El mundo mágico de Raveleijn [Ficción original] Cuervos de santa

Dec 24, 2012 16:45

Título: El mundo mágico de Raveleijn
Autor: shiorita
Fandom: ficción original
Pairing/Personaje/Grupo: -
Rating: PG
Resumen: A David le habían educado para que fuera el próximo mago tenebroso del mundo, pero cuando conoció a Josefina todo cambió. Ahora prefería experimentar cosas en el laboratorio secreto de los padres de su novia, donde todo acababa volando por los aires, en lugar de hacer pociones prohibidas y maldiciones imperdonables. Aunque a veces su antigua naturaleza puede rebelarse, y eso a Josefina, demasiado orgullosa incluso para admitirlo, no le gusta ni un pelo.
Notas: Raveleijn es la inscripción que aparece en la propia imagen.
Cuervos de Santa : Prompt #24

Puede que David tuviera el nombre menos original del mundo y fuera un niño que no llamaba para nada la atención. Pero eso no significara que fuero uno de los mejores magos, a pesar de su edad, que había trabajado en la tienda.

Solía encargarse de las figuritas, de las maldiciones imperdonables y de las pociones prohibidas. Vivía detrás de un grueso libro que llevaba a todas partes y tenía un capacidad inata para soltar hachazos y sarcasmos según le venían en gana.

Era, como había dicho su tío Ernesto, un proyecto a mago oscuro en toda regla. Bueno, claro, si no se hubiera echado novia. Porque con ese rollo del amor puede con todo, y las navidades nos vuelven niños felices, nunca podría crearse un buen mago tenebroso. Y eso al tío Ernesto le tocaba mucho la moral.

Le había enseñado a David desde pequeño a secuestrar a gente y a encerrarlas en figuras de plástico o de madera, de dónde sólo podrían salir cuando alguien soltaba las palabras mágica y las tiraba al fuego. O hacían ambas cosas a la vez o aquellas almas estarían ahí día y noche, siglos tras siglos. La tía Dora, hermana pequeña del tío Ernesto y del difunto padre de David, Arturo, había sido su maestra de pociones. Y entre uno y otro, David había aprendido lo que más le gustaba, robar sensaciones, lugares, imágenes y poder proyectarlas en otros cuerpos.

El problema fue cuando apareció Josefina. Josefina, que odiaba su nombre hasta decir basta, era su novia. Su novia o su mejor amiga, según con quién estuvieran hablando. Lo importante era, a fin de cuentas, que los dos se querían y que se lo pasaban bomba haciendo experimentos en el laboratorio de los padres de Dora. Alguna vez ya había volado alguna cosa por los aires, pero ni Pedro ni Alberta eran capaces de echarle la bronca a su pequeña por estar siempre demasiado absorvidos con sus pruebas de magia.

Josefina vivía en las nubes, hablando pronto y claro. En lugares donde había dragones, castillos, princesas, cuervos de mal agüero y lechuzas que se encargaban del correo. Tenía una bola de cristal donde aparecía un castillo de la tierra de Raveleijn, inexistente según todos los mapas del mundo que había googleado y buscado con su brújula mágica, que le encantaba mirar y mirar antes de irse a dormir.

Un día se la enseñó a David, pero cuando éste se la pidió para probar una cosa, ella se enfadó y le dijo que nunca se separaría de ella. Así pues, David no tuvo otra opción que crear una ilusión y quedarse con la original. Cuando Josefina se enteró, él le dijo que su afán cleptómano había sido más fuerte que él, pero eso no sirvió para que ella le perdonara y volviera con él.

A partir de entonces, las vidas de ambos se volvieron más y más aburridas. Ya eran aburridas antes, con tantas cosas que aprender y sin amigos, pero una vez has conocido la felicidad, volver a la rutina se vuelve más duro e imposible.

Sin embargo, aquella navidad algo cambió. Cuando Josefina bajó al parque para cantar un villancico alrededor del único árbol que los experimentos de su padre no habían destrozado, se encontró con David. Éste llevaba un paquetito entre los brazos, y quizás por ser navidad, Josefina le invitó a pasar a su casa.

-Me gustaría poder ver por última vez tu bola de cristal -le pidió David.
Josefina aceptó, pero no soltó la bola. Sorprendida, vio como David abría su regalo, unos polvos dorados finísimos y los echaba sobre la bola.
-Pero, ¿qué haces?
-Darte tu regalo de navidad -sonrió él muy seguro de sí mismo.

Lo bueno de aquella separación es que les había afectado tanto a los dos, que Josefina se alegraba tanto de hablar con él que no le partió la cara sin pensar como hubiera querido.

-Y, ¿ahora qué? -Preguntó ella desafiante.
-Ahora, dime una cosa. ¿Querrías escapar de aquí conmigo y huir al país de Raveleijn?
-Raveleijn no existe -le recordó ella.
-¿Querrías?
-¡Claro que sí! Aquí sólo te tenía a ti, y ahora estoy solísima.
-Bueno, también tendrías que perdonarme, pero estoy seguro que lo harás en cuanto te dé mi regalo de navidad.
-Eso es muy arrogante -le acusó ella.
-Soy arrogante -se defendió él.
-Lo sé -aceptó Josefina.
-Y por eso me quieres -siguió él.
-Puede...
-Y me vas a perdonar. -Concluyó David.
-¿Cuál es mi regalo de navidad? -Cambió ella de tema.
-Cierra los ojos -le pidió él -, y di conmigo: Quiero ir al país de Raveleijn.

Se tomaron de la mano y con los ojos cerrados, lo repitieron juntos. Visto y no visto. La mañana de navidad de aquel año, el mundo se quedó sin su mago tenebroso que tío Ernesto y tía Dora habían tratado de crear aprovechándose de la muerte de su hermano mayor, y sin una chica normal en un pueblo de raros. Ambos fueron a parar al lugar de sus sueños, un sitio donde David había trabajado para llevar lo mejor que conocía del mundo en que vivía a aquel mundo creado y enjaulado en una bola de cristal desde el primer momento en que Josefina se la enseñó. Lo que también supo desde ese instante es que ese mundo quería compartirlo con ella.

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