Titulo: Debíamos haber muerto hace mucho...
Fandom: Supernatural
Paring: Sam/Dean (Wincest powa!)
Advertencias: NC-17
Dedicatorias: a
malale y a _chio_chan_ (fans hasta la muerte del wincest y más si es guarro :p)
Alcohol, de eso está seguro, de que hay demasiado alcohol en el cuarto en esos momentos. En el cuarto y en ellos. Un viejo motel de carretera, el de siempre. Aquí o allí. Indiana, Illinois, qué más da el estado. Solo son carreteras que siempre terminan en un motel degastado.
Las mismas paredes con el papel mohoso y descolorido. Las mismas y diferentes. Iguales.
Y cerca, siempre, el mismo bar. Con las mismas camareras de grandes escotes, pantalones prietos y mucho rimel. Curvas imposibles. Culos prietos.
Pero hoy no miran camareras. Hoy Dean no mira camareras. Será el alcohol, que no para de rodar garganta abajo.
Así que huyen del bar cuando el número de féminas es demasiado. O ellos creen que es demasiado. Hoy no soportan nada. Hoy la muerte está demasiado presente en cada rostro.
Entran a la habitación y se sientan en las camas, cada uno en la suya. Espaldas apoyadas en cabeceros que crujen. La botella de whisky se pasa de mano en mano. Boca a boca. Evitan mirarse a los ojos. Beben. Solo eso. Quizás si miran a los ojos del otro se ahoguen en un mar del que ya no puedan salir.
La botella se detiene más tiempo del debido en la mano de Dean.
Se ha quedado mirando al vacío. Una sensación que desgarra como un condenado perro del infierno “Deberíamos haber muerto hace tanto, tanto tiempo...”
Pero están ahí, vivos. Siempre consiguen revivir.
Dean sale del trance y gira la cabeza lentamente. Mira a Sam, que está con el ceño algo fruncido preguntándose por qué no le pasa la jodida botella. Si estuviese menos borracho vería algo, ese destello suicida en la mirada de su hermano. Vería como el verde se vuelve casi liquido y canalla. Se vuelve psicópata y desquiciado.
Dean se sienta al lado de su hermano que intenta decir algo pero la lengua le pesa demasiado. Pone una mano en su pecho. Oye, siente, su corazón latir.
-¿Dddeannn?-consigue decir.
-Deberíamos haber muerto hace mucho, Sammy.-Y Sam no se lo explica, porque ¿hola? será el alcohol, o el dolor o algo. Pero su hermano debería estar borracho, y que aguante tan bien el puto OH- le hace cabrearse un poco, y más que hable de cosas trágicas. Porque ya ha tenido bastantes cosas trágicas por un puto día. Por una puta eternidad. Además, no piensa meterse en ese debate.
-Si te mueres, te mato-y Dean ve en sus ojos determinación-Si te mueres, te resucito y te vuelvo a matar.
Y está seguro de que lo haría, porque ya lo han hecho. Eso de morir y resucitarse el uno al otro. No pueden vivir sin el otro. Y si ahora el dolor es sordo y se clava en el pecho, cuando faltan ellos el dolor es insoportable. Un dolor que les hace pensar en arrancarse la piel a tiras, para ver si todos esos sentimientos anclados bajo ellos desaparecen también.
No saben como pero están besándose. Con avidez. Habrá sido Dean, que se cansa de pensar “si no te tengo me muero, no hace falta que me mates” O habrá sido Sam, hastiado de que el alcohol no haga demasiada mella en su hermano y le haga pensar cosas como “Esos labios son demasiado pecaminosos para no ser besados” Se besan como si al no hacerlo se fuesen a escapar de brazos del otro. Se besan queriendo tocar todos esos sentimientos bajo la piel.
Dean arranca la camiseta de su hermano y acaricia con fuerza, lame, muerde en la curvatura del cuello. Sam ahoga pequeños gemidos y le saca por la cabeza la camiseta a Dean, que está de rodillas entre sus piernas, inclinado, lamiéndole el cuello y bajando sus manos por la espalda. Sam se agarra a su cuello, a su pelo, porque se cae. Si se suelta se cae. Si le suelta se cae.
Besos apremiantes, mucha saliva y acompasados. Lenguas que se tocan antes de entrar en la boca, lenguas que lamen en la oscuridad, buscando. Saliva que resbala por torsos sudorosos. Las sábanas quedan hechas un ovillo barridas por la tempestad de esos grandes cuerpos que se retuercen, se estiran, giran y chocan, como huracanes.
Se muerden cicatrices que indican las veces que han estado a punto de morir y no lo han hecho. Las muerden reivindicando que solo ellos pueden decidir cuando muere el otro. Y jamás, jamás, dejaran que eso pase. Jamás dejaran que falte el otro.
Se restriegan en las piernas del otro, como putos animales en celo. Los vaqueros aun puestos aprietan y hacen que el roce sea más enloquecedor. Las caderas embisten por instinto, buscando algo de alivio que no llega. Manos que han quitado más vidas de las que alguien normal sería capaz de soportar se quitan cinturones entre gruñidos de desesperación.
Necesitan sentirse, porque con cada latido, con cada mordida se sienten vivos. Y necesitan saber que están vivos.
Pantalones por las rodillas que enmarañan aun más todo ese lio de piernas que se entrelazan. Alientos que se entrecortan cuando empiezan a tocarse cada uno en el cuerpo del otro, ritmos distintos que apremian.
Sam entierra una mano en el pelo de su hermano mientras le acaricia con un ritmo lento y desquiciante. Lo siente duro y se endurece aún más.
Dean gime en su boca y le muerde el labio gruñendo y aumentando el ritmo de su mano. Una mano en su miembro y la otra agarrandole el culo en un agarre desesperado. Uñas que se clavan en la carne que mañana estará amoratada, pero ¿qué importa cuando te están haciendo la mejor paja de tu vida?
Aumentan el ritmo de las manos y los besos ya no saben acertar en la boca. Besan mentones y cuellos, dan lenguetazos a ciegas. Se corren gimiendo, aullando, gruñendo, mordiendo venas y desgarrando piel. Se corren como dos tormentas que descargan sin piedad. Quedan pegajosos y manchados. Manos, vientre, piernas, y caras, cuellos, torsos... Están tan llenos de saliva y semen del otro que están seguros que sus ADN’s se confunden y se mezclan. Están seguros de que no existe película porno con un acabado tan guarro como ese.
Pero no les importa una mierda. Porque están vivos. Juntos y vivos. Y el sexo ha de ser guarro para sentirlo en las entrañas. Y mientras empiezan a lamerse, por turnos, sin dejar ni un solo resquicio sin el que pasar la lengua lo saben...
Que la muerte tendrá que venir a llevarselos al infierno a los dos juntos. Porque mientras uno siga en pie, siempre rescatará al otro. Hasta el final de sus días. Hasta que no quede más sangre latiente que lamer.