Título: Moya Lyubov
Fandom: Axis Powers Hetalia.
Claim: Rusia/Canadá.
Rating: E (por ahora? XD)
Notas: La escena con los padres me costó un poco -bastante-, pero bueno, aquí está eAe;; ... espero tener listo el siguiente, pronto.
2
Entraron juntos a la sala de reuniones. Rusia iba enfrente, con el rostro levantado y una de sus manos cerrada en torno al metal de su fiel cañería. La otra iba… desde luego, entrelazada con los dedos un poco más cortos del canadiense, cuyo corazón golpeó su garganta en el preciso momento en que las puertas de madera de la sala se abrieron para ellos.
-Privyet!- saludó el ruso, con una exclamación alegre muy típica de él y que atrajo muchas de las miradas de los presentes. Principalmente la de América, que se acercó a él con un puchero en el rostro y golpeándose el reloj de pulsera -de Superman- con un dedo.
Canadá tembló con mucha más fuerza en ese momento, pero Rusia no le prestó demasiada atención y no hizo muchos intentos por soltar su mano.
-¿Qué horas te crees que son éstas para llegar? ¡Estás retrasado! ¡Muy retrasado!
El enorme país euroasiático se echó a reír en ese momento y levantó la mano con la que sostenía su grifo para cubrirse la boca.
-No creo que esto sea algo sobre lo que tú, específicamente, tengas mucho qué decir, América-kun.
-¡P-pero qué dices…!
Una mano golpeó la espalda del norteamericano suavemente y Canadá ahogó un jadeo. Francia estaba ahí enfrente de ellos, detrás de América, y sonreía nerviosamente.
-No hagas caso, Rusia. Está enfadado porque no has escuchado su discurso inicial sobre la forma en que salvará al mundo con otro robot y por eso…
-¡No es eso!
Rusia volvió a reír, y mientras todo eso sucedía Canadá retorcía su mano dentro del agarre apretado del soviético, preguntándose qué sucedía con ellos o si no tenían algo mejor que observar que el hecho de que el ruso llegara tarde a una reunión.
¡Habían llegado juntos, Y DE LA MANO, por todos los cielos!
Para cuando incluso Inglaterra se hubo unido a la discusión e Italia comenzó a hacer comentarios innecesarios sobre cuántas ganas tenía de comer pasta, Alemania golpeó la superficie de la mesa con las manos, pidió orden a viva voz y todo terminó. El ruso suspiró, sonriendo, y miró de reojo a Canadá, quien le devolvió una mirada avergonzada por un segundo, antes de apartar el rostro.
-Esta vez nos sentaremos juntos, da?- anunció el más alto, entrecerrando los ojos, y como aparentemente el canadiense se sentía incapaz de tomar decisiones propias éste se limitó a asentir. Rusia rió levemente ante la expresión avergonzada en el rostro enrojecido del pequeño y tiró suavemente de su mano hacia un extremo de la mesa.
Ahí sólo había un lugar vacío. A un lado estaba sentado Japón, y del otro se encontraba Francia.
-Pe-pero aquí…- comenzó a decir el rubio, con esa vocecita que apenas si se levantaba por encima de los murmullos. -Aquí no hay lugares suficientes para…
-Japón.- llamó Rusia, interrumpiendo bruscamente el monólogo del americano. -¿Podrías recorrerte algunos lugares? Por favor.
El oriental volvió el rostro y lo miró. A Rusia, desde luego. Tembló levemente, asintió y se retiró de aquél sitio sin dirigir en ningún momento su mirada hacia el canadiense que se ocultaba tras el cuerpo imponente de su acompañante.
-Ya~- anunció el soviético, lanzándole una mirada afectuosa, y ya que no había más remedio ambos se sentaron.
Fue justo en ese momento que Canadá lo recordó. Que nadie solía verlo nunca… así que daba exactamente igual si se presentaba en ese lugar o no. ¿Era Rusia consciente de ello? ¿Lo había pensado ya en el momento en que tomó su mano, luego de la impresión inicial tras el repentino comienzo de su relación (momento en que fue completamente incapaz de decir algo más que “Yo… yo…” durante un largo rato), y lo arrastró consigo dentro de aquél sitio? Que si nadie se percataba realmente de la presencia del canadiense, entonces… entonces daba igual…
¿No?
La reunión transcurrió sin complicación alguna luego de la escenita montada por el americano al principio de ésta. Rusia apenas si levantó la voz en el transcurso, limitándose a responder con cabeceos las preguntas dirigidas a él, y en lugar de eso se dedicó a sostener sus manos entrelazadas por encima de una de sus rodillas, moviendo lentamente sus dedos sobre el tembloroso dorso del canadiense.
-Con esto terminamos.- fue lo que dijo Alemania mientras reordenaba una pila de folios sobre la mesa, tras un rato de tecnicismos que Canadá apenas si escuchó. -Si no hay nada más que agregar, entonces…
En ese preciso instante Rusia levantó una mano. Las miradas se volvieron hacia sí (aunque el canadiense tuvo la desagradable sensación de que era a él a quien miraban) y él les devolvió una sonrisa amable.
-Yo tengo algo que decir.
América se adelantó a los demás, cruzándose de brazos y dedicándole una mirada de fastidio.
-Ahora no tenemos tiempo para…
-Cierra la boca, América, idiota.- dijo alguien.
-¡Pero…!
-Escuchamos.- repuso Alemania, y el americano guardó silencio a regañadientes. Bien era sabido que detestaba no tener el control de la situación y seguramente ahora se quedaría callado por el resto de lo que quedaba de tiempo.
-Pues esto ha sido muy repentino, pero…
-Ru-Rusia-san…- lo llamó Canadá, en voz muy baja. Sus manos aún seguían entrelazadas, y el corazón había empezado a palpitarle tan fuerte que le dolía. ¿Qué iba a decir? ¿Lo que él pensaba? La mano grande del soviético se había apretado levemente en torno a la suya, y todo su cuerpo tembló en consecuencia.
No, no… seguro que no era eso. No.
-…estoy saliendo con Canadá.
En cambio lo dijo. Las miradas se quedaron quietas sobre ellos… y esta vez el americano estuvo seguro de que ellos lo veían. Se habían percatado de su presencia al fin. Les devolvió una mirada temblorosa y vio que Inglaterra y Francia lo estaban mirando.
-¡¿Qué?! ¡¿De verdad?!- Italia fue el primero en romper el silencio. -¡¡Qué emoción!! ¡Me alegro mucho por ustedes!
-S-sí, muchas felicidades.- ése fue Japón. Alemania no dijo nada, pero les dedicó un movimiento de cabeza un tanto vacilante. Aunque nada de eso importaba, pese a que Rusia aún sonreía mientras decía “gracias” una y otra vez con un gesto avergonzado.
Inglaterra y Francia no dejaron de mirarlo hasta que, llegado el momento, ambos comenzaron a gritar a la vez. Inglaterra saltó hacia Rusia, con aquella expresión terrorífica en su rostro mientras profería insultos en voz alta, rayando en los gritos desquiciados, a la vez que Francia se arrojó sobre él, tomándolo en un abrazo apretado y sollozando cosas como si no le bastaba con todo el amour que papi Francis le daba, o si lo había hecho mal y todo aquello no era más que un intento muy elaborado para llamar su atención.
-N-no es así…- gimoteó el canadiense, entre los brazos del galo y sin soltar la mano de Rusia, quien reía con aire divertido mientras era zarandeado incansablemente por las manos del británico. -No es así… yo… de verdad… Yo de verdad…
-¡¡Te daré más amor, si es lo que hace falta!! ¡Te prepararé el desayuno, el almuerzo y la comida, e iremos juntos de día de campo, como una familia! ¡Te lo prometo! ¡Pero por favor, por favor, retráctate! ¡No tienes que hacer esto!
-No es así…- repitió Canadá, pero fue en vano. -No es así… - Sus ojos se entrecerraron, amenazando con llenarse de lágrimas, y Francia arqueó las cejas y comenzó de nuevo.
La Federación Rusa, por su parte, le lanzó una mirada afligida a su compañero. Ya se había esperado algo así, desde luego. Con las manos de Inglaterra enzarzadas entre los pliegues de su ropa, y el llanto ególatra del francés. Era lo que él había deseado realmente. Comprobar hasta qué punto era capaz de predecir aquella situación.
Sin embargo, algo faltaba…
Más importante que el furor infantil de las dos viejas naciones, que las felicitaciones sinceras de Italia y todo lo demás. Más importante aún que aquella mano tímida que se entrelazaba temblorosamente con la suya.
La reacción de América.
Si sus suposiciones eran correctas, el estúpido cuatro ojos estaría satisfecho con el resultado de aquella conversación en el pasillo. Satisfecho con las dos manos unidas sobre el escritorio de madera reluciente y su sonrisa infantil, crédula, que se había tragado cada una de las palabras del nórdico.
Levantó la mirada en busca de aquél gesto que supondría su victoria ante una más de sus batallas, y sintió un hueco abriéndosele en el estómago al constatar que Alfred F. Jones los miraba con horror.
-Es mentira.- lo escuchó decir, con voz susurrante, casi muda. -Canadá… Mi hermano nunca haría algo así…
El apretón que el canadiense a su lado mantenía contra su mano tembló con más fuerza y casi juraría que vio su rostro palidecer.
-¡¡Mi hermano jamás me haría algo así!! -América se había puesto de pie, golpeando la mesa con las palmas extendidas y con una expresión de furia que pocas veces antes había visto en su rostro (no, realmente, ¿la había visto alguna vez?). -¡¡Escúchame bien, Rusia!! ¡Si crees que te voy a permitir acercarte de este modo a mi familia, yo…!
Y cuando él se echó a reír todos en aquella sala temblaron, incluido Matthew Williams. Todos lo miraron con gesto turbado y circunspecto, y esto sólo consiguió que su risa infantil embraveciera por cuestión de un instante. Al segundo siguiente se había detenido, como un juguete al que se le acaba la cuerda, y sin esperar a que América, quien parecía presto a continuar gritando pudiera decir algo más, se levantó, llevándose a Canadá consigo.
-Lo siento, pero no te estoy pidiendo permiso, da? Canadá-kun y yo estamos saliendo, y eso es todo.- luego volvió su rostro de expresión amable hacia el rubio que se había puesto torpemente de pie y le dedicó una sonrisa conciliadora. -Nos iremos ahora, ¿está bien?
Canadá asintió, como era de esperarse, y después ambos abandonaron la sala entre un silencio expectante roto únicamente por los gritos innecesarios de un héroe al que le acababan de arrebatar a su heroico (y con el útil don de la invisibilidad) asistente.
Innecesarios porque él ya lo sabía, sin importar lo bien que América supiese fingir. Y eso fue lo que pensó Rusia, conforme abandonaba la sede de reuniones del G8 yendo de la mano del hermano que había logrado exitosamente adentrarse en el territorio enemigo. Que por el momento, les haría creer que todo estaba saliendo a pedir de boca, y después…
Bueno, después ya se vería. Pero seguramente no les iba a gustar.