a Madrid -dijo, cruzando los brazos bajo la cabeza y vocalizando aún menos de lo normal.

-Ya. Yo tampoco -contestó él tumbándose a su lado, aún vestido-. Pero a la vez quiero volver, ¿sabes?

Raúl se giró para mirarle, con los ojos entrecerrados, ya casi dormido.

-Sí. Como que quiero estar como aquí, pero allí.

-Eso.

-Totalmente.

Álvaro sonrió. A veces sentía que Albiol era el único que hablaba su idioma. Parecía un poco lento, un poco tonto, pero simplemente… era un tipo raro. Su cabeza funcionaba de una manera distinta a la de los demás. Puede que no recordara que las ballenas eran mamíferos, o que en un primer momento no distinguiera Austria y Australia, pero él tenía otro tipo de inteligencia. Entendía a las personas. Siempre le hacía reír cuando lo necesitaba, sabía cuándo darle un abrazo y cuándo una colleja para que despertara.

Parecía tonto porque era muy bueno, muy confiado, muy dulce. Porque nunca se tomaba nada demasiado en serio ni se enfadaba con facilidad.

Raúl era su mejor amigo, su hermano, la primera persona a la que le contó que había perdido la virginidad, con la que compartió el primer cigarro y la primera -y última- pastilla de éxtasis. Había sido quien había estado ahí para él durante todo el instituto, y quien había luchado por que no se distanciaran cuando éste terminó. No recordaba ni un solo momento importante de su vida en el que Raúl no hubiera tomado parte.

Y Álvaro estuvo a punto de joderlo todo esa noche.

No fue consciente de ello cuando algo punzante y sordo en su estómago le empujó hacia él con la boca entreabierta hasta que sus labios se rozaron, y la punta de su lengua asomó tímidamente para acariciarle. Ni siquiera cuando él, sorprendido, fue incapaz de reaccionar. Desde luego no reparó en su error cuando él le devolvió al fin el beso, perezosamente, casi como si no tuviera fuerzas para evitarlo. Abrió su boca para él y dejó que Álvaro le devorara con un beso lento y febril.

Ni siquiera entonces supo lo que podía significar eso, cuando volvió a abrir los ojos, aún con sus labios rozando los de Raúl, respirando el mismo aire que él durante un momento larguísimo, y dijo:

-Qué calor hace.

Se dio la vuelta y se quedó dormido al momento, con las manos bajo la almohada y una extraña sensación de calma en el pecho.

Sólo a la mañana siguiente, cuando se despertó ocupando todo el espacio en la cama que compartían, y le vio a él acurrucado en la el borde como siempre, recordó lo que había pasado. “Actúa como si hubieras estado tan borracho que ni siquiera sepas de qué habla”, pensaba. “Ríete, finge que lo ha soñado. Y si no cuela, échale a él la culpa”. Pero cuando el Chori se despertó no dijo una sola palabra al respecto. No dijo ni una sola palabra sobre nada. Fernando y Ramos se levantaron como siempre, bromeando y convirtiendo el desayuno en una juerga.

-¿Qué os pasa a vosotros dos? -preguntaron tras la enésima pulla que habían ignorado.

Álvaro miró a Raúl, que no se atrevió a mantenerle la mirada mucho tiempo.

-Nada. Hemos dormido mal -contestó a media voz-. Hace demasiado calor. Menos mal que hoy volvemos a Madrid.

Volvieron esa misma tarde. Arbeloa condujo casi todo el camino, y Raúl se lo pasó haciéndose el dormido en el asiento de atrás, mientras los otros dos seguían a lo suyo, totalmente ajenos a lo que les pasaba.

Él nunca se había atrevido a contárselo a nadie, y ni siquiera hablaron nunca del tema. Con el tiempo la incomodidad se fue diluyendo hasta que todo volvió a la normalidad. O casi. Siempre que se emborrachaba le volvía a la mente esa noche, como si el alcohol le ayudara a recordar. No podía evitar pensar que Albiol lo había malinterpretado todo. Que su comportamiento de los últimos meses se debía a aquél error en Sevilla.

-Oye… -dijo cuando llegó a la mesa en la que Raúl ya estaba sentado. Colocó la bandeja frente a él y ocupó su incómoda silla-. Estaba pensando una cosa.

-A ver.

-Tienes que comprometerte a escucharme hasta el final. A no interrumpirme.

-Suena a que vas a decir alguna gilipollez -apuntó Raúl.

-Es probable.

-Entonces hazte un favor y cállate -le sugirió, cogiendo un trozo de pollo que se había caído del pan de pita.

-En algún momento tendré que decirlo, así que lo hago ya y nos lo quitamos de en medio.

-Joder -masculló.

-A ver… -empezó a decir-. ¿Tú estás… como -carraspeó, sin saber exactamente cómo quería decirlo. Tomó un sorbo de su bebida-… enamorado de mí, puede ser?

Raúl se atragantó con el enorme bocado que acababa de pegarle al kebab.

-¿Pfe? -exclamó, con la boca llena, escupiendo trozos de lechuga-. ¿Tfu eref fonto?

-Te has manchado la nariz de salsa.

Se la limpió con el dorso de la mano y le hizo un gesto para que le diera un segundo, hasta que fuera capaz de tragar.

-¿Tú eres tonto? -repitió, dando un trago a su Coca-Cola.

-No pasa nada. Quiero decir que eso no tiene por qué afectar a…

-¿Qué cojones te has fumado?

-Son cosas que pasan, ¿no? -Enarcó las cejas. -Quiero decir… No sé. Supongo.

-A ver, Trufas. No. No estoy enamorado de ti -le espetó-. Ahora mismo ni siquiera me caes bien.

-¿Estás seguro? Porque no paras de sabotear mis rollos, y tú no…

-Estoy seguro -le interrumpió.

-Es sólo que desde esa noche…

Raúl soltó una carcajada.

-Eres acojonante.

-Fue un momento confuso…

-¿Confuso? -se rió-. Tú me besaste a mí. Tú -aulló, señalándole-. A mí -y se señaló el pecho-. ¿Lo pillas?

-No hace falta que se entere todo el mundo -musitó, encogiéndose.

-Es tan sencillo que hasta yo lo entiendo, macho. Tú me besaste a mí -repitió, por si no había quedado suficientemente claro.

-Eso lo sé.

-Hostia, ¿sí? -ironizó-. Porque lo dices como si yo me hubiera lanzado a chupártela, o algo.

-Vale, fue culpa mía.

-Gracias.

-Pero a lo mejor tú lo entendiste mal.

-A lo mejor. ¿Tú estabas tratando de hacerme el boca a boca, o cómo va el tema? -preguntó con mordacidad.

-No… No sé.

-A ti se te va la olla y el problema es mío.

-No he dicho que sea tuyo, pero a lo mejor hiciste de eso algo que no era. No sé, es que parece que…

-Ni parece ni hostias -volvió a cortarle.

-Yo sólo pensé que, yo qué sé, te molaba. -Se encogió de hombros. -O algo.

-Mira, tú serías la última persona por la que me pillaría. -Empezó a contar todas sus virtudes con los dedos. -Eres un pesado, roncas, nunca me dejas ganar a la Play, te gustan las Ruffles York’eso. Eres todo lo que odio… junto en una sola persona -resumió-. Y eres feo.

-Tampoco hace falta que te pongas así.

-Es que de verdad que pareces tonto.

-Ya -contestó. Dio el primer bocado a su kebab y aprovechó para mirar a su alrededor. No había ni una sola mesa que no estuviera pendiente de su conversación. Se habían convertido en la telenovela de la hora de la comida.

No había sido esa su idea cuando había decidido sacar el tema. La verdad es que ni siquiera tenía una idea clara de lo que quería sacar de la conversación. En el fondo esperaba que Albiol le dijera que sí, que estaba enamorado de él, para así al menos poder dejar de comerse la cabeza. Si no lo estaba no tenía sentido que fuera tan celoso cuando él ligaba, o que se negara a hacer caso a nadie.

-Joder. Es que como pasas de las tías…

-¿Quieres dejarlo ya?

-Es que te juro que no lo entiendo, macho.

-A lo mejor sólo estoy esperando a la persona perfecta, ¿no? ¿Qué tiene eso de malo?

--

No había una verdadera razón para aceptar el trabajo, o para dejar de hacerlo. Podía presentar una serie de excusas poco creíbles y poner pies en polvorosa, o coger el trabajo y seguir adelante porque el dinero le vendría de perlas. O, como había hecho, firmar el contrato que Carlos le había tendido y no pensar demasiado en ello. Algo que realmente no le estaba costando mucho; y si no hubiera sido porque ese martes tenía que acercarse hasta el ático de su profesor ni siquiera habría reparado en su nuevo cometido. Había sido la agenda de su móvil la que le había recordado la cita que tenía con él, mientras comía en la cafetería de la facultad.

“Marchena, 17:00”

El texto había parpadeo un par de veces. David había mirado el mensaje durante un par de segundos y había vuelto a guardar el teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón. Siguió comiendo con sus compañeros, y tuvo tiempo de pasarse una hora por la biblioteca antes de coger su bicicleta y poner rumbo hacia Malasaña, dónde Carlos tenía su casa.

Poco antes de llegar a Juan de Austria, la cadena de la bici decidió que había aguantado demasiado tiempo sin suponerle un problema y se salió, lo que consiguió no sólo que tuviera que frenarse en seco cerca de la estación de metro de Quevedo, sino que también hizo que su buen humor desapareciese por completo. Intentó sin mucho acierto arreglar el problema con las coronas, que llevaban un tiempo dándole problemas. Tampoco funcionó ponerse a tensar la cadena, por lo que tuvo que caminar llevando la bici a un lado.

Más tarde de lo que había esperado, y suponiendo que llegaba diez minutos tarde, se detuvo frente al portal del edificio de Carlos, sacó de su mochila la cadena y el candado y se dispuso a anudarla en el poste que había enfrente.

--

David se despidió de la señora Blanco y se metió en la trastienda.

-Deja de comer uvas, cabrón, que te veo -regañó a Gerard que le esperaba apoyado en las estanterías del fondo.

-Hostia, ¿de qué me sirve tener un amigo con una tienda si no puedo gorronearle?

-Esta tienda está poniendo los fondos para el puto taller, mamón. Así que deja de restarle beneficios -replicó rebuscando en una caja de metal.

-Han sido tres míseras uvas. -Piqué salió tras de él, que había vuelto al mostrador. -No voy a causar un desajuste monetario, o una crisis mundial.

-Podrías… -murmuró abriendo la caja registradora para meter el cambio que había cogido del almacén.

-Tío, en serio a ver si terminas los exámenes, rebajas la tensión o follas un poco. Porque tanto mal humor no puede ser sano. -Dejó a su amigo al otro lado, apoyando los codos en el mostrador de espaldas a la puerta.

-¿Cómo es que terminas relacionándolo todo con el sexo? Porque eso, colega, sí que no puede ser sano.

-El sexo es vida. Mi vida. ¿Por qué no hablar de él? -preguntó con media sonrisa.

-Nadie te dice que dejes de hablar de él, sólo que podrías dejar de mencionarlo en cada puta frase que dices.

-Tampoco es para tanto, lo que pasa es que como tú practicas poco, parece que es más. ¿Qué coño miras? -Gerard volteó la cabeza para saber lo que había provocado que David estuviera a punto de provocarse un tirón en el cuello.

-Nada -murmuró quitándose el delantal verde con el que atendía sus clientes-. Espérame aquí.

David salió de la tienda, dejando a su amigo con la palabra en la boca. Lo cierto es que hacía un par de minutos que no le estaba prestando atención. Frente al establecimiento de sus padres un joven que reconoció al instante intentaba asegurar su bicicleta.

-Puedo echarle un ojo si quieres.

Silva se volteó para encontrarse con esa media sonrisa que pensaba que no iba a volver a ver, y en la que casi no había pensado en esos tres días.

-No gracias, con esto -dijo levantando la pesada cadena de seguridad- será más que suficiente.

-Me refería a esto -Villa se acercó a él, agachándose para observar el desajuste en su bici.

-La llevaré al taller después, gracias -musitó separándose ligeramente.

-Van a cobrarte cincuenta euros y yo podría hacerlo gratis -replicó, poniéndose en pie.

David le miró escéptico. Sabía que en el taller le cobrarían una buena suma por muy pequeño que fuese el arreglo que tuvieran que hacerle, y a él no le sobraba el dinero.

-Soy un manitas, tranquilo -explicó Villa-. Te prometo que estará en perfectas condiciones cuando bajes.

David no estaba demasiado convencido, y mantenía el candado en la mano.

-Si la terminas de joder…

-Que no, que soy muy bueno en esto. -Sonrió ampliamente.

-En una hora más o menos habré terminado.

-Perfecto, estará para entonces.

Silva recogió la cadena y la guardó de nuevo en su mochila, se despidió y puso rumbo a casa de Carlos. Villa tomó la bicicleta y la condujo hasta la tienda.

-¡Aguanta la puerta, cojones! -le gritó a Gerard, quien enseguida acudió en su ayuda.

-¿Quién era ese?

-Nadie -musitó metiéndose en la trastienda-. Necesito tres en uno, toma, vete a la ferretería de la calle Garcilaso.

-Para no ser nadie, te tomas muchas molestias, ¿no? ¿O vas a cobrarle? -bromeó.

-¡Que vayas a por el puto tres en uno! -espetó nervioso.

-En carnes podrías cobrarle, a ver si te quita la mala hostia.

Villa le miró de malas formas y se dio la vuelta buscando la caja de herramientas que tenía por allí. Gerard no esperó respuesta y salió en busca de lo que le había encomendado. Cuando escuchó la puerta cerrarse, suspiró algo más tranquilo. Lo cierto es que había esperado encontrarse con David otra vez pero no tan pronto, aunque si el destino había decidido que volvieran a verse, ¿quién era él para quejarse?

Cogió el cartel de Vuelvo enseguida y lo pegó en la puerta. Necesitaba tiempo para dejar la bici puesta a punto. No iba a negarlo, quería impresionarle, y si conseguía algo a cambio no iba a ser desagradecido.

--

Carlos levantó la vista de los papeles que tenía delante, se masajeó el puente de la nariz y observó a su amigo espatarrado en el sofá. Xabi había llegado hacía casi un par de horas directamente desde la facultad, había traído algo de comida india y después se había aposentado en su salón. La verdad es que no había dicho mucha cosa, y él intuía que algo le pasaba a su amigo, pero le conocía lo suficiente como para saber que no hablaría hasta que se sintiese cómodo, o hasta que Carlos le obligase a base de amenazas.

Aquella tarde parecía que Marchena iba a tener que esforzarse al máximo.

-Necesitas un ajedrez -dijo Xabi de pronto.

-¿Para qué? No sé jugar.

-Para aprender. Para que podamos jugar.

-Tú tampoco sabes -espetó.

-Ya, pero somos dos profesores de universidad, la gente debe pensar que hacemos esta cosa cuando te visito, o que tenemos pequeñas disertaciones sobre historia o medicina. Puede, incluso, que piensen que discutimos sobre política.

-¿Qué más da lo que piense la gente? -Preguntó- un momento, ¿qué gente? No es como si mucha gente supiese que vienes aquí. A gorronear -aclaró.

-He traído la comida -se excusó- Sólo te he robado un par de tazas de café.

-Y valiosas horas de mi vida, no es fácil trabajar contigo cambiando de canal cada quince segundos.

-Es que, amigo, tienes una mierda de canales.

-No es como si usase mucho la caja tonta. -Carlos se puso en pie y se acercó al sofá, sentándose en el reposabrazos-. ¿Vas a contármelo o voy a tener que ver como no haces nada en todo el día?

-¿Contar? -Xabi se removió incomodo, señal inequívoca de que había dado en el clavo. -No tengo nada que decirte, he venido a ver a mi amigo. Eres un desagradecido -se quejó.

-No lo sería si vinieras a visitarme como única razón. Pero por favor, Xabi, ¿cuánto hace qué nos conocemos?

-Demasiado, por la forma que tienes de tratarme. La confianza empieza a dar asco -replicó molesto, poniéndose en pie.

-¡Joder, Xabier! -protestó agarrándole del antebrazo-. Siéntate, y dime de una puñetera vez qué cojones te pasa.

Xabi le observó de reojo, suspiró airadamente y volvió a tomar asiento, con los brazos cruzados sobre el pecho. Vale, no estaba bien, y puede que necesitase hablar cuando había decidido ir a visitar a su amigo, pero al llegar las fuerzas se habían evaporado, y sólo quería pasar la tarde allí e intentar que al llegar a casa los recuerdos no supusieran un golpe demasiado grande.

-No es nada -musitó-. Nada importante -matizó-. Me he levantado algo nostálgico, nada más.

Carlos le observó detenidamente. Parecía decir la verdad, pero con su amigo no podía tenerlas todas consigo. Era demasiado cabezota cuando se trataba de expresar sus sentimientos, o de contarle a alguien un problema. No es que el fuese muy distinto, pero al menos él sabía pedir ayuda. Lo único que Xabi hacía era encerrarse más en sí mismo. Eso sí, sin dejar de parecer, a los ojos de los demás, el perfecto caballero.

El timbre de la puerta le sacó de sus pensamientos.

-Parece que David se ha adelantado -le informó.

-Cierto, hoy era su primer día.

Marchena asintió y se encaminó hacia la entrada para abrir la puerta.

-¡Oh, hola! -exclamó sorprendido.

-Hola. Te he traído esto -Juan sonrió ampliamente mostrando un plato envuelto en papel de aluminio.

-Mmmm, gracias.

-Son frisuelos, los ha hecho mi tía -se explicó-. Ha hecho tantos que me ha dicho que te los subiera.

-Tu tía me consiente demasiado. Pero pasa -le dijo, haciéndose a un lado-. Hay café recién hecho, seguro que te puedes tomar uno y acompañarnos.

-Oh, ¿no estás sólo? -preguntó intentando no sonar demasiado obvio.

-No, éste -señaló a Xabi que permanecía atento a la conversación- es uno de los amigos más pesados que puedas echarte a la cara. Xabi, él es Juanín.

-Juan -dijo de repente.

-Vaya, olvido con facilidad que no te gusta demasiado. -Carlos le sonrió ligeramente. -Voy a poner un poco de leche a calentar para ti -le indicó al recién llegado-. ¿Sólo para ti?

Xabi asintió viendo como su amigo dejaba el plato sobre la mesilla a los pies del sofá, y se iba rumbo a la cocina. Juan se quedó quieto, sin decir una sola palabra mientras que él le observaba. Si no recordaba mal, este era el jovencito del que alguna vez Carlos le había hablado. Recién llegado de Asturias para estudiar Bellas Artes, primo de David, ese espécimen al que Marchena había ayudado con sus estudios. No es que se parecieran mucho físicamente, y por la manera de comportarse no parecía que lo hicieran de ninguna otra manera.

-¿Qué tal te estás habituando a la ciudad? -preguntó al fin.

-Bien -respondió sorprendido.

-Oh, Carlos me dijo que llegaste a principios de verano.

-Sí, sí… quería conocer Madrid antes de empezar las clases.

-¿Y cómo van?

-Bien, me gusta mucho -explicó.

-¿Siempre has querido estudiar Bellas Artes?

-Bueno, supongo… siempre he dibujado. No recuerdo hacer otra cosa.

-Pues aquí está.

Carlos apareció cargado con una bandeja y tres tazas de humeante café en ella. Xabi observó la rapidez con la que Juan se había vuelto para mirarle, la cálida sonrisa con la que recibió la taza de sus manos, y el brillo de sus ojos cuando creía que nadie estaba mirándole, con la vista fija en Carlos. Xabi sonrió de medio lado, mientras aceptaba el café que su amigo le tendía.

-¿Qué tal las clases? -le preguntó Marchena a Juan cuando se sentó frente a él.

-Interesantes, parece que voy a aprender más de lo que esperaba -comentó.

-¿Y cual es tu especialidad? -preguntó Xabi.

-Retratos, pintura realista -especificó.

-¡Oh! -Miró fijamente a su amigo, que enseguida se percató que tramaba algo. -¿Sabes? Hace no mucho Carlos me comentó que le gustaría tener un retrato para poner aquí en el salón.

-Eso no es…

-Vamos, no sea modesto -le interrumpió-. Creo que por una vez puedes vanagloriarte de tu buen aspecto y aprovechar ahora que estás en la plenitud de tu vida.

-¿Perdona?

-Y ¿qué dices, Juan? ¿Pintarías a Carlos?

Mata, que mantenía la taza entre las manos cerca de sus labios, la bajo lentamente hasta dejarla sobre la mesa. Dejó que su mirada viajara a Carlos y se detuviera en su rostro. ¡Claro que lo haría! Se moría de ganas por hacerlo, por hacer cualquier cosa que supusiera pasar más tiempo junto a él. Observándole, escuchándole, sintiéndole. Había pasado todo el verano inventando cualquier excusa para subir al ático, arrastrando las cajas de sus pedidos hasta la cocina, colocando los productos en la despensa cuando Carlos olvidaba hacerlo.

-Quizás no sea demasiado bueno…

-¡Tonterías! -exclamó Xabi-. Estoy seguro de que tu trabajo será espectacular.

-Xabi, por muy buena que sea tu intención, no puedo permitirme posar para un retrato. Requiere tiempo del que no dispongo.

Juan frunció los labios. Estaba seguro de que Carlos no iba a aceptar, pero por un momento se había hecho ilusiones.

-Que te pinte mientras trabajas.

-¿No era un retrato?

-Bueno, no eres de las personas a las que les gusta mirarse a todas horas al espejo, así que un retrato no pegaría con tu forma de ser. Pero un cuadro que mostrase tu vida diaria. ¿Podrías hacerlo?

-Claro. Además no molestaría y… bueno me serviría para practicar. Podría incluso presentarlo a alguna clase, si tú quieres claro -explicó rápidamente.

-¡Qué más quieres! Conseguirás un bonito cuadro para este desastre que llamas salón y ayudarás al muchacho con sus clases.

-Pero…

-Si te encanta ayudar a los chicos con las clases.

Carlos dio un trago largo a su café, sólo y frío. No tenía ni idea que extraña maquinación había llevado a Xabi a semejante excitación por conseguir que Juan pintase un cuadro, un cuadro de él corrigiendo exámenes, o escribiendo en su Olivetti. Pero al menos esa cara de desesperación que había mostrado cuando había bajado sus defensas solo unos minutos antes había desaparecido.

-Será aburrido, no hago otra cosa que leer y hacer correcciones a los trabajos de mis alumnos.

-No importa, quiero decir, necesito tranquilidad y tiempo para pintar.

-¡Perfecto! -Xabi se levantó-. Yo tengo que irme ya, pero os dejo ultimando los detalles.

-Tú y yo tenemos una conversación pendiente -comentó Carlos mirándole fijamente.

-Ya, ya… otro día -se disculpó-. Un placer, Juan.

Cogió el abrigo que había dejado sobre una de las butacas cercanas al ventanal y su portafolios. Justo en ese momento, el interfono timbró.

-Ese debe de ser David -Carlos se levantó raudo y salió para abrirle.

-Es uno de sus alumnos -le explicó Xabi a Juan-. Va a trabajar para él, me hace un favor. Es uno de mis mejores amigos y necesitaba el dinero.

-Ah…

-Bueno, pues espero ver pronto los resultados de vuestro trabajo.

Xabi sonrió ampliamente. Oh, vaya si lo esperaba.

--

David empezaba a exasperarse. No iba a ser posible hacer todo ese trabajo en tan poco tiempo. No tendría que haber aceptado. Ahora tendría que estar en la biblioteca adelantando horas de estudio y no en aquel salón intentando poner orden en el caos que eran los archivos de Carlos. Además de desesperarse cada poco tiempo al pensar que ese era el último informe que tenía que guardar, por fecha y orden alfabético, estaba el hecho de que el caos que se extendía a su alrededor no parecía tener fin. Cuando Carlos le dijo que su primera tarea sería ordenar unos documentos no pensó que estos se remontarían diez años atrás, y que no había ni una forma lógica para estar guardados en esas cajas. Así que no hacía más que mirar el reloj anhelando que la hora que había prometido estar allí terminase y pudiese bajar a recoger su bici. Porque temía que ese manitas de tres al cuarto acabara por estropear su medio de transporte.

-¡Me estáis poniendo nervioso! -exclamó Carlos poniéndose en pie-. Trabajo en silencio, me gusta la tranquilidad y con vosotros dos -les señaló a él y a Juan que se había quedado para encontrar la luz perfecta para su cuadro- dando vueltas y moviendo cosas no puedo. ¡No puedo! -gruñó.

-Lo siento -se disculpó Juan.

-¿Cómo voy a ordenar nada si no puedo moverme? -replicó David.

Juan le miró atónito. Estaba claro que ambos tenían que moverse para realizar las actividades por las que estaban ahí, pero al menos él conocía a Carlos lo suficiente como para saber que no era nada bueno contraatacar en un momento así.

-No sé, pero te pagan para que me ayudes. Y, créeme, no ayudas nada con todo ese ruido y esos bufidos que sueltas cada dos segundos.

-Si al menos hubiera un orden, por enrevesado que fuese, lo encontraría. Pero es que está todo apilado, sin ton ni son. Tengo que empezar de cero, con todo.

-¿Y no puedes hacerlo sin montar todo ese escándalo?

-No -protestó cruzando los brazos sobre el pecho.

-Pues así no vamos a llegar a ningún lado. -Carlos se pasó la mano por la cabeza-. Quizás no fuese buena idea, quizás debo seguir con mi antiguo sistema.

-¿Cuál? ¿El de dejarlo todo por cualquier parte? -David tomó su mochila del suelo-. Sé que necesitas silencio para trabajar, porque yo lo necesito para estudiar, pero no puedo evitarlo, tengo que buscar papeles, colocarlos y andar de un lado para otro. Pero si eso no puede ser, entonces sí, quizás tengas razón, y esto no fue una buena idea.

Juan les miró a ambos. Carlos fruncía el ceño disgustado y David hacía otro tanto de lo mismo. Tenía claro que Marchena necesitaba ayuda con el orden, y por lo que Xabi había dicho ese chico necesitaba el dinero. Alguna manera de solucionarlo tenía que haber.

-¿Tienes que estar aquí mientras él trabaja? -preguntó Mata de repente.

-¿Qué? -Carlos salió del trance al que había llegado intentando dilucidar si podría soportar a David haciendo esos molestos ruidos.

-Bueno, sí va a empezar a ordenar desde cero, y te dará un sistema nuevo, no creo que tengas muchas indicaciones que darle ¿no?

-No, la verdad es que no.

-Entonces, ¿por qué no viene cuando tú no estés en casa? ¿Podrías hacerlo? -le preguntó a David.

-Sí, claro… supongo que sí.

-¿Y no supondrá un problema con tus clases? -le preguntó Carlos.

-No, no para nada. Tengo algunas horas libres las mañanas de los miércoles.

-Y tú tienes clases todo el día en la facultad -Mata se puso entonces rojo como un tomate-. Esto, creo…

-Sí, la verdad es que sí. Lo cierto es que podría funcionar -Carlos caminó hasta David y puso una mano en su hombro-. Creo que trabajaremos mejor por separado.

-Probablemente -sonrió-. Gracias -le dijo a Juan.

-Oh, nada…

-Entonces, volveré mañana y me dedicaré a ordenar todo esto, en un bullicioso movimiento de hojas, además podré gritar y acordarme de tu familia cuando me desespere.

-Tienes mi permiso. Dejaré las llaves en la tienda de abajo, pregunta por David. ¿Le recuerdas? Le conociste la primera vez que viniste.

-Oh, sí. Ya, él -murmuró. Entonces su teléfono sonó-. ¿Sí? -preguntó tras descolgar-. Estoy en el trabajo, sí… sí Raúl, te lo conté ayer… escucha, ¿Qué quieres? ¿Ahora?... ¿pasa algo? Entonces, ¿no puedes esperar a que llegue a casa? Vale, vale… ven a buscarme anda.

Mientras le daba la dirección, Carlos y él salieron hacia la entrada.

-Gracias, y lamento que el primer día haya sido tan desastre.

-No es como empieza, sino como acaba.

Tras despedirse de su nuevo ayudante, Carlos volvió al salón donde Juan continuaba de pie.

-Supongo que entonces el cuadro tendrá que anularse. Necesito al modelo. No podría trabajar si tu no estuvieras.

-Bueno, tú no te moverás mucho, ¿no?

-No, sólo necesito encontrar un lugar con buena luz, y plantaré mi taburete y el caballete. Puedo pasarme horas sin moverme -le explicó feliz de que su oportunidad no se desvaneciese.

-Bien, entonces, encuentra esa dichosa luz antes de que me vuelva a poner con mis cosas.

-Claro.

-Y empezaremos el fin de semana, ¿te parece bien?

-Sí, sí. Estupendo.

Carlos salió rumbo a su habitación dejando a Juan de nuevo en completa soledad pero exultante. Iba a trabajar con Carlos como modelo, iba a hacer un cuadro realmente bueno. Pero sobre todo iba a poder observarle sin temor a saberse descubierto.

--

Mel se encontró la tienda cerrada cuando volvía de encargar la fruta en el mercado que irían a recoger a la mañana siguiente. Y aquello le gustó poco, pero cuando descubrió el por qué le gustó aún menos. Así que David y él habían tenido una de sus grandes broncas, de esas que oían en toda la calle, porque a gritos y a cabezones nadie ganaba a la familia Villa.

-Esta tienda es la que te da de comer -le recordó a su hijo.

-Me lo llevas diciendo toda la vida, papá. No es como si fuese algo nuevo.

-Es que parece que no te das cuenta, con los tiempos que corren y tú siempre con estas tonterías. Tienes un trabajo, tienes una manera de ganarte la vida. Deja de perder el tiempo y dedícate a lo que de verdad merece la pena.

-¡Hostia, papá! -gritó-. No empecemos con lo de siempre ¿eh?

-Empezaré con lo que me dé la gana, sólo quiero lo mejor para ti.

-Lo mejor para mí no es pudrirme detrás de un mostrador.

-Igual preferirías que nos hubiésemos quedado en Tuilla, allí hubieras acabado con los pulmones negros de hulla.

-Joder, papá -protestó.

-Quizás deberíais esperar a llegar a casa para discutir, la gente empieza a pararse delante de la tienda -terció Gerard.

-Tú calla, cojones -se quejó David- Y saca la puta bici, a ver si va a bajar a por ella y no la tiene lista.

Piqué, que sabía que lo que una discusión de los Villa podía llegar a durar, no dudó en obedecer a su amigo, coger las cosas y esperar a que el dueño de la bici bajase a por ella. Apoyado en el SEAT León de David con la bici a un lado, Gerard aún podía oír las voces, algo más moderadas, de su amigo y su padre. No era la primera vez que los veía discutir por esa misma razón, Mel quería que su hijo fuese ingeniero y para eso habían emigrado desde Asturias, para conseguir algo más de dinero y ver como su hijo prosperaba. Pero David no había estado demasiado centrado en sus estudios cuando era un adolescente y los había abandonado con apenas diecisiete años. Así que casi diez años después se encontraba trabajando en una tienda de ultramarinos que competía a duras penas con los supermercados, y las tiendas abiertas casi las veinticuatro horas de dueños asiáticos.

Ellos se habían conocido hacía ya unos años, cuando Gerard hacía las prácticas en el taller de Pep y David había llevado allí la furgoneta de su padre. Habían hecho buenas migas enseguida pese a los casi cuatro años que les separaban. Fue él quien, tras ver la destreza de Villa con los coches y con cualquier trabajo manual, le había animado a meterse en el grado de mecánica que él mismo había hecho, con la idea de en un futuro no muy lejano montar un taller juntos. Y bueno, poco a poco y con la ayuda del vecino profesor de la universidad, David lo estaba consiguiendo. No le quedaba mucho para terminar. Un título del que sus padres pudieran sentirse orgullos. Un nuevo futuro.

Pero su padre no estaba muy por la labor. Había visto a David fracasar con sus estudios una vez, y parecía no estar dispuesto a darle otra oportunidad. Prefería la seguridad que el negocio familiar podía darles.

Y ahí era cuando ambos estallaban.

-¿Qué haces con mi bicicleta?

Parado frente a él, y con cara de pocos amigos estaba el chico al que él sólo había visto de refilón mientras su amigo había salido a su rescate.

-Hola, Gerard -dijo tendiéndole la mano.

-¿Qué haces con mi bici? -volvió a preguntar.

-Esperar a que bajarás, y tú ¿te llamas?

-No creo que te importe -respondió mientras se agachaba a mirar el estado de la cadena y las coronas-. La ha arreglado -murmuró.

-Claro, ¿qué esperabas? Es bueno.

-Pero… las coronas, estaban dobladas hacia dentro y…

-Bueno, ya que estaba, no ha podido pararse. Es muy eficaz, le gusta hacer las cosas bien.

-Ya -David abrió la mochila y buscó su cartera, sacó veinte euros y se los tendió-. Dáselos y dale las gracias.

-No creo que los acepte. Además, ¿por qué no esperas y se las das tú?

-Tengo cosas que hacer.

-Vamos, serán cinco minutos. Espera aquí.

Si Villa había hecho aquello, debería tener una buena razón. Y conociendo a su amigo, y sobre todo sus gustos, estaba más que seguro de cual era.

-¡Hey, David! -gritó desde la puerta.

-¡Que te esperes fuera, coño!

-El chico de la bici está esperando para darte las gracias. -David asomó la cabeza por entre las cortinas que separaban la trastienda del resto.

-¿Sí?

Gerard asintió y volvió a salir fuera.

-Ahora viene.

-David -dijo Silva.

-Sí, ese mismo.

-No, que me llamó David -dijo tendiéndole la mano.

-Coño, mira que es casualidad -Gerard la apretó con fuerza, manteniéndola así más de lo necesario, escrutándolo con sus ojos azules, haciendo que Silva se sintiera turbado y tuviera que apartar la mirada y, tras soltarse, dar un paso atrás. Le encantaba hacer esas cosas, sabía el poder que ejercía sobre los demás, y siempre que podía hacía gala de ello.

-Hola. -Villa salió con una gran sonrisa que, por supuesto, Piqué supo que no iba dirigida hacia él, pero que le alegró ver tras la monumental bronca que había tenido con su padre. -¿Le has echado un ojo?

-Sí, está perfecta. Es más de lo que esperaba, gracias. No es mucho pero… -le enseñó el billete.

-¿Qué? No, no, para nada. Ha sido una tontería.

-Pero si te has tirado una hora…

-He dicho que ha sido una tontería. -Gerard conocía esa mirada, esa expresión. La bitchface era como él y Busi la llamaban, y cuando aparecía más te valía poner pies en polvorosa, o hacer lo que fuera que David quisiera.

-Pero… no puedo, quiero decir… -Silva se mordió el labio-. Has hecho un gran trabajo.

-Bah… no es para tanto -Villa se llevó la mano a la nuca y frunció al nariz.

-¡Pony! -David giró la cabeza para ver a Raúl al inicio de la calle, llevaba la mochila colgada a un hombro, y le saludaba con la mano.

-¿Pony? -preguntó Piqué entre risas.

-Es… -intentó buscar una explicación que no le dejará en completa evidencia pero no la tenía-. Tonterías de mi compañero de piso -se excusó-. Bueno será mejor que me vaya -tenía que evitar a toda cosa que Albiol llegará hasta allí, o dejaría su imagen por los suelos.

-¡Oye, espera! -Gerard puso la mano en el manillar de la bici- ¿Por qué no vienes el jueves a Torre Europa?

-¿Perdona?

-Sí, vamos a hacer botellón con unos amigos, podrías venir.

-Bueno, yo… -Silva miró a Piqué que sonreía ampliamente, después a Villa que parecía no entender muy bien lo que estaba pasando.

-Vamos, así le pagas un par de copas a éste -señaló a Villa- y quedáis a pachas con lo de la bici.

-Supongo que… no lo sé, me lo pensaré -Raúl estaba a punto de llegar-. Mañana tengo que volver a terminar unas cosas, te daré una respuesta -dando la vuelta a la bici puso rumbo hacia su amigo-. Gracias, de verdad -dijo mirando a Villa una última vez.

-¿Qué coño de Torre Europa? -le preguntó David a Piqué cuando Silva ya estaba lo suficientemente lejos.

-Calla, guaje. Que estoy a punto de conseguir que folles.

--

David se llevó a Raúl de allí a toda prisa, para que no tuviera ocasión de conocer a aquellos dos sujetos. Sólo de pensar en el lío que organizarían entre los tres le daban ganas de que le tragara la tierra. Caminaron deprisa buscando un bar en el que sentarse a tomar algo, pero Albiol le ponía pegas a cada uno que encontraban. Llegaron hasta la primera calle ancha que cruzaba con Juan de Austria, que parecía ser Luchana.

-Ay, una horchatería -exclamó, emocionado.

-¿Quieres una horchata?

-Porfa.

-Hace un frío de morirse.

-Venga, Pony, va. Hace meses que no tomo una horchata de verdad.

-Vale -accedió. Había veces que Raúl era demasiado valenciano para él, como cada vez que le veía cocinar arroz y trataba de darle alguna clase magistral. Como si él hubiera hecho una paella en su vida.

Tras dejar la bici sujeta a una farola se sentaron en una mesa cerca del gran ventanal que daba a la calle. Albiol se dedicaba a mirar a la gente que cruzaba frente a ellos, como si por estar allí dentro no fueran a verle riéndose.

-Mira las pintas de ese. Es una mezcla entre Al Pacino en Sacrface y Pancho Villa.

Silva puso los ojos en blanco. ¿Para eso le había pedido que quedaran con tanta insistencia?

-¿Qué os pongo?

-¿Tenéis leche de soja? -preguntó David mecánicamente, como hacía en cada bar y cada cafetería del mundo.

-Eh… ¿no? -contestó el camarero extrañado.

-Vaya, pues…

-A mí ponme una horchata. Bien grande -le cortó Raúl.

-Y un café solo. -Lo apuntó todo en su libreta y se marchó hacia la barra. David no necesitó mirar a su amigo para saber que se estaba riendo de él. -No te metas con mi leche de soja, porque tú te has pedido una horchata en octubre.

-No he dicho nada.

-Pero lo vas a decir. ¿Hemos venido aquí por algo o vas a hacerme perder el tiempo como la mitad de las veces?

-Jo, macho, para haber follado hace nada sí que te dura poco el buen humor.

-¿Estamos aquí para hablar de mi vida sexual o para…?

-Qué te gusta decir eso de “vida sexual” -dijo, haciendo el gesto de las comillas en el aire-. Ahora que la tienes…

-¿En qué momento he dejado de tenerla?

-¡Pony! ¿Qué me dices? -se sorprendió, pegando un respingo en su silla-. ¡Estas cosas no me las cuentas!

-Lo dices como si te hubiera contado algo alguna vez -repuso con indiferencia.

-David, David… en esta relación no hay simbiosis.

-¿Pero tú sabes lo que es la simbiosis? -preguntó sorprendido.

-Oye, que estoy estudiando una carrera. Hay una cosa que se llama simbiosis empresarial, por si no lo sabías.

-Ya, de todas maneras lo nuestro es más bien una relación parasitaria.

-Cómo te gusta hacerte el listo.

Volvió el camarero con sus bebidas y la cuenta, que dejó sobre la mesa sin mirarles siquiera.

-Bueno, ¿qué?

-¿Qué de qué?

-Que si me vas a decir para qué me has llamado.

-¿No puedo querer tomarme una horchata con mi compi de piso?

-¿Problemas en clase? ¿Con tus padres? -aventuró-. ¿Con Álvaro?

A Raúl le cambió la cara. Dio un trago a su horchata y bajó la mirada, haciendo bolitas con una servilleta de papel. David iba a tener que sacárselo con sacacorchos. Siempre pasaba lo mismo. Cuando tenía algún problema iba a contárselo a Álvaro; cuando tenía un problema con Álvaro se lo contaba a él. Y siempre estaban teniendo problemas. Nunca era nada demasiado grave, sólo los típicos malentendidos de ‘me ha dicho esto’ o ‘me ha hecho esto otro’. Aunque Raúl no era una persona que se enfadara con facilidad, se ofendía enseguida, y Álvaro no era el hombre más delicado del mundo.

-Es que, joder… Tenías que haberle visto -escupió, atragantándose con sus propias palabras, tratando de decirlo todo a la vez-. O sea, ¡como si hubiera sido mi culpa! Porque no lo fue, ¿sabes? Es que es acojonante. Yo callándome todo este tiempo y viene el idiota y… Porque yo no quise decir nada por él, ¿sabes? Y ahora…

Mientras Raúl seguía con sus desvaríos y gesticulando como si quisiera sacarle un ojo a alguien, él se debatía entre intentar prestarle atención a su compañero o tomar una decisión sobre la petición que el amigo de David le había hecho. En realidad, se acababa de dar cuenta de que estaba considerando no dar una respuesta negativa. Estaba claro que lo más sensato sería agradecerle la invitación y declinarla educadamente, pero David le había arreglado la bici y le haría un feo negándose a ir. Además, Silva era una persona a la que le gustaba pagar sus deudas. Y no es que la tuviera con David, pero había hecho un gran trabajo con la bici y seguramente le había ahorrado unos buenos euros.

-… porque me besó él, y yo…

-¡Perdona?

-¿Qué?

-¿Has dicho que te besó?

-¿Yo? No -contestó, tajante-. ¿Qué? No.

-Vamos a ver, Raúl. Acabas de decirlo, y ahora tienes que explicarlo.

-No es lo que parece -cedió al fin.

-Raúl…

Por una vez tendría que aprender a confiar en alguien que no fuera Álvaro, así que tras guardarse ese secreto más de un año, se abrió por fin a su compañero de piso.

-Estábamos muy pedo… -empezó.

-No sé por qué no me sorprende.

Le contó su versión de la historia, no demasiado imparcial. Cómo no pudo pegar ojo en toda la noche, cómo se pasó meses convencido de que Álvaro no recordaba lo que había hecho hasta que se lo echó en cara una madrugada de borrachera. La incomodidad, el miedo a que cambiaran las cosas entre ellos. Lo mucho que le molestaba que él hubiera decidido esconderlo bajo la alfombra.

-Y vale que a veces le quito las tías de encima a propósito, pero no es por eso. Es que no quiero que se líe con cualquiera -confesó a media voz, dando vueltas a su horchata-. Porque es un tío especial, ¿sabes?

David apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia Raúl.

-¿Pero a ti Álvaro te gusta?

fic: los últimos románticos

Previous post Next post
Up