Fandom: Axis Powers Hetalia.
Claim: Suecia/Noruega, Dinamarca/Suecia. Suecia/Finlandia y Dinamarca/Noruega muy, muy a futuro.
Rating: E.
Advertencias: Por ahora ninguna.
Notas: Tenía tiempo deseando escribir esto :D Espero que lo disfruten tanto como yo.
The last thing you see
Capítulo 1
-Te quiero.- dijo Suecia, en voz alta y sin pudor alguno. Ambos se encuentran de pie a un costado del mar báltico, congelado en aquellos tiempos, y Noruega le dedica una de esas miradas fijas, distantes, libres de emoción alguna que pueda reflejarse en su adorable rostro hermético. Suecia no está buscando ninguna de todos modos: lo conoce lo suficiente como para saber que es ya bastante con que Norge se tome la molestia de mirarlo.
El pequeño, en cambio, inclina la cabeza. Le tiemblan ligeramente los puños, y para cuando Berwald, en cuyos anteojos se refleja intensamente la luz del sol inclina la suya, puede ver cómo el brazo derecho de Noruega se estira hacia sí. Su mano busca la del otro por instinto, y entonces ambas palmas se estrechan una contra la otra, envueltas por guantes que se les antojan molestos conforme sus dedos se entrelazan entre sí.
-Yo también... te quiero.- confiesa el noruego, silenciosamente, y Suecia sonríe, con aquella sonrisa tímida y oxidada que pocos antes han podido ver.
Ha sido idea del más pequeño guardar el secreto, puesto que de haber sido por el otro lo más probable era que lo declarase oficialmente ante sus jefes (ambos), sus pueblos, e incluso ante el inútil de Dinamarca, que por aquellos días ha estado rondando bastante en torno a ambos sugiriendo ideas estúpidas sobre comenzar a navegar. Se ven regularmente un par de veces a la semana, durante las reuniones que celebraban sus jefes constantemente, procurando no mirarse mucho uno al otro al estar en público y que los demás no sospechen de sus manos unidas debajo de la mesa al sentarse a cenar, pero por las noches cuando se quedan a solas, Suecia, a quien le gusta hacer las cosas directa y bruscamente, acorrala a Noruega en algún pasillo oscuro o alguna habitación vacía para amarlo largamente hasta el amanecer. Procuran siempre abandonarla antes de las primeras luces del alba, uno primero y rato después el otro, buscando no levantar sospechas, y nuevamente la rutina se repite al cabo de un tiempo en que la necesidad mutua los lleva a encontrarse una vez más entre la oscuridad, buscando sus labios a tientas y arrancando las cintas y costuras de sus ropas con manos ansiosas.
Comienzan a navegar tiempo después. Los líderes de los tres países estuvieron de acuerdo, y aunque Noruega siempre ha sido un país pacífico al que no le interesan mucho las batallas, se ve arrastrado al mar en compañía de los otros dos. Durante la marcha observa a Suecia de reojo, a un costado de Dinamarca, y por momentos lo desconoce: en el instante en que sus manos se cierran en torno a la empuñadura de su espada y abandonan los barcos, Berwald se entrega a la batalla en cuerpo y alma de una forma que asusta al pequeño Norge. Sus ojos parecen brillar casi con la misma voracidad con que Dinamarca ríe, girando su propia hacha por encima de su cabeza, y al final, cuando sus hombres han acribillado a todo aquél que se ha atrevido a interponerse en su camino y los tres se sientan ante una mesa de madera llena de grandes trozos de carne asada y licor, no puede evitar pensar en que, en el fondo, no podría comprender nunca a Suecia del mismo modo en que el danés parece entenderlo.
Tal vez se lo hubiera dicho si hubiese tenido ocasión. Las batallas por las conquistas de las tierras inglesas se terminan casi tan rápido como comenzaron, y en un parpadeo Noruega se encuentra a sí mismo pacíficamente sentado una vez más en el pórtico de su casa, entre los jardines, rodeado por círculos de hadas y leyendas que reverdecen sus campos con mayor intensidad que la propia primavera.
El día en que todo sucede, el sueco cae por su casa de sorpresa. Son raras las ocasiones en que Berwald lo visita, y la mayoría de las veces que eso sucede es principalmente por razones diplomáticas, pero Norge, quien a final de cuentas no es dueño de sus propias emociones, no logra contener a su propio corazón que se acelera abruptamente por causa suya. Siente sus brazos fuertes cerrándose alrededor de él, cálidos como la tela áspera de su abrigo, y cómo su mentón firme se apoya sobre su propio hombro silenciosamente, respirando apenas en un intento por no destrozar la deliciosa quietud que los envuelve.
-Ellos quieren hablar con nosotros.- susurra el sueco, al cabo de un rato, y los ojos de Noruega se mueven hasta la esquina de sus cuencas para observarlo de costado. Sabe que se refiere a sus superiores sin necesidad de que Berwald se lo especifique. -Nos están esperando.
Norge cabecea. Siente los labios tibios de Suecia acariciando la piel de su cuello, deslizándose a lo largo de su nuca hasta tocar sus cabellos y después otra vez, hasta el borde de su ropa. -¿Sabes lo que desean?- inquiere en voz baja mientras se encoge de hombros.
-No lo sé.- admite Suecia a su vez. -Pero no te preocupes, parece ser algo bueno porque los noté felices...
Felices, por supuesto. Aunque es difícil intuir qué es lo que hará a sus jefes felices hoy porque no los hizo alegrarse ayer.
Caminan juntos, de la mano, hasta que llegan a las puertas del viejo edificio que hace de concilio entre sus líderes, y probablemente hubieran permanecido así por un rato más si no se hubieran encontrado con Dinamarca de pie afuera, recargado contra la pared y con su vieja y enorme hacha apoyada sobre el piso, a un costado suyo. El danés los barre a ambos con la mirada, empezando desde los pies, y después les sonríe. Él siempre tiene aquella expresión de imbécil dibujada en el rostro, pero este día en especial ambos se dan cuenta: parece mucho más seguro de sí mismo que de costumbre.
-Hermano.- saluda Noruega, moviendo apenas la cabeza, pero Suecia no da muestra alguna de haberse percatado de la presencia de Dinamarca. Nunca se han simpatizado mucho que digamos y es precisamente por ello que sus viajes de conquista se han terminado más temprano que tarde, puesto que a ninguno de los dos le gusta recibir órdenes de parte del otro.
Dan le dedica una de sus mejores sonrisas. A ambos en realidad. Hace caso omiso del intento de Berwald por ignorarlo, y avanza hacia ambos, con el hacha recargada sobre uno de sus hombros. -Hace tiempo que no los veo.- comenta casualmente mientras se sitúa detrás de ellos. Uno de sus brazos se apoya sobre los hombros de Norge, quien se estremece al contacto, y deja que su cabeza descanse sobre Suecia, que pese a lo esperado no hace amago alguno de apartarlo. Seguramente es su modo silencioso de apoyar al más pequeño, y Noruega se lo agradece internamente, rozando las yemas de sus dedos con los suyos en un movimiento fugaz. -Pero vamos adentro. Hay cosas que creo que deberían saber.
Y los tres caminan, uno junto al otro, adentrándose en el edificio que parece a punto de desplomarse y que huele a humedad, a madera vieja y comida. Hace tiempo que no están los tres juntos, y aunque no quiera a Noruega se le dibuja una pequeña sonrisa en los labios. Los viejos tiempos en que los tres navegaban juntos y compartían la mesa parecen ahora tan lejanos, y cuando observa el modo en que Suecia frunce el cejo y aparta el rostro para evitar los mimos del danés, no puede evitar desear volver atrás...
Pero pronto se arrepiente de lo que ha querido.
Sus jefes los observan fijamente a los tres, sentados frente a una mesa larga repleta de alimentos, y la mujer a la que reconocen como la jefa de Dinamarca y Noruega, se pone de pie.
-Nos alegra que estén con nosotros.- anuncia Margarita I, con voz elegante y pausada, y su mirada brillante se pasea por encima de sus dos subordinados para descansar finalmente en el rostro compungido de Berwald. -Principalmente tú, Reino de Suecia.
El danés y el noruego lo miran de reojo. El rubio ha borrado la expresión arisca de su cara y apoya la mirada en el piso dócilmente.
-Alberto te lo ha dicho ya, me imagino.- continúa la mujer, y Suecia no responde. -De cualquier manera, me complazco en anunciarles, a los tres, que finalmente se ha tomado una decisión.- y después levanta el brazo por encima del rostro de Alberto de Mecklemburgo, cuya expresión derrotada es un vivo reflejo de la que adorna el rostro de su nación.
-Por decreto oficial, se declara que los reinos de Dinamarca, Noruega y Suecia han pasado a formar uno solo bajo el reinado de nuestra soberana, Margarita I, comenzando por hoy.- anuncia un paje en voz alta, situado al fondo del escenario y con un pergamino estirado entre las manos.
Y después calla.
Noruega no sabe qué pensar. Se le han ocultado muchas cosas, siempre, pero en aquellos momentos la sonrisa autosuficiente en los labios de Dinamarca parece cobrar sentido. Lo observa abrazando a Suecia con descaro mientras murmura cosas que suenan a "otra vez juntos" y "te lo dije", y olvidándose de todo estira el brazo y aprieta su mano con fuerza. Suecia le corresponde sin dudar. Dinamarca parece no estar mirando, y cuando sus jefes se ponen de pie y comienzan a abandonar la estancia, Norge se arrepiente de todo corazón de sus pensamientos previos.
Le duele el dolor de Berwald. Le duele la risa chispeante de Dan.
Ama a Suecia con cada fibra de su ser, pero aquello es más de lo que podría haber deseado, y muy en el fondo, mascullando contra la voz que le grita que aquello no puede estar sucediendo, escucha una más que se niega a reconocer como suya: sea como sea, una parte de sí mismo está feliz de que las cosas hayan terminado así.