Y ella sabe que no volverán.
Han pasado más de tres meses desde la última vez que lo vio. Tres meses desde que se dejaron de hablar. Y para Cris, el tiempo parece ir un poco más lento cada día.
Quizás se deba al tedio rutinario que ha sostenido los últimos meses, pero sabe que pronto va a pasar.
Al igual que espera que pase pronto lo que siente por él.
Sabe que no volverá.
Y aunque los últimos tres meses se había estado llenando esa infantil cabeza con ideas preconcebidas de que él podría volver, sabe que no es así. Y simplemente formular esa idea en su mente le duele. Mucho más de lo que le haya dolido cualquier otro pensamiento relacionado con él.
Sabe que no volverá a escuchar esa voz que tanto le gustaba, o que su móvil no volverá a sonar con algún mensaje en la noche. Que aquellos abrazos que tanto le gustaban o las pocas veces que se veían no van a volver.
Y le aterra.
Se aferra a sus recuerdos como escudo para no olvidarse del color impreciso de sus ojos o de las pequeñas cicatrices que cubrían sus manos. Quiere olvidarlo rápido, pero teme olvidarse de las pequeñas cosas que tanto le gustaban. Es como una guerra interna entre lo que tiene que hacer y lo que no.
Pero de algo está segura antes de ir a dormir cada noche o cuando el sol nortino la despierta por las mañanas: él no volverá.