Título: Paso a paso.
Fandom: Fullmetal Alchemist.
Personaje: Jean Havoc.
Tabla:
Ilusoria,
30viciosPrompt: #2. Paso a paso.
Palabras: 2379
Advertencias: Post-manga, spoilers del final.
#2. Paso a paso.
No recordaba lo agotador que era viajar. Por suerte podría coger un tren al día siguiente por la mañana y que le dejaría en Central ese mismo día, dentro del plazo de dos días que le había dado Mustang. Sólo pensar en viajar por su cuenta le ponía enfermo; cuando cambió de hospital, lo mismo que cuando le dieron el alta y se trasladó a su casa, estuvo siempre asistido por enfermeros (le habían dicho que ellos podían ayudarle con más facilidad, pero la falta de enfermeras guapas le había destrozado) que le ayudaron durante el trayecto. Entre su familia y Breda guardaron las pocas pertenencias que había llegado a desempaquetar en Central con ayuda de Solar- de Lust y se las enviaron todas a casa. Él no tuvo que hacer nada, sólo permitir que empujaran su silla y no fastidiar demasiado a los enfermeros (por no ser chicas guapas). Esta vez, sin embargo, tuvo que hacerlo todo prácticamente sólo. Lo primero que hizo tras leer la carta de su antiguo superior fue llamar a su madre, que se encontraba ajetreada ordenando la trastienda.
-¡Mamá! -llamó. La mujer vino corriendo, preocupada por su hijo. Havoc soltó un suspiro al verla tan angustiada; había perdido la cuenta de las veces que le había dicho que todo estaba bien, que no tenía que preocuparse.
-¿Qué ocurre? -preguntó, más tranquila al ver que, en efecto, todo iba bien.
-Tengo que hacer un viaje. El Jefe quiere que vuelva para hacer no-se-qué y no se cuánto tiempo me llevará. Dice que busquéis un nuevo dependiente, aunque no sé a lo que se refiere.
En pocas palabras, Havoc terminó de explicarle el contenido de la nota a su madre y condujo su silla hasta su habitación. Su madre se ofreció a hacer la maleta por él, pero se negó. Si iba a ser un inválido toda su vida tendría que acostumbrarse. Unos días después de que volviera a instalarse en su casa (pero no en su antigua habitación, que estaba en el piso de arriba, si no en una de la planta baja), entre su padre y él acomodaron todos los muebles y armarios para que llegara fácilmente desde su silla. Estando en el hospital nunca fue plenamente consciente de las dificultades que debería sobrellevar en su día a día. Allí se lo daban todo hecho, y su máxima preocupación era el no volver a andar, a correr, a sentir, a servir. Cuando tuvo que enfrentar el mundo real se dio cuenta de que lo difícil estaba por venir. Necesitó la ayuda de un enfermero para viajar, y una vez en su casa se dió cuenta de que no podría volver a subir nunca a su habitación. Ni al salón en el que, de pequeño, él y su hermana solían hacer los deberes (o, más bien, su hermana los hacía y él se dedicaba a mirar por la ventana). Y tampoco podría vovler a asomarse al balcón en el que dio su primera calada. Sus padres ya lo habían pensado, y habían acomodado para él una habitación en la planta baja, cerca de la cocina. Pero no llegaba a la parte de arriba de los armarios, ni a las estanterías. Ahí fue cuando un día, entre él y su padre, lo pusieron todo a su nivel. También tuvieron que hacer obras en el aseo, pues la silla no cabía en la bañera y nadie hubiera podido cargar con él hasta meterlo dentro (tampoco es como si Havoc lo hubiera permitido).
La lista no tenía fin. Levantarse cada mañana y acostarse cada noche fue al principio toda una odisea. Hasta lavarse los dientes le resultaba complicado, y afeitarse era casi imposible porque no se veía bien en el espejo. No llegaba a nada, todo estaba demasiado alto. No había vuelto a cocinar, ni podía llegar a los estantes más altos de la tienda. Mientras abría la puerta de su habitación se dio cuenta de que las primeras semanas habían sido un verdadero infierno. Ahora creía haberse acostumbrado a moverse nuevamente por la casa, pero ¿cómo sería ir a Central?
Trató de despejar su mente y se dispuso a hacer la maleta. No sabía cuánto tiempo estaría fuera, pero como no quería cargar demasiado trató de llevar lo justo. Mientras, con una llamada telefónica, reservó un billete de tren hacia Central para el día siguiente. Meter cuatro cosas en una simple mochila le dejó exausto. Esperaba que lo que Mustang tuviera que decirle valiera la pena el esfuerzo, y eso que sabía que aún no había pasado lo peor. La noche transcurrió deprisa, quizá algo más de lo que Havoc hubiera deseado; ya que, por mucho que aparentara delante de su familia para tranquilizar a su madre, no las tenía todas consigo sobre aquel viaje.
-Ser un inválido no me convierte en ningún inútil -se dijo a sí mismo la mañana siguiente al salir de su habitación con el macuto en el regazo. Su padre le acercaría en coche hasta la estación, pero nada más. Havoc se había negado en redondo a que realizaran el viaje con él, utilizando el mismo argumento que ahora usaba consigo. Cuando consiguió subir al coche y su padre metió la silla en la parte de atrás (esa era otra, ahora tenían que usar la furgoneta del reparto cada vez que Havoc tenía que desplazarse, aunque fuera al médico), Havoc se dio cuenta de lo que echaba de menos conducir. En Central siempre era él el que llevaba a Roy a todas partes, y aunque siempre se quejaba le encantaba esa parte de su trabajo. Conducir le daba cierta libertad, le permitía fumar y le libraba de las largas y tediosas horas en la oficina.
Finalmente llegaron a la estación y su padre esperó con él, diligente, hasta que llegó el tren. Le ayudó a subir a un vagón, donde se acomodó como pudo entre los asientos, y colocó el pequeño equipaje en su regazo; Havoc no quería tenerlo demasiado lejos, en caso de que luego no pudiera alcanzarlo. Se despidieron y Havoc se encendió otro cigarro, ojo avizor por si venía algún guardia ya que estaba prohibido fumar en el interior de los trenes. Por suerte no vino ninguno y pudo fumarse un par de pitillos hasta que el vagón comenzó a llenarse y, por respeto a los demás pasajeros, lo dejó.
El viaje fue largo y tedioso. Havoc había metido una revista entre sus cosas, pero no le entretuvo lo suficiente. Se encontraba inquieto y algo en su interior comenzaba a despertar, una sensación extraña que hacía tiempo no sentía. Al principio fue una ligera molestia en la boca del estómago, pero creció hasta convertirse en un cosquilleo que hacía que le sudaran hasta las palmas de las manos. Estaba nervioso. No podía recordar la última vez que había estado así de nervioso y, en mayor medida, excitado. Volver a Central, volver a ver a sus amigos y compañeros, a respirar el aire viciado de aquella ciudad que antaño tanto había odiado... Era algo que había anhelado secretamente desde hacía mucho (ver a sus amigos, lo del aire era secundario) pero nunca se permitió pensar en cumplirlo. Se contentaba con las llamadas y las esporádicas visitas de ellos hasta que las cosas se asentaran debidamente en Central, y sabía que a pesar de que un año había pasado ya estaban lejos de hacerlo. Pero ahora Roy le llamaba de nuevo, y como un eco, escuchó la voz de su superior resonando en su cabeza.
Más te vale que me alcances. Te espero en lo más alto.
Sin duda no tendría nada que ver con aquello. Sin duda Roy ya se habría rendido a la evidencia de que no volvería a andar. Havoc ya lo había hecho.
-Sin duda -masculló unas horas más tarde, cuando trataba de bajar del tren sin caerse- le mataré en cuanto le vea.
Lo primero que hizo cuando sus ruedas tocaron tierra fue encenderse un cigaro y alejarse de allí lentamente. Una parte de su mente maldecía al Coronel; la otra pensaba cuál sería la mejor manera de presentar una queja contra el servicio de trenes por no tenerlos adecuados para discapacitados. ¿Acaso una persona en silla de ruedas no tenía derecho a viajar sola siempre que quisiese? Aquél país no estaba preparado para personas como él, y había necesitado estar en una situación como aquella para darse cuenta. Se fumó el cigarro más rápido de lo esperado y, justo cuando estaba encendiendo otro, una risa ahogada resonó a su espalda, seguida de un carraspeo y de una mano en su hombro.
-Veo que no has cambiado nada, Havoc -comentó una voz muy conocida. Havoc giró su silla de ruedas y alzó la vista: frente a él, Breda le sonreía tendiéndole la mano derecha. En la izquierda llevaba una bolsa de comida.
-Me alegra comprobar que tú tampoco, Breda -respondí, sonriendo a su vez. Ambos amigos estrecharon la mano con más fuerza de la necesaria. De haber podido, Havoc se habría lecantado y le habría atrapado dentro de un abrazo de oso, haciendo caso omiso de las quejas de su amigo. Pero no podía y era frustrante, porque le había echado de menos-. ¿Cómo sabías que estaría aquí? -preguntó.
-No lo sabía. El Coronel planeaba dejarte ir sólo hasta el cuartel, yo sólo pasaba por casualidad. He venido acompañando a Rebecca, que volvía hoy a su cuartel -contestó, despreocupado. La sonrisa de Havoc se ensanchó y alzó una ceja.
-¿Con que Rebecca, eh? -pensó, pero se calló el comentario. Si iba a estar un tiempo en Central, tendría tiempo suficiente de interrogarle. En aquel momento sólo quería llegar al cuartel, patearle (metafóricamente hablando, claro) el culo a su antiguo jefe y saludar a sus antiguos compañeros. Para aliviar tensiones terminó de encenderse el cigarro y le dió una profunda calada.
Ya que se habían encontrado, Breda decidió acompañar a su amigo hsta el cuartel. Trató en varias ocasiones de ser él quien empujase la silla de Havoc, pero éste se negó en redondo, y lo único que consiguió Breda fue que el rubio consintiese en que le llevara la mochila. Hablaron de todo un poco y de nada en particular; principalmente tonterías, cosas de las que hablaban a menudo cuando trabajaron juntos y que Havoc había echado de menos. Parecía como si el tiempo no hubiera pasado entre ellos, como si en vez de meses Havoc solo hubiese estado fuera unas semanas. Ninguno tocó el tema de la guerra o del estado de Central, y Breda eludió con maestría todos los intentos de Havoc por sonsacarle lo que tramaba Mustang. Sí que le contó cosas sobre los Elric, que Alphonse se recuperaba con normalidad y que ahora Edward estaba asentado en Resembool con él y Winry, auqnue a veces se desplazaba hasta Central para ver cómo iban las cosas. También le puso al día sobre el resto de sus compañeros: qué habían estado haciendo Falman y Fuery (aunque con el último hablaba a menudo, siempre pegado a un teléfono, y Falman solía hacer pedidos a la tienda); de cómo estaba la Teniente Hawkeye, tan responsable como siempre (y sí, seguía dando miedo); del Mayor Armstrong y sus subordinados, Brosh y Ross (quien había sido readmitida en el ejército y ascendida a Teniente para resarcirla de todo lo ocurrido en el pasado); e incluso le habló de Black Hayate, algo excepcional teniendo en cuenta que siempre rehuía la habitación en la que se encontrara el animal.
-Hemos llegado -dijo Breda, deteniéndose ante el cuartel. Havoc se alegró, suspirando para sí y secándose el sudor de la frente; había sido un trayecto largo y duro. Se fijó en que, a pesar de que las marcas de la guerra aún eran visibles, el trabajo de reconstrucción del edificio había sido impecable. He incluso habían añadido...
-¡Una rampa! -exclamó. Su sonrisa se ensanchó aún más, ya que todo el rato había ido pensando cómo se las arreglaría para sunir aquellos condenados escalones.
-Así es -dijo Breda, poniéndose detrás de él-. No sé quién tuvo la idea, pero fue brillante. Y ahora si me permitirás que te ayude, que te veo algo cansado.
Havoc quiso protestar pero Breda hizo caso omiso de él y el rubio ni lo intentó. Simplemente se dejó llevar, y quince minutos después se detuvo ante la puerta de un despacho. Del que había sido su despacho. El corazón comenzó a latirle con demasiada velocidad y las manos volvieron a sudarle. Breda abrió la puerta del despacho y un coro de voces le recibió.
-¡Bienvenido de vuelta! -gritaron todos, al unísono. Era como si nunca se hubiese ido. Aunque cada cuál tenía su trabajo y posiblemente nunca estuvieran ya en aquel despacho, para él fue como si el tiempo no hubiera pasado. Falman, Fuery y Hawkeye, con Black Hayate, crecido y diligente a sus pies, esperaban por él con una gran sonrisa. Y en el centro, frente a la puerta de su propio despacho, estaba Roy Mustang, mirándole directamente a los ojos.
-¡Puede ver! -exclamó. Fue lo único que se le ocurrió decir. Estaban todos, el grupo entero reunido otra vez, y un mar de emociones afloraba en su pecho. Y de todo lo que quería decir, agradecer y preguntar, no le salía nada-. ¿Cómo es posible?
Roy sonrió, autosuficiente, y se sacó un botecito con un líquido rojo del bolsillo.
-Con esto -dijo él. El corazón del Havoc dio un vuelco, que al rubio le pareció un salto mortal. Si huiera podido sentir las piernas, ahora habría vuelto a no sentirlas de pura emoción. No era el hombre más inteligente del planeta, pero aquello sólo podía significar una cosa. Las palabras se le habían atascado en la garganta y sólo pudo mirar a Roy con la boca entreabierta-. Te dije que te esperaría en la cima. Pero no va a ser fácil. Esto -explicó, agitando la botellita, y el líquido rojo, tan preciado ahora como la vida misma, se movió en su interior- sólo te ayudará al principio. El resto tendrás que hacerlo tú. Tendrás que venir andando tú sólo hasta la cima, paso a paso.
Havoc tragó saliva. Mustang no hablaba sólo en el sentido metafórico.
-¿Estás preparado, Alférez Havoc? -preguntó.
-Sí, mi Coronel.