Title: in which kai's blood is not his own.
Author: ggyuzizi
Pairing: Jongin/Kyungsoo.
Language: Spanish, I'll translate it soon.
Length: ~4000 words.
Summary: kai never thought that happiness could be built of bands and iodine.
La sensación de un líquido que conocía demasiado bien resbalando por su mentón le repugnaba. Mantenía la palma de su mano clavada en el suelo, la sensación de que podría arrancar un trozo de asfalto si quisiera creciendo en su interior, mientras gotas de sangre formaban dibujos abstractos al lado de sus dedos. Parecían flores. Se expandían. Sus respiros aumentaban su intensidad gradualmente, roncos, casi inhumanos. Lo único que indicaba que aún seguía vivo era el dolor que sentía en la sien, punzante y continuo, bañada en aquella substancia roja que poco a poco se secaba y endurecía.
Odió el momento en que pensó que pegarse allí era una buena idea.
No recordaba el instante en que eso se convirtió en una rutina. Ni siquiera deseó que lo fuera; ni siquiera quiso que empezara. Pero, por muchas razones y por ninguna en concreto, se encontraba adicto al impulso de dirigirse cada madrugada del sábado al aparcamiento casi abandonado detrás del bar de siempre. No había nadie, nunca, así que pensó que sería el lugar perfecto. Al principio sólo se desahogaba chillando, tirando botellas de cerveza vacías al suelo y dejando que las lágrimas resbalaran por sus mejillas a causa de su impotencia ante todo. Pero gradualmente, aquello fue a más. Hasta el día en que la marca de sus nudillos estuvo marcada en su costado una semana y media.
Aquella vez, había sobrepasado sus límites. Una de sus normas era no sangrar, bajo ninguna circunstancia, sin importar lo muy fuerte que se pegara. De esa manera, su frustración se veía igualmente saciada, pero se imponía a sí mismo una especie de autocontrol. Pero mientras su cara se impregnaba de aquél líquido vital, su rabia sólo empezaba a crecer más y más, y aquella sesión en el aparcamiento del bar no le había servido de nada.
Se levantó lentamente, pasando el dorso de su mano por la superficie de sus labios y dirigiendo la vista al cielo, entrecerrando los ojos. No había ninguna nube, pero apenas se podían ver las estrellas a causa de la contaminación lumínica. El reloj de su muñeca izquierda marcaba las tres de la madrugada, y su jornada como dependiente en el supermercado no empezaba hasta las ocho. Cogió una piedra que restaba en el suelo y la lanzó hacia la única farola que funcionaba, dejando que el espacio sólo fuera iluminado por una luz intermitente.
Y luego se volvió a pegar.
Las mañanas nunca son buenas. Y menos cuando notas que te faltan dos muelas, tienes un incisivo roto y tu labio está tan hinchado que apenas puedes articular palabra. Él pensó eso mientras atendía a una joven rubia y metía en su bolsa sus cinco paquetes de tinte sin amoníaco. La chica lo miraba con ojos inquietantes, los cuales se clavaban en sus heridas y le recordaban que estaban ahí. En realidad, él ni siquiera se daba cuenta. Cuando uno se acostumbra al dolor, si nadie te lo menciona, aprendes a convivir con él. Cogió la bolsa con miedo, dejando el importe justo en el mostrador y dirigiendo una tímida sonrisa al chico. Éste a su misma vez le mostró con orgullo su dentadura. O parte de ella.
Los días en el supermercado siempre habían sido aburridos. En uno grande, lleno de clientes, el tiempo pasa rápido y no te da tiempo a pensar en todo lo que no deberías pensar. Pero él trabajaba en uno consideradamente humilde, con objetos de primera necesidad, al cual sólo se dirigían las mismas personas de siempre que residían por aquella zona. No se sabía sus nombres, así que se los inventaba. Aquella chica rubia, quisiera o no, se llamaba Sora, por sus ojos claros parecidos al cielo. Cuando cruzabas la puerta automática, no importaba cuál fuera tu trabajo o tus problemas o tu familia; siempre aparecías con otra identidad. Sin preocupaciones.
Era un día de agosto y el calor era más insoportable de lo normal. Gotas de sudor bañaban su espalda y hacían que su camiseta se enganchara a su piel, mojada. Le daba asco. El dueño no había querido instalar un aire acondicionado y sólo le tocaba a él sufrir las consecuencias. A la hora de comer antes de que cerraran para el descanso normalmente no solía entrar nadie, pero aquél día la puerta se abrió una vez más de lo normal. Un chico entró cabizbajo, su pelo oscuro tapando sus ojos, llevando una sudadera oscura acompañada de unos pantalones arrapados. Estaba muy delgado, y su piel era tan pálida que la metáfora de poder ver su sangre no quedaba demasiado lejos. Ni siquiera alzó la vista para mirarlo, se dirigió directamente a la estantería del fondo como si de un cliente habitual se tratara. Su espalda se veía robusta, y sus manos ágiles, cogiendo en exceso los productos allí expuestos.
En poco más de treinta segundos, siete paquetes de venas y una botella de whiskey se estamparon con fuerza encima del mostrador. El dependiente levantó la vista sorprendido, y procedió a cobrarle. Mientras, el chico observaba con ojos curiosos el espacio, nervioso, jugando con los dedos de sus manos y frunciendo el seño.
“Aquí tienes, Ken’ichi.”
“Perdona, ¿qué has dicho?”, el chico lo miró sorprendido, su voz sonaba monótona y no demasiado agradable, su mano depositando ya los billetes encima de la dura superficie.
El dependiente no contestó, sólo sonrió sin mostrar sus dientes, notando como el dolor en su labio inferior aumentaba y aguantándose las ganas de quejarse. Para él, el chico siempre tendría ese nombre, fuese quien fuese y lo viese otra vez o nunca supiera de su existencia en la vida. Su adicción a los nombres japoneses empezaba a ser preocupante.
Con un chasquido de lengua, el cliente tomó la bolsa con los productos y se dispuso a marchar. Antes, sus ojos vagaron lentamente por el pecho del dependiente hasta detenerse en la placa que marcaba su nombre. Normas del jefe.
“K-kai”, leyó lentamente, “mejor será que dejes de bromear con la gente que apenas conoces si no quieres acabar bien jodido.”
Lo vio desaparecer por la puerta, tal y como había entrado, y le dolió ver cómo era allí donde acababa la vida de Ken’ichi y empezaba la del chico-con-sudadera-oscura. Si se ponía de puntillas, aún alcanzaba a ver como la figura de su cliente se alejaba y se iba haciendo borrosa, la bolsa del supermercado colisionando con fuerza contra sus delgadas piernas al caminar.
Kai cogió los billetes de la mesa para depositarlos en la caja registradora y, sin percatarse de que un número ajeno estaba escrito en uno de ellos, pensó que ya había acabado bien jodido sin la ayuda de nadie.
“Deberías tratar la herida en tu labio o en unos días apenas podrás hablar”, el chico moreno clavó su mirada en sus ojos, arrastrando un bote más de yodo hacia el mostrador.
Kai lo miró confuso. Desde el primer día que entró por esa puerta, se había creado el ritual de verlo cada día antes de cerrar para comer, justo en el último minuto. Siempre vestía con ropa oscura, e iba decidido a coger los objetos que necesitaba, su paso claro y rotundo. Todo y eso, Kai nunca le había dirigido la palabra, así que simplemente asintió con su cabeza y se dispuso a cobrarle el yodo.
“No”, el chico lo paró, la mano encima de la suya. Estaba helada, y lo agarraba suavemente todo y que podía sentir como si quisiera podría romper sus huesos. “No es para mí. Esto es para ti.”
Con el bote de yodo aún en su mano, lo observó desde todos los ángulos. Nunca se curaba en profundidad las heridas, ya que su propósito era el crearlas en primer lugar. Todo y eso, desde que sangró por primera vez, no había vuelto a ir al aparcamiento. Hacía una semana de ello, y su labio aún seguía hinchado y con sangre reseca en la comisura derecha, siendo agua lo único que había usado para tratar el corte.
Dejó el bote sobre el mostrador, y alzó la vista para encontrarse con la del chico.
“Tú tampoco deberías preocuparte por gente que apenas conoces”, soltó fríamente, dolor invadiendo su boca, mientras miraba el reloj colgado en la pared con ademán de empezar a cerrar ya la tienda y comprarse algo de comer.
“No me preocupo, pero sé lo que haces”, el chico apoyó sus codos en la mesa y, a su vez, el mentón en sus manos, haciendo que su mirada tuviera que alzarse para encontrarse con la de Kai. “Por lo que veo hace tiempo que no te metes en ninguna pelea, pero la última te dejó bien jodido.”
“Yo no peleo”, se apresuró a decir Kai, evitando mirar fijamente a su cliente.
“Entonces, ¿esto?”, su brazo derecho se alzó, dirigiéndose rápidamente a la cara de Kai sin que este pudiera reaccionar. Sus dedos rozaron levemente su ceja, donde casi imperceptible, se podía vislumbrar una leve marca roja de una herida pasada que aún perduraba. “No voy a meterme en por qué peleas y con quién lo haces, pero al menos aprende a cuidarte un poco.”
“No lo entenderías, así que no es necesario explicarlo.”
“Como quieras”, de repente se separó de Kai, dirigiendo su vista al reloj y metiendo sus manos en los bolsillos. “Todo y eso, si quieres, cada noche suelo ir al bar de al lado de la estación. No voy a violarte ni nada de eso, así que puedes venir solo. Si quieres”, añadió como descuido, un tono burlón en su voz mientras se dirigía a la puerta automática. “Pregunta por Kyungsoo y te dirán donde estoy.”
Kai odió como el chico desapareció con una sonrisa maliciosa en su cara, dando por sentado que se tomaría la molestia de ir al bar y preguntar por él.
Pero a partir de la noche siguiente, Kai se dirigió cada día a encontrarse con Kyungsoo en la mesa más apartada de aquél bar casi abandonado, para hablar de todo y de nada a la misma vez y curarse las heridas. Literalmente.
Lo que Kai también odiaba era su manía de tocarse el pelo y de sonreír mirando hacia el suelo, cómo cada día las heridas de su cuerpo desaparecían y aparecían de nuevo y cómo le llamaba ‘enano’ sólo por ser un año mayor.
Poco a poco, Kai odió la manera en que Kyungsoo le hacía sentir.
En casa.
“Esta me la hice mi primera vez. No sabía qué hacía, así que cogí un cristal y me pegué con él. Aún tengo la cicatriz marcada, y dijeron que nunca se me iría. Les dije que me caí por las escaleras y me lo clavé por accidente, obviamente. Lo peor es que se lo tragaron”.
Kai tenía el pantalón corto arremangado todo lo que podía, acariciando suavemente con las yemas de sus dedos la cicatriz mencionada en su muslo. Ya no dolía, pero la sensación de piel hinchada y más suave de lo normal le disgustaba.
Los dos estaban sentados en el suelo del aparcamiento del bar de siempre de Kai, donde hacía ya semanas que no proseguía con su ritual. Kyungsoo restaba a su lado, agarrándose las rodillas mientras sus labios se veían ocupados por un cigarrillo, rodeándolo con cuidado. Soltaba el aire lentamente, dejando que el humo dibujara figuras abstractas si dirigías tu vista al cielo, lleno de estrellas en pleno verano. Kai ocasionalmente se limpiaba la sudor de la parte superior del labio con el dorso de la mano, tosiendo de vez en cuando.
“Así que te pegas”; soltó Kyungsoo sin más, un tono burlón en su voz. “No pienses que no me lo tomo en serio, pero es que me cuesta de creer. ¿No es más fácil insultar a alguien o empujarlo y dejar que la pelea se forme por sí sola?”
“No sientes lo mismo que cuando eres tú quien crea tu propio dolor. Al principio te sientes inútil, pero poco a poco acaba siendo la única manera en la que te sientes bien.”
El silencio era una palabra que resumía su relación. Todo y eso, era un silencio cómodo. Podrían estarse horas sentados de aquella manera, sin decir nada, y ninguno de los dos sentiría la necesidad de abrir la boca y articular palabra. Kai pensaba que eso era lo más cercano a un amigo que tenía, mientras de reojo observaba como Kyungsoo iba consumiendo el cigarrillo calada a calada.
Siempre llevaba encima un aire despreocupado, pero se sentía como si, cuando apartaras la vista, él fuera el primero que se preocuparía por ti intentando que nunca lo supieras. Su pelo había crecido considerablemente, y se esparcía aleatoriamente por su frente, causando que su nariz se levantara en una mueca a causa de las cosquillas que le provocaba aquello.
La verdad es que Kai nunca supo cuando empezó a enamorarse de Kyungsoo, pero cuando se dio cuenta, no había marcha atrás. Lo sabía todo sobre él, pero al mismo tiempo no podría decir cuál era su apellido. Pero cuando intentaba convencerse de que lo más sano para él sería apartarse de Kyungsoo, cada acción del mayor hacía que se sintiera más atraído hacia él.
De repente Kyungsoo se levantó, tirando el resto del cigarrillo inacabado al suelo y pisándolo. Kai lo miró confuso, ya que su sonrisa sólo hacía que crecer y colocó las manos en su cadera, mirándolo desafiante.
“Pégame.”
“¿Perdón?”
En realidad su petición no podía ser más clara, pero a Kai le sonaba rara en sus oídos. Su cuerpo se levantó inconscientemente, posicionándose en frente de Kyungsoo con expresión extrañada.
“He dicho que me pegues. Tan fuerte como puedas. Hasta que no puedas reconocer mi cara.”
Las palabras salían de su boca claras, sin miedo. Como si el hecho de tener la cara destrozada y sangrando por culpa de otra gente fuera bueno, una cosa a celebrar. Y Kai no supo qué impulso le abalanzó a hacer aquello, pero en dos segundos su cuerpo se dirigía peligrosamente al de Kyungsoo y su puño se clavaba en su mandíbula.
El aparcamiento se llenó completamente por la carcajada de Kyungsoo, su mano en su cara, mientras un líquido rojo empezaba a brotar de su labio. Continuó riéndose mientras su cuerpo se movía aleatoriamente por el pavimento, continuamente mirando al cielo y riéndose aún más. Kai miraba sus ojos abiertos atentamente, inmóvil, su mano aún formando un puño y la culpabilidad empezando a crecer en su interior.
“Yo, eh… En serio… Lo siento… No quería…”
Kyungsoo se giró instantáneamente hacia él, una amplia sonrisa trazada en su cara, mientras volvía a adoptar una postura desafiante, haciéndolo callar con su dedo sellando sus labios.
“Shh, ha sido lo mejor que podías hacer”, se separó poco a poco y le sonrió. “Vuélveme a pegar. Vamos. Ven.”
Y Kai se avalanzó, pero Kyungsoo lo paró a tiempo justo para clavarle su puño en las costillas. Soltando una carcajada, le devolvió el golpe.
El sol salió y su sangre empezó a secarse.
Gotas de sudor impregnaban su tez morena, poco a poco haciendo que sus ojos escocieran y su boca adoptara una expresión de molestia. El ambiente era confuso, sus manos buscaban cualquier lugar donde agarrarse, piel contra piel, mientras un cuerpo se movía debajo del suyo con exactamente el mismo objetivo.
Kai atacaba el cuello de Kyungsoo, susurrando palabras inentendibles contra su hombro, pero el mayor tampoco tenía intención de descifrar su significado. Sus manos agarraban la espalda del moreno con fuerza, clavando sus uñas y haciendo que Kai soltara un gemido en su boca. Le gustaba callarlo con sus labios.
Ninguno de los dos sabía cómo habían llegado allí, ni qué les había llevado a empezar la acción; pero estaban de acuerdo con lo que estaba sucediendo y ninguno hacía ademán de pararlo. Kai sólo sabía que de repente se encontraba en la cama del apartamento de Kyungsoo, con todas las persianas bajadas y la visión borrosa, y con éste atacando su cuerpo desnudo de todas las maneras posibles. Ninguno había querido encender la luz; todas sus extremidades y costados estaban llenos de moratones. Cuando los dedos de Kai pasaban por encima y presionaban, Kyungsoo tragaba saliva y no decía nada. Posicionaba sus manos encima de las del otro y apretaba más fuerte, para luego besarlo como si el mundo fuera a acabarse, catando el gusto de su labio roto.
Algunos lo llamarían masoquismo, pero para ellos era lo más cercano a lo que la gente llama amor.
Sin querer, Kai pasó con demasiada presión su mano por el muslo de Kyungsoo, haciendo que una costra que restaba allí de una de sus anteriores peleas se arrancara de su piel. Kyungsoo soltó un suspiro de dolor, y Kai posicionó su cuerpo de tal manera en que pudiera besar el lugar de donde brotaba la sangre.
“Yo te cuidaré.”
Pronto, la sangre de Kai ya no era suya, ni la de Kyungsoo era de Kyungsoo; hubo un momento exacto en el que la sangre de los dos era una, inseparable.
Kai deseó que así fuera para siempre.
Kyungsoo agarraba con fuerza el tabaco, troceándolo poco a poco encima de un papel de fumar casi tan transparente como su piel. Estaba sentado encima del techo de su coche, con las piernas cruzadas, ignorando momentáneamente a Kai, quien lo miraba confuso desde la puerta de una casa abandonada. Poco a poco y con cuidado puso unos polvos blancos dentro del papel, y empezó a enrollarlo ayudándose de su lengua para que al final quedara un cigarrillo perfecto. Sonrió con satisfacción.
“¿Qué es?”, los ojos de Kai mostraban una mezcla entre preocupación y curiosidad, mientras se agarraba las rodillas, sentado.
“Nada que debas saber”.
Kyungsoo sacó un encendedor de su bolsillo, prendiendo fuego al objeto y llevándoselo a la boca, consumiéndolo a base de largas caladas, disfrutándolo. Su cara de satisfacción creció al mirar a Kai.
“¿Alguna vez te has sentido solo?”
“Trabajo en un supermercado, me desahogo pegándome y me siento mental y físicamente atraído a un chico del cual apenas sé nada. Pero, todo y eso, no me arrepiento de nada de lo que he hecho hasta ahora. ¿Te vale como respuesta?”
Kyungsoo se rió, atragantándose y tosiendo luego, sólo para tomar una calada más profunda y soltar el humo al cielo. Kai recordó que siempre decía que de esa manera, las estrellas tenían algo con qué jugar.
“En realidad lo sabes todo sobre mí. Sólo que no hay nada de mí que tengas que saber.”
Una sonrisa se formó en la cara de Kai, quien apoyó su mentón en las rodillas, soltando un suspiro. El mayor saltó como pudo del coche, posicionándose detrás del moreno sin que éste se sorprendiera ni siquiera un poco. Lo rodeó con sus piernas, y puso su cabeza en su hombro, notando la mejilla de Kai con la suya.
“Quiero que sepas que no lo estás.”
“¿Cómo?”
“Que no estás solo.”
Kyungsoo, desde detrás, le acercó el cigarro a sus labios. Dudando, Kai lo rodeó con los suyos e inspiró, notando como su cuello se humedecía por la saliva del mayor. El cielo estaba lleno de estrellas y los dos lo agradecían; la luz era tenue, pero los contornos de cada objeto, animal o de sus mismos cuerpos eran apetecibles a la vista.
Con una sonrisa en sus labios, Kyungsoo se puso a cantar.
“Inside my sadness that became my home, can I invite you in?”
Se había convertido en algo normal para ellos. El sofá de Kyungsoo ya se había amoldado a sus curvas, y la imagen de ellos dos abrazados con la televisión encendida pero sin ser observada era una rutina que no se atrevían a romper.
Kai recorría poco a poco el cuerpo de Kyungsoo con sus dedos, parándose en sus heridas y rodeándolas con una sonrisa en sus labios. Cuando estaban cerca de su cara, se acercaba y soplaba levemente encima de ellas.
“Me gusta cuidarte”, decía mientras se paraba en su mejilla, su cabeza echada para atrás para poder ver los ojos de su compañero.
“Creo que eres tú el que necesita ser cuidado”, Kai golpeó su costado causándole una carcajada, “pero gracias”.
Kyungsoo tomó el relevo, paseándose por los brazos de Kai, morenos y musculados, haciendo que su piel se estremeciera. Era verano, pero para ellos las estaciones eran inútiles cuando las únicas sensaciones que podían sentir eran las que ellos mismos se provocaban.
“¿Sabes? Creo que nadie sabe mi nombre real”, soltó con los ojos cerrados, dejándose llevar por la melodía que Kyungsoo tarareaba suavemente. “Me llamo Jongin. Lo odio.”
“Si vamos a confesarnos hoy, te diré que cada vez que iba al supermercado a comprar vendas y yodo, lo guardaba en el cajón. ¿Realmente crees que necesitaba tanto? Temía el día en que entrara por esa puerta y no estuvieras.”
Poco a poco sus respiraciones se relajaron, su pecho subía y bajaba con tranquilidad y su mano había dejado de recorrer el cuerpo de Kyungsoo. Así que sonrió y, lentamente, decidió dormir junto a él. Siempre eran demasiado iguales, como un espejo que sólo hace que reflejar lo que eres o quieres ser.
Si realmente oyó un ‘te quiero’ salir de la boca de Kai, no iba a mencionárselo hasta que se despertara.
El problema es que no lo hizo.
La habitación del hospital era demasiado blanca, demasiado limpia y demasiado perfecta para ser real. Para Kai, era una pesadilla más que un sueño. Restaba sentado en una silla en la cual había pasado toda la noche; no tenía nada que ver con la comodidad del sillón de Kyungsoo, en el que podría pasarse horas. El médico hacía tiempo que no se pasaba por la habitación, y aquello le había dado la oportunidad de observar a Kyungsoo detenidamente como dormía, lleno de tubos y rodeado de sábanas blancas. Parecía como si estuviera teniendo el sueño de su vida, o eso le había dicho la enfermera, pero Kai no quería creérselo. El sueño perfecto sería de ellos dos en el aparcamiento del bar, y no lo estaban.
Desde que se conocieron, el día en que hospitalizaron a Kyungsoo fue la primera vez en que Kai volvió a pegarse a sí mismo.
El médico le había dicho que no se echara las culpas a sí mismo, pero Kai sabía que si le hubiera pedido que dejara las drogas, Kyungsoo lo habría hecho. O habrían encontrado una manera de que aquello no llegara a lo que llegó. Pero en aquél instante, ver como Kyungsoo abría poco a poco los ojos y lo sonreía, hizo que no le importaran las condiciones en las que los dos se encontraban.
“Te dije que si te metías con gente como yo, acabarías bien jodido.”
Kai sonrió con tristeza en sus ojos, posando su mano en la mejilla de Kyungsoo y acariciándola lentamente.
“Creo que desde el principio no había marcha atrás para ninguno de los dos.”
Kyungsoo sonrió, y Kai pensó que pasara lo que pasara a partir de aquél instante, estar jodido no era tan malo como todo el mundo lo hacía parecer. No cuando tienes alguien al lado que sea capaz de hacerte olvidar el dolor.
Poco a poco Kyungsoo cerró los ojos, dejando al menor sólo despierto en la habitación. Un “Ken’ichi” se escapó de su boca.
En realidad, quizás estar jodido fue lo mejor que le pudo haber pasado.
Kai se pasó la lengua por el labio inconscientemente, poniendo una mueca de dolor a causa del escozor de la herida. La sangre se estaba secando.
Inside my sadness that became my home, can I invite you in?
| Based a little bit on Fight Club.
| I will translate it. Someday.