Título: Moya Lyubov
Fandom: Axis Powers Hetalia.
Claim: Rusia/Canadá.
Rating: E (por ahora? XD)
Notas: Anoche me dieron ganas de escribir esto, y bueno 'u' ... ahi va *coff*. Aún tengo muchas otras cosas que terminar, pero prometo que también las acabaré ;A;b
1
-¡Me gustas!
Cuando Canadá se le atravesó en el camino aquella tarde, antes de la reunión del G8, en un pasillo solitario y pareciendo tan asustado que le sorprendía que no se hubiese desmayado ya, la Federación Rusa no se esperó aquella confesión tan repentina.
Lo miró fijamente, con los ojos ensanchados y las cejas arqueadas, y luego miró hacia un costado. Y hacia el otro.
-Tú…- dijo finalmente, tras un momento de darle vueltas a todo aquello y cerciorarse de que realmente el americano estaba hablando CON ÉL y no era todo un error (y Francia, Seychelles, o alguien más no estaba ahí de pie detrás de él). -…lo siento, ¿qué fue lo que dijiste?
Canadá frunció aún más el cejo. Tenía las mejillas encendidas de rubor, los puños apretados a los costados de su cuerpo y los hombros tensos. Incluso tenía los ojos llenos de lágrimas, como si estuviera sufriendo mucho, cosa que realmente el ruso se preguntó por qué podría ser. Y por qué, si aquello realmente le ocasionaba dolor, lo estaba haciendo después de todo.
-Me gustas.- repitió el más pequeño, sin embargo, e inclinó el rostro. -Rusia-san… tú… me gustas mucho. Así que por favor… por favor… sal conmigo…- y mientras hablaba, con las lágrimas rodándole impávidas por el rostro, su voz se había ido quebrando hasta convertirse en poco más que un murmullo.
Primero Rusia no supo qué decir o qué hacer. La última vez que alguien le había dicho “me gustas”, o “te amo”, o “tengamos una cita”, definitivamente había sido de los labios de su propia hermana menor, quien lo repetía con tanta frecuencia que, llegado a aquél punto, palabras como esas ya no tenían ningún significado para él.
Al menos no cuando era Bielorrusia quien lo decía. Pero ahora no había sido ella. Ni Lituania (ah, con lo que le hubiese gustado…), ni China, ni Cuba, ni nadie por el estilo, sino aquél tembloroso saco de huesos tan parecido a su némesis que por un segundo llegó a creer que, de permanecer más tiempo ahí de pie a su lado, comenzaría a brotarle urticaria.
En resumidas cuentas, todo aquello, incluidas las lágrimas que el canadiense acababa de arrancarse del rostro con un movimiento brusco de su brazo, no podía ser nada más que una farsa: Él no lo conocía. No del todo, es decir… Se habrían visto algunas veces durante sus reuniones, o cuando había tenido que hacer viajes forzados para encontrarse con el imbécil de Estados Unidos en un nuevo y seguramente infructífero intento por re afianzar su destruida relación, pero fuera de eso… sólo podía pensar en que por algún motivo le recordaba a asientos suavecitos y osos polares (y una que otra paliza en el hockey, pero afortunadamente había bloqueado exitosamente esos recuerdos, coff coff), pero eso no era suficiente para comenzar a salir con alguien.
Mucho menos si ese alguien era, precisamente, el hermano mellizo de aquél que más dolores de cabeza y rabietas le había provocado en su vida: Alfred F. Jones.
-Entonces…- consiguió articular, al cabo de un rato, y los ojillos violetas y brillantes del rubio se levantaron para verlo. Él le sonrió en consecuencia y se encogió de hombros, sintiéndose curiosamente avergonzado. -…América-kun te pidió que me dijeras esto, ¿o no?
-¿E-eh?- Canadá parpadeó, con un gesto bastante creíble de confusión. -N-no, yo…
-Si todo esto forma parte del nuevo plan de ese idiota para obtener información de mi parte, debo decir que me ha decepcionado mucho.- sus párpados se cerraron y él suspiró, con pesadumbre. -Debió darse cuenta de que no me engañaría ni por un segundo, ¿da? Aunque…- volvió a abrir los ojos y la expresión que encontró en el rostro del americano lo hizo soltar una risita divertida. -…me pregunto por qué estás haciendo esto por él. ¿Qué fue lo que te prometió?
Era extraño. Que una persona aceptara hacer algo así por alguien como Estados Unidos. Bueno, posiblemente sus hermanas lo harían también… Sobre todo Bielorrusia. ¿Sería él la clase de hermano que haría cualquier cosa por el otro? ¿Alguien como Bielorrusia? Sonrió al pensar en esa posibilidad, porque él nunca los había visto demasiado juntos pese a que siempre lo miraba. A América. Sin embargo Canadá sacudió su cabeza vehementemente hacia los costados y lo miró con fiereza, con los ojos ahogándose de lágrimas y el rostro ardiendo de rubor.
-¡N-no es así! ¡Estoy hablando en serio! Rusia-san… Rusia-san me gusta mucho…- hiperventilaba, y Rusia creyó una vez más que colapsaría de un momento a otro. -Me gusta tanto que… Tanto que...- las manos del rubio se levantaron y le cubrieron el rostro. Respiraba muy rápido y gimoteaba, y por un segundo Rusia pensó que ya no sería capaz de decir algo más.
-¿Por qué?- fue todo lo que se le ocurrió decir al cabo de un rato de observarlo y escuchar sus sollozos en silencio. -¿Por qué dices algo así? Q-quiero decir, no es que me moleste, pero… ¿por qué?
Los sollozos se detuvieron en aquél instante. Canadá levantó su rostro y sus miradas se encontraron, y pese a que aún lagrimeaba, fue capaz de sonreír. La sonrisa, sin embargo, fue suficiente para hacer que el ruso se estremeciera.
-Me gusta cómo sonríes. A-aunque siempre tienes ese aire de amargura, yo… yo pienso que… p-pienso que con el incentivo necesario, Rusia-san podría sonreír más… e-eh. Más…
Él sonrió de regreso y soltó una risita infantil. Los ojos del canadiense lo miraron, ensanchados y temblorosos, y luego Rusia ladeó un poco su rostro, dando un paso hacia él. En consecuencia, Canadá retrocedió el doble de pasos, hasta que su espalda chocó contra la pared.
-Y tú…- dijo Rusia, en voz baja. -¿Piensas que eres tú? ¿El incentivo que yo necesito?
El pequeño abrió la boca para responder, seguramente con un “no”, o algún balbuceo ininteligible de esos que a los americanos se les daban tan bien, pero se detuvo con lo que fuera que pensara decir a medio formar en el momento en que las manos del ruso se apoyaron en la pared, a los costados de su cabeza, y se inclinó sobre él suavemente.
-Si eso piensas, entonces… demuéstramelo.
No hizo falta decir nada más, y para sorpresa de la nación euroasiática, Canadá levantó el rostro, estiró los brazos y tiró de su cuello hacia abajo, lo suficiente para que sus labios hicieran contacto por primera vez.
No fue un beso dentro de lo que cabe. Ambos se quedaron quietos, uno a niveles insospechados mientras que el otro temblaba, con el corazón latiendo violentamente en el pecho y el estómago contraído, y luego, tras apenas algunos segundos de estar así, el contacto se rompió. El rubio se apartó bruscamente, dejando que sus manos cayeran a sus costados y su rostro se apoyara sobre su propio pecho, y Rusia inclinó también su cabeza, un poco, para poder verlo.
Canadá seguramente no lo sabía, pero ése había sido su primer beso.
Seguramente, si la situación fuera otra, si se tratase de otra persona o si estuviera de un poquito más mal humor, semejante osadía hubiera terminado con muchos golpes, sangre y una declaración de guerra bien merecida. Pero no… no. El ruso apenas si era capaz de pensar correctamente en ese instante; se mordió el labio inferior y bajó los brazos, y aunque miró un par de veces por encima de sus hombros esperando que América apareciera en cualquier momento, riendo y proclamando su victoria, no fue capaz de hacer nada más que ruborizarse, sonreír y ladear su rostro.
-Está bien, Canadá-kun. Saldré contigo.
Tal vez había sido un acto impulsivo de su parte, y seguramente se arrepentiría después, pero bueno… Él siempre había sido esa clase de país impulsivo que ya no era de extrañarse que tomara decisiones así, con el estómago. Fuera como fuera, ya pensaría después en los detalles.
Lo importante era que tenía ganas de divertirse un rato.